APORTES AIMARAS
A LA CIVILIZACIÓN INCAICA
Por : Hernán Amat Olazabal[1]
La caracterización de la inmensidad de los logros
históricos de los Aymaras, que contribuyeron notablemente a grandeza del
Tahuantinsuyo, fue diseñada magistralmente por el antropólogo John V. Murra.
Desde nuestros puntos de vista, veamos algunas consideraciones al respecto.
Desde los tiempos antiguos
En el período post‑glacial, hace diez mil años, los
ecosistemas que circundaban el lago Titicaca fueron capaces de proveer al sostenimiento
de cazadores de guanacos y ciervos y de recolectores de plantas, que ya
experimentaban con la horticultura. Más tarde, ellos se convirtieron en
domesticadores de llamas y alpacas, de tubérculos (papa, olluco, oca, mashua),
de chenopodiáceas (quinua, cañahua) y en cultivadores intensivos y extensivos
del maíz en diversos nichos ecológicos, con el empleo de técnicas edafológicas,
hidráulicas y conocimientos profundos de los fenómenos atmosféricos y de la
astronomía.
Con la emergencia vigorosa de las sociedades Pucara y
Tiwanaku, aquellos territorios agrestes, hacia e1 sig1o II antes de nuestra
era, se convirtieron en uno de los lugares más espectaculares de integración
ecológica que jamás se haya realizado.
Hacia 1440 d. C., cuando los incas inician su vertiginosa carrera
imperialista y se irrogan solemnemente el manto del destino de las etnias y
naciones del Perú antiguo, los pueblos de la cuenca del Titicaca contaban ya
con millones de laboriosos habitantes dedicados a la agricultura, a la ganadería
y al comercio. Se habían quedado sin mayor espacio y, según creían los Incas,
también sin tiempo.
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Papa, chuño |
El aporte ecológico-económico
Durante varios milenios, los cultivos y los rebaños de camélidos de la
sociedad agropecuaria andina, se dan de preferencia en alturas que varían entre
los 2.000 y poco más de 4.000 metros sobre el nivel de mar. Por debajo de los
2,000 metros, 1a floresta tropical sofoca los encrespados flancos de Los Andes
orientales, donde los ríos profundos rugen a través de gargantas salpicadas de
cantos rodados y es posible roturar la tierra para el cultivo de frutales y de
la coca, cuando la verticalidad de los Andes cede e1 paso a las montañas más
suaves. Por encina de los cuatro mil metros, predomina la puna desprovista de
árboles o sólo salpicada de polilepsis ("queñuales") y de una especie
de pastizal llamado ichu, el cual mantiene a los densos rebaños de
llamas y alpacas y alimenta a las vicuñas silvestres.
El aporte tecnológico
La tradición agrícola que se desarrolló en el altiplano del Titicaca
exigió un esfuerzo comunitario debido a que los valles anchos son escasos y las
laderas de las montañas son de gran diversidad. Esa realidad orográfica demandó
la creación y difusión de un sistema elaborado de los huaru huaru
(camellones) y “cochas”, de controles hidráulicos para e1riego eficaz de
las mismas y, de la construcción de las “pata-pata” (parcelas
aterrazadas o andenes).
De otro lado, muchos otros aportes tecnológicos aymaras surgieron de
la necesidad de hacer frente a la realidad natural. Así, trabajar en el medio
altiplánico, de climas extremadamente fluctuantes, exigió como exige ahora, el
uso de prendas de lana aptas para contrarrestar el frío; exigió también el
consumo ocasional de productos frescos y los que llegaron a deshidratarse
mediante tecnologías autóctonas (carnes y grasas, como cecina o “chalona”,
papa y oca como “chuño”, “tunta” y “caya”), incluyendo
además complementos dietéticos como peces lacustres, frutas y coca de la
floresta. Solo de ese modo fue posible sostener una población estable y cada
vez más numerosa. Digamos de paso que la coca, tomada con moderación, es un
valioso ingrediente dietético para quienes participan en trabajos agrícolas en
considerables altitudes, ya que estimula el vigor, la resistencia corporal y la
capacidad para resistir bajas temperaturas.
Como ya señalamos, Pucara y Tiwanaku, hacia 200 años
a. C. fueron culturas en las que se produjeron innovaciones, continuadas por
los aymaras, que configuraron una nueva economía sostenida y sumamente
funcional a la que Murra llamó "el control vertical de un máximo de pisos
ecológicos" o "archipiélagos verticales",
es decir, el aprovechamiento de los recursos naturales de la puna,
valles alto-andinos, quebradas semiáridas, extensos valles costeros cálidos y
cabeceras de selva, considerándolos como sistemas independientes, pero todos ellos con la
finalidad central de mantener a grandes comunidades humanas, contrarrestando
carencias o insuficiencias ocasionadas por inclemencias climáticas. Esas comunidades
llamadas ayllus, controlaban extensos
territorios muy distantes de su
centro de origen, estableciendo colonias; por ejemplo, en los valles de costa
como Tambo, Sama, Locumba, Caplina, Azapa, cultivaban el maíz; en la Quebrada
de Humahuaca, en el noreste argentino, sembraban tubérculos; en las selvas de
Larecaja (Bolivia), cosechaban frutas y coca.
Estos "archipiélagos verticales” que a menudo
cubrían distancias de 80 a 150 Km desde las punas hasta el nivel del mar,
permitieron que se reuniera masas de personas en cantidades suficientes como
para emprender la enorme tarea de construir sistemas arquitectónicos con la
finalidad de crear tierras de cultivo en pendientes empinadas e irrigarlas
adecuadamente. Ello constituye una gran proeza tecnológica, una síntesis
brillante, producto del genio creador de los aymaras y sus predecesores. Lo que
había sido 1a barrera casi insuperable de la geografía andina se convirtió en
un valor, que se transformó en la base de la civilización andina. Así, una
agreste topografía aislada y de carencias se había visto transformada -por la
voluntad humana- en un conjunto de tierras florecientes racionalmente
explotadas, primero por la gente de Pucará y Tiwanaku y luego por diversos
“reinos” o “señoríos” altiplánicos como los Lupaccas, Collas, Collaguas,
Callahuayas, Umasuyos, Pacajes, Charangas, Charcas, Lipes, etc.
El aporte militar
Hacia el siglo XV los incas incursionan militarmente
en el lugar de sus remotos orígenes, el altiplano aymara, afirmando el
aprovechamiento de sus logros culturales en la ecología y la economía y pasan a
explotar la inmensa riqueza agropecuaria de los pueblos del Altiplano. Durante
la dominación incaica, aquellos pueblos, “reinos” o “señoríos” aymaras
prestaron sus contingentes humanos de muchos miles de luchadores a la empresa
guerrera y expansionista de los Incas, incluyendo a los principales generales
de las fuerzas conquistadoras de Huayna Capac, que fueron aymaras. Por lo
demás, las riquezas que ellos crearon y acumularon, sirvieron para financiar
las dilatadas guerras de conquista de las etnias Punás, Cañaris, Cayambes,
Shiris, Pastos y otras asentadas en el actual territorio del Ecuador.
Así pues, los aymaras no sólo han sido el factor
primigenio que suscitó la aparición del Estado Inca, sino que ha contribuido
decisivamente con señalados productos culturales que resultaron fundamentales y
trascendentales para los logros de la civilización incaica en esta parte del
continente americano.
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[1] Nació en Moho, Puno, es
doctor en historia y arqueología, ex Rector de la Universidad
de Ancash Santiago Antúnez de Mayolo, ex Vicerrector Académico de la
Universidad Nacional Hermilio Valdizán de Huanuco, ex Director del Museo de
Arqueología y Antropología del Centro Cultural de San Marcos, profesor de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Realizó investigaciones arqueológicas en Chavín de Huantar, Alto Marañón,
Lambayeque, Ollantaytambo, Cusco, Costa Extremo Sur, etc. Asistió a numerosos
congresos nacionales e internacionales, como a Mexico, Estados Unidos, Japón,
Moscú, Buenos Aires, Quito. (Aswan Qhari)
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