viernes, 20 de noviembre de 2020

LA COYUNTURA POLITICA EN EL PERU

 

VALLEJO Y EL JURAMENTO

César Hildebrandt

Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 516, 20NOV20

A

 mí como que citar a Vallejo me da escalofríos.

Lo mismo me pasaba cuando Alan García recitaba a Calderón de la Barca e hipnotizaba a los incautos.

No sé por qué, pero pienso que recurrir a Vallejo es como instalarse en el establishment de la culturita, en el coto de lo apropiado, en el museo de las bellas artes.

Pobre Vallejo. Se murió de pobreza y de esposa, de descuido y de desprecio nacional, y ahora resulta que calza con las ceremonias de asunción de mando.

Considerando en frío, citar al poeta más reconocido y menos leído del Perú puede ser todo un reto. Porque hay muchos Vallejo. Hay uno abstracto y emotivo que pena en la tristeza y que puede servir para una velada donde no se quiera incomodar a nadie, pero hay otros Vallejo que tiritan bajo los puentes y que claman al cielo exigiendo que la tortilla se vuelva. Es el Vallejo rojo que se emocionó con el nacimiento del primer socialismo de Estado y que no tuvo tiempo para juzgarlo porque se murió en 1938, cuando hasta el yugoslavo Milovan Djilas creía en Stalin y lo visitaba en nombre de Tito.

Hablando del desocupado, del parado de aquella Europa en crisis (cuándo no), Vallejo no se anda con chiquitas:

“¡cómo oye deglutir a los patrones

 el trago que le falta, camaradas,

 y el pan que se equivoca de saliva…”

El Perú jamás será un plácido interludio. Aquí la tentación nacional es el desorden y casi puede decirse que nuestro país es una enumeración caótica, esa figura literaria que Vallejo lleva a la cumbre con estos versos fabricados en septiembre de 1937:

“La paz, la avispa, el taco, las vertientes,

el muerto, los decílitros, el búho,

los lugares, la tiña, los sarcófagos,

el vaso, las morenas,

el desconocimiento, la olla, el monaguillo,

las gotas, el olvido,

la potestad, los primos, los arcángeles, la aguja,

los párrocos, el ébano, el desaire,

la parte, el tipo, el estupor, el alma…”

El poeta está comprometido con los débiles, con los sobrevivientes del sistema, y lo grita en tono de panfleto:

“Amado sea aquel que tiene chinches,

el que lleva zapato roto bajo la lluvia,

el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,

el que se coge el dedo en una puerta…”

Vallejo sabe, además, que los de abajo tienen siempre la suerte cuesta arriba y el destino manifiesto de la necesidad no satisfecha. Por eso escribe:

“La cólera que quiebra al hombre en niños,

que quiebra al niño en pájaros iguales,

y al pájaro, después, en huevecillos;

la cólera del pobre

tiene un aceite contra dos vinagres…”

Sabe Vallejo, además, que el mundo es territorio de desgracias que no vienen del azar sino de la arquitectura del poder y su voz se hace más sombría que nunca cuando exclama:

“Un comerciante roba un gramo

en el peso a un cliente

¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance

¿Con qué cara llorar en el teatro?”

Lo que el poeta se pregunta es esto: si la cotidianidad tiene ese peso ceniciento de ferocidad y codicia, ¿nos salvará la coartada de la cultura? Él piensa que no.

Y por si hubiera alguna duda sobre su posición, en “España, aparta de mí este cáliz” su militancia de soldado teórico y republicano en armas termina de despejarla:

“¡Voluntarios,

por la vida, por los buenos, matad

 a la muerte, matad a los malos!

¡Hacedlo por la libertad de todos,

del explotado y del explotador,

por la paz indolora –la sospecho

cuando duermo al pie de mi frente

y más cuando circulo dando voces–

y hacedlo, voy diciendo, por el analfabeto

a quien escribo,

por el genio descalzo y su cordero,

por los camaradas caídos,

sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!”

Lo que he querido decir, sencillamente, es que Vallejo es lo menos aparente para una juramentación presidencial. Que el poeta del desasosiego y de la ruptura sea citado por quien es nombrado presidente de la república por el mismo Congreso donde persisten, como endemia, fujimoristas y demás forajidos, es de una dudosa exquisitez.

Lo que sí es cierto es que Francisco Sagasti ha despertado grandes y justificadas expectativas. Se le ve como a un hombre moderado, leído, centrista y concertador. ¿Es eso lo que el Perú necesita en estos momentos? No estoy seguro. Pienso que lo que más se requiere ahora es carácter y capacidad de decisión y solicito que me sea permitido dudar sobre si esos atributos los tiene el nuevo régimen. ¿Llamar “queridos congresistas” a quienes habían sido, en mancha, los autores del golpe de estado con hurto agravado es una cortesía borbónica o fue un dicho surgido de la sinceridad? 

Las viudas de Merino, por Chillico

La pregunta inevitable es esta: ¿cómo evitar las tensiones con un congreso dominado por filibusteros? A no ser que el propósito sea navegar con vela de neutral en el mar de los sargazos de la continuidad. Ojalá que ministros como el de economía le recuerden a Sagasti que no está en palacio de gobierno para hacer de policía de tránsito sino para limpiar el camino y enfrentar los desafíos del adversario. Que no le quepa duda al flamante mandatario: los derrotados del domingo pasado están callados por ahora –no les cabe otra cosa–, pero harán todo lo que esté a su alcance para sabotear al gobierno y ensuciar el proceso electoral. No olvidemos que Sagasti no estaría donde está sino fuera por la calle y la juventud que llenó plazas y esquinas de rabia y rectificación. Y esa juventud va a estar atenta a que la bandera de la limpieza no se negocie con quienes, en este momento, traman su venganza en curules y medios.

Y ya que se trata de poesía, terminemos con Washington Delgado, uno de los más ninguneados y sólidos poetas peruanos de la generación de los años 50 del siglo pasado:

“Para vivir mañana debo ser una parte

de los hombres reunidos.

Una flor tengo en la mano, un día

canta en mi interior igual que un hombre.

Pálidas muchedumbres me seducen;

no es sólo un instante de alegría o tristeza:

la tierra es ancha e infinita

cuando los hombres se juntan”.■

Mechain en PERU21




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