viernes, 13 de agosto de 2021

LA COYUNTURA POLITICA SEGUN HILDEBRANDT


 ¡ES UNA GRAN OPORTUNIDAD!

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 552, 13AGO21

E

s verdad que el gobier­no de Castillo comete errores graves a la velocidad del vértigo.

Pero es verdad también que si esos errores no se cometieran, la de­recha mediática y parlamentaria los inventaría.

A la derecha de las calles -esas tribus salidas del sarro virreinal- lo que le inte­resa es la vacancia ¡ya!

Es lo mismo por lo que conspiran Renova­ción Popular y Fuerza Popular: que se largue esta cholería intrusa y que lo haga de una vez.

Es que el gobierno de Castillo es la rebelión de las masas orteguiana con un giro nativo: estas no son las muchedumbres del fascismo y del bol­chevismo que en los años 20 se disputaban plazas y poderes. Este es el éxi­to del pongo, del indio conscripto, del agachado que quiere enderezarse.

Es como si Rosendo Maqui hubiese salido de la tumba para pelear otra vez por Rumi, el pueblo del que era alcalde aco­sado en la novela de Ciro Alegría.

Se trata de un giro histórico que en Lima vemos con un gran temor y una beligerante incom­prensión.

Es la primera vez que un hom­bre como Pedro Castillo accede a la presidencia.

Es la primera vez que los quechuahablantes sienten que el país también les pertenece. De algún modo, la indiada de José Gabriel Condorcanqui está pre­sente aquí y ahora.

Hay un susto casi colonial en Lima, un terror heredado que viene de muy lejos.

Y Lima no es el Perú, por más Valdelomar que nos hayan me­tido en la cabeza. El Palais Concert, además, debe ser ahora una fritanga de salchipapas.

Es curioso cómo es que Lima aceptó desde hace tantos años la revuelta de los gustos salida de la costa y hasta de la selva: todo lo chicha, todo lo combi, pasó el comité de admisión y se instaló en el mercado.

Pero de la sierra herida no lle­gó nada excepto clamores des­oídos, pobrezas crónicas, hospi­tales en ruinas. Claro, siempre tuvimos coartadas culturosas para decir que estábamos integrados. Allí estaban, siempre, Machu Picchu, con su hotel de lujo y meadero de propiedad de Rafael López Aliaga (eso en San Isidro se llama mestizaje emprendedor), Chavín de Huántar y, hace poco, Caral.

Amamos a los na­tivos que murie­ron hace cientos o miles de años.

De los de ahora, que se ocupe Ro­mualdo, ese rojo que se murió bus­cando una casa, pobre diablo.

Entonces, sucedió. El asco por el fujimorismo, el temor a alias La Chica, el espanto por el recuerdo de tantos años fecales convirtieron a Pedro Castillo, el profesor primario y quechuahablante, en presidente de la repú­blica. Era, vallejianamente, un aceite contra mil vinagres.

Y resultó que Castillo, vícti­ma de una campaña inmunda que aspiraba a desconocer el resultado electoral aludiendo a un fraude inexistente, empezó a meter la pata desde el principio.

No la vio el profesor.

No entendió que ahora era corregidor, la historia viva, la oportunidad milagrosa. De él dependía que el Perú aceptase - por fin, su identidad múltiple, la riqueza de sus tonos, la variedad de sus pieles, la igualdad de los derechos más allá de los topónimos y las vestimentas. Y que, por fin, se echase a andar reivindicando a los más pobres, a la ruralidad tima­da tantos años, a los expulsados del papel sello quinto.

Ese proyecto de estirpe mexi­cana de reconciliación nacional merecía que el señor Castillo dirigiese un gobierno de profun­das reformas sostenidas por la historia, la razón y el pueblo. En ese horizonte de reconstrucción no cabían idealizaciones del estalinismo, vejeces doctrinarias, zombis habaneros. Ni cabía el señor Bellido, que admira a Edith Lagos porque no puede admirar a José María Arguedas, a quien Lagos habría matado con un tiro en la nuca.

No se juega con un gran proyecto. No se juega con una oportunidad de refundar un país racista, clasista y odioso. Nelson Mándela sí lo entendió.

Y ahora, claro, la de­recha apuesta al golpe otra vez. Sus periódi­cos parecen la Orquesta Sinfónica de Madrid en 1941, sus columnistas tienen la marcha de 88 pasos por minuto de la Legión Extranjera. Todos los días anun­cian las alzas que sus campañas azuzan, las fugas de capitales que sus amigos banqueros organizan, las desinver­siones que celebran con champán en algún club. Han iniciado la cuenta regresiva y cuentan con el Congreso como bala de plata.

Mientras tanto, el señor Be­llido dice que Julio Velarde se quedará en tanto sirva “a las grandes mayorías”. Lo dice después de que el presidente Castillo cancelara una reunión prevista con la máxima autoridad del BCR. Entonces, para polemizar discretamente con Bellido, el aislado Pedro Francke muestra una foto en la que él, Velarde y la superintendenta de Banca y Seguros parecen son­reírle al mañana.

Este es el Perú, mi país, eter­no despilfarrador de oportuni­dades. ▒▒

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