César Hildebrandt
Tomado de
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 542, 5JUN21
¿Por quién votaría Alan
García?
Por Keiko Fujimori.
¿Por quién votará el
director de “El Comercio”?
Por Keiko Fujimori.
¿Por quién votará Laura
Bozzo?
Por Keiko Fujimori.
Y así podría seguir.
Hasta la náusea.
El hampa fujimorista
está nerviosa, sin embargo.
Por eso habla de fraude,
de muertos que votan, de ficciones estadísticas. No están seguros de remontar.
Y el dato les viene de una encuestadora importante y confiable.
Por eso quieren, a lo Trump, poner la pica en Flandes y hablar de irregularidades que no existen. De allí la campaña contra el Jurado Nacional de Elecciones, con el que no han podido trapear el piso. Con la ONPE no se meten porque allí tienen, a la cabeza, a un amigazo de siempre, alguien que sí estaría dispuesto a muchas cosas con tal de que “el comunismo” no nos lleve al infierno.
Será un final de
fotografía que nos retrata como país en crisis. Hay que elegir entre la
heredera de una mafia de asesinos y ladrones y el representante de una
izquierda primordial que no sabe hasta hoy qué programa de gobierno será el
definitivo en caso de llegar a palacio.
Optar por Fujimori es renunciar a toda dignidad, es despreciarse, es matar el honor y la autoestima. Es lo que hicimos los peruanos cuando le rogamos a Simón Bolívar que fuera nuestro dictador, nuestro dios viviente, nuestro capataz superlativo. Es lo que hicieron muchos peruanos cuando los chilenos tocaron sus puertas tras la invasión de lima: avisar quien guardaba armas, casar a sus hijas con algún capitán carabinero, celebrar la próxima paz de mi general Iglesias.
Votar por la hija de un
delincuente y que tiene prontuario propio es una manera de morir. Votar por
una delincuente que recibía millones de bancos y empresarios y cubría esas
entregas con cócteles imaginarios y contribuciones inventadas e impuestas a la
fuerza es declararse en huelga de hombre. No puedes reclamar ciudadanía si el
miedo te hace votar por la jefa de una organización criminal.
El Perú mima a sus
hijos. Hay en estas tierras que amamos y donde habremos de sembrar nuestros
huesos un efluvio maligno que parece envenenar y marchitar. Haya de la Torre,
el reformista de los 30 y 40, terminó de aliado de Odría en los 60. Pablo
Macera manchó su biografía como congresista del fujimorismo. Miren cómo ha
terminado Vargas Llosa.
El Perú aplasta y, si
puede, te hace puré de sobras, sombra de ti mismo. Las elecciones de este
domingo son un nuevo desafío. Y lo repito: no es odio invencible el que nos
guía, es resistencia, es honor. No son palabras huecas: definen un modo de
vivir y de encarar la aventura de la existencia. Sin honor, inhalamos y
exhalamos, deyectamos, dormimos e intentamos perpetuarnos por instinto.
Castillo produce un
legítimo temor, lo sé. Pero de Castillo podemos deshacemos con relativa rapidez.
El Congreso evitará sus posibles desmanes, el Tribunal Constitucional hará lo
suyo, la prensa cumplirá su papel y no habrá el temor de que sea comprada o
extorsionada. Y si el señor Vladimir Cerrón quisiera erguirse como un
presidente de facto y paralelo, para eso está la figura de la sedición y la
usurpación.
No olvidemos, además,
que el señor Cerrón tiene todavía investigaciones en curso y que una próxima
condena por corrupción puede llevarlo directamente a la cárcel.
Hasta niños fueron masacrados en Barrios Altos. ¿Volvería el "modo Fujimori"? |
Cuando Sendero Luminoso
bajó sus armas, la derecha peruana, siempre obtusa, creyó que era el tiempo de
la revancha. Aliada de Fujimori, esa derecha vio con alegría que el gobierno se
hizo dictadura, que la Constitución golpista borró el Estado, que los sindicatos
eran obviables y que los derechos de los trabajadores debían mantenerse tan
sólo en apariencia. Hicieron fiesta cuando a los pobres se les condenó al
autoempleo y a los ricos se les rebajó los impuestos mientras las empresas públicas
se remataban bañadas en aceite. Creyeron que la fiesta iba a ser interminable.
Fue entonces que llegó
la pandemia y mandó parar. ¿Era comunista el Covid-19? No. Lo que pasó es que
permitió ver cuán mentirosos y harapientos habíamos sido. El Perú gentleman tenía
el cuello sucio, los puños negros, los sobacos olorosos de canícula. El tren
bala de nuestra economía era, en realidad, un tranvía de la vieja Magdalena. Se
nos cayó la cara de vergüenza.
Y de allí viene
Castillo, de esos sedimentos. El Perú omitido lo ha encumbrado.
La derecha, representada por “El Comercio” y sus locutores, quiere ahora que reprimamos a la cholería votando por una candidata criminal. Cree que así seguirá el corso Wong del “modelo”. Pretende ignorar que la situación es insostenible y que el maldito “modelo” tiene que ser destituido. No por el socialismo de partido único, por supuesto, sino por un contrato social que impida que el malbarateo de nuestros recursos continúe y que ponga a la igualdad de oportunidades como una meta común. Un “new deal” que no haga de la educación un sucio negocio y de la salud una subasta donde los buitres deciden quién se muere.
Si gente como Pedro
Francke permanece en el entorno de Castillo, es probable que tengamos una
versión moderada y viable de un país renovado. Para eso el señor Castillo tendrá
que romper definitivamente con Vladimir Cerrón, esa momia castrista, aunque eso
le cueste la animadversión de más de la mitad de su bancada. ¿Tendrá la
entereza para librarse del padrinazgo, del estalinismo achorado del camarada
Cerrón?
La “solución Castillo”
es tormentosa. Lo que pasa con la “solución Keiko” es que no existe. No hay
cómo enfrentar el reto de la crisis con un gobierno que, a la larga,
producirá Castillos en cada región. Keiko Fujimori es la promesa del caos, el
sonido y la furia. Si yo fuera maoísta, marxista oriental y paciente, querría
que ganara Keiko Fujimori. Con ella, lo sé, la pradera terminaría de
incendiarse. ▒▒
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