LLAMERADA
Origen,
historia y formas coreográficas de una de nuestras danzas, que en febrero
pasado fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación, como ha ocurrido con
otros bailes de pueblos andinos.
José
Carlos Vilcapoma
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C |
uando el Inca Túpac Inca Yupanqui alineaba su
escuadrón en el Aucaypata, la plaza central de la alegría, en el Cusco,
aprestándose a la conquista del Chinchaysuyo, recibía miles de guerreros que
eran enviados desde todas las provincias del incásico, quienes se alineaban en
escuadras en torno de la gran piedra de la guerra, el Usno. Se dice que
llegaron a sumar cerca de cincuenta mil guerreros que se alistaban a la
conquista más allá donde había dejado su padre Pachacútec. Pero los guerreros
no venían solos, cada escuadrón traía sus llamas, sus nobles animales; unas
con manchas de colores y otras de color entero, blancas o negras. Las primeras
eran los cargueros de vituallas, y las otras eran para el culto, el sacrificio
y los ritos de agradecimiento a cuanta deidad se encontraba en el camino. Las
blancas eran los presentes que debían de ser entregadas a los reyezuelos en el
largo camino de Qapac Ñan.
La noble llama (Lama glama), agrupadas con
"delanteros" o jefes de tropa que se distinguen entre sí, por la
campanilla de cobre que llevan y sus atuendos de tejidos de colores en el
pecho, conducían miles de llamas, y algunas transportaban materiales de guerra
y vituallas, de 30 kilos aproximadamente, mientras las negras y blancas, sin
carga, estaban especialmente destinados para los sacrificios religiosos y para
las donaciones a los jefes de señoríos. Los llameros conducían sus hatos en
estricto orden; llevaban adornos y algunos estaban "vestidos"
flameando wífalas blancas. Solo marchaban los machos; las hembras se quedaban
en las cañeras. También había los que transportaban los objetos básicos de
los mitmas, forzados o voluntarios que iban a poblar las zonas vírgenes
conquistadas, o a reemplazar a otros que habían muerto o tenían trabajo
ineficiente. Pero también, el noble animal, proporcionaba la carne para tan
magnífico ejército.
Los que venían del Qolllao, tenían sus propios
criadores, famosos porque viajaban hasta el norte de Argentina o Chile, e
incluso a las costas el Atlántico, para realizar el trueque y la mejora
genética del propio animal. Eran arrieros famosos por sus largos recorridos.
Estos criadores eran la herencia de las antiguas culturas del Tihuanaku, de los
Pucara, o de los Chiripas, prominentes culturas que habían heredado para la
posteridad este arte de la crianza de la llama.
Cuando irrumpe España sobre nuestras tierras, no
puede dejar de admirar este noble animal que pronto será confundido con los
camellos tan comunes de otras latitudes, de allí su denominación colonial de
camélidos sudamericanos.
Como la labor en el prehispánico, no rígida y unilineal, como en Europa, aquí se combinaba esta ardua tarea con la danza, el baile, el canto, el lamento y el rito propiciatorio; su crianza estaba asociada a la danza que con el tiempo se conoció como la llamerada.
Esta danza ha superado la prueba del tiempo. La llamerada, como culto festivo a esta tarea, las hay en todos lados, sin embargo, la del altiplano puneño tiene su propio matiz y encanto. Se asocia a la concepción mágico religiosa de quechuas y aimaras, a la par que se manifiesta en sus principales festividades como los que se hace en honor a la virgen de la Candelaria, a la Inmaculada Concepción, o en tiempo de carnavales, entre otras. De allí que con cariño se le llama, los Llameritos.
La danza de pastores es practicada en distintas
zonas de la región con una variedad de características y nombres. En las
comunidades andinas, se le conoce como danza de los "Llameritos",
mientras que en las zonas urbana rural se le conoce como "Danza de Llameros".
Asimismo, la danza de la llamerada constituye un baile festivo tradicional con
una forma musical y coreográfica especial. La simbología refleja una práctica
del hombre en permanente diálogo con su animal. Se representa en casi todas
las provincias de la región de Puno. Son famosos los llameritos que llegan a la
festividad de la Virgen de la Candelaria, sea para mostrar devoción y
agradecimiento a la virgen, como para participar de los concursos de danzas
que tienen lugar en el estadio Torres Belón. Recorren sus calles indistintamente,
los puede haber de varios lados. Son famosos los de Carabaya, en especial los
llarmeros de Macusani, donde los paneles de pintura rupestre los han
impregnado para la posteridad, como los de Paratía, los de Cantería, de San
Román, Juliaca, entre tantos pueblos puneños. Como el baile se asocia al rito,
se hace previo a sus representaciones la Llama t'inka como en sus pueblos,
donde se realiza en el mes de agosto, en el que las montañas están abiertas y
pueden recibir las ofrendas de propiciación.
La llamerada es a la vez, un agradecimiento al noble
animal, por ser utilitario y compañero de viajes, como de culto, reconociéndose
su uso como transporte de carga, producción de fibra y carne, fuente de
alimento. En el sistema de creencia, la llama propicia la prosperidad y la
reciprocidad con la Pachamama, estando presente en las mesas de pagos del
altiplano, sin contradecir que; en carnavales se les dedique espacios para el
conteo y su marcación festiva.
La danza es elocuente, los varones llevan
pantalones cortos de bayeta de color generalmente negro. Se cruzan una manta a
las espaldas haciéndose el nudo en el pecho, en el que llevan sus vituallas o
comidas de auxilio, mientras las mujeres de faldas rojas, con mantas más
pequeñas, con monteras de color que se distinguen de los varones, danzan con
velocidad que recuerda la ágil labor al lado de sus llamas. Giran sus liwis,
sus hondas ante la atenta mirada del caporal o mayordomo, el patrón de los
hatos de ganado, que bien se acompaña con quena, pinkullo o tarkas dependiendo
del pueblo que la ejecuta. Se adornan de monteras generalmente de tres puntas,
tanto el varón o las mujeres. Sus chuspas son bolsitas tejidas por ellos
mismos donde se lleva la infaltable coca ritual, que anima la labor del
pastoreo. El látigo o zurriago es el wichi wichi. Otras tropas de llameros
usan mascarillas, dando importancia a la fuerza de la careta que genera una
fuerza misteriosa hacia dentro como hacia afuera.
Muchas comunidades de altiplano representan este
complejo proceso de la crianza de la llama a través de la danza, en coreografía
rígida, como son las danzas: zigzagueante, acompañado de hondas rituales. Sus
mujeres son animadas en la danza por el bombo, mientras ellas bailan alrededor
de los varones, buscando trenzar sus hondas para luego desamarrarlas ante el
júbilo del público. Una forzada analogía con la tropa de las llamas, hace que
en la representación se imite al Jañacho, al líder de las llamas, al delantero,
pues un personaje conduce la danza como si fuera su hato. Muchos llameros llevan
su llamerito, su réplica, su doble, en miniatura. Es su camaquen, su alter ego.
Entre sus mantos pueden llevar las illas, una reproducción mágica del animal
que sirve para buscar su fertilidad. El awatiri o mayordomo representa la
mayor jerarquía de los danzantes en la compañía. Su coreografía refleja el
largo trajinar de estos hombres de altura, hacia lugares inhóspitos.
Ejecutan esta danza en lugares abiertos como
cerrados. Su música es ágil, alegre y de complementariedad de género, de allí
la importancia del diálogo coreográfico entre hombres y mujeres, muchas veces
en diálogo de amor a través de sus hondas. Hay cánticos de loas a las llamitas,
como a la misma labor de los llameros. Con el tiempo se impregnó los
instrumentos cordófonos y no es extraño ver que en algunas comunidades sean
estudiantinas las que acompañan la danza.
Es deslumbrante verlos en la fiesta en honor a la
virgen Candelaria, al lado de diabladas, morenadas, cullahuadas, tuntunas,
sayas y caporales, en honor a la virgen de la Candela. Con justicia ha sido
declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación. <♦>



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