CASTILLO
LLEGÓ A LA
PRESIDENCIA
César Hildebrandt
L |
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 544, 18JUN21
as cifras finales de la
ONPE, lo que está en juego en cuanto a actas (mesas) por revisar, la tendencia
de los pronunciamientos tanto de los Jurados Especiales como los del Jurado
Nacional de Elecciones nos permiten decir que el triunfo electoral de Pedro
Castillo es definitivo e irreversible. Lo único que ha logrado el hampa
fujimorista es demorar el pronunciamiento oficial del JNE y extender el clima
lodoso de sus vidas a la atmósfera entera de la política peruana.
El hampa fujimorista
quiere embarrarlo todo para que el próximo gobierno, nacido de una supuesta
ilegitimidad, tenga los días contados. ¿Se prestarán a eso los partidos que,
sumados, hacen mayoría en el nuevo Congreso? ¿Volverá el hampa fujimorista a
dictar la agenda y trazar el rumbo? ¿Somos los peruanos una turba guiada por
gentuza? Espero que haya una reacción de aquellos que, a diferencia del PPC,
no se han embarcado en la aventura sediciosa que alientan los forajidos
herederos del fujimorismo siempre golpista. Y espero que el JNE entienda que
seguirle el juego a la organización criminal que perdió las elecciones por
44,000 votos, más o menos, es prestarse al operativo del golpe de estado ideado
por la cabecilla de esa banda. Cada día que pasa en la lentísima revisión de
todo lo “impugnado”, aun de aquellas actas que se presentaron fuera del plazo,
es un día más para los preparativos del zarpazo armado y autoritario que se alienta
desde la prensa podrida, los empresarios sin escrúpulos, los abogados del
inmovilismo y la opinología conservadora.
La delincuente en flagrancia sabe que le espera la cárcel si no se blinda con la presidencia de la república. Para ella es de vida o rejas pedir asilo en palacio de gobierno y desmontar, en sus cinco años de mandato, el proceso de 15,000 folios seguido en su contra por lavado de activos y creación de una trama criminal con fachada de partido.
El Perú es el único país
que tolera que una prontuariada ponga en peligro el estado de derecho gritando
que hubo fraude en las elecciones que no pudo ganar y en las que jamás debió
participar. ¿No nos da vergüenza? ¿No sentimos náusea cuando vemos en qué país
nos hemos convertido?
Somos payasos tristes en
esta parte de América. Lo sé a ciencia cierta por el tono de las preguntas que
algunos periodistas extranjeros me han formulado en estos días. Les asombra
nuestra incapacidad de vemos como somos: un país patético donde la hija de un
ladrón condenado a 25 años de cárcel pone en jaque la democracia por segunda
vez en cinco años después de perder, por pocos votos, las elecciones. No les
deja estupefactos que la hija del reo reincida en su pataleta de perdedora: lo
que más les consterna es que esa señora haya perdido sólo por un puñado de
votos y que la derecha empresarial y mediática la haya apoyado como si de una
dama honorable se tratara. Esa tara anémica, esa desaparición de la virtud,
esa vocación por la oscuridad, es lo que menos entienden. ¿Cómo explicarle a
un foráneo bien intencionado que la historia del Perú está plagada de miserias
como esta?
El asunto es que Pedro
Castillo, el peor candidato que podía tener la izquierda, le ha ganado la elección
a la engreída de “El Comercio”, la favorita de la CONFIEP, la musa del Club de
la Construcción, la locutora habitual de RPP. ¿Cómo fue eso posible? Hay
respuestas complejas y eruditas, pero prefiero la más sencilla: el Perú
ninguneado, más exasperado que nunca por la crisis de la pandemia, mandó al
diablo al Perú oficial. No es como si Femando Belaunde hubiese ganado los
comicios de 1956. ¡Es como si Haya de la Torre hubiese llegado a la presidencia
en las elecciones de 1931!
Contra todo y
virtualmente todos, Castillo es el nuevo presidente de la república. El trámite
protocolario del JNE es lo que falta, pero no habrá manera de negar la voluntad
popular expresada en las urnas.
¡Qué interesa lo que
diga “El Comerció” y su alcantarillado! ¡Qué diablos puede importar lo que
gimotee RPP! ¿A quién puede preocuparle
lo que respalde Lourdes Flores Nano? Castillo es el presidente de la república
del bicentenario y eso quizá pueda llamarse justicia.
Un presidente andino y
de pocas letras asume la presidencia de un país que pretendía que todos los
Castillo de estas tierras esperasen otros 200 años para plantear un contrato
social distinto.
Dicho esto, es necesario
recordarle al presidente electo que el país ha votado en parte por él y en
parte para impedir que esa mafia llamada Fuerza Popular se haga con el poder.
El Perú, señor
presidente electo, no ha votado por el señor Vladimir Cerrón y su camarilla de
rojos totalitarios que admiran el modelo cubano o suspiran por el ejemplo de
Hugo Chávez.
El comunismo fue la
pesadilla que tuvo la igualdad. Ese sueño horrendo se inició el día en que
Lenin empezó a desconfiar de los soviets y supo que su espacio de confort era
el partido y, más aún, el ámbito de la secretaría general. Esas sombras
crecieron cuando Stalin heredó la maquinaria y la convirtió en la versión
perfecta del terror.
El país no ha votado por
Castillo para que un remedo del modelo cubano -estalinismo con playa Varadero
y hoteles en manos del sobornado ejército- crea que ha llegado su hora. No,
señor Cerrón: usted no puede subirse al podio. Si usted hubiese sido el
candidato, puedo asegurarle que la heredera de la corrupción habría celebrado
la misma noche de la segunda vuelta. No, señor Cerrón: Hugo Chávez fue un dictador
que despilfarró un país entero y le entregó a un pobre diablo su “legado”. El
Perú no ha votado ni por Chávez ni por Maduro. Y menos por Daniel Ortega, ese
error de la naturaleza.
Por Chillico : El retirado Almirante golpista |
El país ha votado por el cambio. Uno de verdad, que incluye el de la Constitución por las vías de derecho acordadas. Uno que signifique renegociar los contratos con las empresas que firmaron saqueos “inmortales” amparados en un marco legal entreguista y acomplejado. Uno que dote al Estado de recursos suficientes para Salud y Educación. Uno que proteja la asociación sindical. Uno que considere que los salarios decentes no son una gracia voluntaria sino un derecho. Uno, en fin, que termine con el “Estado Empresarial”, la legislación plutocrática, la corrupción judicial y el abuso del capitalismo entendido como dominio aplastante de ricos sobre pobres. Un país saneado y viable puede surgir de ese ensayo dictado por el resultado electoral. Que la derecha ilustrada entienda de una vez por todas que no se puede ser Tory en un país donde la desigualdad ofende y, a veces, como en el caso del coronavirus, mata. ▒▒
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