ESCRITOS SOBRE LA REALIDAD DE LOS INDIGENAS EN PUNO Y EN EL PERU
LOS
ILOTAS DEL PERÚ
Pedro S. Zulen, Cofundador de la Asociación Pro Indígena y Secretario General de la
misma. Infatigable defensor del campesinado indígena durante el primer cuarto
del Siglo XX.
Publicado
en La Autonomía, año I, N° 9, 18 de setiembre de 1915.
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Como un estigma contra la raza indígena, como
un oprobio, como un dogal que l[a] amenaza de muerte, y con ella la mayor parte
de los pueblos del Perú, especialmente a los de la sierra, es la forma como
hasta hoy se tiene sistemado el reclutamiento de obreros para el laboreo de
las grandes negociaciones agrícolas de la costa y de los centros mineros del
interior. Nos referimos al sistema de contratas o de enganche.
Creyéndolo un deber sagrado de humanidad,
hemos tocado este punto porque juzgamos que es preciso reivindicar el derecho
y la justicia para quienes, víctimas de todas las fatalidades sociales, no
tienen más patrimonio que servidumbre y hambre, resignación y pobreza,
desamparo y conformidad.
Bien sabidos son de todos los diferentes
métodos de que se valen los contratistas para llevar a cabo su misión; por
este motivo, y para no hacer demasiado extenso este artículo, omitimos dar
aquí los detalles que conocemos sobre el particular.
Nuestra mente no es otra que llamar la
atención de las autoridades encargadas de refrenar los abusos que se cometen
contra la libertad y la persona de los indígenas, al reducirlos primero y
cargarlos de gabelas y compromisos en forma tal que se les convierte en
verdaderos esclavos, para someterlos después a la más odiosa explotación.
Quienes hayan visto al indio trabajar durante
las ardientes horas del mediodía cuando el sol achicharra sus espaldas,
encorvados hacia la tierra que da el pan para los ricos y el hambre para él;
quienes le hayan visto metido entre cañaverales quemados como un animal
extraño, como un esqueleto revestido de pellejo negruzco, llevando retratado en
el rostro el cansancio y el dolor y que, a pesar de su impotencia, es obligado
por el capataz a cortar la caña que ha de dar un dulce jugo, a pesar de ser
regado con tanta sangre y tantas lágrimas, quienes hayan visto todo esto se
unirán a nosotros y elevarán también un himno de redención que diga de todas
las ignominias y crueldades de que se le ha hecho víctima, de la total
desherencia de goces en que vive y de la noche intelectual en que lo tienen
sumido cuantos de sus esclavitud sacan provecho conduciéndolo por campos y
ciudades como a un Cristo ensangrentado que va dando tumbos entre los fariseos
del capitalismo.
¡Pobres indios! Han quedado petrificados en
la Edad Media. Siervos ayer, siervos hoy, siervos mañana. Las voces que claman
por ellos aún no han llenado su obra, porque no hay corazón, no hay justicia; ¡para
los parias de la sociedad el derecho es un mito y la ley una palabra sin
sentido!
Hoy por hoy debe ser una máquina obediente y
sumisa, ciega e incansable que labre la tierra y la arranque los frutos de
bendición para el señor feudal que supervive burlándose de todas las conquistas
y de todos los progresos.
Ante tantas crueldades, ante tantos excesos,
no es posible permanecer indiferentes. Nosotros lanzamos nuestra voz de
protesta y al hacerlo queremos que el Gobierno, estudiando este, como a uno de
los más grandes problemas nacionales, sisteme el trabajo de los indos y prohíba
con mano de hierro las extorsiones de que se le hace objeto. Queremos más: que
se le instruya, que se abran escuelas especiales donde se les enseñe que ellos
también son hombres y tienen derecho a ser tratados como tales! Solo entonces
brillará para los ilotas del Perú, la luz espléndida de todas las justicias!
ENTRE
LOS AIMARAS DE CHUCUITO
Pedro S.Zulen
Publicado en LA
CRONICA 28 de enero de 1915
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He
vivido tres días entre los aimaras de Chucuito, distrito del Cercado de Puno.
Una balsa, una de aquellas curiosas y admirables embarcaciones indígenas hechas
de la totora del Titicaca, nos condujo hasta un peñón cercano a la capital del
distrito. La navegación fue agradable, como que ese día hizo un día raro entre
los que he visto desde mi llegada a estos lugares. El cielo estaba
completamente despejado; las aguas del lago silenciosas; el sol, esplendoroso;
el viento, débil. La lluvia no interrumpió el hermoso panorama.
Pasamos
la población de Chucuito; seguimos hasta La Platería a visitar la obra de los
evangelistas, a cuyo director encontramos enfermo, y ya de noche regresamos a
la estancia de Hutavelaya, donde el indígena Camacho fundó, en 1905, una
escuela para educar a su raza. Al día siguiente visito el ayllo de Ccota y
vuelvo nuevamente a La Platería a preguntar por la salud del doctor Stahl, el
abnegado director evangelista.
Por el
camino nos encontramos, a cada paso, con indígenas que van a pie de un pueblo a
otro, recorriendo leguas sobre leguas del modo más natural. Dios asqui
jayppu churatma, nos dicen saludándonos y añaden al saludo, en su idioma:
“Cuanto gusto de que hayáis venido, señor; aquí no hay justicia”.
Todo
está cubierto de vegetación. La agricultura autóctona ha ascendido hasta sobre
los cerros. En sus cuestas se ven las casitas donde viven los indígenas. A
causa de la rudeza del clima, las puertas de estas casitas son por lo general
pequeñas, hasta el punto de que el indio tiene que agacharse para penetrar a
ellas. El ambiente es rico de poesía. Por aquí, un rebaño de ovejas es
conducido por pastores infantiles que van cantando. Por allá se oye el toque de
algún licenciado del ejército, entusiasta de la corneta, que él mismo ha hecho
de hojalata y que imita admirablemente el sonido. Por acullá, la zampoña nos
deleita con sus sentidos aires indígenas.
Por
algunos sitios veo casas grandes con techos de calamina. Pregunto a los indios
que me acompañan, y me dicen que son fincas. Se denomina así toda hacienda
formada por sucesivas detentaciones de tierras de ayllos. “Este es un
terrible”, dicen los indios por un afincado.
En
todas partes del distrito se notan los resultados que va dando la obra
comenzada diez años ha por el indígena Camacho, y reforzada de la manera más
meritoria por la misión de los Adventistas del Sétimo Día, de cuatro años a
esta parte. Estos evangelistas están llevando a cabo una obra grande y
trascendente desde el punto de vista pro indígena. He encontrado como director
de los trabajos de la misión, al doctor Stahl, médico de profesión, quien con
una abnegación que lo recomienda altamente ha renunciado a las comodidades de
una city americana para venir a internarse en un medio donde todo se
sacrifica, hasta la salud. Felizmente los indígenas han correspondido a estos
esfuerzos en una forma que dice muy bien de ellos. Ya pasan de quinientos los
indígenas que no beben alcohol ni mastican coca, que cultivan sus tierras con
métodos menos rutinarios, y que, en materia religiosa, han abandonado ese culto
grosero, fomentador del alcoholismo, corruptor de las costumbres.
En el
ayllo de Ccota visité la escuela N° 8933, creada por gestión de la Pro
Indígena. El local y parte del material escolar, como el mapa del Perú, han
sido suministrados por los indígenas. Concurren a esta escuela hasta adultos,
y muchos escolares vienen en balsas desde las islas vecinas de Quipata y
Chilata. La escuela está a cargo del señor Carlos García.
Ayer me
dirigía a tomar la balsa que debía conducirme de regreso a Puno, cuando fui
sorprendido por los indígenas de Ccota que, en número mayor de un centenar,
marchaban a mi encuentro con una banda de músicos a la cabeza. Venían con el
objeto de expresar públicamente su agradecimiento a la Pro Indígena y despedir
a su secretario general. La banda de músicos estaba formada con zampoñas,
cornetas de hojalata, de las que ya he hablado, iguales por su forma y sonido a
las bandas de guerra de nuestro ejército; y bombo y tambores, construidos por
ellos mismos. Ejecutaron marchas militares y aires aimaras, con una perfección
armónica admirable.
También
muchos indígenas de los otros ayllos habían venido al lugar de despedida. Les
dirigí la palabra, que iba traduciéndoles a su lengua mi compañero intérprete.
He reconstruido mi improvisado discurso y allí va, al pie de estas notas de
viaje. Por último, la banda tocó el himno nacional y, en seguida, todos los
indígenas lo cantaron en alta voz. Dieron vivas al Perú, a su bandera, a la
Pro Indígena y a su secretario en medio de una efusión colectiva del
sentimiento patriótico. ¡Qué distinto todo esto del espectáculo que ofrecen hoy
las otras clases sociales, corroídas por la más honda depresión moral!
Hemos tomado
nuestra balsa. Nada nos ha hecho presentir lo que vendría horas después. Una
tempestad furiosa nos ha sorprendido en el lago, cuando todavía estábamos
distantes de Puno. Pero se ha puesto a prueba allí la pericia de Marcos
Yupanqui, el indígena que nos conduce. La navegación ha estado llena de
peripecias y peligros, y no se sabe qué admirar más en estos indígenas, si la
previsión más segura de los vientos y de las tempestades, de su hora, dirección
y duración; si el dominio más completo en el manejo del remo y la vela, hasta
en las situaciones más desfavorables.
En
Puno, 20 de enero de 1915
Discurso
del secretario de la Pro Indígena a los indios de Chucuito
Ha sido
para mí una sorpresa contemplar este cuadro que tanto dice del valor de vuestra
raza y de las cualidades que os adornan. Lo que ahora presencio aumenta la fe,
enardece el sentimiento de los que soñamos en una patria mejor, en una patria
de ciudadanos libres, de ciudadanos con derechos; en una patria sin charcos
ni fincas, donde no habrá que pasar cargos ni soportar desmanes
de mandones, como fue la patria, de vuestros antepasados que la tradición hace
nacer aquí, en la inmensidad misteriosa del lago grandioso, en estas aguas a
ratos tranquilas, -a ratos tempestuosas- Nuestro país no tiene nada que esperar
de los que convierten los ayllos en fincas; de las malas autoridades, de los
malos jueces, de los malos magistrados; de los que cimentan su riqueza sobre el
trabajo y la miseria de los infelices, sobre el sudor y la sangre indígena. El
Perú futuro, el gran Perú de mañana se hará con vosotros, con vuestras
energías propias; con vuestras condiciones de moralidad, de trabajo, de orden,
de docilidad para el bien, de vigor físico único capaz de domar a la naturaleza
impertérrita y tiránica de estas regiones.
Por
eso, es necesario que os elevéis para que nadie os desprecie. El hombre se
eleva por el amor a su raza, por la instrucción, por el respeto al derecho
ajeno, por la laboriosidad, por el cumplimiento de sus deberes de ciudadano y
de patriota, por la altivez y la confianza en sus propias fuerzas, por carecer
de vicios, entre ellos el del alcohol.
Para
satisfacción de todos, ya esta obra ha comenzado; se está realizando aquí, en
pequeño, con el concurso de seres abnegados entre los cuales hay uno de vuestra
propia raza. Yo he venido a palpar su progreso manifiesto; llevo la impresión
más alentadora, y no me arrepiento de haber pasado algunos días entre vosotros,
recorriendo vuestros ayllos, viviendo vuestra vida; cautivado y absorto a
veces, admirado siempre; inmutado cuando me relatabais con dolor, con el dolor
que solo vuestras zampoñas saben decir, cómo aquel cura dejó en herencia a su
hijo, terrenos que os pedía diciendo que eran en calidad de préstamo, y
que estabais obligados a darle para no ser excomulgados.
Seguid
adelante. Que esta obra de renovamiento continúe con tesón, entusiasta,
poderosa. El día de la victoria no está lejano. Si hoy la frase “No hay justicia”
acude a cada instante a vuestros labios, no se debe desesperar por eso. El día
que la libertad y la justicia triunfen, entonces veréis a vuestros pies a los
mismos que hoy os vejan, que hoy os arrebatan vuestro patriotismo. Este día ese
suelo será de vosotros solos, como lo fue antes, y por tal motivo a vosotros
también toca hacerlo grande, porque solo así podrá surgir la nación que
anhelamos, y entonces todos podremos decir ¡Viva el Perú, el Perú regenerado
por sus indios!
En el ayllo de Ccota, a orillas del Titicaca, 28 de enero de 1915
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