DECIDIR POR
ALGUIEN COMO NOSOTROS
O POR
EL HUEVO DE LA SERPIENTE
Por Jorge Rendón
Vásquez
(15/4/2021)
E |
n las elecciones del domingo 11 de abril en nuestro país,
el primer lugar ha sido obtenido por un maestro cajamarquino de escuelas
públicas, de origen campesino y dirigente sindical, con el 19.069% de los votos
entre 18 candidatos. Se cubre con un sombrero de paja de anchas alas, como los
usados por los campesinos de la sierra: un hombre del pueblo, mestizo y sin
sofisticaciones, como cualquiera de nosotros.
Máxima Acuña, luchadora por el agua |
Al día siguiente de la elección, un diario de la red mediática ilustraba su primera página con la fotografía de este hombre y la leyenda: Da miedo. Omitió decir a quiénes les da miedo. No, ciertamente, a nosotros: a los hombres y mujeres del pueblo, semejantes a él. Les da miedo a los propietarios de esos periódicos. Y ¿por qué las da miedo? Porque este hombre había dicho que eliminará la corrupción, que impulsará los servicios de educación, salud y seguridad públicas, que nacionalizará el gas y promoverá la satisfacción de otras necesidades de las mayorías sociales dentro de la economía de mercado que tenemos, lo que quiere decir que hará que esta economía capitalista sea también social, como dicen las constituciones de 1979 y la actual, para que los ricos dejen de ser más ricos y los pobres dejen de ser más pobres.
La candidata, heredera de una dinastía neoliberal, que
llegó en el segundo puesto con el 13.374% y por votos en gran parte populares,
representa los intereses del poder empresarial y está, por lo tanto, en el
extremo opuesto de aquel hombre.
Entre ellos tendrá que decidir la ciudadanía en la
segunda vuelta.
Es la primera vez en el Perú que un candidato del pueblo,
trabajador y de raigambre campesina, alcanza la oportunidad de competir para la
presidencia de la República. Dos semanas antes, las encuestas, dirigidas, no le
daban ninguna opción. En ese momento, en los ambientes politizados de Lima, de la
gente de casta blanca donde se decide quiénes deben gobernar, la segunda vuelta
habría de disputarse entre alguno de los cuatro candidatos aprobados por ellos
o, a lo más, algún populista de centro derecha, como sus suplentes. Les era
totalmente inadmisible que un candidato popular, mestizo y con planteamientos
muy simples, pero necesarios para el país, hubiera osado competir por el sillón
presidencial, que siempre había sido suyo, por filiación o compra. La otra
candidatura popular de una dama que, al parecer sólo aportaba su figura y
cierto carisma, acompañada por diversos grupos de políticos que sólo contestan
el saludo a quien ven algo blanco, como ellos, hizo, en la práctica y sin
proponérselo, el papel de señuelo que atrajo los ataques mediáticos y ahora,
despechada, le regatea su apoyo y el de su grupo al hombre del sombrero. (“Por
sus hechos los conoceréis”).
Es que algo nuevo, ha surgido en nuestro país: de la
desorganización política popular y su expresión: la proliferación de grupos y
gropúsculos de la llamada izquierda, que viene desde la década del setenta, apuntalando
en los hechos la posición dominante del poder empresarial, ha emergido un
proyecto de unión y organización, y la esperanza de darles a las mayorías
sociales la oportunidad de hacer realidad sus reivindicaciones.
En la segunda vuelta el electorado será el mismo, pero es
posible que muchos votantes de los planos populares vean, por fin, que el
hombre del sombrero campesino es alguien como ellos, se identifiquen con sus
propósitos y le den su voto. Lo que él pueda hacer de su programa, de ser
elegido, tendrá que ajustarse a las facultades de administración e iniciativa
legislativa que la Constitución confiere al presidente de la República, y
dependerá del comportamiento de los 37 representantes al Congreso de su bancada
elegidos y de su habilidad y tino para llegar a consensos y asesorarse
técnicamente, y lograr la aprobación de las leyes que materialicen sus
proyectos. Un presidente de la República desprovisto de apoyo parlamentario y
sin carácter es como una nave a la deriva, como le sucede al actual presidente,
cuya timidez y conformismo con la especulación con el oxígeno y otros bienes y
servicios necesarios para combatir la pandemia y el deficiente manejo de la
vacunación, han tenido la virtud de hacer casi desaparecer a su partido del
espectro legal.
Para denigrar al hombre del sombrero campesino, el poder empresarial y su arma letal, el poder mediático, se jugarán el todo por el todo, buscándole tres pies al gato, y dispararán sus baterías hacia el campo de los sectores populares manipulado por la alienación. Le dirán de todo, luego de rebuscar su vida, la de su familia y sus compañeros; lo acusarán de terruco, terrorista, agitador, ignorante, y le arrojarán otros epítetos, tratando de descuartizarlo, como a Túpac Amaru.
Contrariamente, presentarán a su oponente, en las páginas
de los diarios y en la TV sin límites de espacio, con su impostada sonrisa y declamando
las respuestas programadas, con soluciones para todo, suministradas por el
sacrosanto neoliberalismo y, claro, silenciando la corrupción, las
arbitrariedades y los abusos contra los de abajo, y los procesos penales en su
contra o convirtiéndolos en una vil persecución, y glorificando su vida en la
década del noventa, cuando su padre reinaba como un shogún y él, su eminente
asesor y sus allegados sacaban los dólares del Banco Central de Reserva en
valijas que disfrutaba también su familia, y adiós al proceso por las
esterilizaciones y otros crímenes contra las mujeres del pueblo, “las cholas”
para ellos.
En síntesis, reforzarán la alienación de las mayorías
populares, puesto que sin los votos de estas los candidatos del poder
empresarial y los aventureros son nada.
Y, a todo esto, ¿vendrá a incorporarse a esta campaña
política el marqués del premio Nobel de literatura, como otras veces?
Llevar a la presidencia al hombre del sombrero será toda
una proeza. Lo logrará si todos sus simpatizantes antiguos y nuevos se unen en
su campaña, si cada uno se vuelve un activista y convence a sus familiares y
amigos y, más aún, si se lanzan a los barrios y campos del Perú, desde las
capitales a los lugares más alejados, para pedirles a los ciudadanos, a las
simples gentes del pueblo que voten por él, y si sus compus y celulares no
dejan de funcionar con sus mensajes. Cierto, será una tarea titánica, una faena
histórica que podría darle al pueblo peruano el jugoso fruto del triunfo.
Una disyuntiva entre un hombre del pueblo como nosotros y
un huevo de serpiente.[1]
1 El huevo de la serpiente es el título de una película del gran
director sueco Ingmar Bermann, estrenada en 1977, y cuyos actores en los
principales papeles fueron David Carradine, estadounidense, y Liv Ullmann,
noruega. Está ambientada en Berlín del 3 al 11 de noviembre de 1923. Carradine
interpreta a Abel Rosenberg, un judío nacido en Los Ángeles, de familia
originaria de Riga, quien se ganaba la vida como trapecista de circos, y
Ullmann a Manuela, alemana, artista de cabarets y, por la necesidad, prostituta
ocasional. El fondo es la Alemania gobernada por el partido Socialdemócrata,
hundida en la más astronómica inflación, con millones de desocupados en las
calles y la desesperanza para los que sólo tenían su trabajo para subsistir,
mientras la burguesía no cesaba de gastar y llenar los restaurantes más caros, teatros,
teatrines y cabarets en los cuales la cerveza y las diversiones fluían sin
parar. En este fondo saturado de corrupción hay dos escenas, al parecer
adventicias: una en la que un grupo de camisas pardas golpea a dos judíos en el
suelo, uno de los cuales logra escapar y se queja a una patrulla policial que
no le hace caso y permite que dos camisas pardas lo recuperen y continúen
golpeándolo; y otra en la cual un personaje comenta el surgimiento de un
movimiento político animado por alguien que para muchos era algo así como un
loco y que, sin embargo, organiza un putsch que estalla en una cervecería de
Múnich el 8 de noviembre de 1923 y fracasa. Este movimiento financiado por el
poder empresarial fue el huevo de la serpiente; diez años después llegaría al
poder, y comenzaría a asesinar judíos por millones y a reprimir ferozmente a
sus oponentes, y seis años más tarde sumiría a la humanidad en la guerra más
mortífera de la historia.
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