CARLOS B. OQUENDO *
PUNO
ILUSTRADO, marzo 1919, pág.11
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ocos son los hombres que como Carlos Oquendo pueden
vivir en el recuerdo de la juventud puneña. Fué exponente de inteligencia, de
energía, de amor al terruño. De temperamento absorbente trató de mantener en
sus manos la vida política y social de Puno. Tal vez esto le hizo bastante
daño, pero demostró ante un análisis imparcial de su persona una vivificación
de las fuerzas que en esa época se oponían al gamonalismo reinante. Pesaba
cerca de 25 años, sobre el pueblo de Puno, la montaña de un feudalismo que
muchas veces cubrió de vergüenza a la tierra de nuestros mayores. Las rebeldías
se habían apagado. Un conformismo suicida embriagaba el alma de la juventud.
Ni un soplo de reacción se sentía en la fría altiplanicie del Titicaca, no
había sino la suave brisa de los políticos de cartel que adueñados del poder,
no habían hecho otra cosa que encumbrar medianías y eliminar a las verdaderas
capacidades con que Puno contaba en ese entonces. Esta política dañosa y contraproducente
no solo para los intereses materiales de Puno, sino aún para los espirituales,
detuvo por dos decenas de años el movimiento de progreso a que estaba llamado
un pueblo que por sus doctrinas y por su historia debía ocupar un sitio preferente
en la República.
La anarquía política y la desorientación de los
valores sociales produjo en la juventud un estado de incertidumbre que fácilmente
la condujo a la inacción. Esta quietud sirvió para que las fuerzas contrarias
siguieran ostentando dentro y fuera del departamento fuerza ficticia que
fuese baluarte de los anteriores abusos que más de una vez tuvieron dolorosas
repercusiones. Tal era el estado político y social de Puno cuando llegó de
Europa Carlos Oquendo, después de haber cumplido, como estudiante de Medicina
de la Universidad de París, sus deberes en forma poco común.
Dedicado al estudio de las ciencias podía creérsele
alejado de la lucha por el mejoramiento social. No fue así, demostró tanta
capacidad para uno y otro ramo. Puso al servicio del terruño el bagaje de su
inteligencia fecunda. Volviendo sobre la realidad del ambiente, desdeñó los
valores que conservaban la sociedad y el estado político del departamento;
comprendió que la juventud era presa de ese artificialismo que crea la vida
material y entonces pensó en una renovación.
Prontamente se vió rodeado de lo más selecto de la
juventud de Puno y colaboró con calor a esa obra de mejoramiento. Obra de
gran esfuerzo por lo mismo que había de irse contra lo establecido, requería
de la persistencia y de la tenacidad con que Oquendo la mantuvo hasta el último
momento. Tuvo errores; para nosotros, tuvo uno que le sirvió para su propia
ruina: Engrosar las filas del civilismo, partido político que al igual de los
científicos de México, no ha tenido otra misión en la historia del Perú, que
negociar con los dineros del Estado. Si hubiera escapado de la vorágine civilista,
su estrella habría brillado mayor tiempo y su caída hubiera sido su apoteosis.
No pudo ni debió haber figurado en el civilismo, porque en ese bando, estaban
los elementos contra quienes debía combatir. Los grandes feudatarios, estaban
allí, encastillados por el influjo del poder. Era necesario construir la
fortaleza en el lado opuesto. Oquendo, como todos los de su época, no quiso
buscar en el análisis de la historia, la tragedia civilista, por eso fué a
echarse en brazos de los mismos que debían ahogarlo más tarde.
Pero junto a este error político, Oquendo demostró,
una floración de ideales para Puno, que sirvieron para seguir manteniendo de pie
la causa del verdadero regionalismo que en estos momentos cobra verdadero
interés. Oquendo fué tal vez uno de los pocos de la generación presente, que
comprendió la hegemonía territorial de Puno, aquilató las riquezas del rico
departamento y pensó en que alguna vez era posible vivir libre de la malsana
influencia de un centralismo brutal y abusivo.
Oquendo como maestro, demostró no solo suficiencia,
sino un perfecto criterio de las modernas orientaciones de la enseñanza.
Conservamos aún en el recuerdo muchas de las lecciones dictadas con cariño,
llevando nuestro espíritu a la observación y al esfuerzo propio de investigación.
No fué maestro adocenado y banal. Supo sentir la maravillosa influencia de la
didáctica. Supo considerar la cátedra, como el sitial de la consagración
espiritual. Sincero, convencido y franco con sus ideas y con sus doctrinas
radicales, jamás rehuyó la discusión y su vida quedó indeleblemente amoldada a
los dictados de su conciencia. Esta sinceridad y esta convicción, en un medio
de temor, de dádiva y de acomodo, tuvo para los discípulos de Oquendo valor inapreciable.
El club liberal sintetizó esas doctrinas. Marcó una evolución en la vida
intelectual de Puno. Pudo este club haber hecho mayor labor, llevando a su seno
a muchos de los que pertenecían a esa generación. Así la simiente hubiera sido
más fecunda.
Oquendo al bajar a la tumba ha dejado un ejemplo
vivo de energía y de amor a la tierra de los suyos. La juventud de Puno, le
rinde homenaje de respeto y de admiración a quien un día supo encarnar sus más
altas aspiraciones.
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Padre del mayor poeta puneño: Carlos Oquendo de Amat
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