MELANCOLIA EN LAS FAMILIAS
César
Hildebrandt
En
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 703, 04OCT24
E |
xtraño mi ciudad. Me hace falta el país que se perdió.
Me duele el muñón de lo que fuimos.
Pasé mi infancia en Jesús María, que era la clase
media andando en la cornisa, y jugábamos a la pelota en la cuadra 16 de Arnaldo
Márquez.
Más tarde, en mi etapa de lector cautivo, me iba al
bosque de los olivos que estaba a unas cuadras de mi casa y me ponía a engullir
páginas y a rumiar lo que creía que era un aprendizaje de lobo solitario.
No echo de menos esas cosas: el tiempo pasa y es
implacable la ruina de lo que nos hizo felices.
Lo que me falta es el país defectuoso pero
esperanzado que teníamos.
No éramos lo mejor del subcontinente, pero en educación,
por ejemplo, nos envidiaban.
Y esa es la clave de la melancolía de mi generación.
Lo que más agrede del Perú actual es el estruendo
de la ignorancia.
Donde antes se peleaban Luis Alberto Sánchez y
Alberto Ruiz Eldredge hoy disputan un banano Rospigliosi y Bermejo. Donde antes
polemizaban Igartua y Moncloa hoy se muerden un periodista de Willax y una
fiscal de barro.
congresistas criticados por sus preguntas. La Republica |
El “socialista” Alfredo Pariona se interesó en saber
si a Velarde le preocupaba el bajo crecimiento económico de las zonas rurales.
La cerronista María Agüero se refirió a las medidas
que el BCR debería tómar para impedir el deterioro del poder adquisitivo de
los sectores populares, dando a entender que esa capacidad de compra podía
dañarse “por la estabilidad de los precios”.
Y Wilson Quispe, de Juntos por el Perú-Voces del
Pueblo, arremetió directamente preguntando esto: “¿Cuáles han sido las
obligaciones legales o iniciativas del BCR para buscar apoyar el empleo dentro
de la población?”
Si no son delincuentes, son estúpidos. Y a veces son
ambas cosas. Y todos son congresistas, padres de esta patria vejada.
Pero la huelga general de neuronas, el alarido de la
ignorancia, la vanidad del no saber, la suntuosa exhibición de la miseria
intelectual no sólo está en el Congreso.
Están en todas partes y abundan en los medios de
comunicación, en los escritos oficiales, en los alegatos judiciales y fiscales,
en la argumentación de los proyectos de ley, en los despachos de los reporteros
televisivos, en el farfullar de la radio.
Me avergüenza el país que somos hoy.
Y me avergüenza más el país que fingimos ser: el que
está cerca de la OCDE, el que marcha hacia el desarrollo, el que saldrá
adelante con la agro exportación y la minería.
Un país no es una colección de cordilleras ni una
suma de llanuras polimetálicas. Un país no es un montón de cifras. Un país es
también una comunidad de intereses, un norte moral, unos principios surgidos
del contrato social.
Aprendí con los años y los escarmientos que los
países más vivibles son los que fomentaron el crecimiento de sus clases medias,
con todo lo que eso, desde el punto de vista educacional, supone. Esa es una
apuesta cultural de largo plazo.
En el Perú hemos hecho todo lo posible por
hostilizar a la mesocracia. Y por derribar, o desfigurar hasta la caricatura,
la meritocracia.
El gran problema añadido es que la ignorancia y la
corrupción son amantes. Ningún público es más soñado por la corrupción que
aquel que no distingue lo importante de lo superfino. Nada es más embaucable que
alguien secuestrado por el analfabetismo funcional.
El gobierno de Boluarte tiene explicación y linaje.
Viene de Castillo, que es un omiso a la inteligencia. Y Castillo surge del
miedo a Keiko, que es la corrupción en carne viva.
Boluarte es lo que quedaba en el pozo.
Tiempos atrás, Andrés Townsend y Armando Villanueva peleaban por el liderazgo del Apra. Era la época en que Javier Diez Canseco y Alfonso Barrantes no se podían ver cuando del rumbo de la izquierda se trataba. Fue el momento en que Pablo Macera desacreditaba las reformas de los militares y grababa unas largas conversaciones con Jorge Basadre. Y el SUTEP, sin Derrama, luchaba por los suyos, mientras Luis Bedoya Reyes y Roberto Ramírez del Villar libraban batallas ilustradas por el conservadorismo.
Extraño ese país. <:>
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