LECTURAS INTERESANTES N° 887
LIMA
PERU 21ABR19
ALAN GARCÍA
Por Mario Vargas Llosa
En
LA REPUBLICA Suplemento DOMINGO 21 ABR 2019
E
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ra más inteligente que el promedio de quienes se dedican
a hacer política en Perú, con bastantes lecturas, y un orador fuera de lo
común. Ha tenido un gran protagonismo público en los últimos treinta años
Lo conocí durante la campaña electoral de 1985, por Manuel
Checa Solari, un amigo común que se había empeñado en presentarnos y que nos
dejó solos toda la noche. Era inteligente y simpático, pero algo en él me
alarmó y al día siguiente fui a la televisión a decir que no votaría por Alan
García sino por Luis Bedoya Reyes. No era rencoroso pues, elegido presidente,
me ofreció la embajada en España, que no acepté.
Su primer Gobierno (1985-1990) fue un desastre económico y
la inflación l
legó a 7.000%. Intentó nacionalizar los bancos, las compañías de
seguros y todas las instituciones financieras, una medida que no sólo habría
acabado de arruinar al Perú sino eternizado en el poder a su partido, el APRA,
pero lo impedimos en una gran movilización popular hostil a la medida, que lo
obligó a dar marcha atrás. Su apoyo fue decisivo para que ganara la próxima
elección presidencial, en 1990, Alberto Fujimori, quien, dos años después, dio un
golpe de Estado. Alan García tuvo que exiliarse. Su siguiente Gobierno
(2006-2011) fue mucho mejor que el primero, aunque, por desgracia, estropeado
por la corrupción, sobre todo asociada a la empresa brasileña de Odebrecht que
ganó licitaciones de obras públicas muy importantes corrompiendo a altos
funcionarios gubernamentales. La fiscalía lo estaba investigando a él mismo
sobre este asunto y había decretado su detención preliminar de diez días,
cuando decidió suicidarse. Algún tiempo antes había intentado pedir asilo en
Uruguay, alegando que era víctima de una persecución injusta, pero el Gobierno
uruguayo desestimó su pedido por considerar —con toda justicia— que en el Perú
actual el poder judicial es independiente del Gobierno y nadie es acosado por sus
ideas y convicciones políticas.
LA REPÚBLICA |
Durante su
segundo Gobierno lo vi varias veces. La primera, cuando el fujimorismo quiso
impedir que se abriera el Lugar de la Memoria, en el que se daría cuenta de sus
muchos crímenes políticos con el pretexto de la lucha antiterrorista, y, a su
pedido, acepté presidir la comisión que puso en marcha ese proyecto que es
ahora —felizmente— una realidad. Cuando el Nobel de Literatura, me llamó para
felicitarme y me dio una cena en Palacio de Gobierno, en la que quiso animarme
para que fuera candidato a la presidencia. “Creí que nos habíamos amistado”, le
bromeé. Me parece que lo vi una última vez en una obra en la que yo
actuaba, Las mil noches y una noche.
Pero he seguido de muy cerca toda su trayectoria política y
el protagonismo que ha tenido en los últimos treinta años de la vida pública
del Perú. Era más inteligente que el promedio de quienes en mi país se dedican
a hacer política, con bastantes lecturas, y un orador fuera de lo común. Alguna
vez le oí decir que era lamentable que la Academia de la Lengua sólo
incorporara escritores, cerrando la puerta a los “oradores”, que, a su juicio,
no eran menos originales y creadores que aquellos (me imagino que lo decía en
serio).
Cuando asumió la jefatura del partido que fundó Haya de la
Torre, el APRA estaba dividida y, probablemente, en un proceso largo de
extinción. Él la resucitó, la volvió muy popular y la llevó al poder, algo que
nunca consiguió Haya, su maestro y modelo. Y uno de sus mejores méritos fue el
haber aprendido la lección de su desastroso primer Gobierno, en el que sus
planes intervencionistas y nacionalizadores destruyeron la economía y
empobrecieron al país mucho más de lo que estaba.
Advirtió que el estatismo y el colectivismo eran
absolutamente incompatibles con el desarrollo económico de un país y, en su
segundo mandato, alentó las inversiones extranjeras, la empresa privada, la
economía de mercado. Si, al mismo tiempo, hubiera combatido con la misma
energía la corrupción, habría hecho una magnífica gestión. Pero en este campo,
en vez de progresar, retrocedimos, aunque sin duda no al extremo vertiginoso de
los robos y pillerías de Fujimori y Montesinos que, me parece, sentaron un tope
inalcanzable para los gobiernos corruptos de América Latina.
¿Fue un político honesto, comparable a un José Luis
Bustamante y Rivero o a Fernando Belaúnde Terry, dos presidentes que salieron
de Palacio de Gobierno más pobres de lo que entraron? Yo creo sinceramente que
no. Lo digo con tristeza porque, pese a que fuimos adversarios, no hay duda que
había en él rasgos excepcionales como su carisma y energía a prueba de fuego.
Pero mucho me temo que participaba de esa falta de escrúpulos, de esa tolerancia
con los abusos y excesos tan extendidos entre los dirigentes políticos de
América Latina que llegan al poder y se sienten autorizados a disponer de los
bienes públicos como si fueran suyos, o, lo que es mucho peor, a hacer negocios
privados aunque con ello violenten las leyes y traicionen la confianza
depositada en ellos por los electores.
¿No es verdaderamente escandaloso, una vergüenza sin
excusas, que los últimos cinco presidentes del Perú estén investigados por
supuestos robos, coimas y negociados, cometidos durante el ejercicio de su
mandato? Esta tradición viene de lejos y es uno de los mayores obstáculos para
que la democracia funcione en América Latina y los latinoamericanos crean que
las instituciones están allí para servirlos y no para que los altos
funcionarios se llenen los bolsillos saqueándolas.
El pistoletazo con el que Alan García se voló los sesos
pudiera querer decir que se sentía injustamente asediado por la justicia, pero,
también, que quería que aquel estruendo y la sangre derramada corrigieran un
pasado que lo atormentaba y que volvía para tomarle cuentas. Los indicios, por
lo demás, son sumamente inquietantes: las cuentas abiertas en Andorra por sus
colaboradores más cercanos, los millones de dólares entregados por Odebrecht al
que fue secretario general de la Presidencia, ahora detenido, y a otro allegado
muy próximo, sus propios niveles de vida tan por encima de quien declaró, al
prestar juramento sobre sus bienes al acceder a la primera presidencia: “Mi
patrimonio es este reloj”.
En el Perú, desde hace algún tiempo, hay un grupo de jueces
y fiscales que ha sorprendido a todo el mundo por el coraje con el que han
venido actuando para combatir la corrupción, sin dejarse amedrentar por la
hostilidad desatada contra ellos desde la misma esfera del poder al que se
enfrentan, investigando, sacando a la luz a los culpables, denunciando los
malos manejos de los poderosos. Y, afortunadamente, pese al silencio cobarde de
tantos medios de información, hay también un puñado de periodistas que
sostienen la labor de aquellos funcionarios heroicos. Este es un proceso que no
puede ni debe detenerse porque de él depende que el país salga por fin del
subdesarrollo y se fortalezcan las bases de la cultura democrática, para la
cual la existencia de un poder judicial independiente y honesto es esencial.
Sería trágico que en la comprensible emoción que ha causado el suicidio de Alan
García, la labor de aquellos jueces y fiscales se viera interrumpida o
saboteada, y los contados periodistas que los apoyan fueran silenciados.
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