LECTURAS INTERESANTES Nº 961
LIMA - PUNO, PERÚ
22 MAYO 2020
RECONSTRUCCIÓN
CON CAMBIOS
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 490 22MAY90
¿C
|
uánta
plata está invirtiendo el Estado en propaganda oficial redundante e inútil? Mucha, por lo que se ve y por lo que se oye.
Eso
explica el tono entusiasta con que un sector de la prensa informa que todo está
yendo según lo planeado y que el presidente Vizcarra es como el almirante Nelson
en las inmediaciones de Trafalgar. Es decir, que lo tiene todo previsto y que
lo que no ha pensado habrá de improvisarlo de modo brillante.
Pero
no es así, por más que lo diga la prensa afable. Vizcarra, a estas alturas, no
entiende de qué naturaleza es la tormenta y nadie de su entorno puede decirle
cuán insidioso será el viento próximo.
En
suma, los hechos han sobrepasado al presidente. El poder coercitivo del Estado fue
malherido por el desacato mientras el ministro de Salud seguía dándonos cifras
minimalistas y el régimen se empeñaba en promesas que no podía cumplir.
Y
quien debía ser el líder de un ejército disciplinado se encontró con uno
disperso y disfuncional. No es que
Vizcarra sea el único responsable. Es el Estado mal nacido que tenemos el viejo
culpable de esta crisis con visos de catástrofe.
No
es Vizcarra solamente. Es el fracaso de lo
público, el asesinato moral del interés común que el Estado debe representar.
Si
alguna lección dolorosa debemos sacar de todo esto es que la receta de Fujimori
y sus parásitos no funciona cuando vienen desafíos como este.
Necesitamos
una economía mixta, un mercado regulado, un Estado arbitral, una ciudadanía
atenta.
Todo
eso será parte de la reconstrucción con cambios que ahora sí, con mayúsculas y
a escala nacional, necesitamos emprender.
No
es posible que sigamos creyendo en la sacralidad de lo privado, en la soberanía
absoluta del mercado, en el papel límbico de un Estado en trance de
desaparición.
Y
no es posible, digámoslo de una vez, que nos tengamos que resignar a la
hegemonía bárbara de la informalidad.
La
informalidad es las antítesis del Estado y del contrato social que todos nos
atañe.
La
informalidad es la que llena de mercurio los ríos de Madre de Dios, la que hace
imposible la convivencia civilizada en las grandes ciudades, la que hace
covachas en vez de casas, la que hambrea a los suyos con sueldos por debajo de
la subsistencia, la que convirtió el transporte público con esa beduina
humillación.
La
informalidad es la que rompió masivamente la cuarentena y la que hará imposible
todo intento serio de desarrollo con una mínima dosis de igualdad.
No
seremos viables como país si seguimos creyendo que nacimos con esa tara y que
no tenemos remedio a la mano. Sí lo tenemos. Si nos lo proponemos, produciríamos
ciudadanos. Con tumultos habituados a la triste condición de servidumbre no se
hace una democracia. Se hace lo que tenemos: un país zombi, instituciones
elusivas, normas violadas, economía bajo sombras.
¿El
73% de la PEA es informal? Sí. Así es.
¿Y
así queríamos reaccionar masiva y hasta unánimemente ante la pandemia?
¿De
cuántas mitades -a lo Ino Moxo- cuenta el Perú?
De
demasiadas.
Es
hora de pensar en la crudeza e nuestra situación. Admitámoslo: el bicentenario
nos coge del pescuezo para gritarnos lo inconcluso que somos, la promesa rota
que hemos sido, la nación fallida que creamos.
OTRA VEZ ANDRÉS |
Que
haya sido una crisis sanitaria la que demuestre esta pena, es lo de menos. Que
un maldito virus nos haya servido de espejo para reflejar nuestras miserias,
será una anécdota más. Éramos Dorian Gray y estábamos ridículamente obsesionados
con el retrato amable que nos obsequiaron. Tenemos 200 años de fracasos y
seguimos creyéndonos una joven promesa de la subregión. ¡Basta! <>
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