NO HAY POESIA
QUE NOS ALIVIE
César Hildebrandt
En HILDEBRANDT
EN SUS TRECE N° 680 5ABR24
N |
o son buenos tiempos para la lírica.
Cuando Odría dio el golpe de estado con el dinero de
los latifundistas beltranejos, la poesía se hizo cargo de la respuesta.
Yo me eduqué sentimental y moralmente leyendo, entre
otros, a Washington Delgado, a Juan Gonzalo Rose, a Alejandro Romualdo, a
Manuel Scorza. “No puede ser verdad, pero hay testigos”, decía Romualdo. Y
ellos, los poetas, testimoniaban la podre de este país que volvía a manos de los
encomenderos y elegía a un cachaco para darle con palo a la gente y con palo
también a la esperanza.
“Nos han robado el día y es nuestra la miseria”,
gritaba Delgado, el que construía su país con palabras: “Yo canto en las matanzas, yo bailo/ junto al fuego/ yo construyo / mi
país con palabras”.
“Yo conocí en mi patria
sólo rostros vacíos”, se lamentaba Scorza en “Las imprecaciones”. Y añadía
que también había visitado “balnearios de
hueso / donde antes de tiempo veraneaba la muerte”.
“Para comerse un hombre en el Perú / hay que sacarle antes las
espinas, / las vísceras heridas,/ los residuos de llanto y de tabaco...”, describía Rose y uno sabía perfectamente de qué
hablaba porque somos un país de caníbales y el menú perfecto de un restaurante
de primera es guiñapo asado, derrota personal con champiñones, claudicación en
salsa de tausí.
Alejandro Romualdo |
Y uno, herido malamente, se imaginaba que algún día,
en efecto, lloverían advertencias, primero, y justicia, después. Pero justicia
a mares, justicia diluviana, ejércitos de reparadores refundando el país.
Los poetas venían en nuestro auxilio y eran amigos
de la pena.
Era un mundo, además, donde era posible imaginar una
salida. Había bandos definidos, roles que se ejercían sin hipocresía. Estaban
los beneficiados del poder oligárquico, de un lado, y sus víctimas, del otro.
Entre las víctimas, las opciones también estaban claras: o se hacía una
revolución y se ponía todo patas arriba o se obligaba a la clase dominante a
hacer concesiones que hicieran verosímil la convivencia social.
En el mundo, además, estaba Cuba, que era el
obispado milagroso de la santa sede soviética. Y estaba China, que era para
muchos la opción rural más dable en estos suelos de encomenderos obstinados. Y
estaban Camus y Sartre, que te daban una mano con sus dudas y su impresionismo
intelectual.
Nunca me sentí tentado por el comunismo porque la
idea de la unanimidad siempre me ha aterrado. Eso me salvó de cometer errores
aún peores que los que llegaría a cometer desde mi condición de laico
doctrinario. Pero siempre estuve al acecho de aquello que pudiera hacer que
este mundo fuera algo más que una sucesión de héroes ensangrentados y
servidumbres con distinto nombre.
Hoy, en estos días, todo eso ha terminado. El mundo
es un precinto policial que Estados Unidos controla y Europa reconfirma. El
mundo es Gaza y Moisés no aspira a abrir el mar Rojo sino a entregarles a los
suyos la parte del Mediterráneo que es de la franja. No es que el mundo esté
loco: tiene la razón de las fieras, la moral bacteriana, los principios de un
tumor maligno.
En el Perú el asunto es más sencillo: la misma banda
de truhanes que nos enfangó en los 90 gobierna hoy el país detrás de una
señora que roba o acepta sobornos para comprarse joyas. Es el triunfo de Tatán,
la herencia de Tirifilo, la reencarnación de alias La Rayo (la mejor carterista
de nuestra historia).
Y no hay poetas que nos alivien la tarea de vivir en
este chiquero. ▒▒
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