César Hildebrandt
23 de diciembre de 2007
¿Qué tendrá que ver el nacimiento de un niño dizque
milagroso en Belén con el hecho de que en Gamarra las multitudes se arranchen
trapos, en Mesa Redonda juguetes, en el Jockey Plaza perfumes y bisutería?
¿Y por qué ahora justo que comienzan los calores hay
falsos pinos con nieves artificiales y un viejo abrigadísimo azota a las
bestias de un trineo, como si Lomo de Corvina fuera Alaska y las dunas de lca
nórdicas y como si aquí hubiese chimeneas?
¿Y por qué, en Monterrico, los edificios compiten
con lucecitas y en Surco con mayores lucecitas?
¿Y qué es toda esta batahola de bocinazos y
groserías?
¿Y por qué la TV se llena de coros con gorgoritos y
ventas al por mayor?
Dicen que es la navidad, o sea la natividad, es
decir el cumpleaños del hombre que, según los cristianos, fue hombre y Dios y
nació de una madre que, en realidad, no tenía semilla humana en el vientre sino
que fue embarazada por el espíritu santo del mismo modo que un rayo de luz
atraviesa el cristal de un vaso.
Y como ese hombre-Dios resucitó entre los muertos al
tercer día de su muerte oficial y se paró del santo sepulcro y se fue caminando
con un rumbo misterioso (y no se sabe c¡encia cierta si adquirió la
inmortalidad eterna o volvió a morirse como hombre para luego resucitar como
Dios, en fin), pues entonces hay que comprar unas cavas y ponerlas helar.
Y como tres siglos y medio después ese hombre
modesto, que había nacido de María y de un rayo procreador que dio en el blanco
de María, ya era venerado por la Roma que lo había matado, y como el emperador
Constantino hizo de esa veneración una nueva religión que acabó con el politeísmo
animista, entonces debemos comprarle un nuevo perfume a la mujer que amamos.
Pero resulta que ese hombre extraño que se enfrentó
a su propia tribu y a Roma fue, en realidad, un enemigo de las vilezas, de las
hipocresías y del apego a las cosas, que es un modo señorial de nombrar a las
riquezas.
Resulta que ese hombre que hoy parece una marca
odiaba a los que sólo veían lo visible y maldecía a los que sólo acumulaban
monedas pero no sabiduría y renegaba de quienes no escuchaban otra cosa que su
hablar banal y el ruido que emana de las mesas cargadas de manjares.
En resumen, ese hombre fue un revolucionario, un
antisistema, un anarquista nazareno, un socialista con reyes magos, un
"caviar" -como lo llamaría hoy la prensa fujimorista- Ese hombre-Dios
rechazaba la globalización impuesta por Roma, el discurso oficial de los
fariseos, la alienación del hombre hipnotizado por la codicia, la sumisión del
mundo al yugo de un imperio brutal y degenerado.
Y a ese hombre que azotaba mercaderes y hablaba como
un líder radical, a ese portento de la rebeldía que se enfrentó a los suyos
resignados y a los otros imperialistas, a ese primer y divinizado Espartaco,
los fenicios de hoy lo han vestido de comprador, lo han desfigurado como
vendedor, lo han emparentado con el Vaticano y la Logia P-2, lo han vuelto
rosario e indulgencia, medallita de oro y busto de yeso, y lo han envuelto en
papel de regalo mientras un viejo idiota grita Jojojó pegándoles a unos renos
que no sé qué diablos tienen que ver en todo esto del nacimiento de Belén.
Y esto que mi horror es el de un agnóstico. Porque
si fuera cristiano no sé de qué tamaño sería mi vergüenza. <>
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