SUSPIRO LIMEÑO
Cesar Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 638, 2JUN23
El
abogado bebe y se dopa y dispara. Dispara a una puerta ajena y a la altura de
un tórax adulto (el de su vecino). Lo hace después de aporrear el auto del
hombre al que ha querido matar a balazos. Es un macho desatado este abogado. Es
el mismo que enmierdó y
choleó a un policía en un video famoso en las sentinas de las redes
sociales.
Se
llama Carlos Wiesse Asenjo y alguna
vez preguntó, apelando a la herencia de algún señorío: “¿tú sabes con quién estás hablando?”.
El interlocutor no sabía, en efecto, quién era ese adversario que lo insultaba, que lo denigraba por su pobreza, su color, el polvo de sus zapatos.
No era Wiesse el que hablaba, claro
está. Era la historia. Era la monarquía que no pudo ser. Era la república
aristocrática. Era una levita, un dial de astracán, la pajarita de algún Pardo.
“Tú
no sabes con quién estás hablando”, es la frase clave para el atarante. De
inmediato, el destinatario de esas palabras piensa en las desgracias que
sobrevendrán si cumple con su deber. Es que así hablaban los hacendados que se hacían llevar en andas
por sus feudos cusqueños. Y así actuaban. Desde que el imperio de los cuatro
suyos fue quebrado a una edad temprana, la indiada se consideró parte de la
maleza de la historia, un sobrante veronzoso. Y sus descendientes,
hijos de la derrota -no importa cuánto se mezclaran y apagaran el marrón de las
raíces-, pagaron con creces la marginación. Hasta Sendero Luminoso, que decía encarnar el marxismo en
armas, los usó como infantería de la muerte y los mató cuando se le opusieron.
Por eso sus víctimas caídas no valen como otras, se cuentan a regañadientes, se
reconocen como daño colateral, se admiten en estadísticas que habrán de
esconderse. Los que fueron dueños del Perú han sido, desde hace casi cinco
siglos, los apestados de este inquilinato. Y quien diga que en el Perú no hay un fantasma racista
que recorre audiencias y redacciones miente de veras.
Detrás
de Wiesse Asenjo hay un tapiz mucho más complicado que el mero caso de un
paciente psiquiátrico. Está la antigua prepotencia de quienes se han sentido -y son- dueños de estas
tierras.
Este
es un país fundado, como tantos
otros, por el despojo y la violencia. Pero si en muchos lugares las instituciones surgidas de la revolución
francesa cambiaron el paisaje social, en el Perú la escena original se congeló.
Somos un fotograma que se atascó en el proyector. Nos quedamos en las breves cortes de Cádiz y su aborto
constitucional.
Por eso aquí hay modales y lenguajes que no se
tolerarían en otras partes. Por eso los de arriba, los que miran desde la cúspide social, se atreven
a tanto. Saben qué jueces los sacarán del apuro, qué impunidad les espera, qué
palmaditas de felicitación recibirán a la hora de la próxima juerga.
Son la punta del témpano. Debajo están doscientos
años de desprecio y carterismo: tierras robadas, acreencias ficticias,
diezmeros profesionales, abogados infalibles, poderes sin límites. Y siempre, la artillería de la prensa que
lo único que quiere es que nada, en el fondo, cambie. O, si las cosas apuran,
el fuego a discreción de la milicia.
El abogado Wiesse puede decir, en su defensa, que su
proceder no puede condenarse fácilmente en un país donde la ley no impera y el
bien común se desconoce cotidiana y sistemáticamente.
Pura simulación y engaño. Su IMPUNIDAD está asegurada con los actuales organismos jurisdiccionales |
En nuestro amado país la violencia lo ha cubierto
todo. Nos hemos
acostumbrado a un desfile de difuntos que pasan a nuestro lado mientras
fingimos no reconocerlos. La izquierda apostó por la violencia asesina
con Sendero y lo que trajo fue la respuesta en modo Operación Cóndor de los
militares. Pero la apelación a la brutalidad por parte de los sectores
conservadores tiene dos siglos de aplicación intermitente. La derecha simula
finura pero a la hora de
dar órdenes letales no duda: renuncia al marquesado y aceita el fusil de sus
guardianes. Y en ese drama sin fin el abogado Wiesse es poca cosa: un
suspiro limeño en una noche de narices frías. ▒▒
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