EL CUYE. Millones de años
Escribe. Alfonsina Barrionuevo
Revista AGRONOTICIAS Nº 383, p.
52 •Diciembre, 2012• Lima, Perú
Nos miramos frente a
frente. El, con su naricita graciosa, sus orejas de paraguas, sus bigotes ralos
y sus ojazos risueños. Al sentirse descubierto hizo como un mohín. A muy pocos
les gusta hablar de la edad. Lo descubrí de pura casualidad, leyendo un trabajo
de Jane Wheeler y Juan Rofes. El cuye o kuye[1]
no sólo es tatarabuelísimo, sino muchísimo más. Los años le llueven por todas
partes. Torrencialmente sobre su cabeza, en un patinaje loco encima de su
cuerpo lustroso, y anegando los dedos de su patitas hasta formar un charco a
sus pies como un océano.
El cuye o
kuye [1] nuestro tiene millones de años de vivir sobre la tierra, este planeta
al que los humanos no dejamos en paz. "Estudios recientes —dicen Wheeler y
Rotes— han demostrado que los roedores llegaron a Sudamérica hace unos 35
millones de años, procedentes del continente africano (Wyss et al., 1993).
Tenemos así que la forma ancestral del suborden Hystricognathi dio origen,
entre otros, a los Hystricidae (puercoespines) en Africa, y a los Caviidae
(cuyes) en Sudamérica (Woods, 1984; Wyss et al., 1993)."
No quiero seguir abundando en esta valiosa información por no incomodar al kuye, amigo de toda la vida, al que consumimos cariñosamente en Cusco al horno, relleno —en nuestro caso— con hierbas olorosas, crocante como un lechoncito, y saboreando sus suaves carnes hasta dejar sus huesos mondos; y también, aunque menos, en qoelawa o qowilawa="crema o sopa de kuye" en quechua. En otras partes lo comen chaktado (Arequipa y Moquegua), frito (Ancash, Junín) o nadando en aceite (Cajamarca). De todas formas es delicioso.
Tampoco se
trata de elogiarle gastronómicamente, ni cómo ha sido recibido en mesas
extranjeras (a los coreanos les gusta muchísimo), sino de revisar el trabajo de
Wheeler y Rofes y agregar algunas notas recogidas en mis viajes.
Ellos afirman
que el cuye doméstico, "un pequeño animalito de temperamento
inofensivo", que "posee piernas cortas, cuerpo y cuello anchos y
carece de cola". Este último es importante remarcar, pues hace décadas lo
confundían en Lima con la rata, que es muy diferente y tiene - además de hocico
largo y amenazadores dientes— una larga y repugnante cola. Puede tener unos
9,000 años de antigüedad, según los hallazgos en depósitos arqueológicos.
Y ahora sí
que nuestro kuye (Cavia porcellus), cuyo nombre corresponde a su nombre peruano
"qowe" o "qowi", respira con algún alivio. Se
siente como un bebé al lado de sus antepasados, cuando los continentes estaban
unidos y siendo tan tímido, tan ajeno a las aventuras, pudo pasar valientemente
de uno a otro. ¡Pequeño gigante!
En Cusco,
según las añejas tradiciones andinas, el Ukhupacha,
el mundo de abajo, está poblado por unos hombres pequeñitos que tienen cabeza
de qowe. Son los ukhupacharunachakuna, pastores de los poronqoes. Mi hija Kukuli los dibujó alguna vez llevando unos
pequeños chalecos bordados con flores.
En Puno tuve
la suerte de ver a los poronqoes que
son kuyes silvestres. Al atardecer,
en ciertas ocasiones, salen de sus madrigueras y se mueven en una mancha
extendida. A medida que avanzábamos, en un auto que iba lentamente, se abrían.
Eran miles y ni pensar en que se pudiera coger uno para examinarlo. Hubieran
desaparecido en instantes porque son veloces.
Al parecer se
alimentan principalmente o sólo de pasto. Un guía del lugar nos informó que no
son comestibles, porque su carne tiene sabor a hierba y no es agradable.
Jane Wheeler,
de CONOPA, está en lo cierto cuando afirma que al convivir con el hombre ganó
mucho. Su condición de doméstico le proporcionó un techo seguro y un ambiente
grato, tibio, por el calor de los fogones, al haberse acomodado en la cocina.
Al recibir una alimentación especial (alfalfa o sut'uche), su carne llegó a hacerse apetecible, considerándose
además que, siendo magra, es muy deseable como alimento propio de los Andes.
A todo eso
hay que agregar que el número de crías es mayor y que sus variados colores
—negro, blanco, crema, beige, marrón claro y anaranjado— lo han ayudado a
sofisticarse, al grado de convertirse en mascota. En la Universidad Nacional
Agraria-La Molina me mostraron una vez varios ejemplares muy simpáticos de pelo
crespo en bucles o de pelo largo y lacio, que podía ser usado para hacer
tejidos.
Recuerdo una
entrevista que hice a la arqueóloga Sonia Guillén, en Moquegua, cuando fui a
escribir una nota sobre los chiribayas. Ella me mostró unas momias de infantes,
que habían sido colocadas en unas ollas con sus juguetes. Los tiernos niños
llevaban al mismo tiempo unas ofrendas de kuyes
bebé, quién sabe para "su comida" en la otra vida, que se habían
secado completamente sin perder su delicado pellejo.
Una
interesante investigación de Escobar & Escobar en Cusco, mencionados por
Wheeler y Rofes, revela nominaciones, de acuerdo con algunas características de
estos animalitos. "El cuy que combina el blanco con el negro recibe el
nombre de "habas t'ikacha"
o 'flor de habas". Cuando tiene otro color alrededor de los ojos se le
llama "dokturcha" o
"doctorcito". Si su cuerpo es de dos colores, a la hembra se le dice
"pollerachayoq" o "con
pollera"; y si es macho, "pantalonchayoq"
o "con pantalón". Cuando se le mira del medio para arriba "sakuchayoq" o "con saco".
"Los cuyes poco desarrollados son llamados "phuchus' Las crías muy pequeñas, "qhulla" o "verdes", "qhullu" o "menudos", "uña" o
"tiernos", "huch'uy"
o "pequeños".
Las hermanitas Sánchez (Constantina y Victoria) de Huancavelica, solían cantar en qechwa un waynito pícaro, encantador, sobre un kuyecito que habían comido con placer y que —por alguna razón— rascaba su estómago con sus uñitas, quizá pidiendo un poco de anisado, licor dulcete, o un bocado de buena chicha.
En Cusco he
visto comer el kuye al horno con sabiduría, dejando limpios sus huesos. Los
señores comensales acostumbraban buscar en la cabeza un huesecillo, al que
llamaban "zorrito", por su parecido en la forma, y que se encuentra
en su oído interno. Los más diestros lo echaban en el vaso de cerveza y debían
pasarlo en una sola toma "para que les diera suerte". En algunos
casos el travieso "zorrito" se pegaba al vidrio y no lograban
pescarlo.
Ya no hablo
de las prácticas realizadas por los hanpiq,
médicos andinos, ya sea como "rayos X" para determinar el mal que
aqueja a un paciente con la "soba" de kuye que muestra al órgano
enfermo, ni con las artes adivinatorias de acuerdo a sus gritos o silbidos. En
esta ocasión la idea fue referirme a la antigüedad que tiene el kuye, qowi o qoe, sobre nuestro planeta. Afortunadamente no le ha tocado
predecir su fin. Nos alegramos que así sea y que el Altísimo le conceda a
nuestra querida Tierra una larga y próspera vida, a pesar de los maltratos que
recibe. Nosotros, la amamos.
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