QUE LA DERECHA
SALGA DE LAS CUEVAS
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 546
E |
ntrevisté el 3 de marzo
de 1971, al lado de César Lévano, a Víctor Raúl Haya de la Torre. El tiempo
había convertido al líder aprista en el vocero más culto y universal de la derecha
nuestra. Con él se podía hablar de los dos imperialismos, de César Vallejo, de
la complejidad del Perú. Haya soltó en ese diálogo una frase que cobra hoy
plena vigencia: “Cuando fui al Cusco y descubrí ese otro Perú, el Perú de las
opresiones, del retraso y las contradicciones, me di cuenta de que los
problemas eran muy serios...”.
Recuerdo también a Luis
Miró Quesada de la Guerra, el periodista por excelencia.
Su antiaprismo era primitivo,
sentimental y hereditario, es cierto, pero nadie puede negar lo que hizo para
que “El Comercio” siguiera siendo el diario más influyente del país. Separó de
tal modo el periódico de los negocios, que libró una larga campaña contra el enclave
yanqui de la International Petroleum Company y se enemistó por ello con buena
parte de la burguesía nativa. ¿Recordarán los Miró Quesada actuales que don
Luis sostenía que “El Comercio” era un periódico de las clases medias? Lo dudo.
En esa tarea de hablar con gente que dijera cosas, me tropecé con Pedro Beltrán, el arquitecto del golpe de estado de 1948, el más norteamericano de los peruanos y, sin embargo, el más pulcro de los dueños de periódicos. Compitió con “El Comercio” en el territorio de las noticias y obtuvo grandes triunfos publicando lo que podía incomodar a sus lectores conservadores (que eran mayoría). En “La Prensa” uno podía leer lo que los social progresistas, la izquierda más activa de los años 60, decían de Beltrán y su credo derechista. “La Prensa” fue, en muchos sentidos, un gran periódico porque Beltrán entendía que el debate de las ideas era el corazón de la política y que ese enfrentamiento se extendía al mundo entero. Fue un globalista precoz, un embajador imaginario de Theodore Roosevelt. El garrote lo usó en 1948, la vieja “Underwood” siempre.
Haya, Miró Quesada de la Guerra, Beltrán: qué personajes. Eran la vocería de una derecha que podía frecuentar festivales de música, librerías, arte de vanguardia. Se juntaban para justificar, cada uno a su manera, la agresión a Cuba en Bahía de Cochinos pero aceptaban que la política consistía en pelear por la hegemonía de los valores.
Eran gramscianos involuntarios
y Haya y Beltrán habían leído a Leo Strauss, el gran cínico y sombra genial
detrás del conservadorismo de la escuela de Chicago. No les bastaba haber leído
a Eudocio Ravines, el monje histérico y converso que pasó buena parte de su
vida cumpliendo tareas de comisario estalinista después de suceder a Mariátegui
en el partido originalmente socialista fundado en 1928.
Lo que quiero decir es
que la derecha peruana histórica, cuyo árbol genealógico incluye a figuras
como Bartolomé Herrera o José de la Riva Agüero y Osma, tuvo representantes
que en nada se parecen a los que en estos tiempos pretenden expresarla.
¿Alguien puede creer que aquel Bedoya Reyes que fundó el PPC habría tenido
tratos con López Aliaga? ¿Habría Femando Belaunde Terry avalado a sujetos como
Merino de Lama?
Es tiempo de que el
conservadorismo peruano salga de las cuevas a donde lo condujo el fujimorismo
después del diluvio excrementicio de su década. Necesitamos una derecha
ilustrada, partidaria, moderna. O sea, todo lo que pudo ser el Apra si no
hubiese caído en las redadas de la policía anticorrupción. Necesitamos una derecha
contemporánea y cargada de proyectos inclusivos, del mismo modo que
necesitamos de una izquierda que haya enterrado el modelo soviético con el
mismo entusiasmo con el que los rusos parricidas sepultaron el suyo.
Que el comunismo haya
fracasado no significa que el capitalismo gamonalista y reblandecidamente
peruano haya triunfado. Necesitamos una derecha que entienda que el mito de la
uniformidad comunista es el que ha muerto. Lo que no ha muerto es el reclamo de
la igualdad de oportunidades, la exigencia de la justicia social, la demanda
por la supresión de los privilegios oscuros. Necesitamos una derecha que
quiera construir una nación viable e integradora.
Hemos llegado al bicentenario
con un país partido por la mitad. Es tiempo de empezar a reconstruir con
cambios este Perú dividido y con pintas de enemistad feroz.
Las elecciones han planteado
un mandato de cambio y moderación al mismo tiempo. Eso requiere gente de buena
fe que entienda el desafío y perciba, con hambre de logros, la gran
oportunidad que se nos presenta.
Todo eso supone salir de
una vez por todas de la gravedad procaz del fujimorismo, esa enfermedad que nos
pudrió treinta años. Después de su tercera derrota, a la señora Fujimori le
esperan complicados avatares judiciales. Y a la organización que jefatura lo
que le aguarda es la disolución. Al final de cuentas, no hay programa que
enterrar ni ideas que olvidar ni propósitos a los que renunciar. El fujimorismo
fue siempre, sencillamente, una mafia. La fiscalía, como en el caso de los Gambino,
se hará cargo. El país, liberado de ese lastre, merece ver otra vez el horizonte. ▒▒
___________________________________
Gráficos. Heduardo y Carlin en LA REPUBLICA 2JUL21: