LECTURAS INTERESANTES Nº 923
LIMA PERU
11 OCTUBRE 2019
EL FUJIMORISMO Y SENDERO
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 463, 11OCT19
E
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l 84% de la
población apoya la disolución constitucional del Congreso, dice la encuesta del
Instituto de Estudios Peruanos. Esa misma compañía señala que, después del
acontecimiento, la popularidad de Vizcarra ha pasado del 40 al 75%.
El sondeo de
Datum apunta a lo mismo, pero con números al alza: el 85% está de acuerdo con
el cierre de ese terrario de serpientes en que el fujiaprismo había convertido
el Parlamento. Y el respaldo a Vizcarra sube en esta medición al 82%.
Idéntica escena
describe CPI, que eleva el respaldo popular al cierre del Congreso a un 89,5% y
sitúa la popularidad del presidente Vizcarra en 85%.
Las susurra
discretamente, las glosa con letra menuda, las ningunea. Las publica, en suma,
con la boca torcida y el hígado inflamado.
A la derecha le
gustaba, en cambio, el respaldo popular al auténtico golpe de estado de 1992.
En 1992 yo
estaba en Madrid, trabajando en ABC, y me dolía ese apoyo pero me lo explicaba
y trataba de hacérselo entender al escéptico jefe de la sección Internacional:
era la respuesta a cinco años de latrocinios e ineptitud de Alan García y a
doce años de terrorismo senderista, el enemigo invencible de aquel entonces. La
gente estaba harta de esa clase política que había parido al García que se
hizo ostensible millonario en el poder y que no había podido vencer, en dos
periodos democráticos consecutivos, a Sendero. La apuesta plebeya por Fujimori
y sus métodos rudos era una manera de sacar de la escena a la partidocracia
fracasada. Si la democracia no servía para yugular la inflación que nos dejó
la banda de García ni parar la hemorragia que proponía como programa nacional
el sadismo senderista, ¿para qué mantenerla? ¿Por qué no ensayar vías
expeditivas, atajos con orugas, omisión de protocolos inútiles? Fujimori tuvo
la oportunidad de instaurar, como los romanos, una dictadura provisoria que
volviera a hacer viable la república. No fue así. Fujimori tenía alma menuda,
impulsos del bajo mundo, vocación de ladrón, talentos de asesino. |
De modo que lo
que pudo ser un paréntesis sanador devino hábito y mal crónico. Fujimori
acumuló el poder absoluto con la anuencia del conservadorismo sin bandera que
hoy gime como virgen ofendida porque Vizcarra tuvo el coraje de no ser
Kuczynski.
La derecha
pinta a Vizcarra como dictador, pero habría que recordar que hablamos de la
misma derecha cuyos ascendientes lamieron las botas de Benavides, Sánchez
Cerro, Odría o Pérez Godoy. Y habría lamido las de Velasco si este hubiera
resultado domable. Es la derecha que fue antiaprista cuando el Apra quería
cambiar el país y que “comprendió” al Apra cuando Haya hizo de elefante
obediente en el circo. Es la derecha que amó -y ama- a Fujimori porque puso a
la Fuerza Armada en el bando del liberalismo salvaje que abarató al cholo y
puso al Perú como el último de los peones de Washington.
Dicen los
idiotas que el chavismo está detrás de Vizcarra. Hombre, chavista precursor y
hasta discípulo castrista fue Alberto Fujimori, que corrompió a los militares
para que avalaran todos sus excesos. Eso sí que fue un modelo autoritario que
nos remite al Chivo dominicano.
¿Será cierto
que en el Perú hasta las moscas se acojudan? No lo sé a ciencia cierta. Lo que
sí sé es que si Vizcarra es un dictador estaríamos hablando del dictador más
cojudo del globo terráqueo. Con excepción del Congreso, todas las instituciones
del sistema democrático están funcionando.
Y las
elecciones para el nuevo Parlamento serán dentro de cuatro meses, el mínimo
plazo que exigen las autoridades del JNE y la ONPE. Y nadie allegado al
gobierno, según anuncio del primer ministro, participará en esos comicios.
Entonces, ¿qué
pasó en el Perú el 30 de setiembre?
Para decirlo en
sencillo: o Vizcarra cerraba el Congreso secuestrado por el fujiaprismo o se
condenaba a ser el felpudo de una mafia política hasta el fin de su gobierno en
el 2021.
Si Vizcarra se
hubiese atrevido a disolver un Congreso donde una oposición respaldada popularmente
ejercía su papel fiscalizador, yo habría estado entre los primeros que hubiese
condenado esa infamia. En esa hipótesis, Vizcarra sería en este momento un
golpista pendiendo del hilo de la OEA (como lo fue Fujimori hasta que convocó
al CCD).
Pero ese no es
el caso. Vizcarra no ha disuelto un Congreso en manos de la oposición. Vizcarra
ha liquidado un Congreso raptado por la delincuencia, los grandes intereses, el
encubrimiento, la impunidad, los Cuellos Blancos, los Temerarios del Crimen.
Vizcarra ha cerrado un foco de infección encamado en las imágenes de Chávarry
e Hinostroza. Vizcarra nos ha librado de un Congreso cuyo único objetivo era
excarcelar a Keiko Fujimori, destruir todo asomo de reforma política sustancial,
desgastar al gobierno y vacarlo, al final, para entronizar a Mercedes Aráoz.
El problema no
es la institución del Congreso, que nadie puede discutir. El problema del que
la derecha y sus medios -la gran mayoría del papel impreso, la radio y la TV-
no quieren hablar es que la institución del Congreso había sido vaciada de
contenido y propósito porque una organización criminal, ajena a la política,
manejaba su agenda, sus comisiones, su directiva, sus prioridades. Es la misma
organización que perdió sus libros contables gracias al señor Joaquín
Ramírez, su exsecretario general acusado de lavar millonarios activos. La misma
que perdió computadoras claves a la hora de seguir la pista de su
financiamiento irregular. La misma que protegió a Edwin Donayre, como ayer
amnistió a los Colina. La misma que fingía eventos sociales de recaudación para
disimular el dinero negro que vino de Odebrecht y de empresarios nativos con
pretensión de anonimato. La misma que amedrentó testigos para obstruir a la
justicia. La misma que protegió a Chávarry, violador de oficinas y fallido
ejecutor del despido de los fiscales encargados del caso Lava Jato. La misma
que exculpó a Hinostroza de uno de los cargos que más justos eran en el proceso
que se le sigue.
La misma, en
suma, que dio un golpe de estado parlamentario al anunciar, después de perder
las elecciones, que iba a realizar su programa desde el Congreso. Ese fue el
verdadero coup d’etat en el Perú reciente. La anarquía de un gobierno bifronte,
las escaramuzas entre un Ejecutivo eternamente amenazado y un Congreso que no
conoció de límites ni decencia han terminado por ahora. ¿A eso se le puede
llamar un golpe de estado?
Carlin. Adiós mundo cruel |
El senderismo
fue lo peor que nos pudo suceder. Al final, afortunadamente, fue derrotado.
Acabaron con él las Fuerzas Armadas en su versión patriótica, los ronderos,
herederos de la resistencia cacerista, el pueblo horrorizado, la Policía. Nos
libramos de Sendero. Lo erradicamos.
Mi tesis es que
el fujimorismo es el senderismo metido en el sistema democrático. El fujimorismo
no mata, pero corrompe. No atenta contra militares, pero los convirtió en
ladrones. No destruye infraestructura, pero pudre instituciones. No intimida
con coches bombas, pero amenaza a sus adversarios con mía vocación omnívora
por el poder. Sendero quería bañar en sangre todo el país y dominar a las
gentes por el terror. El fujimorismo aspirará siempre al control absoluto y a
la hegemonía a cualquier costo. Sendero soñaba con una dictadura polpotiana. El
fujimorismo quiere un gobierno autoritario y ultrarreaccionario que no conozca
de ningún pudor para imponerse.
Sí, me dirán:
pero el fujimorismo derrotó a Sendero, no sea usted fanático. Más allá de que
esa afirmación es debatible, no sería la primera vez que una paradoja se
instale en la historia. Un proverbio de árabe linaje advierte: no termines
pareciéndote a tu enemigo. Y, a fin de cuentas, ¿el Stalin que derrotó
gloriosamente a Hitler no terminó de instaurar un régimen que el amo del
nazismo habría envidiado?
Pudimos erradicar a Sendero. Nos queda como tarea el destierro democrático,
a través de las urnas, del fujimorismo. ▒