DIA DE LA BANDERA
César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 689, 7JUN24
H |
oy es el Dia de la Bandera. Tachin tachin.
Es el rito de cada 7 de junio.
Se visten de gala los militares que no se parecen a
Francisco Bolognesi. Porque Bolognesi fue un héroe.
Un héroe al que Piérola, el payaso que había tomado
el poder después de la traición del fugitivo Mariano Ignacio Prado Ochoa, dejó
solo en el morro.
Bolognesi sabía que iba a morir. La carta que le
escribió a su hijo Federico el 19 de abril de 1880 es clarísima: “Querido hijo:
Son las once del día y te dirijo esta para despedirme. El enemigo está cerca de
Tacna: allí lo espera el general Montero con todo su ejército, salvo que los
chilenos le hagan una jugarreta y vengan a tomar esta plaza que la han dejado
débil. Yo no tengo para su defensa más que 1,400 infantes...”.
No hubo jugarreta. El 26 de mayo de 1880 los
chilenos, en número de 18,000 efectivos, derrotaron al ejército de la coalición
peruano-boliviana (unos 9,000 combatientes) después de seis horas de batalla.
Ni Narciso Campero ni Lizardo Montero, los comandantes de la alianza ese día,
pudieron evitar la derrota. Como recuerda Manuel Zanutelli Rosas, los heridos
fueron rematados a bayoneta y cuchillo. Esa fue la orden del general Manuel
Baquedano.
Bolognesi sabía lo que se venía y esperaba a pie
firme. Confiaba en que podía hacerle las cosas más difíciles al invasor si
llegaban los 3,000 hombres que estaban bajo el mando del miserable coronel
Manuel Segundo Leiva Velasco.
“Apure, Leiva, todavía es posible hacer mayor estrago
en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio”,
le comunicó Bolognesi.
Leiva no le hizo caso. Enterado de la derrota del
Alto de la Alianza, salió de Mirave, donde se encontraba, y en vez de marchar
hada Arica enfiló a Arequipa. Piérola, que era el mamarrachento comandante en
jefe de cada catástrofe militar, le ordenó a Leiva que marchase a Arica... ¡el
8 de junio! Arica había caído el día anterior.
Bolognesi pudo salvarse y quedar como un prisionero
con privilegios. Ni él ni su estado mayor aceptaron la tentación de sobrevivir
en la indignidad.
No lo aceptaron cuando el dudoso ingeniero Teodoro Elmore, capturado y liberado por los chilenos, se presentó ante Bolognesi como virtual mensajero del enemigo para ver si podía “haber un arreglo” que evitara la batalla (testimonio del coronel Manuel de la Torre citado por Zanutelli). Elmore fue el que había minado el morro. Las minas, al final, no estallaron a pesar de haber sido activadas por quienes seguían peleando y se vieron rodeados.
Tampoco aceptaron la propuesta de no combatir hecha
por el mandado del coronel Pedro Lagos. El sargento mayor José de la Cruz Salvo
llegó hasta el puesto de mando del morro a plantearle a Bolognesi y a los suyos
una “rendición honrosa”. La respuesta se hizo célebre. El último cartucho se
dispararía cuando todo estuviera perdido.
La oferta de Cruz Salvo no era un gesto de
generosidad. Lo cierto es que los chilenos estaban furiosos por el insólito
número de bajas de la jornada de Tacna y querían evitarlas en Arica.
Cuando Bolognesi y el grupo de hombres de honor que
lo acompañaban rechazaron la paz y optaron por la muerte, la reacción del
sanguinario Pedro Lagos fue fulminante: “No habrá prisioneros”.
El ofrecimiento de una rendición ocurrió el 5 de
junio. El rechazo de los defensores del morro desató la ira del enemigo, ese
mismo día empezó el bombardeo del morro desde las naves de guerra “Cochrane”,
“Loa”, “Magallanes” y “Covadonga” y desde las posiciones de tierra. Fue un
ablandamiento que les costó caro a los chilenos: las baterías del morro mataron
a 26 tripulantes del blindado “Cochrane”.
La batalla de Arica fue salvaje. Hubo cinco chilenos
por cada combatiente peruano y el resultado fue el previsto.
Máximo Lira, secretario del general Baquedano,
describió así el campo de batalla: “La lucha fue terrible. Creo que habrán
escapado muy pocos de sus defensores, tantos eran los muertos. Nuestros
caballos entraban la uña en los charcos de sangre”.
Bolognesi cayó bajo el fuego enemigo. Herido, fue
rematado por un culatazo. Roque Sáenz Peña, el gran argentino que combatió al
lado del Perú en el morro, describe así la escena:
“.. .Aún conservo la impresión que me produjo la
disposición del cadáver profanado momentos antes: los bolsillos del pantalón
estaban vueltos hacia afuera: se le había despojado de la chaquetilla y de las
botas y un feroz culatazo le había descubierto la parte superior del cráneo,
derramando la masa cerebral sobre el tosco lecho de granito...”
Ese fue Francisco Bolognesi Cervantes, hijo de un
violinista genovés llamado Andrés Bolognesi llegado a Lima en la primera década
del siglo XIX.
Los militares que hoy fingen representarlo poco
tienen que ver con él. Poco o nada.
Muchos de ellos terminaron pareciéndose a los
terroristas asesinos que debían derrotar.
Muchos de ellos vieron a sus jefes firmar el acta de
sujeción que les impuso un ciudadano japonés que se zurró en la Constitución.
Muchos de ellos exhiben su contento porque está a
punto de entrar en vigencia la ley que amnistía a los perpetradores del delito
de lesa humanidad.
Y todos ellos avalan, ávidos de licitaciones y
compras urgentes, al gobierno de delincuentes que hoy usurpa el poder y a la
presidenta de mentira que se pasea en Palacio.
No, Bolognesi no los habría querido en el morro. <>
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