ABOLENGO CALATO
César Hildebrandt
Tomado
de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 522
E |
l señor Jaime Cillóniz, el que retuvo durante quince
minutos a una muchacha aterrorizada, dice que tiene abolengo, que viene de las
mejores familias, que la huella seminal que lo precede tiene un árbol ilustre
de apellidos, haciendas, miriñaques.
Claro que Cillóniz tiene abolengo.
Qué duda cabe.
Su linaje es el de los señoritos que fueron realistas
durante la guerra de la independencia, chilenófilos a la hora de la ocupación,
civilistas cuando de simular preocupación social se trataba, pierolistas en el
momento de la reconciliación “aristocrática”, beltranistas en el turno de Bustamante
y Rivero, y apostólicos y romanos cuando Velasco les hizo temblar el esqueleto
y bailar el primer baile del chino. Hablo, o sea, de los hijos de la guayaba de
toda la vida.
Leguía y el civilismo |
Me place ver a este hombre ruinoso sacar la cara por la raza que lo profirió y atreverse a decir lo que tantos viejos y tantas viejas quisieran gritar.
Casi me da ganas de pedirle al JNE que haga una
excepción y que inscriba la candidatura de Cillóniz a la presidencia de la
república.
Este señor de horca, cuchillo y ascensor tendría,
por lo menos, el coraje de ser la bestia que es y no aceptar el disfraz que la
CONFIEP y los consejeros mediáticos querrían imponerle.
Si Cillóniz ganara la presidencia, volveríamos a los
tiempos en que a Arguedas la madrastra lo obligaba a comer en la cocina.
Volveríamos a las haciendas serranas que tenían el tamaño de Ámsterdam. Volveríamos,
aún más atrás, al sacro imperio de la ley del embudo y a la exclusión, a máuser
limpio, de todos los herejes.
Cillóniz no es un machista crepuscular. Cillóniz
es, como Hernando de Lavalle lo fue alguna vez, el hombre. El que habrá de
restaurar los buenos tiempos. El que nos devolverá el país inmóvil que San
Martín y Bolívar quisieron refundar.
Cillóniz es la derecha sin maquillaje, calata,
melancólica y levemente opiácea. Cillóniz se come un canapé en el Palais
Concert y escupe cuando ve, aunque sea de lejos, al cojo Mariátegui, ese comunista
de mierda. Cillóniz ama la muerte (ajena), como los generales franquistas.
Cillóniz, en suma, quiere que el Perú siga siendo la república adjunta al
imperio que esté de moda. En el siglo XIX fue el británico, que terminó despreciándonos
y optando por Chile. En el XX fue el norteamericano, que siempre nos vio como
el perro que en el patio trasero no se queja.
La derecha piensa como Cillóniz pero es solapa como
todos los Pardo. Por eso arma sus cades y le dice a la gente que está muy
preocupada por la igualdad y la crisis. La verdad es que eso le importa muy
poco. Lo que le importa, de verdad, es que nadie toque la Constitución de
Fujimori, su esbirro más exitoso, y que nadie se meta con las leyes del
mercado, por más distorsionado que esté. Y si usted le pregunta en privado a la
derecha por qué hay un monopolio cervecero y otro farmacéutico y otro
periodístico (este último, con “El Comercio” a la cabeza), entonces dirá que
esa pregunta revela resentimiento y que satanizar el éxito económico es cosa de
terroristas.
Que no vengan Keiko Fujimori y socios de encuestas
a decirnos que el centro es el camino, que los peruanos somos iguales, que el
futuro es de todos. Basta de hipocresías. Sólo la derecha montada a pelo,
oliendo a pizarrismo primordial y sobaco ilustrado, podrá salvamos. ¡Cillóniz
presidente! ▒▒
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