¿QUÉ INDEPENDENCIA PROCLAMÓ
SAN MARTÍN?
Escribe: José Luis Vargas Sifuentes
Tomado
de JULI ETERNO Nº 66
L |
a famosa
proclama del general José de San Martín la mañana del sábado 28 de julio de
1821, la hemos escuchado tantas veces que la tenemos aprendida como el Padre
Nuestro. Pero pocos nos hemos preguntado si lo que en ella se dice corresponde
a la realidad histórica.
Valga la
oportunidad para tomar breve nota de algunas referencias históricas descritas
en el libro ‘VERDADES OCULTAS. Mitos y hechos tergiversados durante el proceso
de la independencia del Perú’, de mi autoría y de próxima publicación, y darnos
cuenta de las incongruencias e inexactitudes contenidas en esas 26 palabras de
la proclama.
Lo primero
que nos preguntamos es si era cierto que desde ese momento (todo) el Perú era
libre e independiente.
La historia
no fue así: el nuestro era un país dividido en dos: un virreinato que se
mantenía vivito y coleando, con el virrey José de la Serna a la cabeza,
ocupando más de un tercio del actual territorio peruano (Huancayo, Huamanga
-hoy Ayacucho-, Arequipa, Cusco y Puno), pero llegaba a los dos tercios si
incluimos al Alto Perú -actual Bolivia-, que formaba parte del Virreinato del
Perú, y por ende, de nuestro territorio. ¿De qué Perú libre e independiente
hablaba entonces el Libertador?
El otro
tercio era territorio libre del yugo español que, desde el 12 de febrero de
1821, por orden de San Martín, estaba dividido en cuatro departamentos:
Trujillo, Tarma, Huaylas -hoy Áncash- y Costa (actual departamento de Lima). Es
decir, la pomposa proclamación de la ‘independencia’ se limitó a la Costa, o
sea, Lima, excepto las provincias de Huaura y Yauyos, que ya estaban
independizadas.
La
proclamación no incluía a la zona nororiental (Loreto, Amazonas, Pucallpa) ni a
Madre de Dios, que no eran considerados parte del Virreinato, ni son tomadas en
cuenta por casi todos nuestros historiadores.
Cuando San
Martín se refiere a la voluntad general de los pueblos debemos descartar a la
nobleza limeña que gozaba de un estatus que alguna vez el historiador Jorge
Basadre definió como un ‘cogobierno’ entre ella y los gobernantes españoles.
Basadre,
Vargas Ugarte y otros historiadores citan documentos publicados en la
‘Correspondencia del General San Martín’, uno de los cuales dice textualmente:
"No pondero: si nuestro ejército estuviera a seis leguas de distancia de
esta capital y el visir hiciera una corrida de toros, los limeños fueran a ella
contentos sin pensar en el riesgo que les amenazaba. Ocuparíamos la ciudad y
los limeños no interrumpirían el curso de sus placeres."
San Martín y Bolívar. ¿A qué vinieron realmente? |
En
síntesis, a la mayoría de limeños más les interesaba una corrida de toros que
la libertad de su patria.
Inercia
bélica.- Otra pregunta que nos viene a la mente es: ¿A qué vino el general San
Martín al Perú?
La pregunta
puede ser atrevida o irreverente para quien vino de tan lejos para ayudar a
desligarnos del yugo español. Pero se justifica al informarnos de algunas de
sus inexplicables decisiones y de algunos hechos que desconocíamos, porque
nunca nos fueron dados a conocer ni se nos enseñó en la escuela ni en la
universidad. Y no entendemos por qué razones se mantienen hasta ahora bajo la
alfombra.
Una de las
primeras interrogantes es por qué el Libertador tardó diez meses, desde que
pisó suelo peruano, para apoderarse de la capital, y prefirió emprender lo que
Basadre llamó batalla ‘blanca’, o sea sin sangre a las puertas de Lima,
entonces de fácil ocupación.
Peor aún:
en sus ‘Memorias’, lord Thomas Cochrane revela que San Martín le hizo conocer
su intención de trasladarse con su ejército a Trujillo, donde nada tenía que
hacer, … “excepto el permanecer allí a cubierto de todo ataque por parte de los
españoles, quienes no podían penetrar por tierra, en tanto que la escuadra
podía protegerlo por mar.”
Cochrane lo
hizo desistir de esa idea para no crear descontento entre la tropa, y le
propuso dirigirse a Lima, y ocuparla sin tardanza, pero San Martín se opuso
nuevamente. Lo único cierto parece ser que San Martín no vino a hacer ninguna
guerra y pensó en apoderarse de la capital sin trabar combate con el enemigo, o
contra su amigo De la Serna, con quien había combatido años atrás en el
ejército español contra la invasión napoleónica.
Si bien
logro sus fines, a muchos, por no decir a todos, pareció un tiempo demasiado
largo, pese a la cooperación de gran parte de los peruanos, aunque la mayoría
de historiadores habla con desdén de esa ayuda patriota, lo que es innegable.
Para
terminar, en sus memorias, el siempre perceptivo Basilio Hall -que acompañó a
San Martín cuando ingresó a Lima por primera vez, lo seguía por todas partes y
estuvo de pie a su lado antes, durante y después de la proclamación de la
independencia-, detalla la recepción que ofreció San Martín la noche del 28 de
julio de 1821, y dice: “La ceremonia fue imponente. El modo de San Martín era
completamente fácil y gracioso, (…) pero era asunto de exhibición y afecto, y
completamente repugnante a sus gustos (…) Algunas veces creí haber percibido en
su rostro una expresión fugitiva de impaciencia o desprecio de sí mismo, por
prestarse a tal mojiganga.”
Por esas
observaciones de testigos presenciales, muchos historiadores opinan que la
firma del acta y la proclamación de la independencia fue una farsa, sinónimo de
mojiganga. Otros consideran que fueron meras formalidades, y hasta casi
simbólicas.
Pese a todo
ello, sin participar en ninguna batalla ni disparar una sola bala, San Martín
se llevó las palmas y los lauros. <>
_____________
Fragmento de un libro en preparación
No hay comentarios:
Publicar un comentario