CARLOS DELGADO VALDIVIA
“EL QUIJOTE DE LA
CARICATURA NOCTURNA”, “EL BOHEMIO”
Por LOS ANDES 14/08/2021
Aurelio Medina Pacheco (Moshó)
Puno. Hasta el 29 de diciembre de 1986, existió
para la sociedad puneña un hombre, un maestro, algunas veces recordado en las
mesas de élites culturales como “el bohemio” o “el Quijote de la caricatura
nocturna”… el artista en cuestión fue Carlos Ricardo Delgado Valdivia. Nació
el 04 de noviembre de 1920 en el distrito de Cojata, provincia de Huancané
Él llegó al mundo con su lápiz travieso, acompañado de sicuris, en día de fiesta, el 4 de noviembre de 1920, en el distrito de Cojata (Huancané). Fueron sus padres don Antonio Delgado y doña Leandra Valdivia. Estudió en las aulas de la Escuela Primaria de Cojata y la secundaria en el Glorioso Colegio Nacional “San Carlos” de Puno. Los estudios superiores los concluyó en los claustros de San Juan Bosco, recibiéndose de profesor.
En su tierra se destacó como maestro de dibujo y pintura, en
el Colegio Secundario Agropecuario, llegando por su capacidad profesional a la
Coordinación Departamental de Núcleos Escolares Campesinos, para luego ser
llamado a la entonces VII Región de Educación y jubilándose más tarde como
funcionario de la Zona de Educación de Juliaca.
Aquel era un maestro de alta estampa quijotesca, de ojos
lemurianos: Para reírse de la humanidad obsequiaba carcajadas de caricaturas al
mundo.
EL FILÓSOFO DE LA LÍNEA
Se fue un hermano más del arte, al consumir sus últimos
lápices de grafito entre el viento y la lluvia, atrás, atrás… dejando a los
zorros mordiéndose sus eternas colas de paja.
Se ha ido Carlos Ricardo Delgado Valdivia, el poeta del
corto trasnochador, junto al quejido triste de las cosas idas, en las alas
negras de la parca zampoñera; sus ocho hijos y amigos llevaron al Campo Santo
al filósofo del trazo espontáneo, al maestro de la línea
nemotécnica.
Fue hombre digno; quiso seguir siendo de rectilínea
conducta, pero las tantas veces cacareada sociedad de pálida sensibilidad
humana, le habría de conducir de la sana prédica y exaltación al arte a
lupanares de los príncipes de la alegría, de los caballeros de la mesa cuadrada
de ch’ahuallas, palabras rompomalqueses.
Era un eterno enamorado de la amistad, pues al rayar la
bella aurora, con sus primeras y diáfanas pinceladas en el azul, apresurado se
retiraba a su chuklla, dejando a su paso huellas quebradas, cubriendo sus ojos
magentas de tanto remirar rostros de noctámbulos culturales con sus
extraordinarias manos de fakir.
Eran las últimas noches de diciembre en que vimos al Niño de
Oro traerle un p’okto como regalo de Navidad, pero aquel niño, seguramente,
viendo el continente del culto laureado de indiferencias, pensó llevarse
lápices y todo, como presente de Año Nuevo a los hermanos de la
eternidad.
El artista, mientras vivo, fue más bueno que el utópico Papá
Noel, obsequiando cientos de caricaturas en papeles volátiles a cambio de un
“gesto” a corteros fumastéricos y catedráticos lupuladores.
¡Oye, Quijote! Allí, junto a tu amigo, el niño de la Navidad
alumbra a los artistas del mundo con la lámpara de la vida, para hacer del
canto el color de la poesía, y de la forma el pensamiento del verbo creador.
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