LOS FAMOSOS TORITOS DE PUCARA
Carlos Ivan Degregori
ALMA Y FIGURA DEL TORITO VIAJERO
Atlas Departamental del Perú, Ed PEISA-La Republica
T3 p. 101
Una de las figuras emblemáticas de la artesanía
peruana es, sin duda, el torito de
Pucará. Su silueta gruesa y sin embargo airosa, de elaborada sencillez, posee
un encanto especial que la vuelve memofable. Aunque se le identifica con Pucará,
que es donde mayormente se comercializa, proviene de “Santiago de Pupuja,
pueblo vecino de vieja tradición artesana.
Pero en realidad este recio torito viene de muchísimo
más lejos. Como nuestro propio país, es a la vez joven y muy antiguo: en su versión
actual tiene menos de cien años, bien que bajo otros rasgos es por lo menos
milenario.
Su antepasado remoto en nuestro país —ni hablemos de
sus raíces hispánicas— puede ser con facilidad rastreado en la cerámica Tiahuanaco
del período clásico (cerca del siglo VI d.C.). De esa época tenemos vasos,
posiblemente sahúmadores, en figura de un puma que a veces incorpora ya algunos
rasgos de camélido. No es necesario mucho esfuerzo para suponer que esa forma
tiene relación con otras más antiguas que provienen de Chavín y que hablan de
un fondo mítico común a las culturas prehispánicas.
Varios siglos después, y con el horizonte Huari de
por medio, el que será torito nos sale al encuentro convertido en una
estilizadísima llama o alpaca incaica. Ahora es una conopa o ullti,
especie de dios tutelar representado en piedra y que tiene la misión de
asegurar la fertilidad del ganado y los campos. Al parecer sigue siendo
utilizado como sahumador, pues conserva en el lomo la concavidad para tal
efecto. En esta etapa, la alpaca está figurada sin patas, en un bloque macizo,
las orejas enhiestas y el vellón de cuello y pecho graciosamente distribuido en
tres o cuatro planos.
Las conopas siguen elaborándose durante la
Colonia, de preferencia en barro. Algunas de ellas, quizás para compensar el
empobrecimiento del diseño, que es bastante tosco, llevan adornos que figuran
la lana y a veces las cintas del cuello. El espacio que habría servido para colocar
las ofrendas o recibir la sangre del sacrificio se ha convertido en el gollete
de un cántaro. Se cree que estos objetos mantuvieron su popularidad,
simbolizando de algún modo la supervivencia de las creencias ancestrales, por
la influencia de los movimientos de resistencia cultural liderados por los
curacas.
Posiblemente a principios del siglo XIX, las conopas empiezan a fabricarse con forma de toro, aunque todavía las patas no se representan, es decir, los artesanos continúan la tradición incaica. Estos primeros toritos de cerámica bruñida, y a veces vidriada, son sumamente rústicos, pero están listos para echarse a correr estrenando su nueva figura, pues avanzado el siglo XIX ya se yerguen sobre pequeñas patas.
A fines del XIX, la forma de toro es mucho más
nítida; los cuernos sobresalen, las patitas se levantan un poco y aparece el
característico morrillo. El torito de Pucará está dejando el aspecto de manso
buey. Su evolución se completará durante el siglo XX, cuando se adorne con una
graciosa enjalma, le pinten círculos concéntricos, a veces trencen sus crines,
lo figuren con la lengua colgante, los cuernos enhiestos, los ojos brotados.
¿Por qué el felino se volvió alpaca y nos sale
ahora al encuentro convertido en toro? Quizás porque a los espíritus inmortales
no les interesan las formas, y si en las breñas de Chavín este auki fue
puma, en el pastizal altiplánico se volvió naturalmente alpaca, y, al llegar de
España un potente rival, le expropió su astada figura.
Ahora el auki, instalado en las cumbreras,
sigue protegiendo los campos y hogares andinos y sirviendo en las ceremonias
de marcación del ganado, pero también, como grácil torito, objeto artístico,
ha conquistado muchos corazones en otras latitudes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario