LA LIBERTAD DE
FUJIMORI
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°
578, 18MAR22
A |
Confucio se le atribuye esta frase profética:
“Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas”. Tramar la venganza,
anidarla en el corazón, hacerla destino y meta es un modo de morir en un pozo
de arsénico. Quien se venga, se iguala. Y lo que más quisiera un enemigo es que
uno termine pareciéndose a él.
Quien
escribe esta columna tendría hartos motivos para vengarse hasta la muerte
(literalmente hablando) de Alberto Fujimori.
El fundador de esta dinastía fúnebre obligó a los dueños de Canal 4 a expulsarme de la televisión, intimidó a otros que podían contratarme, envió mensajes de miedo a dueños de periódicos y revistas y me obligó a partir, con la familia, a Madrid.
Cuando
regresé, años después, y volví a hacer periodismo político, la banda del Chino
tramó el llamado Plan Bermuda, que no era otra cosa que el de mi asesinato y
que fue revelado por el diario “La República” después de las confesiones de una
agente arrepentida del Servicio de Inteligencia del Ejército.
Fujimori
me odió desde el día en que revelé, en plena campaña de 1990, que él era un
evasor sistemático de impuestos y que tenía algunos millones de dólares que
explicar en su gestión como rector de la Universidad Agraria. Demostré también
en esa ocasión que Fujimori había adquirido el fundo “Pampa Bonita”
falsificando documentos ante las autoridades del Ministerio de Agricultura y
siendo indebido beneficiario de la reforma agraria. Y en los meses que pudimos
estar en la televisión -hasta junio de 1991- denunciamos, con balas y señales,
la política de exterminio que se estaba llevando a cabo en Ayacucho y otros
lugares bajo el pretexto de luchar contras las hordas del terrorismo. En
noviembre de 1991, poco antes de mi partida a España, la agencia EFE me
entrevistó y fue en ese momento en que, sin necesidad de ninguna agudeza,
previne que lo que se venía era un golpe de Estado organizado por Fujimori para
asumir el control total del país.
A
mi retorno, el odio de Fujimori y su intención de borrarme del globo parecían
acrecentarse cada día. Hubo televisoras chantajeadas, radios bajo amenaza,
invasiones de estudios para hacerme la vida más difícil y todo empeoró cuando,
con el auspicio del despojado Baruch Ivcher, la asesoría de Alberto Borea y la colaboración de
Fernando Viaña y Ángel Delgado (cómo cambiaron, pelones) sacamos a circulación
el diario “Liberación”.
Lo siento, pero debo
decirlo: fuimos los únicos que llamamos a Fujimori con los términos que la
indignación y la semántica exigían: ladrón, asesino, mañoso, fraudulento,
continuista. Otros después serían los condecorados por la Sociedad
Interamericana de Prensa, qué podía importarnos.
Fuimos los que publicamos,
gracias a la temeridad de una cuñada de Jorge del Castillo, la millonaria
cuenta en dólares que Vladimiro Montesinos tenía en el Banco Wiese. Fuimos los
que obligamos a Fujimori a salir y decir que ese dinero (dos millones y
seiscientos mil dólares) provenía “de asesorías externas que el señor
Montesinos tenía tiempo de hacer en sus ratos libres”. Lo obligamos a enlodarse
públicamente en defensa del asesor y secuaz que todo lo sabía.
Iguchi: "Keiko es igual de monstruo que su padre" |
“Liberación”
fue el diario que contribuyó a terminar de despertar al país. Habíamos vivido
la pesadilla fujimorista -el canje de la libertad por el orden aparente- y
ahora el espíritu de la calle era sacudimos de las cadenas y las venias del
susto. El nombre del periódico, un plagiario homenaje a lo que significaba el
homónimo francés, era toda una propuesta de combate.
Fujimori
fue el peor presidente de la historia peruana si consideramos que la democracia
es el bien mayor a conservar. Lo ensució todo, lo corrompió todo. Desalmó al
país. Patricio Lynch, el jefe del gobierno de la ocupación chilena, no le causó
al Perú ni la décima parte del daño moral y social que Fujimori nos infligió.
El
adversario chileno usó la Biblioteca Nacional como establo. Fujimori, que
después querría ser senador japonés, destrozó la educación pública y fomentó
las universidades basura. El enemigo de la ocupación saqueó todo lo que podía
caber en su flota. Fujimori vendió fraudulentamente el patrimonio empresarial
del Estado y se lo dio muchas veces a empresarios con patente de corso. ¿Cuál
era la diferencia? Que los chilenos sabían que debían irse. Fujimori, en
cambio, soñaba con un shogunato interminable.
Con
Fujimori las Fuerzas Armadas se pudrieron, el congreso fue un lenocinio, el
Tribunal Constitucional desapareció, el Poder Judicial se trasladó al SIN, la
“televisión informativa de la patria”, padeció de oficialismo crónico, la
prensa chicha fue pandilla bate en mano, el poder electoral era una sucursal de
Palacio, las radios maullaban terror. ¿Qué quedó en pie? ¿Qué metro cuadrado
institucional no fue vejado por la pezuña de ese gobierno que creó a los Colina
y los condecoró? Al final, sólo quedó la calle, el grito, el coro gigante de la
rabia.
Fue
un video el que remató a un gobierno que había vivido de la imagen. Fueron las
voces de esa escena -la de Montesinos preguntando cuánto y sugiriendo diez mil
dólares y la de Kouri diciendo quince- las que terminaron con el hechizo. Hasta
los pobres de las manos tendidas, fujimoristas por el hambre, entendieron que
suprimir la dignidad no era ya aceptable.
Luego
Fujimori extrajo su identidad de japonés encubierto, postuló a la Dieta,
fracasó y se fue a Chile a la espera de su resucitación. Lo engañaron vilmente
quienes querían recuperar la Lima-Chicago Chico de los 90.
Fue
extraditado, juzgado y condenado. Su sentencia fue una pieza mayor de la
literatura jurídica y recuerdo haber escrito una columna alabando su fondo y su
estilo.
A
la cárcel, pues. El que humilló a un país que no podía amar terminaba entre
rejas por robar de su tesoro público y crear grupos diestros en matanzas.
Leonor La Rosa: Crimen del aparato represor fujimorista |
Fujimori
tiene 83 años. Está enfermo. Su hijo quiso liberarlo siguiendo el estilo de la
familia: comprando congresistas vía canje en connivencia con PPK, un
fujimorista de bolsillo, corazón y comisiones. Otro fracaso. En esa trama
corrompida se ha basado el TC que ha abierto la reja de Barbadillo.
Alberto
Fujimori perdió el honor y la reputación por todo lo que hizo y por todo lo que
instigó a hacer. La libertad es lo que menos significa en su caso. Le quedan
pocos años y sus médicos y abogados hablan de un indulto humanitario. Ser
compasivo con un recluso más que octogenario y enfermo es una demostración de
que el Perú es mejor que el hombre que quiso infectarlo para siempre.
No
importa que hayan sido magistrados conservadores del TC quienes dictaron el
fallo. La compasión no debería tener siglas ni apellidos y, más allá de
leguleyadas y mugres procesales, lo cierto es que la decisión del TC es
política. ¿Debería importamos eso? A estas alturas, pienso que no.
Los
familiares de las víctimas tendrían que entender que si Fujimori muere en la
cárcel, una niebla de falso heroísmo y victimización intentará cubrir su
memoria.
Fujimori
es un capítulo felizmente cerrado de la política peruana. Su hija no será
presidenta y con el patriarca terminará esta historia que hubiera sido
extraordinaria si se hubiese limitado a la reconstrucción económica y a
liquidar los rezagos terroristas. No fue así, sin embargo. El sueño autocrático
de Fujimori destruyó su gobierno y acabó con su leyenda de eficacia.
Hoy
Alberto Fujimori es el pasado que le toca las puertas a la sensibilidad y al
don de la generosidad. Si fuéramos como él, las cerraríamos. Que las abramos es
la confirmación de un triunfo moral que nos enriquece como seres humanos.
Porque el desquite
verdadero es el olvido •
Si el desquite verdadero es el olvido, en dónde queda el perdón (que nunca pidió).
ResponderEliminarDecisión personal y ya no colectiva.
¿Estaremos condenados a repetir la historia por no conocerla? (Pues, tramitirla, no queda otra)