LA LLAMA
EL MÁS ÚTIL DE LOS ANIMALES ANDINOS
GEOMUNDO ENERO 1986
Compañera
de las hinchadas nubes que flotan sobre los picos de los Andes, la llama es
parte integral del paisaje y de la vida cotidiana en las grandes alturas del
sur del Ecuador, de Perú, y de partes de Bolivia y Chile, junto al resto de sus
parientes dentro de la familia de los Camélidos:* el guanaco, la alpaca y la
vicuña.
Este
símbolo andino aparece a partir de los 2 285 metros de altitud y, al contrario
de su antecesor, el guanaco (Lama guanacoe), a quien a veces se le ve
deambular a nivel del mar, la llama (Lama glama) sólo logra sobrevivir
felizmente fuera de su hábitat natural, por largos períodos, en el ambiente de
cuidados especiales de un zoológico. (Debe mencionarse que algunos zoólogos
estiman que el guanaco es la especie primitiva ancestral de la que se derivan
la llama y la alpaca.)
Por encima de todo, la llama es un animal de carga. Al contrario de la
mula, animal que se deja sobrecargar y es obligada a recorrer difíciles
caminos, la llama conoce sus límites. Por ello, sólo lleva la cantidad de carga
que puede y, tan pronto se siente cansada, lo demuestra acostándose y
"relinchando" en el medio del camino.
Sin
dudas, Perú es el país andino que más se asocia con la familia de los Camélidos
y, sobre todo, con la llama, el único animal de carga domesticado por los
pueblos del Nuevo Mundo. Al igual que en la civilización preinca, la llama es
hoy el animal de mayor utilidad para el serrano. No es de sorprender, pues,
que sea tema central en el diseño de sus tejidos, cerámicas y ornamentos de
plata.
De
hecho, la presencia de este animal en la puna o altiplano andino es tan
universal como su figura, que aparece en el escudo de la República del Perú[i],
así como en las estampillas postales y monedas de ese país. Pero nada rinde
mayor homenaje a la útil llama que la estatua de bronce que en su honor se
levanta en pleno Paseo de la República, en la ciudad de Lima.
Aunque
es posible ver alguna que otra llama por las empinadas calles de Arequipa,
debajo de las cimas nevadas del Misti, es necesario subir por tren o automóvil
hasta Puno, primer puerto lacustre peruano, a orillas del Titicaca.
La
ciudad y el departamento de Puno se consideran el centro principal de la llama
y de los Camélidos andinos en general. En esa zona, el número de llamas supera
al de sus amos, los indios quechuas y aymarás, descendientes directos de los
incas y pobladores, mayoritarios del altiplano.
De cuello y patas largas, la llama (Lama glama) es un animal
muy esbelto, cuyo hábitat natural lo componen las grandes alturas del altiplano
peruano, algunas zonas del Ecuador, y
algunas regiones de Bolivia y Chile aledañas al Perú. Es un animal de carácter. gregario, cuya
domesticación data de la época de los antiguos incas o quizá desde antes de
éstos. Resulta fácil verlas en grandes manadas, pastando o llevando carga de un
sitio a otro bajo la guía de uno o varios serranos.
Pizarro,
el conquistador del Perú, fue el primer europeo en sentirse deslumbrado por las
llamas al llegar a la población de Tumbes (en el extremo norte de la costa
peruana). En tal ocasión describió a estos curiosos animales como “pequeños
camellos". Tan grande fue su admiración por ellos, que le llevó un
ejemplar como regalo a su emperador, Carlos V, al regresar a España para rendir
informes sobre sus descubrimientos. Otros historiadores de la época se
refirieron a la llama y al resto de los Camélidos como las "ovejas
peruanas", a las que describieron como criaturas del "tamaño de un
venado grande, con cuellos largos como los de los camellos, pero con unos hocicos
de color casi negro, con los que relinchan como caballos".
En la
época de Pizarro, la presencia de la llama era tan común en las costas
peruanas como en Ecuador. Todo indica que durante el Imperio Inca la
distribución de este animal debe haber sido mucho mayor aún, mientras que en
la actualidad la llama apenas existe, fuera de la zona ya mencionada de Puno,
al norte de la Sierra central del Perú, en los alrededores de Riobamba (al
centro de Ecuador) y, muy raramente, en la costa peruana y en las zonas de
Bolivia y Chile aledañas al Perú.
Las
elevaciones relativamente bajas de las cadenas andinas en el norte de Perú
sirven de barrera natural para un animal que, en la actualidad, sólo sabe vivir
y procrear en las grandes alturas.
Pizarro, al pisar tierra peruana, describió a las llamas como
"pequeños camellos". Otros historiadores de la época se refirieron a
ellas como "ovejas peruanas," a las que describieron como criaturas
del "tamaño de un venado grande, con cuellos largos como los de los
camellos, pero con unos hocicos de color casi negro, con los que relinchan como
caballos".
Por un
lado, a la llama le falta la antigüedad de su antecesor, el guanaco. Por otro
lado, su burdo vellón no puede compararse con la gruesa y fina lana de su prima
la alpaca, o con la exquisita textura sedosa de la lana de la vicuña (de esta
última se deriva la lana más fina y cara del mundo, aunque la alpaca es el animal
que mayor cantidad de lana produce en Perú). Y, por si todo esto fuera poco, el
número de llamas siempre ha sido menor que el de ovejas importadas. Sin
embargo, a pesar de toda esta competencia, la llama sigue siendo el animal
preferido por los pueblos andinos en las regiones donde aún existe. Y tal
preferencia se basa en un hecho: la llama rinde un 100% de utilidad a su amo.
Su carne seca y salada, llamada charqui,
aunque bastante dura, sirve de alimento. Su burdo vellón, una vez tejido, da
calor. Y su cuero, trabajado en rudimentarias sandalias, sirve de calzado. Si
todo esto no fuera suficiente para comprobar la utilidad de la llama, puede
añadirse que su sebo es muy importante en la confección de velas; sus largas
cerdas, hechas trenzas, se utilizan como cuerdas, y su excremento, una vez
seco, se convierte en el importante carbón peruano o tarquia, que
sirve de combustible al serrano, ayudándolo a protegerse del frío del
altiplano.
En la antigüedad, los incas ofrecían las llamas de colores puros: las
negras, a los dioses en el Templo del Sol del Cuzco, y las blancas eran
sacrificadas durante los festivales precedentes al comienzo de las siembras. En
la actualidad, estos animales abundan mayormente en una variedad de tonos de
crema y café.
Por
encima de todo, sin embargo, la llama es un animal de carga para todo serrano.
Como sólo los machos de más de tres años y medio sirven para esta función (a
las hembras se les reserva para la procreación y la utilización de la lana),
es común ver al serrano inspeccionar la boca del animal para calcular su edad.
Ésta se mide por la distensión del labio inferior: a mayor distensión, mayor
edad.
Una
llama grande y fuerte puede cargar un máximo de 68 kilos. Sin embargo, el
animal medio sólo tiene capacidad para llevar 45 kilos sobre el lomo, la misma
carga que lleva una mula de la región. Aparentemente, ésta es una razón muy
lógica por la cual la llama, al contrario del camello en el Viejo Mundo, no es
utilizada como animal de transporte humano. Además, hay un hecho muy curioso,
que seguramente mantiene alejado del lomo de la llama incluso al más liviano e
inofensivo de los niños: al enfurecerse, este animal extiende el cuello hasta
poner la fuerzas.
La llama (Lama glama) aparece a partir de los 2 285 metros de
altitud en los Andes. Sólo logra sobrevivir felizmente fuera de su hábitat
natural, por largos períodos, en el ambiente de cuidados especiales de un
parque zoológico.
Pero,
aunque no admita jinetes, mucho hay a favor de la llama como animal de carga.
Sus patas, parcialmente rajadas, le permiten una pisada mucho más segura que la
de la mula. Además, el costo de mantenimiento de la llama, a comparación con el
de la mula o caballo, resulta mínimo. A la llama, por ejemplo, no hay que ensillarla,
pues ella cuenta con un “sillín natural", gracias al vellón que le crece
en el lomo y que la protege del daño que pudiera ocasionarle la carga. Y los
fardos de papas, granos o cualquier otro producto que lleve en el lomo sólo se atan
con una cuerda, trenzada de las propias cerdas, largas y resistentes, del
animal.
Otro
elemento a su favor es su capacidad de almacenar suficiente alimento y agua
para toda una travesía, durante la cual sólo pastará en las yerbas que
encuentre a su paso por el altiplano. Igual que hace el camello, la llama retendrá
el alimento y e! agua por períodos bastante largos.
Acompañado
por manadas de varios cientos de llamas, cargadas sin exceso, el serrano puede
programar travesías hasta de 20 días, cubriendo extensiones de unos 25
kilómetros diarios, reservándose intervalos regulares para dormir y descansar.
Al contrario de las mulas, que resisten sobrecargas y se esfuerzan al máximo
por mantenerse en pie, aun cuando el agotamiento las rinda o el camino presente
grandes riesgos de caídas, la llama está muy consciente de sus posibilidades
reales, tanto en lo que respecta al peso que puede llevar como a la extensión
de camino que puede recorrer.
Así,
tan pronto llega a su límite, la llama se detiene y se acuesta. Esa es su señal
de total negativa a seguir, y ningún esfuerzo por parte del serrano logra
hacerla levantar y continuar el camino. Por el contrario acostumbrada a lidiar
con ese animal sabe que, llegado ese momento de agotamiento, se le debe retirar
su carga y dejarlo descansar tranquilamente. Esto es parte habitual de la
relación entre la llama y el serrano. Muchas veces, cuando una se cansa, el
hombre la deja descansando en el camino, libre de carga, y continúa con el
resto de la manada hasta su destino. De regreso, casi siempre recobra al
animal.
En
travesías hacia tierras bajas, la llama suele llevar productos animales,
típicos del altiplano, como pieles curadas, lana cruda y charqui. En la plaza
de mercado del lugar de destino, atadas unas a otras por resistentes cuerdas,
las llamas descansan y esperan pacientemente a su amo mientras éste realiza
sus trueques, para volver a llevar una carga de regreso al punto de origen de
la travesía, y que consiste básicamente en papas, maíz, cebada, oca (tubérculo
comestible, típico de la región) y hojas de coca.
Estos
recorridos muchas veces hacen descender a las llamas hasta alturas poco
aceptables para ellas, a largo plazo, pero esto no constituye un problema, ya
que se trata de meros viajes de ida y vuelta.
En el
paso de los animales por poblaciones donde hay circulación de vehículos
motorizados, es curioso observar cómo las llamas ceden el paso a los últimos,
obedeciendo a un tirón de la cuerda por la que están atadas. Cuando el vehículo
desaparece, vuelven a ocupar las calles, tan pronto el amo les da un suave
silbido.
Podría
decirse que este silbido del serrano andino caracteriza su relación con el
preciado animal, basada en una marcada delicadeza. Ver a un serrano maltratar a
una llama es inconcebible. Por el contrario, su amo la quiere y la respeta; la toca
y le habla, y le silba con la dulzura que podría transmitírsele a un ser
humano. Nunca se verá al hombre andino llevar un látigo con que pegar al
animal, pues a éste sólo se le levanta una cuerda en el aire, tejida de su misma
lana, y nada más que para producir un ruido, no para golpearlo. Su cuerpo,
lejos de ser castigado, es adornado con cuerdas teñidas en colores brillantes
y, en las fiestas folklóricas, se le cubre el lomo con tejidos muy llamativos,
de los que cuelgan campanas.
Al igual que en la civilización preinca, la llama es el animal de
mayor utilidad para el serrano. Su carne seca y salada, llamada charqui,
lo alimenta. Su burdo vellón le da abrigo. Su cuero lo calza. Su sebo lo ayuda
a alumbrarse con velas. Y su excremento seco o taquia le sirve de
combustible.
Para el
indio andino, la llama es más que un animal. Es un amigo con quien él comparte
largas travesías a través de la desértica puna. Sin dudas, a ambos los
une una íntima relación, que surge de la compañía que uno le ofrece al otro
desde muy temprano. Tradicionalmente, el niño indio tiene que hacerse cargo
del cuidado de las manadas de llamas mientras éstas pastan por la mañana y
guiarlas por la tarde de regreso a sus corrales, limitados por muros de piedras,
donde pasan el resto del día y toda la noche. (Es importante tenerlas en
territorios bien delimitados, para asegurar así la recogida de excremento
abundante y la producción del carbón que del mismo se obtiene.)
Durante
el Imperio Inca, toda familia de los Camélidos andinos constituía una
importante fuerza de riqueza. En esa época, las manadas de llamas, guanacos,
alpacas y vicuñas eran propiedad exclusiva de la realeza inca. Quien se
ocupaban de cuidar a estos animales eran miembros de la nobleza, y los pastores
que los llevaban a pastar eran expertos en cruce de animales. (Los camélidos
sudamericanos, aunque de distintas especies, son capaces de cruzarse y de
producir descendencia fértil incluso hay zoólogos, aunque constituyen minoría,
que consideran a la llama, el guanaco y la alpaca como razas de una misma especie,
separando sólo a la vicuña como especie autónoma.) Debe aclararse, sin embargo,
que sólo llamas y las alpacas llegaron a ser domesticadas, no así las vicuñas
los guanacos.
Es
sorprendente la organización a la que se sometían las llamas. Los incas las
tenían divididas por edad, sexo y color. Con gran precisión de fechas, se
efectuaba trasquiladura de las manadas y la lana se guardaba en almacenes públicos,
de donde las familias iban retirándola a medida que la necesitaban para la
confección de prendas de ropa.
Entre la llama y el hombre andino existe una relación muy estrecha,
que comienza desde muy temprano, cuando el niño del altiplano se responsabiliza
con el pastoreo de las manadas. Sin dudas, la llama es más que un animal.
Podría asegurarse que es el amigo acompañante de todo indio andino en sus
largas travesías por la desértica puna. Y excelente prueba de ello es el
monumento en honor de la llama, en el Paseo de la República, en Lima (der.).
Según
un historiador del Perú, las llamas de un color blanco o negro puro eran objeto
de sacrificios en las celebraciones incas. Mientras las negras se ofrecían los
dioses en el Templo del Sol del Cuzco, las blancas se sacrificaban durante los
festivales precedentes al comienzo de la siembra.
El gran
respeto que se le profesaba en la antigüedad a la llama ha quedado claramente
ilustrado por los ejemplares momificados que se han encontrado junto a sus
amos, en las impenetrables tumbas incas. Hoy en día, una de ellas reposa en el
Museo Nacional de Arqueología de Lima.
Aunque
la conquista española puso fin al Imperio Inca y, por consiguiente, a sus ritos
y tradiciones, la llama no ha perdido su puesto prominente dentro de la
cultura andina. Si bien su veneración está muy lejos de llegar hoy hasta el
punto del sacrificio a los dioses o de la momificación, ella es el animal que
más cerca se encuentra del afán cotidiano y del corazón del pueblo andino
peruano. Por lo tanto, la llama es el animal que mejor simboliza a todas las
regiones donde habita, y a la vida que en éstas lleva el hombre del altiplano.
_______________________
[1]
En años recientes, ha habido cierta
polémica entre los zoólogos respecto a la clasificación de estos animales.
Mientras algunos, que parecen ser mayoría, se inclinan a mantenerlos dentro de
la familia de los Camélidos, otros estiman que debe incluírseles en una
familia autónoma, la de los
[i]
No es cierto. Es la vicuña la que aparece en el escudo