PUNO DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DEL PERÚ (1809 – 1824)
Néstor Pilco
Contreras
En: Riqch’ariy Vol. 2, Nro. 2, 2023, pp. 37
Resumen
El bicentenario
es una oportunidad
no solo para
conmemorar la Independencia
de nuestro país, sino también,
para visibilizar los diversos actores de la guerra civil de la Independencia
del Perú y descentralizar las narrativas desde las regiones. El presente
estudio describe y analiza la participación puneña en la guerra por la
Independencia del Perú, que para el caso del Sur Andino fue un proceso largo y
complejo. Algunos historiadores refieren que inició, incluso, con la rebelión
de Tupac Amaru en Cusco en 1780, se intensificó con las juntas autonomistas de
La Paz y Chuquisaca en 1809, además de la rebelión del Cusco de 1814; este
periodo fue el más convulsivo y sanguinario en el altiplano. La presencia del
virrey La Serna en el sur constitucional y la batalla de Zepita en 1823
demandaron levas y exacciones a la población puneña, que al fin pro-clamó y
juró su independencia recién en diciembre de 1824. Palabras clave: Independencia, historia,
guerra civil, Puno.
Introducción
Durante el proceso de Independencia del Perú, el altiplano
puneño fue anfitrión de múltiples batallas por la autonomía y la libertad,
fueron quince años de guerra, un conjunto de acciones conflictivas y de
enfrentamientos, las mismas que demandaron el empleo de muchos recursos humanos
y económicos. Este ciclo revolucionario tuvo dos periodos bien definidos, el
primero abarcó entre 1809 y 1817 caracterizado por ser insurgente y violento,
tuvo una activa participación de mestizos, criollos e indígenas principalmente;
mientras, el segundo periodo que comprendió de 1820 a 1824 caracterizándose por
una mayor presencia realista a razón del establecimiento del virrey La Serna en
el Cusco y la batalla de Zepita en 1823.
La población se movilizó y el escenario puneño vibró cuando José Manuel de Goyeneche hizo su
ingresó al mando de un contingente militar en 1809, con la finalidad de sofocar
las juntas de gobierno autonomista de La Paz y Chuquisaca, desde aquel momento
el estado de guerra fue una forma de hacer política en los pueblos altiplánicos
(Escanilla, 2018), acentuándose con las batallas de Umachiri (1815) y Zepita
(1823). En este marco, las lealtades e intereses de los caciques y grupos
locales fueron divergentes; por parte de los realistas destaca la actuación de José Manuel Choquehuanca, cacique de Azángaro,
con su cuerpo de milicias “Patricios de Asillo”, luego llamado “Rio de la
Plata”; mientras, como caudillos independentistas resaltan Vicente Carreri, Cipriano Oblitas, Esteban Catacora, Leandro Bustios,
entre otros que emprendieron una guerra de guerrillas.
Desde agosto de 1821 con la presencia del virrey La Serna,
primero en Cusco y luego en la Ciudad Lacustre, la situación social y económica
de Puno se precarizó, la presencia de numerosas
tropas realistas y patriotas
demandaron contribuciones forzosas
(en especies y dinero) e innumerables
levas de indígenas; muchos patriotas fueron encarcelados en la isla Esteves y
otros tantos tuvieron que abandonar sus propiedades y bienes para refugiarse en
diferentes latitudes de América Latina insurgente. En fin, recién en diciembre
de 1824, al conocer la victoria patriota en los campos de Quinua (Ayacucho) y
liberados de la isla Esteves, bajo el mando de Rudecindo Alvarado se proclamó y
juró la Independencia en Puno.
La investigación es de tipo cualitativo, estudio documental
que permite analizar el proceso de la Independencia del Perú desde la mirada de
las regiones, centrado en los diversos episodios bélicos protagonizados tanto
por patriotas como realistas en el escenario del alti-plano; examina el rol
emprendido de los diversos grupos sociales puneños, principalmente de los
caciques. Presenta diacrónicamente los sucesos de las juntas de gobierno de
1809 y las expediciones argentinas al Alto Perú, la rebelión del Cusco de 1814
y la presencia de La Ser-na y la batalla de Zepita. Para la obtención de datos
se ha trabajado con fichas bibliográficas, además de la comparación de
fuentes que existen en el Archivo
Regional de Puno (ARP),
principalmente; así como en el Archivo General de la Nación (AGN) y el
Archivo General de la Nación Argentina (AGNA). El artículo examina fuentes
descriptivas, interpretativas y analíticas con un enfoque teórico metodológico.
Puno entre las juntas
de gobierno de 1809 y las expediciones argentinas al Alto Perú.
Informado el virrey peruano Fernando de Abascal sobre la
formación de las juntas autonomistas de 1809 en Chuquisaca y La Paz, ordenó al
coronel José Manuel de Goyeneche ocupar Puno. Este último organizó la tropa en
el Cusco −seis compañías con 800 hombres y 100 artilleros− y se dirigió a Puno
y Desaguadero. La violencia y el miedo se instalaron nuevamente en los pueblos
sur peruanos, después de treinta años de aparente paz y tranquilidad. El
fantasma de la rebelión de Túpac Amaru se reactivaba. Desde aquel año se
instaló en el altiplano puneño una guerra de guerrillas que duró hasta 1818,
generando en la población puneña actos ambivalentes de
patriotismo y realismo, aparte de una aguda crisis económica (Huanca
& Pilco, 2021).
La participación de los pueblos sureños del Perú fue vital
en los sucesos del Alto Perú, “el despliegue de tanta fuerza militar de las
principales ciudades del sur del virreinato del Perú es parte fundamental del
periodo de las juntas”
(Barragán, 2013, p.
259). Estas incursiones militares
demandaron muchos recursos. En 1823, tres
alcaldes “constitucionales” del
norte de Puno, agobiados por las
múltiples obligaciones militares impuestas por el ejército realista,
presentaron un memorial al entonces intendente de Puno, Tadeo Joaquín de Gárate, bajo los términos siguientes: “Que hace
más de catorce años poco más o menos que hemos sufrido las más estrechas
fatigas en despachar casi cotidianamente las tropas que transitan por estos
lugares”2]
Tradicionalmente se pensaba que en el Perú las guerras de
Independencia se habían iniciado con el desembarco de las tropas de San Martín
en la costa peruana en setiembre de 1820. Sin embargo, las nuevas
investigaciones van proponiendo una nueva cronología al respecto (Escanilla,
2018). En efecto, la tradición historiográfica peruana ha considerado la
pro-clama realizada por San Martín
el 28 de julio de 1821 como base para conmemorar el bicentenario de la
Independencia, sin tomar en cuenta que las guerras de Independencia tuvieron
como escenario principal al Sur Andino y que se habían iniciado mucho más
antes. Además, esta “no fue una guerra de grandes batallas, sino que más bien
estuvo constituida por cientos de combates en los que pelearon pequeños grupos
de hombres” (Escanilla, 2018, p. 125), lo que dio pie a una guerra civil donde
cada integrante del virreinato defendía la bandera patriota o realista según
sus intereses personales o de grupo.
Goyeneche estableció su cuartel general en el pueblo de
Zepita, en la otra banda del río Desaguadero, desde donde dirigió todas sus
acciones contra los insurgentes desde 1809 hasta 1813. El 25 de setiembre de
1809, desde la villa de Puno, Goyeneche envía una carta y dos emisarios −el
teniente coronel Mariano Campero y el coronel D. Pablo Astete− a la junta de La
Paz. En la mencionada esquela invoca a los miembros de la junta “se retiren
como pacíficos honrrados becinos (sic) a sus casas a disfrutar de la dulce tranquilidad
de sus familias”3]. Al mismo tiempo advierte que:
Respetables fuerzas militares
sujetas a mi jurisdicción, y considerablemente aumenta-das con otras de las
provincias de este ordenado virreinato, que por disposición de su superior jefe
se hallan hoy a mis órdenes abundantes de disciplina, armas y subordina-ción,
con oficiales y jefes escogidos, y llenos de un honor y buena voluntad sin
exemplo y últimamente disciplinados para hacerse obedecer y respetar. (AGNA,
1809)
El interés de las autoridades locales puneñas por conocer lo
que sucedía en el Alto Perú fue permanente. En estas circunstancias, en octubre
de 1810, el subdelegado de Chucuito, Tadeo
Joaquín de Gárate, comandante militar designado por el presidente
comandante general Goyeneche, señala que estando en el pueblo de Zepita, luego de
despachar a los 100 hombres bajo el mando del capitán Teodoro Martínez del Campo a la ciudad
de La Paz y situar los 50 hombres destinados para los destacamentos de
Desaguadero y Tiquina, tuvo una conversación con el cura Don José María Aperrigue sobre la aparente
desorganización del virreinato de Buenos Aires y que “la seducción por parte de
los insurgentes era tan viva y activa que recelaba se filtrase en los pueblos
sanos” del Perú (Huanca & Pilco, 2021a).
Con estas preocupaciones se trasladó a Desaguadero en espera
de alguna noticia.
En la noche del 2 de octubre se encontró con el conductor de correos Pedro Barriga, natural de Chuquisaca,
quien estaba yendo al Cusco. Tuvieron una conversación por insistencia de Tadeo Gárate y, debido a su antigua
amistad, Barriga le confesó lo siguiente respecto a los sucesos en el Alto
Perú:
Que los porteños ya están en el
Bolcan, que la fuerza que trayen era mucha y gente aguerrida, que traían muchas
armas y aun posteriormente habían recibido de BS AS tres mil fusiles
empaquetados qe su artillería era como de sesenta piezas de calibres de diez y
ocho a más [...] la fuerza era insuperable que no había quien les resistiese,
así porque las tropas de Tupiza no eran más que quatrocientas y la demás gente
de puñete, como porque todos los pueblos interiores estaban por la buena causa
de los ynsurgentes y que estos venían a favor de nosotros especialmente los
criollos (ARP, 1810, f. 09).
Este tipo de informaciones
extraoficiales abundaron en
el altiplano; al
margen de su
veracidad o falsedad,
un mes después
las tropas auxiliares
de la junta
porteña lograron un
triunfo en la batalla de Suipacha. Además, Gárate agrega que el señor
Barriga estaba tan entusiasmado con el “detestable sistema de los porteños”,
que −según su narración− “el designio de los porteños era ir conquistando hasta
Lima y que contaban con todos los habitantes de este Virreinato como que ellos
no venían haciendo perjuicio alguno, sino por la buena causa, de que ya era
tiempo de que mandásemos nosotros” (ARP, 1810, f. 09).
En una situación de guerra civil como fue la Independencia
del Perú, las lealtades e intereses de los grupos locales fueron divergentes
¿Qué motivaba a un indio, un cacique del altiplano a dar la vida en una batalla
por la “Patria” o por su “Rey”? Son muchas las razones, no todos los actores
sociales eran arrastrados por la fuerza para integrar los regimientos. Las
nuevas corrientes historiográficas, no solamente se concentran en analizar el
rol de los precursores y héroes de la independencia sino, sobre todo; de
conocer los ideales de una mujer, un montonero, un indígena, un artesano, un
militar, un impresor, un cacique, entre otros individuos. Uno de ellos, los
caciques, como miembros de la élite andina, tuvieron bastante poder como para
influir en sus ayllus, pero la postura de estos fue disímil; unos defendían la
causa patriota y otros la causa realista.
Nicolás Calisaya (sobrino del capitán del ejército Andrés Calisaya de Tiquillaca), Fernando Aza y Diego Colquehuanca, vecinos de Puno e indios nobles descendientes
de caciques, apenas tuvieron la presencia de Goyeneche en Puno, juraron su vasallaje al rey y dieron donativos
consistentes en 25 pesos en plata, 20 cargas de chuño, 7 cargas de papa y 5 chalonas.
Además, solicitaron a Goyeneche ser admitidos en la expedición a costa de su
peculio.
Suplicamos a V.S. muy ilustre se
digne admitirnos en su real expedición pues queremos ir a expensas nuestras sin
grabar en cosa alguna al Real Erario, siquiera con el empleo de alcanzar agua a
los señores oficiales y ayudar los equipajes [...] bajo el bien entendido que
en los lances mayores de Batalla que se ofrezcan también sabremos como en la
pasada rebelión manifestar el resto de nuestras fuerzas hasta rendir la vida en
defensa de nuestra ley y Rey (ARP, 1809, 09).
Los caciques fidelistas que más protagonismo tuvieron, sin
duda, fueron el cusqueño Mateo Pumacahua
y el azangarino José Manuel
Choquehuanca. Este último era nieto
de Diego Choquehuanca, cacique
propietario de Hanansaya en Azángaro y coronel de milicias naturales del mismo
pueblo, denominadas “Patricios de Asillo”, luego llamado “Río de la Plata”. El
26 de agosto de 1811, por decreto del virrey, los miembros de la Real Hacienda
de Lima remitieron por correo a Puno “un cajoncito precintado con dos banderas
para que las entregue al cacique gobernador de Azángaro Don José Manuel Choquehuanca, coronel del
cuerpo de naturales nominado del Río de la Plata”(ARP, 1811, 046). La actuación
del cacique Choquehuanca fue importante en la pacificación de los rebeldes en
el Alto Perú.
El cacique José
Manuel Choquehuanca, hijo del teniente coronel Don Blaz Choquehuanca, el 22 de abril de 1811 fue nombrado coronel
provincial de los naturales de Azángaro por Don Pedro Benavente, coronel de
dragones de dicho partido. Con ese cargo, fiel a la causa realista, sostiene:
Mandé juntar a son de caja a todos
los Naturales de mi gobierno quienes como leales y constantes tributarios que
saben servir en medio de sus desdichas al Rey y a los Superiores y aunque estos
por la novedad se vieron sorprehendidos pero como entendiesen por tantas y tan
diferentes oraciones que les hice en su propio idioma4.
También señala que tiene “trece compañías de a cien hombres
en el término de cinco días con el deseo de hacer lo mismo con los de los
Pueblos de Asillo” (AGN, 1811). Debido a la tradición familiar realista –dice:
“mi abuelo Diego Choquehuanca fue
Capitán de todo el Reyno del Perú”– y los servicios prestados, solicita al
virrey del Perú que le otorgue dos banderas, ascenso en el cargo y otros
privilegios. Efectivamente desde Lima, en junio de 1811, acceden a su petición.
Sirva concederles y enviarles a
costa de la Real Hazienda las Banderas con las Armas del Rey, y en los ángulos
de ellas los Retratos de Santiago y el de Nuestra Señora de la Asunta según lo
solicitan: que los oficiales vistan por Uniforme casaca, chaleco, y Pantalón
azul con cuello vuelta y solapa encarnada y media bota, y que los soldados se
sirvan de las lanzas como más propio que las hondas y garrotes = Me parece oportuno
que desde luego se sirva V.E. librar el título de Coronel con denominación del
Rio de la Plata al Expresado Don Manuel
José Choquehuanca previniéndole que remita desde luego las relaciones de
los Gefes Oficiales que nombre para veinte compañías respecto a que tiene ya
trece de a cien hombres cada una que estas sean de quatro oficiales cinco
sargentos y doce Cabos, y los restantes soldados 5].
El cacique fiel de Azángaro, luego de su destacada campaña
en el Alto Perú y posterior declaración de la Independencia del Perú en 1821,
se asentó en su pueblo natal dedicado a la administración de su hacienda
Picotani. Sin embargo, el 15 de agosto de 1825, en la fiesta de la virgen de
Asunción en Azángaro, armó un bochornoso incidente: lanzó vivas al rey Fernando
VII, demostrando su amor intacto a la causa realista.
De otro lado,
uno de los
caciques embanderados por
la causa independentista fue Esteban Catacora Carbajal cacique de
Acora (Chucuito). Este personaje en junio de 1802 inicia sus acciones
reivindicatorias, al protestar contra la mita y los tributos, por ese motivo,
por orden del subdelegado de Chucuito, Miguel
Echenique, fue desterrado cuatro leguas fuera del pueblo y por un tiempo de
cuatro meses, además quedó separado de todos los cargos que ocupaba. Años
después, en 1809 estuvo comprometido con la junta tuitiva de La Paz, en 1814
fue nombrado teniente coronel y comandante de caballería del ejército del
general Pinelo y participó de la toma de la ciudad de La Paz, en 1823 apoyó
como espía y abasteció con víveres a las tropas de Andrés de Santa Cruz y en
1825 fue nombrado comandante de guerrillas de Chucuito primero por Rudecindo Alvarado y luego ratificado
por Simón Bolívar.
La labor desplegada de estas autoridades locales (caciques)
y las milicias indígenas fue vital en los desenlaces de las guerras en el Alto
Perú. Luego del triunfo patriota en la batalla de Suipacha (7 de noviembre de
1810), las tropas de Castelli fortalecían la alianza con los grupos locales, al
tiempo que se emitían proclamas, inclusive en quechua, a los indios del
virreinato del Perú. La propaganda y desfiles, como el acto de Tiahuanaco,
fueron constantes. Por su parte, el ejército de Goyeneche, situado en la otra
banda del Titicaca, “también dispuso una imponente parada militar en honor del
monarca, que se celebró en el campamento de Zepita” (Wasserman, 2013, p. 295).
Concluidos los actos de demostración bélica y vulnerado el armisticio de ambos
ejércitos, se produjo la batalla de Guaqui el 20 de junio de 1811, con la derrota
del ejército auxiliar y combinado.
Nuevamente las fuerzas virreinales volvieron a
ocupar el Alto Perú.
El estado de rebeldía
de la población indígena en el Alto Perú no cesó con la derrota de Guaqui; al
contrario, tuvo una larga duración mediante la “guerra de guerrillas”. El
arriero puneño Juan Santos Días,
alias el “Cochabambino”, señala que cuando estuvo en Oruro, realizando servicio
al ejército real, se aprestó a retornar a Puno con 18 mulas, con pasaporte
otorgado el 27 de julio de 1811 por Fermín
de Piérola, coronel del regimiento de infantería de Urubamba y comandante
de la segunda división de vanguardia del ejército de observación del Alto Perú,
en el trayecto fue “sorprendido en el alto de la Paz por los ynsurgentes de
cuya tiranía pude salvar mi vida por caminos extraviados dejando las referidas
mulas y varios intereses mios” (ARP, 1810, 08).
Con posterioridad a los sucesos de Suipacha y Guaqui, hubo
varios enfrentamientos en el Alto Perú entre los patriotas y realistas, donde
la población indígena de Puno, organizada en cuerpo de milicias naturales, tuvo
destacada participación. Todas estas acciones militares ocasionaron un descenso
demográfico y migraciones de la población puneña, por ejemplo, en 1819 el
subdelegado de Carabaya, Manuel Antonio
de Gómez afirma: “no asoman por acá me aseguran que de ellos han casado
muchos en las intendencias de Salta, Chuquisaca, Cochabamba, Paz, Arequipa y
Cusco, aquí no asoman porque no les dejo vivir” (ARP, 1819, 045). Asimismo, el
subdelegado de Azángaro, Juan Bautista
Morales, comunica: “el jefe del ejército del Alto Perú pide generosidad con
que ha meditado auxiliar a los inválidos, madres y viudas de los que murieron
en la campaña de Jujuy y Salta el año pasado de 1817” (ARP, 1819).
Puno durante la rebelión del Cusco de 1814
En los primeros días de agosto de 1814, en la ciudad de
Cusco se produjo un levanta-miento criollo-mestizo bajo ideales
independentistas, las autoridades coloniales del Audiencia del Cusco, fueron
depuestos y en primera instancia José
Angulo asumió el cargo de jefe máximo de la revolución, en calidad de
presidente de la junta de autogobierno y capitán general de las armas de la
patria de las provincias de Cusco, Puno, Huamanga y La Paz. Poco después se
sumó a este proyecto el renegado cacique Mateo
Pumacahua con una buena parte de la masa indígena.
Una vez instalado
el gobierno autónomo
del Cusco, organizó
tres expediciones dirigidas a: Puno – La Paz, Huamanga
(Ayacucho) y Arequipa. La primera expedición del recién creado ejército peruano
partió rumbo a Puno–La
Paz, al mando
del sargento mayor José
Pinelo y el
cura tucumano Ildefonso Muñecas;
el objetivo fue
destruir la retaguardia
de Pezuela para aislarlo de su
núcleo de abastecimientos. Este contingente contaba con mayores elementos de
tropa y equipos.
Una vez en el territorio puneño, esta expedición sumó
adeptos en los pueblos de Carabaya, Lampa y Azángaro. La guarnición realista de
Puno al mando del intendente Manuel Quimper,
al observar el respaldo de la población puneña a favor de los patriotas,
resolvió retirarse hacia la ciudad de Arequipa, así como la mayoría de los
españoles y criollos. El cabildo constitucional puneño, por medio de José
Benito Laso de la Vega, hizo alianza con la junta del Cusco, según el
gobernador intendente, “por medio de su Cabildo, y por bando publicado en 25 de
agosto del pasado año de 1814, un día después de su alzamiento infame”. De tal
manera, Puno quedó bajo el poder de los revolucionarios.
Ocho meses después
de la toma
de Puno, el
11 de marzo
de 1815 a
orillas del rio
Macarimayo se produjo la batalla de Umachiri, donde se enfrentaron las
fuerzas rebeldes conformado por miles
de indígenas dirigido
por Mateo Pumacahua,
Norverto Dianderas, Diego Sánchez y otros; por su parte, el
ejército realista estuvo dirigido por Juan
Ramírez Orozco, veterano del teatro de guerra en el Alto Perú frente a los
patriotas argentinos. Si bien esta batalla constituyó una derrota para los
patriotas, los ideales de la justa causa de la Independencia no habían expirado
en Umachiri, más bien continuaron, sobre todo en el altiplano puneño. Al
respecto, el historiador Ramos (2011) en la perspectiva de los doctores José
Antonio Encinas y Eduardo Pineda Arce, sostiene que la batalla de Umachiri no
consolidó los deseos del general Ramírez, puesto que, las fuerzas
revolucionarias de todo el departamento de Puno se mantenían en pie de guerra.
Tal como ocurrió con la Rebelión de 1780, el sacrificio de los Angulo, Béjar y
Pumacahua, no puso fin en Puno a la lucha iniciada por los rebeldes; al
contrario, tomó más fuerzas, y a lo largo y ancho de su extenso territorio, los
hombres que ansiaban su libertad no cejaban en su empeño de morir antes de
seguir oprimidos. Por ello, ante la debilidad del intendente de Puno, don
Manuel Quimper, fue nombrado en su lugar, el temible sanguinario Francisco Gonzales de Paula que sirvió
a Ramírez en toda su campaña contrarrevolucionaria (Huanca & Pilco, 2021b).
Entonces, la lucha por la libertad se hacía notorio cada vez
más. Los pueblos subyugados por la corona española, tales como Puno y Azángaro
se encontraban influenciados por los partidarios de los Angulo y Pumacahua. La provincia
de Azángaro se encontraba sublevada con un ejército de 3.000 hombres, al mando
de don Cipriano Oblitas, quien al
tener noticias de la proximidad de las tropas realistas se replegó hacia Asillo
y Orurillo, construyendo trincheras, y
en las alturas
de Inampo levantaron
una verdadera fortaleza
en espera de
los enemigos, quienes al mando del propio intendente
Gonzáles iniciaron un combate el día 24 de junio de 1815. La lucha fue tan
sangrienta que, murieron más de tres mil patriotas y realistas.
El odio de los realistas hacia los patriotas era tan
fulminante que se materializó una carnicería, tal como Encinas declara, “los
habitantes de Lequeque fueron pasados a cuchillo, muriendo centenares, y
fueron incendiadas sus
cabañas, talados sus
campos de cultivo
y sus habitantes destruidos sin
distinción de sexo ni edad” (Ramos, 2011, p. 57). En ese mismo proceso, la
provincia de Huancané también fue escenario de grandes combates, en los que
murieron centenares y miles de patriotas, para lo que el intendente Pío Tristán tuvo que enviar refuerzos
desde Arequipa.
Después de esas acciones, cerca de cien prisioneros fueron
ejecutados en Puno el día 27 de abril de 1816, entre los que destacan está el
coronel Miguel Pascual San Román que
estuvo en Umachiri junto a su hijo Miguel y el prócer cusqueño Santiago Prado, quienes fueron
fulminados por las armas el 27 de abril de 1816 en el partido de Lampa y muchos
otros ilustres patriotas de todo el departamento de Puno
Muerto Muñecas y
descalabrados los focos
guerrilleros en la
zona, el altiplano
que-dó aparentemente “pacificado”, sin embargo, se mantuvieron vivas las
conspiraciones; siguió siendo el espacio
del trajín de
los productos, pero
también de los
mensajes y de
las ideas. En este tiempo, entre 1815 – 1818, resalta la
participación de Bernardino Tapia como difusor de las
ideas seductivas y
patriotas, vele decir
como pasquinista. Tapia
y muchos indígenas
de Azángaro fueron acusados de la difusión de al menos cuatro pasquines
en los pueblos de Azángaro, Chupa y San Taraco (Glave, 2005).
En suma, los ciclos revolucionarios iniciados en 1809, en
las provincias norteñas del virreinato de Río de la Plata y las provincias
sureñas del virreinato del Perú, hizo declarar al virrey Pezuela en un oficio
enviado al intendente de Puno en 1818, que la larga guerra que se lleva ha
agotado los recursos de plata y brazos (Huanca & Pilco, 2021a).
Puno entre la
presencia de La Serna y la Batalla de Zepita
Durante el periodo de 1820 y 1824 el panorama político y
económico fue bastante crítico, las levas y exacciones se incrementaron en los
pueblos del Sur Andino de manera general y en Puno de manera particular, los
hechos coyunturales que generó esta situación fueron: la lle-gada de la
expedición sanmartiniana a la costa central del Perú, el establecimiento del
Cusco como sede gobierno del virrey La Serna, el desarrollo de la batalla de
Zepita, la llegada del ejército libertador y Simón Bolívar a Puno. Además, en
este periodo múltiples ciudades vienen jurando sus independencias respectivas
adhiriéndose al Perú libre.
José de La Serna y Martínez de Hinojosa, el último virrey
del Perú, ante la prominente ocupación de Lima del ejercito libertador de los
Andes dirigido por San Martin, el 31 de enero de 1821
solicitó al intendente
de Puno, 800
reclutas “siendo de
la más urgente
necesidad, aumentar el ejército
por el grado de fuerza con que pueda no solo garantizar la seguridad del
Virreynato, sino también arrojar al enemigo invasor he determinado pedir
reclutas” (ARP, 1821, 047). Se conoce que después de la “conferencia” de
Punchauca, donde se negocio el ingreso de San Martin a Lima, el virrey La Serna
abandonó Lima rumbo a Huancayo, luego a Cusco donde estableció
su cuartel general
y hegemonía realista
hasta 1824. Sobre
estos sucesos O ́phelan (2014), señala:
[...] el Perú pasó a tener
entonces un gobierno patriota en Lima, encabezado por el protector San
Martin, y un
gobierno realista, en el Cusco,
liderado por el
Virrey La Serna, el cual controlaba más de la mitad del
virreinato y, sobre todo, el territorio de la sierra sur y sus recursos
naturales. (p. 335)
De esa manera, Cusco y el altiplano austral se convirtieron
en el epicentro de la resistencia realista en la guerra de Independencia. La
Serna durante los primeros meses de su instalación en
la ciudad imperial,
recibió gran apoyo
y adhesión de
las autoridades locales;
sin embargo, esta inicial lealtad que ofrecieron las autoridades
cusqueñas y las elites regionales se iría desgastando debido a que La Serna comenzaba
a exigir sucesivas donaciones y contribuciones forzosas, con el fin de mantener
activo y bien abastecido al ejército realista (O ́Phelan, 2014).
La presencia del virrey La Serna en territorio altiplánico
fue previo a la batalla de Zepi-ta, según la documentación oficial realista,
ingresó el 19 de agosto de 1823 con un ejército de 4000 hombres y mil caballos
y, solicitó a los alcaldes constituciones de los pueblos del tránsito de Qhapaq
Ñan desde Santa Rosa (Melgar) hasta Puno, proveer “800 carneros o 70 vacas, 100
arrobas de papa, 130 fanegas de cebada en grano o en chipas” en cada pascana.
Asi-mismo, designo que cada uno de los pueblos del interior de Puno,
contribuyan con recursos económicos y servicios para sostener al ejército
realista. Por ejemplo, ordenó que el pueblo de Lampa “contribuya con dos mil
pares de zapatos en quince” (ARP, 1823
Por otro lado, uno de los acontecimientos más relevantes
durante la guerra de Inde-pendencia
en territorio puneño
fue la batalla
de Zepita, también
conocida como batalla
de Chua Chua, llevada a cabo el
25 de agosto de 1823, durante la segunda campaña a Puertos Intermedios,
dirigido por el general patriota Andrés
de Santa Cruz, siendo presidente de facto de nuestro país José de la Riva Agüero. El ejército
patriota se embarcó en el Callao en mayo de 1823, compuesto por siete
batallones de infantería, cinco escuadrones de caballería y ocho piezas de
artillería; entre oficiales y soldados sumaban cerca de 5000 efectivos.
Desembarcaron en Arica, desde donde emprendieron la marcha sobre la cordillera
de los Andes divididos en dos grupos, uno dirigido por Gamarra y el otro por Santa Cruz.
Santa Cruz, según Eduardo Pineda, una vez “llegando a la Paz
[...] impuso al pueblo una contribución de doscientos mil pesos” (El Siglo,
1923). Al mismo tiempo, el futuro “Mariscal de Zepita” envió cartas y bandos a
los caciques puneños invitando a que se unan, junto a la masa indígena, al
“ejército libertador”. En tanto, el ejército realista, dirigido por el general Gerónimo Valdés, partió rumbo de
Sicuani el 2 de agosto, compuesto por un batallón, un escuadrón y dos piezas de
artillería que le encomendó el virrey La Serna. En Pomata, recibió el refuerzo
traído de Arequipa por Carratalá,
que consistía en 1000 hombres formados en un batallón y dos escuadrones. Valdés
dispuso entonces de un total de 1900 soldados y 2 piezas de artillería, con los
que continuó sobre Desaguadero (Pilco, 2021)
La batalla se desarrolló en una lomada “situada como a una
legua y tres cuartos de Zepita” según Valdés, mientras el ejército patriota
partió de Desaguadero en busca del enemigo precedido por
una vanguardia a
órdenes del coronel
Brandzen. Valdés,
en la altura,
ocupó con sus batallones de infantería “Partidarios”, “Victoria” y un
destacamento del primer regimiento, la ladera sur del cerro haciendo frente a
la dirección de Zepita; sus piezas de artillería las estableció al centro; la
caballería, dos escuadrones de “Cazadores” y el tercero de “Granaderos”
cubrieron la posición de la izquierda. Mientras el ejército patriota se ubicó
de la siguiente manera: Batallón “1 de la legión” a la derecha, Batallón “N° 4”
al centro y Batallón “Cazadores” a la izquierda.
Valdés ubicado en una posición estratégica solo quería
mantener a Santa Cruz lo más lejos posible de Gamarra, sin embargo, Santa Cruz
simuló un ataque general seguido de un desorden que provocó la reacción
realista y posterior cruce de fuegos. El resultado fue 100 muertos, 184
prisioneros, 240 fusiles, 52 caballos ensillados, lanzas, carabinas y sables
que quedaron en el campo, fueron los trofeos de los patriotas. 28 muertos y 84
heridos constituyen las pérdidas de
la división de
Santa Cruz. Los
independientes permanecieron en
el campo hasta la noche del 25 en que retornaron a
Desaguadero. Parece que la batalla de Zepita “atemorizó a ambos combatientes,
porque los dos se retiraron: Valdés a Pomata, Santa Cruz al Desaguadero”,
enfatiza Paz Soldán.
Esta campaña
constituyó una gran
oportunidad para lograr
la victoria patriota
sin la intervención extrajera, pero no lo fue,
debido a las fallas estratégicas y ambiciones personales por el poder. De modo
concluyente al apartado, después de la batalla de Zepita realizado el 25 de
agosto de 1823, La Serna emprendió una persecución hasta Santiago de Machaca
(Bo-livia) al ejército patriota de Santa Cruz y Agustín Gamarra, ocasionando la desarticulación de su ejército. A
ese episodio se conoce en la historiografía como la Campaña del Talón.
Posterior a los sucesos descritos, La Serna regresó a Puno y estableció su
cuartel general en Lampa y desde allí mantuvo la hegemonía política hacia los
pueblos subyacentes (Sobrevilla, 2015).
Conclusiones
El proceso de
Independencia en los
pueblos meridionales del
virreinato del Perú
inició en simultáneo con las juntas autonomistas de la
audiencia de Charcas del virreinato de Buenos Aires. Durante ese periodo, las
múltiples batallas fueron una forma de hacer política que de-finió las
identidades y alianzas regionales. Además, las levas y exacciones a los que
fueron sometidos los pueblos indígenas por el ejército realista y patriota en
el Alto Perú y en la región altiplánica de Puno ocasionaron crisis económica,
migraciones y descenso demográfico. En el nivel económico y social, la
Independencia no trajo cambios estructurales para los indígenas que habían
luchado para ello.
Más, por el
contrario, imperó la
desigualdad, el racismo
y la subsunción hacia los habitantes del altiplano
porque los contrarrevolucionarios no tenían ni un ápice de moralidad.
______________
2] Archivo
Regional de Puno, en adelante ARP, 1823,048.
3] Archivo
General de la Nación Argentina, en adelante AGNA, 1809.
4] Archivo
General de la Nación (AGN, en adelante), Ministerio de Hacienda y Comercio H-3,
Carpeta N° 327, Cuaderno 1170, Libro de Superiores decretos de 1807 a 1812.
5] AGN,
Ministerio de Hacienda y Comercio H-3, Carpeta N° 327, Cuaderno 1170, Libro de
Superiores decretos de 1807 a 1812
REFERENCIA
BIBLIOGRÁFICAS
Fuentes
primarias
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-Archivo General de la Nación
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_______________________
`1] Néstor Pilco Contreras. Email:
nepcer18@hotmail.com. Licenciado en
Educación y maestrante en Didáctica de las Ciencias Sociales por la Universidad
Nacional de Altiplano (UNAP). Sus líneas de investigación son Historia andina
colonial e Historia de la Educación.
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