LIMA
PERU 1FEB19
EXTINCIÓN DEL FUJIMORISMO
César
Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 430 1FEB19
D
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icen que lo que algunos queremos es la
extinción del fujimorismo.
¡Bingo! Eso es lo que queremos.
Exactamente. Hace 29 años que un palurdo que decía “perguanos” sintonizó con
el país-chusma que también somos y nos embarcó en su aventura dinástica. Con el
pretexto de derrotar al terrorismo, el que sería aspirante a senador japonés
nos impuso un país al que le sangraban los muñones: el muñón del Congreso, el
muñón de la Contraloría, el muñón del Jurado Nacional de Elecciones, el muñón
del Poder Judicial.
Después vino la debacle, la fuga pradista,
la renuncia faxeada, la nacionalidad desenmascarada.
Hasta allí todo parecía moderadamente
sudaca: un país engañado se deshacía de un gran impostor y volvía a la
normalidad. ¡Estábamos escarmentados!
Carlin en LA REPUBLICA |
¿Escarmentados? ¿Vacunados? ¿Inmunizados?
Lo habríamos estado si Toledo hubiese
hecho un buen y limpio gobierno, si García hubiese dejado de acrecentar sus
caudales, si Humala hubiese cumplido con el diez por ciento de lo que prometió.
Que esos tres gobiernos fueran años
perdidos ayudó a que el paciente recayera.
Y recaímos. Un par de hermanos que
coquetean con las habilidades diferentes se irguieron como los administradores
del fujimorismo y devolvieron a la vida -como en una película de Tim Burton- al
perro que dábamos por muerto. Desde ese momento somos una película macabra
precisamente de Tim Burton, en blanco y negro: allí están los personajes
recosidos que nos amenazan, la noche sin ideas y sin luna donde aúllan
espectros que votan en el Congreso, las calaveras que nos recuerdan a los
Colina.
El fujimorismo no propone nada, excepto
durar. Hace lo mismo que hacen los virus y, sin embargo, parte del Perú
necesita ese huésped tóxico, esa vieja infección que terminará matándonos.
¿Por qué? Tengo mi teoría: el fujimorismo es el emprendedurismo informal de la
política, es la minería ilegal, es la tala prohibida, es el transporte
desregulado, es la versión electoral de Gamarra. Es nuestro lado oscuro. Es
nuestro lado lumpen. Es solicitado porque interpreta en muchos aspectos la
aspiración de marginalidad y éxito, de ilegalidad e impunidad, que guía a
millones en este país -el nuestro- que no ha dejado de ser adolescente. El
fujimorismo es el cianuro en los ríos de Madre de Dios.
Heduardo en LA REPUBLICAZ |
Es la casa con las varillas de un último
piso que no termina de construirse. Es el brevete falso. Es el agroexportador
que llega a ser ministro y da una ley en beneficio de sí mismo. Es el
presidente de la república que no acepta ser minoría y ordena a su secuaz
comprar congresistas al peso.
Es la hija de aquel presidente que no
acepta su segundo fracaso y decide hacer del Congreso una invasión rencorosa.
Es el hijo del mismo personaje que negocia como rufián los votos que sostendrán
a quien dictó un indulto impropio. El fujimorismo es la enfermedad tenaz de
este país.
Es cierto que ahora el malestar parece
relativamente controlado. Gracias a Salaverry, un virus que mutó a linfocito
por una metamorfosis misteriosa, Fuerza Popular ha perdido el control absoluto
del Congreso que había secuestrado. Pero no se la crean. Hay mucho pan por
rebanar, muchas tretas en el camino, muchos sustos que dar, muchas extorsiones
que poner sobre la mesa, muchos ambiguos que intimidar y muchísimos topos que
se irán revelando.
El fujimorismo no es una opción política.
Es el resumen de nuestros vicios hecho maquinaria política. No es de izquierda,
no es de centro, no es derecha. Es proteicamente inescrupuloso y tiene en sus
genes el mandato ancestral de ocupar todo el poder para imponemos la deriva
banal de su confusión. Le interesa el poder, el dinero y el encubrimiento -y
no necesariamente en ese orden-. Joaquín Ramírez, que empezó como cobrador de
combi y terminó como su millonario secretario general, es su cabal encamación.
Jaime Yoshiyama, que mintió como un marrano antes de que su sobrino confesara
todo y que ahora dice que no es prófugo sino ausente, es su exacta representación.
En todas las historias nacionales hay una
orilla horrenda, un río de aguas negras. En la historia del Perú hubo capítulos
como los de Meiggs, Dreyfus, la IPC. El fujimorismo es la versión contemporánea
de los trenes inútiles, el guano que engordó a los consignatarios, el petróleo
que los agachados regalaron. Pero todo eso revuelto. El fujimorismo es Echenique
robando, Balta concediéndole a Meiggs lo que no debía concederle, Piérola
abrazando las causas fiduciarias de Dreyfus, Leguía confirmando las ventajas
delictivas obtenidas en La Brea y Pariñas.
Mechain en PERU21 |
El fujimorismo es todo eso sacudido
en un envase por un malévolo bartender. Es todo eso enriquecido por delitos de
todas las índoles, de todas las magnitudes, de todas las mugres: desde la ropa
donada y las donaciones que se sustrajeron, hasta los maliciosos remates de
empresas públicas que valían 100 y se “vendieron” a 5; desde los 15 millones de
dólares que se entregaron como CTS a Montesinos con dinero en efectivo salido
de palacio de gobierno hasta la condecoración a la banda de Martin Rivas
(incluyendo a alias Kerosene, el quemador de cadáveres); desde Víctor Aritomi
hasta Hermoza Ríos.
No se equivocan los que piensan que
queremos la extinción del fujimorismo. No hablamos de extinguirlos como ellos
hicieron con las víctimas de los Barrios Altos o los estudiantes de La Cantuta.
Hablamos de pasar, de una vez por todas, la página. De acceder, por fin, al
futuro. De terminar con esta locura y esta peste.■
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