Gustavo Gorriti
Tomado de: CARETAS Nº 2424. 18FEB16
En el transcurso de los años –que hace tiempo
dejaron de ser pocos – me tocó cubrir como periodista varias campañas
presidenciales en el Perú y participar como asesor en una y media. He visto la
dinámica de campañas en un país herido, en ruina económica e incierto futuro; y
vi también el travestismo de una dictadura que intentaba maquillarse como
democracia, hacer como que respetaba las normas mientras las violaba, desde las
firmas, el voto, los medios, hasta los jueces y jurados.
Los pobres diablos, que sirvieron al dictador y
a su Svengali, tuvieron una cosa en común: decían ceñirse a los preceptos de
leyes y reglamentos supuestamente elaborados para facilitar el proceso
democrático pero en realidad creados para asegurar la permanencia de la
dictadura en el poder. Todo un complejo proceso de fraude, que utilizó la ley
como trampa y como encubrimiento.
Pero lo que ha sucedido este martes 16, con la
resolución del Jurado Nacional de Elecciones (la 093-2016-JNE), que pretende
apartar al candidato Julio Guzmán de la candidatura presidencial, es un nuevo
capítulo en las acciones de desnaturalización del proceso electoral: el intento
de eliminar, con argucias tinterillescas, a un candidato en rápido crecimiento,
que había concitado en poco tiempo una decisión de voto en su favor que estaba
entre el 15 y el 20 por ciento de los ciudadanos.
Es decir que, en una decisión basada en minucias
administrativas, muchas de ellas francamente estúpidas, los miembros del Jurado
que votaron a favor de ese atropello, pretendieron confiscar la decisión de
voto de uno de cada cinco ciudadanos y probablemente – si la proyección de
crecimiento se mantenía de alguna manera– de muchos más.
Esa decisión es nada menos que un atentado
contra el proceso democrático que otorga el poder presidencial mediante el
mandato de los votos de la mayoría de ciudadanos. Sufragio efectivo: eso, en la
vibrante expresión de Francisco Madero, es lo que significa la representación
popular: el derecho libre y auténtico al voto. La frase completa fue: “Sufragio
efectivo, no reelección” y ya sabemos lo que significó ignorarla.
La democracia se define por un conjunto breve de
características: el poder emana del voto ciudadano en elecciones generales
periódicas; la mayoría decide pero respeta los derechos de las minorías. Hay
contrapeso de poderes. Se gobierna de acuerdo con la ley, en su debida
jerarquía y con la letra al servicio del espíritu. El Estado está al servicio
de los ciudadanos y no al revés.
Dado que el poder se ejerce por representación, nada es más importante que garantizar el pleno derecho de los ciudadanos a ser candidatos a un mandato público y competir, mediante el voto, por la preferencia de sus pares.
Dado que el poder se ejerce por representación, nada es más importante que garantizar el pleno derecho de los ciudadanos a ser candidatos a un mandato público y competir, mediante el voto, por la preferencia de sus pares.
Son realmente muy pocas las razones que
justifican limitar o prohibir el ejercicio de ese primero y fundamental derecho
de una democracia: elegir y ser elegido a través del sufragio efectivo. ¿Cuáles
son? Utilizar las elecciones para intentar destruir la democracia; conspirar
contra ella; tener descalificaciones morales graves, generalmente, pero no
siempre, de orden penal; sufrir incapacidades que hagan imposible desempeñar el
cargo público. No mucho más.
Cumplidos los requisitos de nacionalidad y edad,
casi cada persona tiene el derecho de ser candidato. Puede serlo un plagiario,
porque, como dicen sus defensores, una persona es mucho más que sus plagios.
Puede serlo el que afirma que ‘la plata llega sola’. Puede serlo quien cambia
veinte veces su versión de cómo le llegó, sola o no, la plata a la suegra.
Puede serlo la persona que entró a la política no por su nombre sino por su
apellido y que, a la medida de las necesidades de campaña, se aleja lo
suficiente del apellido para diferenciarse, pero no tanto como para dejar de
guarecerse bajo él.
Toda esa gente puede candidatear. Son un
conjunto deprimente, pero pueden candidatear porque tienen el derecho de
exponer, exponerse y ser expuestos en la campaña.
Apenas se necesita imaginación para saber que
los aspectos formales, los requisitos de procedimiento de esas candidaturas
están infestados de vicios que los patéticos miembros del JNE hubieran podido
ver con los ojos cerrados.
Pero no lo han visto ni lo verán porque su
objetivo no es un proceso electoral limpio sino uno que fuerce a los ciudadanos
a escoger dentro de ese grupo ruinoso que garantiza el confort de los
oligopolios y la ganancia de los cleptócratas. ¿Suena a panfleto? Es que a
veces nada describe mejor la realidad que el panfleto. Lo fue el año dos mil y
me temo que empieza a serlo ahora.
Para mí, el escenario está claro: pensaron que
tenían controlado el proceso electoral y de repente cambió todo. Julio Guzmán
empezó a crecer con rapidez, mientras Toledo se desplomaba, García se salaba
con su alianza y PPK sufría del síndrome típico de las candidaturas de pitucos:
que cada cual tira por su lado mientras él quedaba dormido sobre sus pies,
deslizándose cuesta abajo en las encuestas.
Se rompió el orden previsto y mientras la
entropía afectaba al ex pelotón principal, Guzmán pasaba al segundo puesto y el
pelotón pitufo se galvanizaba. Verónika Mendoza encontraba su voz, en quechua,
y su mensaje; y Alfredo Barnechea le ponía interés y, sorprendentemente, hasta
un poco de trabajo a su candidatura.
Entonces, con la complicidad del Apra, PPK,
parte del grupo de Acuña y todo el elenco de manejadores, consultores y
lobiístas, disfrazados en muchos casos de periodistas, se armó la maniobra para
eliminar en mesa lo que amenazaba seguir creciendo en las calles. Y lo hicieron
a la bruta, con el tipo de razonamiento que provocaría escrúpulos hasta en
Azángaro, porque tuvieron urgencia de hacerlo rápido.
Confiscar la preferencia de voto del 15 o el 20
por ciento de los votantes, es nada menos que un fraude adelantado, mediante el
expediente de intentar que nimios detalles administrativos abatan el más
importante principio de la democracia: el derecho a elegir.
Hay que impedirlo. Cuando los corruptos blanden
lo que dicen es la ley, es cuando hay que movilizarse. Se esté o no a favor de
Guzmán, puesto que no es la persona sino el principio lo que está en juego.
¿Es Guzmán el dirigente capaz de encabezar la
protesta e indignación de la gente? No lo sé. He conversado varias veces con
él, por lo general en mi oficina, desde meses antes del inicio de la campaña.
Le vi varias cualidades como candidato: ganas, voluntad, trabajo, sentido de
organización y hambre de victoria. Además, me pareció y me parece un profesional
inteligente y capaz, una persona honesta, que concibe genuinamente el poder
como servicio público.
De otro lado, lo vi también inexperto, con poca
calle, menos esquina, con un deseo excesivo de complacer, de caerle bien a la
gente, y con presencia poco dominante.
Eso es lo que puede haber animado a la coalición
de tramposos a perpetrar una maniobra tan torpe y tosca. No le tienen miedo. Le
ven dientes de sonreír, no de morder.
Pero, de nuevo, el atropello no es solo contra
Guzmán y su agrupación: es contra todos aquellos para quienes la democracia no
es una coartada sino el valor supremo en la sociedad.
Espero que la sociedad se movilice, que los
candidatos limpios lo hagan también. Y si esa movilización es lo
suficientemente intensa, quizá logre un desenlace inédito y sorprendente: que
los dos mejores candidatos que hasta hace dos meses estaban escondidos en el
pelotón pitufo puedan crecer, superar y terminar disputando entre ellos la
segunda vuelta. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No.
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