JUAN LUIS CÁCERES MONROY
Y LA LITERATURA PUNEÑA ACTUAL
Escribe: Adrián Miguel Cáceres Ortega
J |
uan Luis Cáceres Monroy se dispuso a interpretar el
mundo literario del altiplano puneño, una noche como la de hoy, la más fría de
hace 80 años. Tal vez por eso le gustaba declamar “Alalau” del poeta
indigenista Luis de Rodrigo. “¡Alalau! gritaron los ponchos anoche en el ángulo
más hambriento del poblado”, empezaba a declamar arropado dentro de un poncho
tejido con fibra de alpaca.
Por razones que el destino ha logrado explicar,
empezó a estudiar en la Escuelita Experimental 881. Cómo fue a parar allí, es
una historia interesante, no sólo porque la educación proyectada por José
Portugal Catacora, de quien papá fue discípulo, fue heredera del “ensayo de la
escuela nueva en el Perú” de José Antonio Encinas, sino porque al igual que
Luis de Rodrigo, en su momento, mi padre también fructificó gracias al amor por
el niño andino que profesaban Encinas y Portugal. No ocurrió porque fuera deseo
del abuelo que se formara en esta novísima tendencia pedagógica para la
educación de niños indígenas, sino porque al Cátulo, como mejor se lo conoce,
lo expulsaron del colegio Seminario de San Ambrosio, adonde se asistía
vistiendo pantalón corto, saco y corbata. Me parece que allí comenzó todo, no
sólo para él, sino para mis tíos Jorge Mariano y Juan Domingo Cáceres-Olazo,
los justos que pagaron por el pecador, porque el abuelo los matriculó en la
misma escuela.
Jorge Mariano Cáceres-Olazo Monroy —a quien
recordé hace poco en estas páginas— y Juan Luis Cáceres Monroy, son producto de
esa formación, como en su momento ocurrió con el Grupo Orkopata y la poesía
indigenista en Puno, gracias a la labor educativa de José Antonio Encinas. Esa
es la tesis central que sostiene Juan Luis Cáceres Monroy en su trabajo de
investigación doctoral: “Tres representantes de la poesía indigenista en Puno”,
estudio citado por Jorge Basadre en su monumental “Historia del Perú”. Esta
investigación es predecesora y hasta fundadora de los estudios del indigenismo
en Puno, sin embargo muy poco citada en publicaciones posteriores, a pesar de
su importancia, debo lamentar. Producto de ello salió casi a la luz el libro
“La poesía indigenista de Puno”. Cómo ocurrió, también es una historia
interesante.
Más o menos por los días de mis pataditas
iniciales, papá se ausentó por algún tiempo, después supe que había ido al
Cusco para concluir, junto con tío Mariano, sus estudios doctorales en la
Universidad de San Antonio Abad, sustentando la tesis mencionada. Luego se
compró, lo recuerdo bien, una Olivetti monumental, esténciles por cajas y se
puso a picar el texto. Cuando concluyó llegó a casa con un mimeógrafo. Las madres
salesianas de la Escuela Normal María Auxiliadora, donde ejercía la docencia,
le prestaron el armatroste, por el cariño que le tenían. Semanas duró el
proceso de mimeografiado. La familia entera, incluido yo por supuesto, dando
vueltas como hormigas, nos dedicamos a compaginar el libro. Papá encuadernó el
libro agujereando las páginas con una alezna que él mismo se hizo, los cosió
todos con yarwi y pabilo y finalmente pegó las tapas que también diseñó y
mimeografió en cartulina. El viejo hacía de todo, aquella vez lo vi diluir, en
baño María, cola de carpintero, mientras me contaba que ese ingrediente del
empaste de sus libros y de sus trabajos de carpintería se hacía con colágeno de
patas de caballo. Eso también fue producto de la formación para el trabajo que
recibió en la escuelita a la que fue a parar, expulsado. ¿Cómo llegó ese libro
artesanal a manos de Jorge Basadre? Es un misterio que tal vez nunca pueda
resolver.
Nuestras charlas sobre literatura siempre fueron
parte de mis rebeliones contra él, me parece que soy el único escritor puneño
del que Juan Luis Cáceres Monroy nunca ha comentado nada. Esto que no es ningún
reproche, me permite sostener lo siguiente: Sin Juan Luis Cáceres Monroy, no
hay literatura puneña actual. Quien desee, que se cueza en la tinta de sus
berrinches respetables. Explico la apostasía con algunos datos:
Recuerdo bien que vi, sobre el escritorio de papá,
un ejemplar del poemario “Choza” de Efraín Miranda Luján. A él y a Omar Aramayo
les cupo la tarea feliz de presentar y comentar el libro, debió ocurrir en
1978. Ya en la década del 80 del siglo pasado, la narrativa puneña, en el
género de cuento en particular, fecundó tanto en publicaciones como en calidad
narrativa. Que me desmientan los escritores de ese tiempo, prácticamente no
había publicación sin las indulgencias de la labor de polinizador que desempeñó
Juan Luis Cáceres Monroy a través de prólogos, presentaciones, comentarios,
colofones y otros especímenes de esa naturaleza. En esa década comencé a
escribir, instigado por él siendo testigo presencial del desarrollo de los
portentos de la literatura puneña de las dos últimas décadas del siglo pasado.
Hoy me corresponde la tarea de compilar esos estudios. Veamos si es verdad que
el Dr. Juan Luis Cáceres Monroy utilizaba en su labor, paradigmas de hacía más
de cincuenta años, como afirma uno de sus detractores. <>
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