LECTURAS INTERESANTES N° 846
LIMA PERU 28SET18
VOTAR POR
NADIE
César Hildebrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 414, 28SEP18
L
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ima no
necesita un alcalde. Requiere de un dictador, un sheriff, un alcaide, un vengador,
un califa generoso que ponga orden cimitarra en ristre.
Porque
Lima no es una ciudad, Lima es un homenaje a la estupidez, la hechura
polvorienta de los desadaptados.
Detesto
la ciudad donde nací. La recuerdo en mi infancia, allá en Jesús María, a cuatro
cuadras del bosque de los olivos, donde muchas veces fui a leer a la sombra de
un árbol más que centenario. Saludabas al guardia de la esquina, jugabas fútbol
en las pistas e interrumpías el juego cuando pasaba el Cocharcas-Jesús María de
la empresa de los Batievsky.
Carlin en LA REPUBLICA 28SEP18 |
Recuerdo
que los buses de la empresa municipal eran unos Mercedes Benz azules y que sus
cobradores tenían uniforme y monederos adosados al cinturón. Y tenían
modales y, muchas veces, amabilidad.
Recuerdo
haber ido muchas reces a La Punta en el tranvía Lima-Callao y, tras una tarde
de sol, haberme librado del agua salada en los pulcros baños del servicio
municipal.
Sí, ya
sé que son nostalgias de viejo, memorias tenaces de una ciudad que murió en un
país hoy también difunto. Pero, créanme, no se trata de una melancolía que
idealiza: Lima fue una ciudad vivible, acogedora, humana. Y sus barrios
populares, donde la pobreza se reunía, en nada se parecían a los campamentos
aéreos que los pobres actuales aceptaron como desdicha del destino.
Si me
guiara por mis alrededores, debiera ser feliz. Vivo en Surco y voy a comer a
Miraflores o San Isidro. A veces, incursionamos en Barranco y, en el colmo de
la temeridad, llegamos a Pachacámac.
A pesar
de mi voluntaria inmovilidad, sé que Lima ha dejado de ser horrible para
convertirse en espantosa. Hace un par de años, regresando del norte del país y
de sus ciudades-basurales (Chiclayo, qué tristeza), la vimos en todo su
esplendor: pueblos de arena, toneladas de desperdicios podridos en las bermas,
pistas destruidas, casas de hojalata y cartón en cada promontorio marrón. No
era una ciudad, era una posguerra, un guion apocalíptico.
Y era
un fracaso viejo que olía a pezuña extremeña. Venía de Pizarro, que tuvo la
mala idea de fundar la capital en este desierto hostil que ahuyenta las
verduras. Este fracaso venía de la república incompleta, de la clase dominante
que jamás amó a su país, del populismo que alentó el desorden como si fuera
una fiesta perversa de la libertad, de las izquierdas que creyeron que las
muchedumbres apelmazadas las iban a sostener.
Este es |
¿Fue la
demografía la que mató a la Lima civilizada? No, porque el crecimiento armónico
es algo que se ha dado en otras ciudades de Sudamérica. ¿Por qué no pudimos
planificar una ciudad y permitimos esta aberración? Porque gobernar es algo
que a los peruanos les resulta muy difícil. Y admitir la autoridad de esos
gobiernos vacilantes es algo que resulta todavía más arduo. En todo caso, Luis
Bedoya Reyes fue el último alcalde que tuvimos.
Ya es
hora de reconocer que el peruano tiene vocación por el desorden y por la
clandestinidad. Si le dieras a elegir a un peruano entre un camino asfaltado y
con peaje y un atajo gratis, aunque lleno de lodo y peligros, elegirá esta
última vía. Parámetros de construcción que en otras ciudades del vecindario
latinoamericano se consideran elementales y primarios, aquí ni siquiera se
plantearon. Condiciones de vida que avergonzarían en otras latitudes aquí se
exhiben sin pudor como “muestras de emprendimiento”. En Lima -en el Perú, en
general- progresan la ignorancia y el egoísmo. Y de esa mezcla salen los Liendo
que amenazan con pistola mientras conducen contra el tránsito, los que no
pagan arbitrios municipales y queman la basura en las esquinas, las tribus
armadas del fútbol, los alcaldes ladrones, los candidatos idiotas. Lima es
espantosa porque está llena de gente moralmente espantosa.
Por eso
digo que no necesitamos un alcalde sino un dictador benévolo. Alguien que
empiece una tarea que va a demorar dos generaciones. Alguien que haga lo que
Ataturk hizo en Turquía y lo que Lee Kuan Yew produjo en Singapur. O sea, una
revolución de las costumbres, un empezar de nuevo y, en algunas ocasiones,
desde cero.
Mientras tanto, habrá que votar. Habrá que elegir a nadie entre un
montón de angurrientos. Hasta que venga el sheriff, pistola y ley en mano. ▓
En Hildebrabdt eb sus Trece; Chavarrliendo |
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