HILDEBRANDT:
CARTA ABIERTA A PEDRO CASTILLO
En HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 554, 27AGO21
Lima, 26 de agosto de 2021
Sr. Pedro Castillo Terrones
Presidente constitucional de la república:
Como usted sabe, su candidatura nunca me atrajo.
Dos días antes de las elecciones de abril, advertí a los lectores de este
semanario que, fatalmente, Keiko Fujimori y usted serían las opciones a escoger
en segunda vuelta. De la señora Fujimori dije lo que siempre he dicho: que
encabeza una banda de forajidos que finge ser un partido político. Y sobre
usted sostuve que pertenecía a una izquierda allegada al MOVADEF a través del
CONARE. La predicción se cumplió: usted y la señora que confedera las excretas
del régimen que nos envileció como nación pasaron a la segunda vuelta.
En sucesivas columnas señalé que, para evitar que
la mafia fujimorista regresara al mando del país, nadie estaba obligado a votar
por un improvisado como usted. Y añadí que la abstención, el voto en blanco, la
boleta nula, la huida escénica eran también salidas al espantoso dilema que se
nos había impuesto. En el fondo, señor presidente, estaba convencido de que la
aplastante maquinaria de la derecha convertiría a la señora Fujimori, para
vergüenza del feminismo, en la primera presidenta del Perú. Es más, así se lo
dije a Josefina Townsend y a Renato Cisneros en una entrevista que tuvieron a
bien hacerme.
Esa dolida certeza se acrecentó cuando escuché a
su equipo discutir con los sicarios arguméntales del fujimorismo en aquel
famoso y triste “debate técnico”. ¿Pari iba a ser su ministro de Economía? ¿Esa
señora llamada Celeste, salida de un sueño de ayahuasca, iba a ser alguien en
su gabinete? ¿Aquel otro chiflado tendría alguna influencia en su gobierno?
¿Esa indigencia de ideas y propuestas era el menú que tendríamos que tragarnos
para no aceptar la paila cañera del fujimorismo? Mi respuesta fue que, en ese
caso, optaría por el fakirismo, la huelga de hambre del IRA, la muerte por
desnutrición.
Pero los días pasaban y, sin embargo, las
encuestas no pintaban bien para quien Montesinos había empezado a llamar “La
Chica”.
En la fila de oposición al gobierno de
izquierda, por efecto de su visceral
anticomunismo y anticubanismo
¿Qué estaba pasando?
Los encuestólogos trataban de explicarlo en
privado, con la boca escorada: el antifujimorismo ya era un poder del estado,
una ola gigante y antibiótica. Y, además, la señora no gustaba, no derramaba
lisura sino mendacidad, no planteaba un programa de gobierno sino un festival
de táperes, bonos, sobres con cash, alivios ad hoc según el público al que se
dirigía. La señora vendía humo y carecía de fuego. Sólo la rabia se le asomaba
de vez en cuando y cuando esa mueca la desfiguraba todos sabían que, en ese
momento, sí que se había sincerado.
Usted, señor presidente, por su parte, seguía
haciendo lo suyo, que era muy poco. Prometía un país para todos, una economía
para que los pobres dejaran de serlo, un futuro inclusivo. Era usted el
campesino que reivindicaba la agricultura pequeña y familiar y era también el
profesor rural que planteaba la igualdad. Yo, en cambio, no podía dejar de
recordarlo como furioso dirigente del CONARE, uno de los seudónimos del
MOVADEF.
Pero mucho más importante que las campañas de los
candidatos fue la guerra desatada contra usted por la gran prensa y la
televisión al servicio de las supuestas élites. Pocas veces la desvergüenza se
ha acostado tantas veces con el descaro. Pocas veces la construcción del miedo
ha requerido tantos bustos parlantes, tantas vocecitas, tantos editoriales
solemnes, tantas unidades de investigación al servicio de un asesinato moral.
Lo que esa prensa reputada no sabe es que ella creó el clima que demandó a
muchos ir a votar por usted, señor Castillo. Las unanimidades suelen producir
aseo.
De modo que usted, señor Castillo, fue elegido. Y
a estas alturas no importa recordar lo que hizo de inmediato la derecha para ensuciar
el proceso y abortar su proclamación. El verdadero rostro de las élites truchas
se vio en esas circunstancias: abogados carísimos llenando de otrosíes
apelaciones, demandas, desesperos. Los restos del Apra deambulando en
televisión y hablando de buenos hábitos. Lourdes Flores como la tinterilla
ávida que siempre fue. Los escombros de la partidocraia haciéndose pasar por
monumento surrealista a la decencia. La derecha volvía a ser la misma de
siempre: un bufete plagado de pendejos. Y quien sacó la cara por el país fue el
Jurado Naciónal de Elecciones, con
quien yo mismo tuve frases de impaciencia e incomprensión. Fue el JNE el que
demostró que entre nosotros aún latía un Perú institucional que debía
prevalecer.
Fue así como usted llegó
a la presidencia de la república, señor Castillo.
El problema, señor
presidente, es que pronto dio usted señales de no entender cuál era su
mandato, la naturaleza del encargo histórico que se le había dado el preciso
año del Bicentenario.
Porque el Perú, al despreciar
a la prensa unida alrededor de la derecha y al no darle la presidencia a la
heredera de la mafia, eligió la opción de un cambio, es cierto, pero no apostó
por la revolución leninista que un mesías teatral como Vladimir Cerrón auspicia
como “única meta”.
Ha pasado un mes desde
que usted asumió el cargo de presidente de la república, señor Castillo. Y en
estas cuatro semanas ha tenido varias oportunidades de demostrarnos que es
usted el presidente y que está al mando. Todas las ha desperdiciado. En todos
estos episodios ha sido el señor Cerrón el que ha salido triunfante, exitoso y
exultante.
El fin de semana pasado
estaba usted convencido de que Guido Bellido era una incomodidad y que debías
abandonar la escena. Y con él algunos ministros cuestionados con razón. El señor
Cerrón tuvo la desfachatez de amenazarlo en público, de anunciar que las masas
harían justicia callejera si “la traición” se consumaba. Y usted ha vuelto a
ceder.
Ya no me cabe duda,
señor presidente, de que usted no ejerce plenamente sus funciones. Tengo como
certidumbre que el chantaje permanente de Cerrón funciona como un mecanismo de
relojería. No es usted cabalmente el presidente de la república, señor
Castillo. Ha tolerado y tolera usted que Vladimir Cerrón, el secretario
general del partido que hoy funciona como jaula y lastre definitivo, sea una
especie de mandatario paralelo, de presidente en la sombra, de mandón sin
títulos ni legitimidad ni actas escrutadas. En política, señor presidente, no
sólo se requiere buena fe. Se necesita carácter para afrontar lo difícil,
coraje para vencer las dificultades, instinto de posteridad para advertir
dónde está lo adjetivo y, qué puede ser lo decisivo.
Lo que es penoso ver es
a un presidente legítimo que tolera la usurpación y calla ante la intromisión
en el seno mismo del poder de un socio que no sabe de límites y que aspira a
gobernar desde las sombras. O usted toma la decisión de gobernar, señor
presidente, o el lápiz del símbolo servirá para escribir su epitafio político.
Escribo estas líneas sin
saber si el Congreso de la señora Alva le va a dar o no la confianza al
gabinete del señor Bellido. Aquí el problema no es su relación con el Congreso
hostil, señor presidente. El gran asunto es saber si usted tendrá la dignidad de
hacerse respetar. Si el coraje no le alcanza para aclarar las cosas, tiene
usted la siempre vigente opción de la renuncia.
Muy atentamente,
César
Hildebrandt
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