viernes, 23 de octubre de 2020
LA COYUNTURA POLITICA EN EL PERÚ
LECTURAS INTERESANTES N° 988
PUNO LIMA 23 OCTUBRE 2020
NO AL GOLPE DE ESTADO
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 512, 23OCT20
Me niego a creer que Édgar Alarcón sea el símbolo de la pureza ofendida. O que Javier Villa Stein sostenga, con toda desfachatez, que lo mejor sería nombrar un gabinete de
independientes virtualmente ajeno al gobierno. O que el omnisciente Uceda diga
que, a partir de las revelaciones últimas, Vizcarra debe reinar pero ya no
gobernar llegando así a la misma conclusión que Giampietri, Sheput o Gonzales
Posada, que se han pronunciado públicamente al respecto. Me niego a creer que
“El Comercio” se atribuya la misión de tumbarse un régimen como si del siglo XIX
se tratara y como si el diario que concentra el poder periodístico-empresarial
más abusivo jamás creado en el Perú fuera el rostro de la moral escandalizada
(con Pepe Graña de accionista y sus intereses diversos pugnando por ver cuál de
ellos prevalece en el directorio). Me niego a aceptar que la derecha achorada
quiera imponer su agenda, como tantas otras veces, como casi siempre en este
país que canta la misma tonada sin aburrimiento ni vergüenza. A mí el señor
Vizcarra me parece, ahora, un pícaro. Y estoy seguro de que las acusaciones que
hoy enfrenta pueden conducirlo a la cárcel si es que los dichos de los delatores
premiados se comprueban y las pruebas se corroboran. Pero no voy a avalar un
golpe de estado inspirado en fiscales que se disputan a mordiscos la mejor presa
de las investigaciones y la distribuyen, a pedacitos, entre buitres atentos y
voraces. ¿Quiénes están felices con esta lluvia de batracios? En primer lugar,
los sinvergüenzas que poblaron el Congreso anterior y que hoy dicen: “teníamos
razón, Vizcarra es lo que nosotros advertimos y el cierre del Congreso fue un
golpe de estado”. Vizcarra tendrá que pagar sus culpas cuando le toque. Y ojalá
que el debido proceso se cumpla rigurosamente y que, en justicia, el actual
presidente de la república afronte las consecuencias de lo que ha podido hacer
cuando fue gobernador de Moquegua. Pero un país no es una sucesión de pasiones y
ferocidades. Un país no vive al ritmo de lo que decidan filtrar los fiscales
convertidos en personajes épicos. Un país digno de llamarse tal tiene
instituciones, poderes separados, tejido social, predictibilidad, una
arquitectura de funciones, un cierto plan maestro. ¿Se han preguntado qué imagen
estamos dando ante el mundo, qué país de carniceros y emboscadores parecemos
planteando que una investigación preliminar deba terminar, precozmente, en
dictaminar la “incapacidad moral permanente” del presidente que hubo de
reemplazar de urgencia a quien había deshonrado, probadamente, el cargo? ¿Qué
quieren los Ántero Flores y los Hugo Guerra? ¿Que el Perú sea gobernado por el
Congreso sin contrapeso alguno, que eso es lo que se conseguiría si Manuel
Merino de Lama tuviese que asumir la presidencia? Estamos cerca de unas
elecciones y en plena crisis sanitaria. Arrastramos un colapso económico que, a
pesar de los optimistas de zarzuela, será más largo de lo que muchos se
imaginan. ¿Aceptaremos, en esas circunstancias, la tormenta perfecta de un
cambio de invaticinables consecuencias? ¿Es que la informalidad nos ha calado
tanto? ¿Es que amamos el desorden hasta ser sus seguros servidores? Vizcarra es
una decepción y en este semanario hemos denunciado las sólidas sospechas que
sobre él se ciernen. Lo que el ministerio público debe hacer, sin las alharacas
exhibicionistas a las que se ha acostumbrado, es engordar ese expediente con
pruebas, documentos, váucheres, testimonios creíbles y cruzados. Hay que seguir
la pista del dinero y la más difusa ruta de las intermediaciones que puedan
conducir a quien, según todos los indicios, pudo hacerse de dinero sucio como
socio clandestino de unos bribones de la construcción. Que ninguna coima quede
sin castigo. Eso está claro. Eso no se discute. Lo que está en juego en estos
momentos es si creamos el caos, como lo quiere el zombismo aprofujimorista, o si
sometemos al presidente Vizcarra al juicio que habrá de merecer y a la probable
condena que terminará de hundirlo. Pero el Perú, con todas sus lacras y
defectos, no es un pantano. Y como no lo es, no debe permitir que bichos lodosos
disfrazados de Catón propongan la decapitación del Ejecutivo para que sobre ese
patíbulo surja la figura del presidente del Congreso como si de un salvador se
tratara. Antauro Humala quiere el golpe. Pepe Luna quiere el golpe. Un sector de
la izquierda quiere el golpe a ver si Merino se transforma en Kerenski. Alfonso
Baella Herrera quiere el golpe. Y lo desean con ardor, por supuesto, Pedro
Gonzalo Chávarry y Tomás Aladino Gálvez. Y lo promueve el diario que ha obligado
a Indecopi a callar ante la concentración obscena y el dominio de mercado del
que se jacta todos los días. El diario que envió a su sicario televisivo a
embestir a Vizcarra como si de un conserje de los Miró Quesada se tratara. El
diario que manda a un editor de “Correo”, otra de sus propiedades, a decir que
mantener a Vizcarra en la presidencia es como nombrar a alias Caracol ministro
del Interior y que “tener a un truhan en el sillón presidencial de la Casa de
Pizarro” es algo indigno. Eso lo dice el periódico que tenía cuentas negras en
el exterior, de las que disfrutaban por lo bajo algunos Miró Quesada, y que fue
salvado de la deshonra pública por la fiscal fujimorista Julia Eguía Dávalos a
cambio de la permisividad con la que “El Comercio” trató la segunda y
fraudulenta reelección del capo Fujimori. Y eso no es cuento. Eso lo denunció
ante el poder judicial el que fuera gerente general del periódico Luis García
Miró Elguera. José Graña Miró Quesada, el accionista individual más rico de “El
Comercio”, también está con el golpe. Graña, como se sabe, era socio de
Odebrecht y amigo íntimo de Alan García. Por eso es que el que huyó de la
justicia suicidándose encontró siempre en el diario más viejo del país la
comprensión, la benevolencia y el silencio convenido. Ahora toda esta gente nos
quiere hacer creer que la ética es su mayor preocupación y que algunos fiscales
son el último bolsón de resistencia en la lucha contra la corrupción. No vaya a
ser que nos encontremos con la llamada “sorpresa brasileña”, es decir la
repetición del caso del hiperjuez Sergio Moro, que de Robespierre de las batidas
contra la inmoralidad de Lula y compañía pasó a ser ministro de justicia del
fascista Jair Bolsonaro. No vaya a ser. Que a Vizcarra se lo lleve la trampa
cuando pierda los privilegios que le otorga la presidencia. Que los fiscales
ahonden en los dos casos que lo comprometen. Pero también demandamos que lo peor
de la clase política peruana, acuevada en el Congreso y en parte de la prensa,
deje de darnos lecciones de higiene pública.
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