Escribe: Omar Aramayo
Tomado de Facebook
Caricatural, resulta cualquier comparación de los representantes que Puno ha tenido ante el Congreso de la República, en los últimos años, cuando se examina la vida y obra del senador Enrique Torres Belón. Hay algunos, que han hecho honor a tan distinguido cargo, basta recordar a Santiago Giraldo, José Antonio Encinas, Ernesto More y unos pocos más. Los demás, es hojarasca de un otoño rico en vientos y soledades, nada tienen por exhibir, a parte de alguna anécdota, ninguna rectitud por reclamar, elocuencia o vocabulario por imitar.
Enrique
Torres Belón, nacido en Lampa, educado en la Escuela de Ingeniería de Lima, en
las primeras décadas del siglo XX, bajo la dirección del ingeniero Wakulsky,
fue compañero de estudios y de viaje a Europa, de Manuel Prado Ugarteche, amigo
cercano, que más tarde llegaría a la presidencia de la república. Personaje
ejemplar, tanto por su trabajo, de lucha, como por su devoción puneñista y por
una actitud de humildad y no de impostura demagógica. Esa actitud lo separó de
ser un cacique. Algunos han creído, sin justificación alguna que el apellido
viene de la tradición feudal puneña, no es así, lo que tuvo lo consiguió con el
esfuerzo cotidiano. Y por cierto, con serenidad.
Su
nombre y su riqueza vienen de haber perforado los suelos y montañas a lo largo
y ancho de la patria, en busca del mineral esquivo, que finalmente le dio su
esplendor en Huancavelica.
De
manera que cuando llega al senado el año de 1955 y posteriormente a la
Presidencia de su Cámara en el Congreso de la República, es hombre hecho y
derecho, humanista a su manera, con la virtud de la bonhomía, rasgo singular y
extraño entre los políticos de nuestro tiempo. Pero también el buen sentido
para reconocer y cultivar contactos, en un mundo que se abre a la modernidad y
la competitividad. Torres Belón era un soñador que tuvo la suerte de convertir
en realidad sus sueños.
Alguna
vez llamó por teléfono a Pedro Beltrán, el primer neoliberal que tuvo el Perú,
ministro de economía de entonces, para solicitarle le facilitara ocho mil
soles, tenía prisa para solventar los pasajes y la estadía de unos paisanos
putineños, venidos de la lejana provincia a realizar los consabidos trámites a
los que obliga el centralismo. Beltrán le dijo que no, que no podía darle esa
cantidad, a un hombre de su condición, Presidente del Senado, solo podría
concederle más de doscientos mil soles. Su candidez le costó caro, y tuvo que
pagar de su bolsillo.
Esta
plataforma le permitió lograr la aprobación de la ley de creación de la
Universidad de Puno en 1961, cuando dos proyectos habían naufragado ya en el
poder legislativo, el primero presentado por el insigne José Antonio Encinas en
1954 y el segundo por el notable Carlos Barreda en 1955. Aprobación unánime en
primera instancia, con características de escarnio para cualquier aspiración
provinciana. En aquella época los políticos creían que sólo se podía acceder a
la universidad en Lima o en las grandes ciudades, Puno estaba muy lejos.
La
reapertura de la universidad creada por Castilla en el siglo XIX, una de las
primeras en el ámbito nacional, que inaugura un tiempo nuevo en la
democratización de la educación, junto a las tradicionales creadas en la
colonia, y resulta un sacrilegio para las castas gobernantes, en una provincia
tan desposeída como Puno. Así, la Universidad Técnica del Altiplano, empieza a
funcionar dotada de un patrimonio impresionante, que con los años las
diferentes gestiones han perdido, una monstruosidad que debió generar ingente
riqueza a los ojos de la historia, y que ha producido poco debido a las pésimas
administraciones, con honrosas excepciones. Y con una superpoblación de
estudiantes sin horizonte de trabajo.
Replica de La Pieta de Miguel Angel
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Pocos
rectores, comprendieron la filosofía desarrollista de Torres Belón, eximio
conservador y mediador político de mediados del siglo XX. Él entendió a la
universidad como la maquinaria principal del desarrollo agropecuario del
departamento, academia, ciencia, y tecnología al servicio de la producción
agraria y pecuaria de un departamento pródigo.
La
primera promoción de la universidad salió a afrontar la Ley de la Reforma
Agraria del General Velasco, que la convierte en cantera donde se forman los
gerentes que llevan adelante un proceso devastador para el agro puneño.
Agrónomos y veterinarios que carecían de formación ética, antropológica,
lingüística, social. La pregunta es ¿qué hubiese ocurrido si no hubiese
existido ese personal para llevar adelante la Reforma Agraria? Sin duda, la
catástrofe habría sido mayor.
Torres
Belón jamás lo habría imaginado, pero ocurrió de esa manera. Luego el agro se
vino abajo durante 30 años, hasta colapsar en la última década del siglo XX,
las cooperativas y el territorio comunal parcelado por Alan García y la
Izquierda Unida, pero esa ya es otra historia. Lo cierto es que la universidad
en 60 años, en pocas circunstancias ha estado a la altura de las exigencias
sociales, fabricar profesionales sin planificación le resta crédito a su
cantera académica.
La
propuesta de Torres Belón, era una universidad para afrontar su época, como si
en este momento alguien propusiera en Puno, región sui generis, una universidad
para afrontar la coyuntura tecnológica que convulsionará en los próximos 10
años.
La
universidad de Puno ha puesto de lado la imagen de Torres Belón, no existe un
instituto que investigue su labor de minero, de restaurador, de actor social,
de creador político. Tampoco en la facultad de Educación existe un instituto de
investigación pedagógica del pensamiento de José Antonio Encinas, ni en San
Marcos de la cual fue uno de sus mejores rectores, ni en la Cantuta, que
contribuyó a crear.
Estadio TORRES BELON.
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La
universidad de Puno en estos 40 años de vida no ha sabido retener a sus mejores
elementos, a sus docentes más calificados, a investigadores de talla
internacional, para convertirse en una relación de grupúsculos que deslindan
sus propias limitaciones, con afanes de un poder nada constructivo.
No
solo la universidad es creación política de Torres Belón, también el Estadio
Monumental construido con piedras de Amantani, traídas hasta la ciudad de Puno
en botes de vela; la restauración arquitectónica del templo de Lampa, el primer
diseño del malecón de Puno, y otras obras más.
Cuando
volteamos la vista a esta media centuria que acaba de ocurrir y al abandono de
la ciudad y del departamento de Puno, vemos solo políticos rapaces, de
restringida visión y recortada generosidad con la tierra que los viera nacer,
muertos en sus afanes crematísticos.
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