LAS CASAS VACÍAS
Tomado de https://ojo-publico.com/
Rosa Chávez Yacila @rosaelisach rosa@ojo-publico.com
Musuk Nolte @amarumusuk musukn@gmail.com
Con la colaboración de Karin Chacón (Red
Investigativa Regional - Puno)
E |
n 2022, se
realizaron alrededor de 32,6 millones de desplazamientos al interior de los
países de todo el mundo solo debido a eventos climáticos como inundaciones,
tormentas, sequías, terremotos. Esta cifra representó un 41% más que el
promedio anual de la última década. En Perú no existen estudios recientes sobre
estos impactos, pero la migración entre las regiones motivada por la crisis
climática es cada vez más frecuente. Un equipo de OjoPúblico visitó el
Altiplano peruano, una de las regiones más vulnerables a sequías y falta de
lluvias, y recogió testimonios de las comunidades en Puno, cuyas casas se están
quedando deshabitadas debido a la escasez de agua y la degradación de sus
tierras.
Las calles
del centro poblado de Thunuhuaya huelen a eucalipto. Es un olor fresco,
reconfortante, que recuerda el sabor de un té caliente para aliviar la tos. Las
plantas rodean las pequeñas casas de paredes rojizas y perfuman el aire. Pero
en esta zona de Puno ese es el aroma del abandono. La cantidad de eucaliptos en
una comunidad, dicen los vecinos, es inversamente proporcional al número de sus
habitantes, y a quienes cultivan sus parcelas con dedicación.
“Por gusto
hay tantos árboles, el eucalipto malogra la tierra”, reniega Hernán Cruz
Quispe, agricultor aymara de 61 años, padre de cinco. Hace unos años, decidió
limpiar sus terrenos de los nocivos eucaliptos, con sus hojas verdes y
alargadas de olor mentolado. No han hecho lo mismo sus antiguos vecinos: muchos
de ellos ya se fueron de Thunuhuaya.
Si antes
este paraje de la región altiplánica ―al pie del Titicaca, a unos minutos de la
frontera con Bolivia― tenía cientos de habitantes de todas las edades, ahora
quedan, sobre todo, adultos arriba de los 40 o 50 años. Hernán Cruz Quispe es
uno de los pocos que insiste en no dejar el hogar de su infancia. “Mis hijos sí
están en Ácora, por la educación. Ahí viven y ya no quieren regresar”.
Por estos
lares, otras razones para desertar ―además de los estudios, el trabajo, el
“progreso” en general― son: el clima, que se ha vuelto más impredecible; las
cosechas que son más exiguas; y el Titicaca, más lejano. “El año pasado el lago
se alejó bastante, ahora se ha recuperado, pero poco nomás ―dice don
Hernán sobre la escasez de lluvias de 2023―. Habas ni un kilo
hemos alzado”.
Las
personas que se desplazan de sus lugares de origen debido a eventos ambientales
como inundaciones, lluvias, sequías, terremotos o incendios forestales son
llamados migrantes ambientales, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Varios de los vecinos de Thunuhuaya integran este grupo, aunque muchos de ellos
aún no lo saben.
Los siete
especialistas en derechos humanos, clima, crisis climática y/o migración que
hablaron con OjoPúblico, coinciden en que en Perú todavía no
existen muchos datos al respecto. Pero los organismos globales pueden dar
algunas luces: según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC
por su sigla en inglés), en 2022, hubo 8,7 millones de desplazados internos por desastres en
el mundo: 45% más que el año anterior. Del total, 29.000 fueron peruanos.
En orden descendente, los desastres que provocaron más desplazamientos fueron: las inundaciones, las tormentas, las sequías —año a año más frecuentes en Puno—, los incendios forestales, los deslizamientos y, en último lugar, las temperaturas extremas.
Pero la
migración ambiental es una categoría paraguas que comprende una más extrema y
que en los últimos tiempos se hace más presente: la migración climática. Esta
última, dice la OIM, es el desplazamiento de las personas debido a
eventos del clima provocados específicamente por la crisis climática.
En Perú,
Teófilo Altamirano Rua es uno de los que ha investigado y escrito sobre el
tema. “A las razones que han existido en la migración, que son el deseo de trabajar,
de estudiar, de mejorar, etc. ―explica el autor de Refugiados
ambientales: Cambio climático y migración forzada― se ha montado uno nuevo,
que es el cambio climático”.
Para Altamirano
Rua, uno de los motivos más influyentes en la migración por la crisis climática
es la cantidad y la calidad del agua cada vez más deficientes: “Esto es lo que
está produciendo millones de desplazamientos en el mundo”.
En la
porción menguada del Titicaca que humedece las orillas de Thunuhuaya ya no es
fácil encontrar los carachis, las truchas y los pejerreyes, que antes eran
alimento y abundaban. Pero Hernán Cruz Quispe quiere creer que la falta de agua
aún no es una amenaza que augura la extinción de su pueblo.
Después de
limpiar sus tierras de los árboles malignos, comenzaron a crecer, poco a poco,
las papas, las habas, la quinua. Incluso se animó a sembrar ajos junto con su
esposa y sus hijos. Pero la venta fue un “fracaso”: la familia Cruz Quispe sabe
que de lo suelos de su comunidad no podrán vivir más.
Quizá lo
entendieron antes quienes ocupaban las casas aledañas, ahora vacías o
abandonadas. Mientras arrastra sus pasos por un camino de tierra cerca a su
huerta, Hernán hace un recuento de las bajas.
“Ese se fue
ya, al otro mundo, ya no vive”, dice sobre quien fue el dueño de una casita de
techo de paja. “Su hijo mayor está en Lima, el otro en Tacna, el menor en
Moquegua. Ya nadie viene ya”, y señala una casa con puertas de estera. “Allá al
frente no hay nadie, están en la mina”. “Ahí los vecinos solo guardan sus
ganados”. “Nadie llega ahí tampoco”. “Esa casa también está abandonado”.
Por todo
Thunuhuaya, junto a los eucaliptos del abandono florecen, y persisten, unos
arbustos coposos desde los que cuelgan racimos de flores de cantuta, muy rojas
y muy vivas.
Las
gotas de una discreta lluvia hacen un ruido recio al caer sobre los techos de
calamina de las casas de Saytococha. Tac, tac, tac. Bajo su cobertizo,
Agustín Mamani Mamani protege su pequeño cuerpo, encorvado y lento por sus 81 años.
“Estoy
sucio, sucio”, dice entre dientes y luego habla en quechua consigo mismo.
En este
centro poblado de la provincia puneña de Azángaro, incluso una lluvia rala y
fugaz como esta no se puede despreciar: las sequías son cada vez más continuas
y, aquí, las precipitaciones son la principal fuente de abastecimiento de agua.
El truco es
sencillo: como sus demás vecinos, el señor Mamani Mamani y su esposa han
instalado unas canaletas al borde de sus calaminas. Estos tubos largos recogen
las gotas de lluvia y las reconducen hacia unas bateas negras y grandes
amontonadas en el piso.
El líquido
que se acumula en los recipientes es de un color café desteñido. De él toman
los esposos Mamani Mamani y también sus vacas, ovejas y cerdos.
“Hemos
aprendido a agarrar el agua de la chorrera de calamina ―había dicho minutos
antes Carmelo Ticona Zapana, presidente del centro poblado― eso juntamos”.
También dijo que, si años atrás unas 140 familias poblaban Saytococha, ahora
solo quedan la mitad: “Ese es el factor por el que se van los jóvenes, los
niños, por el agua”. Muchos de los actuales moradores son ancianos como la
pareja Mamani Mamani, cuya única hija se mudó hace muchos años a la ciudad.
Los
procesos de migración, como el climático, provocan tanto movimientos, como
inmovilidad, explica Pablo Peña Meza, coordinador de la Unidad de Emergencias y
Asistencia Humanitaria de la OIM. Mientras los más aptos para la conmoción,
como jóvenes y adultos jóvenes, dejan atrás sus hogares; los menos capacitados,
adultos mayores y otras poblaciones vulnerables, permanecen en el mismo sitio y
se van quedando aislados.Ronderas
“La
inmovilidad es muy tangible en la zona alto andina ―dice Peña Meza―. Aquellas
personas que quedan en las zonas rurales quedan, evidentemente, muy
vulnerables, muy alejadas de los servicios”.
Los eventos
del clima siempre han existido, añade, pero la crisis climática está alterando
su intensidad, su previsibilidad y su recurrencia. Por lo tanto, los
desplazamientos y las inmovilizaciones también se han vuelto inusitados y
acelerados en los últimos tiempos. El IDMC calcula que, en 2022, se
produjeron 32,6 millones de desplazamientos internos debido a
desastres en todo el mundo: 41% más que la media anual de los últimos 10 años.
Alejandro
Chacón Goyzueta, por ejemplo, es un ave de paso en Saytococha. Cada tanto llega
desde la región de Arequipa para ayudar a sus primos, don Mamani Mamani y su
esposa, en la cosecha de cañihua, cebada, papas.
“Mis primos
son ancianitos, como yo soy joven todavía, carajo, vengo a ayudar”, dice don
Chacón Goyzueta, mientras arranca con una hoz las ramas del cereal. A pesar del
viento helado de la mañana, calza ojotas y lleva los pantalones remangados.
Para demostrar que todavía está en forma, silba una tonada desconocida y da
saltitos sobre su sitio: “No tengo frío”.
Pero, en
realidad, el jovial y entusiasta Alejandro tiene 80 años y se está quedando
sordo. “Yo siempre vengo a visitar a mi familia porque estoy enfermo del
estrés, por ese maldito estrés me duele el oído”. En esta comunidad de casas
distantes o derruidas, los adultos mayores son a la vez la fuerza de trabajo,
los visitantes, la familia y los amigos.
Y la
lluvia, que desde hace unas semanas ha comenzado a caer con recato, calma la
sed de los vecinos, pero también arruina los frutos de sus chacras.
“El año
pasado no había agua, nada. Gracias a dios, al señor hay que dar gracias, este
año hay lluvia, hay cosechas, hay papita también, pero se está agusanando”,
dice el hombre. “Dos, tres gusanos… acá está, mira”, y señala con su dedo, que
parece una rama antigua, unas larvas pequeñas y blanquecinas que se retuercen
entre los granos parduzcos de la cañihua cosechada, extendidos sobre una manta
de plástico azul eléctrico.
En el
Altiplano peruano, los colores son potentes y son impensados y marcan las
señales sobre el bienestar y el fracaso.
Las
precipitaciones que el año pasado hicieron tanta falta, son un arma de doble
filo cuando son abundantes o impensadas, explica Sixto Flores Sancho, director
del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi) en Puno.
“Son positivas en algunos cultivos, pero también el exceso de lluvias trae
plagas, enfermedades ―explica―. Hay un gusanito que ingresa a los granos por
exceso de humedad en el suelo y el ambiente, entonces probablemente van a tener
daño”.
El impacto
que están dejando las lluvias aún se sabrá en unos meses, según Flores Sancho.
Es necesario llevar el recuento de estos eventos, insiste, algo que no ocurrió
con la escasez del año pasado: “No ha habido esta cuantificación, porque aquí
no ha habido declaratoria por impacto de sequías”. Para el experto, esta es una
negligencia de las municipalidades de la región.
Pero en
general, aún se desconoce mucho sobre las consecuencias de la crisis climática
en ciudades del Ande, explica Mario Cépeda Cáceres, investigador del Instituto
Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú
(Idehpucp). La zona del país donde más se ha registrado este fenómeno es la
costa norte: “Es donde más se ha trabajado en términos de prevención y de
comprensión del problema de la crisis climática”.
A pesar del
olvido, y de su confusión, Estela Chacón Turpo dice que ella no se irá a ningún
sitio. “Tengo 61 años. O sea, yo en el 55 he nacido. Entonces tengo 68 o 67…
por ahí”. En Saytococha, hasta donde sus memoria de casi setenta años lo
recuerda, nacieron sus padres, sus abuelos y el resto de su familia.
“A dónde
voy también, no tenemos donde vivir en la ciudades ―dice la esposa de Agustín
Mamani, mientras saca agua con un balde, desde un takapi ubicado detrás de su
casa―. Acá en el campo siempre hemos nacido y así estamos sufriendo, qué vamos
a hacer”.
Después
cuenta que su hija y su nieta vienen, a veces, y con las mismas se van: “Qué
van hacer también pues acá”. Tras su visita le dejan unos cuantos periódicos,
que Estela dobla y guarda en el lado derecho de su cama matrimonial. Durante
las siguientes semanas, lee una a una las noticias que para entonces ya están
desfasadas, como suspendidas en un instante que doña Estela misma ya no sabe
reconocer.
Amplio campo para buscar agua |
Si el
agua no llega a Jupari, Jupari encuentra el agua. Como la laguna que tenían se
extinguió hace mucho y no hay un servicio que los abastezca, en esta comunidad
del distrito de Nicasio, en la provincia puneña de Lampa, cada uno de los
vecinos ha cavado pozos subterráneos cerca de sus casas. Eso quiere decir que,
como hay 159 viviendas, al menos existen 159 agujeros que se extienden varios
metros bajo tierra.
"Pero
poco a poco el agua se está disminuyendo ―dice el jefe rondero Willy Chura
Paricahua―. Antes teníamos una laguna, ya no existe".
En el campo
verde y amarillento la población también ha formado takapis ―una suerte de
lagunillas artificiales― donde se deposita el agua de la lluvia. De allí beben
los animales.
Visto desde
lo alto, Jupari parece un terreno de batalla con decenas de huecos salpicados a
lo largo y a lo ancho.
El
presidente de la comunidad, las tenientinas, los ronderos y las ronderas, están
parados a la entrada de una pampa que se extiende varios kilómetros hacia
adentro, a unos cuantos metros de distintos pozos y takapis. Uno después de
otro comienzan a recordar sus periplos de migración.
“Yo he
vivido en Lima y en Arequipa”. “Yo vivía en Comas”. “Yo vivía en San Juan de
Lurigancho, vendía ropa en el mercado”. “Yo recorrí Huancayo, Jauja, Cerro de
Pasco”. “Yo me arrepiento de haber vuelto”.
Aquí varios
ya hicieron el viaje de ida y regreso. Han ganado y han perdido y han adquirido
lo que se conoce como "experiencia". Pero no quieren lo mismo para
sus hijos, porque si algo están de acuerdo es en que quienes se quedan en
Jupari van a bregar contra el aislamiento y la permanente sequedad.
En el país
las normativas sobre el derecho de las personas a un medioambiente estable aún
está en construcción. Desde 2018, existe la Ley
Marco Sobre Cambio Climático, pero además de su reglamento, se necesita la aprobación de la Estrategia Nacional ante el Cambio Climático al 2050 que
traza un camino mucho más claro, explica Pablo Peña Meza, de la OIM. Dicha
estrategia nos dirá “cuáles son las metas, qué es lo que se busca, qué se
entiende cuando se habla de deforestación, de migración climática”.
Pero ya se
va acercando el tiempo en que los países comprendan que los derechos humanos
también deben ser asegurados ante la crisis climática, explica Andrea
Domínguez, abogada de Idehpucp especialista en derecho ambiental.
Por el momento,
agrega, en nuestra región aún tiene mucho trabajo pendiente: “El tema de
justicia climática, se ha estado dando alrededor del mundo, más bien en
Latinoamérica va un poquito más retrasado en ese en esa línea”.
Hace falta
una serie de medidas indispensables, dice Andrés Lescano Guevara, director del
Centro Latinoamericano de Excelencia en Cambio Climático y Salud (Clima) de la
Universidad Peruana Cayetano Heredia. Entre ellas está la de la transición
energética.
“Es muy
importante hacer una transición energética en el país hacia las energías más
renovables, necesitamos salir de la dependencia y exclusividad por la energía
basada en combustibles fósiles ―dice el experto―. Tenemos que hacer esa
transición para no solamente reducir el avance del cambio climático, sino
también para gozar de los beneficios que eso va a traer en la salud de las
personas”.
Pero al
menos por ahora, los quince alumnos de la escuela primaria de Jupari, tienen
problemas un poco más urgentes por resolver: aprender las tablas de
multiplicar. Los niños y las niñas del aula de cuarto, quinto y sexto dicen que
ya llegaron hasta el número seis.
Además, aún
miran el futuro como algo lejano y abstracto, algo posible en el que las
oportunidades están a la mano si las deseas.
En el aula
de primero, segundo y tercero al menos tres de los niños quieren ser policías.
Otro alza unos guantes de arquero y grita que “quiero ser futbolista”. Hay
quienes piensan en ser doctores, enfermeros, veterinarias. Una vocecita
decidida dice “yo quiero ser cantante de reguetón”.
Desean
hacerlo para ayudar a sus madres y a sus padres, así como lo hacen desde ahora
en las tareas de sus chacras: arrear a las ovejas, alimentar a las vacas.
Arriba de
uno de los pizarrones acrílicos dice con letras grandes de cartulina azul “DIOS
NOS GUÍA” . O, al menos eso parece porque la oración está incompleta, con
espacios vacíos en medio.
Ninguno de
esos chiquillos parece haber pensado que alguna vez podría llegar el día de
partir. <>
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