GRANDES SIGLAS
César Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 709, 15NOV24
D |
espués de que los hombres decidieran matarse en masa
en 1914 empleando hasta gases de cloro y mostaza, agonizando lentamente en las
trincheras, despedazándose desde lejos gracias a la nueva artillería, vino la
Liga de las Naciones en 1919. Fue un acontecimiento. Fue el fin de la historia
adelantado. Fue el maná del arrepentimiento que nos haría buenos y pacíficos.
La humanidad firmaba el pacto de la concordia y la
paz. Estados Unidos y Europa se adherían a la solución arbitral de los
conflictos y a la reforma radical de las relaciones internacionales. Siglos de
armonía habrían de esperamos.
Pero diez años después, en 1929, estalló la gran crisis
económica mundial y los buenos oficios se archivaron. La escasez y el miedo
hiceron lo suyo, las cavernas volvieron, los dientes mostraron sus promesas
caníbales y los fascismos -el ya instalado en Italia, el inminente en Alemania,
el activo en Japón- se municionaron mientras las democracias se llenaban de
palabras y aplazamientos.
Entonces, en 1939, veinte años después del contrato
por la paz, volvió la orgía de barbarie, la vieja vendimia de la sangre del
otro. Pero esta vez todo fue peor. Los nazis añadieron a la guerra la infamia
del antisemitismo asesino y Europa regresó a la furia que tan célebres había
hecho, durante tantos siglos, a sus héroes carniceros. Fue la catástrofe del
ser humano como irónica creación de dios, fue la cordura despidiéndose del mundo.
Y cuando Truman decidió que Japón merecía el apocalipsis del uranio y el
plutonio hechos alquimia de la muerte en Los Álamos, supimos, de dos bombazos,
que dios no nos vigilaba desde algunas brumas santas, sino que domiciliaba en
la Casa Blanca y fumaba marlboros.
Sesenta millones de muertos nos costó el episodio. Y
de esa escombrera no salió la penitencia con ganas de enmienda. Emergió, más
bien, la guerra fría, que era la manera de avisamos que todos seríamos poca
cosa, candidatos a ceniza, a la hora que los grandes enemigos decidieran
apretar los botones de la fatalidad.
Y lo que salió también fue la ONU, que ahora sí, no
lo dude usted aguafiestas, nos libraría de la bestia humana y educaría al simio
armado y obligaría a la evolución a dar un salto.
Pero pronto, de inmediato, la farsa quedó al
descubierto. La Organización de las Naciones Unidas creó el estado Israel imponiéndolo
en territorios habitados secularmente por palestinos. El resultado fue una
masacre, un gran exilio, un despojo mayúsculo. La ONU creó Israel sin siquiera
decirle al mundo que la mayor parte de sus fundadores habían hecho uso del
terrorismo para imponer su nacionalismo sectario y rencoroso.
Con los años, y cada vez más, la ONU fue el teatro de los discursos y el desfile de las buenas intenciones. Hasta que se convirtió en lo que es ahora: la entidad que Israel bombardeada por interpósita persona, el Consejo de Seguridad que todo lo atasca por el poder de veto de sus anacrónicos mandamases, las retahíla de resoluciones vinculantes que nadie cumple, la burocracia enorme que ningún mal puede impedir.
Mechain: Lideres mundiales en APEC y protestas populares
Mi escepticismo respecto de los grandes pactos y los magnos eventos crece cada día que pasa.
¿Alguien
me puede decir de qué sirve, a estas alturas del trabajo esclavo, los salarios mínimos
y el poder sindical hecho añicos, la Organización Nacional del Trabajo? Son las
corporaciones y el poder mundial de las oligarquías quienes deciden al
respecto. ¿Alguien me puede informar cuántas hambrunas africanas evitó la FAO?
Los billones de toneladas de alimentos que sobran entre los ricos van a los
vertederos. ¿Alguien alabaría la conducta de la Organización Mundial de la
Salud durante la pandemia del Covid-19? Habría que saber en cuánto aumentaron
sus astronómicas ganancias las farmacéuticas que fabricaron las vacunas. Y en
otro plano, ¿alguien se atreverá a decimos que las sucesivas COP han atenuado
las averías del calentamiento global de origen humano, el cambio amenazante de
los océanos, la fiereza de los nuevos vientos, las sequías aniquiladoras? Que
lo digan los productores de soya que hunden su pezuña en la selva, las petroleras
que pagan a escribas mercenarios, el equipo del Trump reincidente que insiste
en el carbón.
Las
grandes siglas del poder mundial y los consensos colosales son purita ilusión
y marquesinas. Los crédulos confían en esas luces y la prensa del
entretenimiento sigue el compás.
Lo
único que funciona en este siglo de vulgaridad totalitaria es el negocio, la
expansión de las potencias, el reparto de los suburbios, la guerra de las
divisas, el credo de la codicia, los mercaderes que ni Jesús se atrevería a
echar de ningún templo. Lo que valen son los dividendos y los puertos. ¡Y el
Perú ha demostrado en este APEC que tiene voluntad, una vez más, de servir al
amo que mejor se le ofrezca y de aceptar su rol de subalterno vocacional! <:>
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