LECTURAS INTERESANTES N° 875
LIMA PERU 15FEB19
REFLEXIONES SOBRE LA PRENSA
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 432, 15FEB19
E
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l periodismo
peruano fue fundado por los cronistas de la conquista. Me refiero a aquellos cronistas
que relataron, con todas las dificultades imaginables, los sucesos que terminarían
con el hundimiento precoz y sanguinario del imperio de los Incas.
Ahora
bien, muchos de esos cronistas, no se limitaron a relatar hechos, a describir
procesos y a elogiar conversiones. Muchos de ellos inventaron hechos, imaginaron
procesos y llamaron conversiones a la imposición violenta de una cultura y unas
creencias que, vistas con objetividad, incurrían en tantas supersticiones como
aquellas que España se empeñó en extirpar en estas tierras.
Muchos
cronistas fueron, entonces y para decirlo con lenguaje familiar, periodistas
fabuladores y amarillentos, remotos ascendientes de la chicha contemporánea;
tatarabuelos de los tatarabuelos de esos periodistas que, hoy mismo, son
capaces de llamar bizcocho al pan y agua al vino.
Aquellos
cronistas que vieron animales monstruosos donde sólo había parajes nuevos y
aguas sin desentrañar, aquellos que inventaron mitos como el de las Amazonas y
leyendas como la ciudad del oro siempre inaccesible, lo hicieron, sin embargo,
con más candidez que perversidad, con más irresponsabilidad histórica que
apetitos a los que obedecer. Pero lo hicieron y fundaron así un género ambiguo,
mezcla de historia, relato de actualidad, compendio de mentiras, almacén de
inverosimilitudes y registro oral de testimonios verdaderos.
En el
Perú del Tawantinsuyo no había libros porque no había escritura. En el Perú de
los españoles dominadores los libros, sencillamente, se prohibían. En toda la
América virreinal la Inquisición prohibió la lectura y creación de novelas, con
lo que la primera novela de esta parte del mundo data de 1816, ya en pleno
proceso de emancipación, y corresponde al mexicano José Fernández de Lizardi.
Estoy convencido de que Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio
Cortázar o José Lezama Lima se vengaron largamente de esa cuarentena novelesca
conquistando España con sus libros y su vitalidad creadora. Lo hicieron
quinientos años después, es cierto, pero, de algún modo, nos reivindicaron.
Si la novela
es un producto tardío en esta América, el periodismo, en cambio, es elaboración
que se remonta al siglo dieciséis. Y el Perú es uno de los países con linaje
más antiguo en este menester. En efecto, la primera Relación -relato seco y
casi notarial de algún hecho- impresa en el Perú virreinal data del año 1584 y
se llamó “Pragmática sobre los diez días del año”. Esta hoja, que todavía puede
verse en la Biblioteca Nacional de Lima, da cuenta del nuevo Calendario
Gregoriano y fue impresa en la imprenta que el italiano Antonio Ricciardi
instaló en Lima en el año de 1580.
El
historiador del periodismo Lewis Bull considera que Lima se anticipó a Europa
en la fabricación de las Relaciones, germen del periodismo, pero Alejandro Miró
Quesada Garland sostuvo siempre que antes que aquella relación sobre el
calendario gregoriano está la relación impresa en Sevilla en 1577 y que trata
del viaje a esa ciudad andaluza del rey Fernando.
De
cualquier modo, fuimos, junto a México, el centro fundacional del periodismo
latinoamericano.
Nuestro
primer Noticiario -descripción de hechos variados en una sola publicación-
data de 1618 y contenía noticias venidas de Roma, llegadas a Sevilla, y reproducidas
en Lima.
Y el
primer Diario de Lima, así llamado, circuló restringidamente, hecho a mano,
desde 1629 a 1634 y es, junto a Nuevas de Castilla, de 1621, antecedente
ilustre de nuestro quehacer. No puedo dejar de decir que el único ejemplar de
La Gaceta
de Lima, el primer periódico propiamente dicho del Perú, no está en
nuestra Biblioteca Nacional sino en la Biblioteca Nacional de Chile, llevado
por la soldadesca de nuestro vecino junto a millares de libros de incalculable
valor que todavía no se han devuelto. Debemos decir, además, que esta Gazeta,
que tenía vocación periodística evidente y enumeraba hechos como la salida y
entrada de los barcos del puerto de Lima, fue la primera de América, lo que
hizo del Perú el país fundador de lo que podría llamarse el periodismo formal
en esta parte del mundo. Con este linaje, con este pasado, ¿por qué estamos
como estamos?
Vivimos
una mala época. Vivimos un momento histórico en que la mayor parte de la prensa
es parte del problema y no de la solución. Y no sólo aquí, sino en muchas
partes del mundo.
La gran
prensa parece comprometida con un nuevo pacto universal: las leyes del mercado
no se deben discutir, el neoliberalismo sin compasión no se debe discutir, la hegemonía
de una sola potencia no se debe ¡discutir.
Lo que
antes era una propuesta de los ricos para que nada cambiara pretende pasar hoy
por receta mundial y panacea cósmica.
Los que
antes juraban que el mundo podía ser mejor si hubiera más humanismo y más
justicia, hoy llaman idiotas a quienes no piensan como ellos.
Ahora
resulta que hay gente que insiste en que la historia ha terminado, que el
neoliberalismo es la máxima creación del cerebro humano y que las invasiones y
brutalidades del imperio son injerencias democráticas, excursiones
civilizadoras y masacres pedagógicas hechas en nombre de Dios.
Bueno,
Sartre, el brillante Sartre, también pensó que el marxismo era la filosofía,
insuperable de su época y miren en qué acabó el marxismo: Boris Yeltsin, más
borracho que una cuba, celebrando la extinción de su país.
Sucederá
lo mismo esta vez. Pero sucederá a pesar de la gran prensa, comprometida hasta
el tuétano con los intereses corporativos mundiales, vendedora de conformismo, cobra
que quiere hipnotizarnos y hacemos creer que los pobres son una realidad
irremediable, que el Estado debe empequeñecerse hasta casi desaparecer, que el
TLC con los Estados Unidos es magnífico para todos y que libertad y mercado son
socios de la misma aventura posmoderna.
La gran
prensa no tiene ahora otra responsabilidad social que la apuesta corporativa
por el statu quo. Esa perspectiva dicta sus coberturas, maneja sus
editoriales, califica a sus colaboradores y aconseja sus silencios.
La gran
prensa ha llegado a la conclusión interesada de que el mundo, en esencia,
está mejor que nunca y que sólo merece, acaso, ciertos retoques. Es por eso que
sólo hace cuestionamientos secundarios, anecdóticos y banales sobre el sistema
económico que ancla a los pobres en su pobreza. La gran prensa, en suma, es
parte del sistema mundial de dominación.
La gran
prensa está en eso de que la búsqueda ha terminado. Es una prensa que se ha
hecho parte del poder. Es el pesebre que terminó en el Osservatore Romano, la
pregunta que dejó de interrogar, el cuestionamiento que derivó en silencio.
Será la sociedad, entonces, la que deberá
exigirle a la prensa que ayer le servía; que vuelva a sus orígenes, a sus
deberes intrínsecos. La gran prensa ha roto su pacto; con el interés público y
se ha sometido a las exigencias homogenizadoras del sistema. George Orwell dijo
que la libertad consiste en el derecho de decir a los demás lo que no quieren
oír. Serán los consumidores los que tengan que decirle a la prensa el tamaño de
sus omisiones. Porque muchos hablan de la crisis universal de la prensa. Pero
lo que no dicen es que esa crisis es, fundamentalmente, una crisis de contenidos y
un resultado de sucesivas y crecientes cobardías. La prensa no está condenada a
desaparecer. Desaparecerá la que insista en olvidar a Émile Zola. ▒
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