EL MITO DE TUNUPA Y LA CRUZ DE
CARABUCO
Escribe: Guillermo
Vásquez Cuentas
Tomado de “ALASITA” N° 17, Puno mayo
2016.
Después del diluvio universal, propiamente antes
y durante los lejanos tiempos del pre-pukara, pre-puquina y pre-tiahuanaco los
seres humanos que ocupaban el espacio andino altiplánico vivían unos en
behetrías o grupos carentes de organización alguna; y, otros en grupos con
cierto orden, en comunidades más o menos regidas por líderes individuales o
colectivos.
En esos tiempos, apareció, venido desde las
tierras guaraníes, un hombre medianamente corpulento, de tez clara, vestido con
una túnica que atestiguaba ropa muy humilde, pero que tenía poderes grandes,
pues podía convertir los cerros en llanuras, tenía el poder del rayo y de la
lluvia. Su misión era ordenar la vida de las gentes de esta parte del mundo, y
en cumplimiento de este designio, nunca se cansaba de predicar en cada lugar,
sobre las conductas deseables para una nueva cultura y un modo de vida mejor.
Sobre el impulso al espíritu comunitario y la ayuda mutua.
Viajando desde el sur oriente del continente en
dirección norte por el flanco oriental de la cordillera de Los Andes, llegó a
la tierra de los Kallawayas (Carabayas). En su largo viaje, solía tener como
guía de orientación permanente a la Cruz del Sur, que desde el espacio sideral lo
conducía de pueblo en pueblo con exactitud suficiente.
En Carabaya decidió rendir homenaje imperecedero
al factor conductor que lo auxiliaba sin cesar: la Cruz del Sur que cada 3 de
mayo esta constelación adquiere la forma de cruz perfecta. Con ese objeto
construye a semejanza de la disposición cósmica de las estrellas, una cruz de
madera de regulares dimensiones y con ella sobre el hombro emprende su
recorrido por el altiplano siguiendo la ruta de la orilla oriental de la gran
laguna del Titikaka. Recorre -siempre predicando- Asillo, Huancané, Moho,
Conima, comarcas en las que los lugareños inician la adoración simbólica a la
cruz. Llega a Carabuco, a orillas del gran lago, en donde trata de fijarla en
la cumbre del cerro más cercano al poblado.
Desde Carabuco fue a la isla Titikaka. Recorrió
luego Yunguyu, Qota kjahuaña (Copacabana), Tiahuanaco, siempre predicando el
buen actuar y el buen vivir. Siendo Dios para la gente, pero también hombre,
peca con dos sirenas hermanas llamadas Quesintuu y Humantuu, lo que origina las
iras de los umasuyos de Carabuco. Por esto y por resistencias a la doctrina
predicada, es maltratado y atormentado por los naturales, atado de pies y manos
al mástil de chonta de una balsa grande y empujado a la deriva por el lago
wiñaymarca. Durante cuatro días y cuatro noches el viento sopló fuerte desde la
huaca Aahuacasa y llevó la balsa hasta Chacamarca en donde se abrió la tierra
para dar paso a las aguas lacustres creando el rio Aullagas (Desaguadero).
Por ese río llegó a Sica Sica y Poopó, y ya
repuesto traspuso la cordillera, llegó a
orillas del mar y desde allí –luego de construir una nave- se perdió en la
inmensidad del océano.
Los carabuqueños enterraron la cruz y solo mil
quinientos años después la encontraron muy deteriorada. Aún así hicieron de
ella dos cruces, una para la iglesia de Carabuco y otra para la de Sucre.
Tunupa, conocido también como Tonapa, Tarapaca,
Taapac, Tahuapaca, Ecaco (Equecco), se
convirtió por fuerza de la tradición en dios y héroe de los collas, de los
pukinas y después adoptado por los aimaras. El símbolo de la cruz que dejó es
objeto de adoración actual por muchos pueblos altiplánicos.
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FIESTA DE LA CRUZ
LA FERIA DE LAS ALASITAS EN PUNO
Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas
Alasita, cómprame
En muchas ciudades peruanas y bolivianas ubicadas en el amplio ámbito aymara de la meseta del Collao y en diversas fechas del calendario gregoriano, se celebra la feria de “Alasitas”, aunque en buena parte de los casos –como en la ciudad de Puno- se ha hecho coincidir esa fiesta con la Fiesta de la Santa Cruz, el 3 de mayo de todos los años.
El “personaje” central de “las Alasitas” es el idealizado “equecco”, “eqecco” o ekkecco (de alguna forma hay que escribirlo, y hay muchas) cuya pequeña imagen en bulto, de no más de 30 centímetros, representa a un hombrecillo retaco y regordete, de tez blanca –más española que mestiza- y negrísimos bigotitos y cejas, que por lo general, viste pantalón pegado, camisa con chalequito, chullo colorido y ojotas devoradoras de las grandes distancias collavinas. El ekkecco anda siempre cargado a más no poder, de buen número de bastimentos, vituallas y diversidad de objetos útiles a una existencia despreocupada por lo necesario; por ello, en el mundo mágico religioso de los aymaras, es tenido como el propiciador de la abundancia de medios que todos desearían alcanzar en la vida..
Para atender la demanda siempre creciente de suplementos (y complementos) destinados a mantener e incrementar la calidad y la cantidad de los objetos que componían la carga habitual de los ekkeccos, el ingenio y el arte popular del hombre del altiplano se orientaron al trabajo y fábrica de una diversidad cada vez mayor de objetos en miniatura, que con el tiempo, excedieron largamente esa demanda inicial, rebasándola y ampliándola hacia otros temas de la vivencia cotidiana en cuanto a la satisfacción de necesidades materiales, siempre bajo el signo recurrente de la miniaturización. ¿El mercado?: Las ferias de “las Alasitas”.
Ekkecco, ¿Tunupa?
Hay una fuerte tendencia histórico-explicativa que sostiene que el ekkecco es la representación de Tunupa o Tonapa, quien según datos registrados por varios cronistas de la historia, fue un hombre blanco y barbudo, es decir caucásico, que estuvo algún tiempo viviendo entre los primeros habitantes del Collao, predicando y haciendo milagros. Pachacuti Yamqui... (Relación de Antigüedades... 1993 [c 1609?]: 188 a 193) dice al respecto: "Este varón dicen que andando predicando llegó a los Andes de Caravaya, y en ella hizo una cruz muy grande, y los trajo por sus ombros, asta ponerles en un cerro de Carapucu (Carabuco), en donde les predicó dando grandes bozes, echando lágrimas". Pese a que fue salvajemente muerto por los antiguos collavinos, terminó por convertirse en una de las muchas deidades de los aymaras.
Ludovico Bertonio en su famoso Vocabulario de la Lengua Aymara de 1612, señala que Ekkecco es otro nombre de Tunupa (en aimara, de su cepa, de su tronco, en donde tunu: cepa, tronco. upa: sufijo que indica pertenencia, posesión adjudicable a una tercera persona). Señala que “…como Dios fue tenido destos indios uno a quien llamavan Tunnuupa, de quien cuentas infinitas cosas, dellas muy indignas…Mucho habría acaso declarar a los indios los embustes de Tunnuupa, para que todo lo que del cuentan se vea claramente ser fábula y se desengañen. En otras tierras, o provincias del Perú le llaman Ecaco…
En base a esos datos se deduce que el ekkecco y su indisoluble relación con la fiesta de la Santa Cruz, vienen a ser un producto cultural –como tantos otros- del proceso de la indigenización de lo español o si se quiere, de la aymarización del cristianismo.
Porque hay que tener muy en cuenta que los aymaras, así como todas naciones y etnias del antiguo Perú, si bien tuvieron que aceptar la cristianización de su espacio vital, tanto natural como sobrenatural, no admitieron la sustitución de su propio mundo sagrado, sino que la concibieron y aplicaron como una forma de integración o fusión de las manifestaciones de ese su mundo con elementos o manifestaciones de la cultura occidental traída por los españoles. Para poner un ejemplo muy puntual, diremos que aceptaron poner cruces en los techos de las casas al momento de estrenarlas o inaugurarlas, pero agregaron a la cruz varios elementos propios de su mundo mágico religioso, como la culebra, símbolo del rayo o deidad “Illapa”. Este mismo fenómeno de transculturación, mixtificación, amalgama cultural o como se llame según la teoría que se maneje, se hace patente en el caso del ekkeco y la compra-venta de miniaturas en la Fiesta de la Santa Cruz que, como se dijo, se celebra en muchos pueblos del altiplano, pero la que se celebra en la ciudad de Puno, cada 3 de mayo, es la que ha cobrado notable relieve en la región y en el Perú.
Orígenes de la Fiesta
A mediados del siglo XVI en Europa ya existía la “fiesta de la Cruz” o del “Descubrimiento de la Cruz” que se celebraba el 3 de mayo. En España, al generalizarse esa fiesta, “en muchos puntos del país, los “mayos” o árboles y varales de mayo de las plazuelas y caminos habían sido substituidos por la cruz, que se festeja ese día” (N. Maldonado: “La religiosidad popular de España”. 1975: 36)
En una de las primeras monografías publicadas sobre los aymaras, el etnólogo inglés David Forbes, señaló en 1870 que la Iglesia, después de la conquista, introdujo en su calendario festivo algunas fiestas nuevas, aparentemente para sustituir fiestas autóctonas: "Este parece ser el caso con la 'Fiesta de la Cruz', celebrada en La Paz en los días 3 y siguientes de Mayo”, afirmó. En sus inicios –aporta Alfonsina Barrionuevo (Los Dioses...111)- el culto al ekkecco se mantuvo en secreto hasta que en el siglo XVII se mostraron públicamente imágenes de él en la misa que mandaron a hacer los fundadores de La Paz a principios de dicho siglo.
Desde esos ya lejanos tiempos, la fiesta de la Cruz, en el marco de la urdimbre cultural aymara-española, se ha hecho popular y se la celebra anualmente en todas las regiones del mundo aymara. Muchas informaciones indican que su celebración tiene su origen en la zona aymara de Carabuco, en la actual Bolivia, lugar en el que, según la historia relatada muy detalladamente por el cronista de Copacabana, Ramos Gavilán (Sanz, Rafael, 1867. Cap XXVII a XXX) se encuentra la conocida Santa Cruz de Carabuco, después de haber sido llevada hasta allí desde el Titicaca en donde la dejó Tunapa, su creador.
No es posible establecer aún desde cuándo en la ciudad de Puno se celebra el “cruz velacuy” o la fiesta de la Cruz, en la que se abre paso el ekkecco y su apasionante mundo de miniaturas. Sí sabemos que la tradición es muy fuerte y de eso da cuenta el anecdótico hecho ocurrido hace algunas décadas en la comunidad de Chinchera en Chucuito, Puno, cuando los sacerdotes Maryknoll intentaron intensa pero vanamente poner fin a la celebración de la Fiesta de la Santa Cruz bajo el argumento, aparentemente erróneo, de que ella no formaba parte del calendario católico romano oficial.
El desaparecido escritor puneño Walter Tapia (en su “Ambito, vestida y cargada de Eqheko” inserto en “Antología del Ekeko” de Omar Aramayo, 2004 p.78) sin precisar fecha alguna refiere que es antigua la costumbre muy puneña de comprar un muñeco y ya en casa vestirlo con todo aquello que la familia desearía tener o alcanzar y luego engreírlo dándole cigarro y licor.
Del Aymorai a la fiesta de la Cruz
Forbes, antes citado, sostiene que esta fiesta de la Cruz "es evidentemente sólo un reemplazo de la gran fiesta llamada Aimoray que los Indios celebraban en este mes antes de la llegada de los españoles". Esta fiesta de mayo fue, claramente, una fiesta de los primeros frutos y de la abundancia, expresada ésta con el mismo nombre de la fiesta. Bertonio (Vocabulario...1612, II: 28) dice: "Aymuratha: Henchir el costal hasta la boca y es una hanega" y "Aymura: Vn costal lleno" (id. Il: 29). El cronista agustino Antonio de la Calancha (Crónica Moralizada...1976 [1638]: 851) presenta esta fiesta de la siguiente manera: "El sexto mes se llama Hatuncuzcu i Aymoray, que corresponden a Mayo, sacrificavan cien carneros de todas colores, i aziase el festín desde sus sementeras asta sus casas, cantando i pidiendo a los ídolos les conservase las comidas, i multiplicase los bienes, i azen una pequeña troje donde ponen del maiz o semilla mejor para su ídolo Mamaçora, i lo adornan con cunbi, es de gran nombre la fiesta del Almoray".
La Fiesta de la Santa Cruz y las “Alasitas”, (incluida, desde luego, la poderosa atracción de las “chiquiticosas”) tan caras a las experiencias de niñez de los puneños de todos los tiempos y de muchos lugares del departamento de Puno, constituyen ahora parte imprescindible del conjunto de valores que componen la dimensión cultural antropológica de la puneñidad.
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