LECTURAS INTERESANTES N° 876
LIMA PERU 22FEB19
BEDOYA REYES
César Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 433, 22FEWB19
S
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impático
Luis Bedoya Reyes. Encantador. Conmovedor. Tiene 100 años y lorea como siempre.
Y no
robó. Eso también importa. Mucho. Ahora, más que nunca.
Estudió
austeramente en el Guadalupe y en San Marcos. Fue hechura de la clase media
limeña, esa que hoy, maltratada tanáticamente por quienes simulan gobernar, se
dedica a sobrevivir y a adaptarse a la barbarie.
Nadie
piensa vivir hasta los cien años. La vejez no es un lento atardecer, como
dicen los huachafos. La vejez es un naufragio, como escribió De Gaulle en sus
memorias militares.
Pero he
aquí que de esa nave ladeada en la proximidad de un roquerío y de esa tormenta
poderosa, emerge Luis Bedoya Reyes, con el mismo perfil de pirata de toda la
vida, con el humor que fue su antídoto y con una sintaxis oral que demuestra
que su cerebro es un milagro de la irrigación.
Yo lo
escucho ahora, rodeado de cien comensales que dicen celebrarlo, y lo recuerdo
en su estudio del centro de Lima, donde me concedió por lo menos una decena de
entrevistas. Siempre tuve la impresión de que se excedía en los circunloquios
y que ahumaba sus decires para que nadie pudiera descifrarlos cabalmente. El
misterio era su negocio, mismo Elleiy Queen. El misterio sirve a veces para
abrirse a todos los pactos del futuro.
Fue
siempre un conservador, pero empezó como socialcristiano al estilo Adenauer. La
verdad sea dicha: cuando entendió que en la Democracia Cristiana de Héctor
Cornejo Chávez ya no tenía cabida fundó, en 1966 y con el financiamiento de los
pesqueros capitaneados por Luis Banchero, el Partido Popular Cristiano. Eso sucedió
en una suite del por entonces pituquísimo hotel Crillón y el suceso lo registró,
para las historietas de los amoríos políticos impropios, el fotógrafo Humberto Romaní,
de las filas de la revista “Oiga”. Fue el parto anchovetero más importante de
esos años. Para muchos, esa era la derecha moderna que el Perú necesitaba.
Luis
Bedoya fue el último auténtico alcalde que tuvo Lima. Y cuando no había
cumplido los 50 años y se perfilaba como un posible sucesor del belaundismo
gótico, del que había sido socio menor, llegó el golpe y militar que impuso
doce años de receso democrático.
Ese
paréntesis fue fatal para Bedoya Reyes. Al regresar al regresar al hábito de
las elecciones quinquenales, el pueblo prefirió la neblina centrista del
belaundismo al programa programáticamente derechoso del exalcalde. Y lo mismo
pasó en 1985, cuando el Perú eligió al que sería el Jesse James de nuestra política.
Total,
que Bedoya terminó perdiendo la alcaldía de Lima ante Jorge del Castillo,
primero, y haciendo de comparsa ilustre de Mario Vargas Llosa en aquel Frente
Democrático que parecía la orquesta de cámara de Mont Pelerin, después.
Tras
eso vino el retiro obligado y el virtual ostracismo. Dicen que fue un gran
político. No tanto. Fue un magnífico abogado con aspiraciones de político.
Creyó que los partidos pueden construirse desde un bufete. Supuso que sus
grandes clientes empresariales lo ayudarían a ganar las elecciones. Fue medalla
de bronce casi siempre. Y del PPC, me atrevo a asegurarlo, no quedará nada
sino especialistas en derrota, maledicentes crónicos, parlanchines que venden
jarabes en desuso.
Eso no
le quita dignidad a Bedoya Reyes. Tan sólo registra el fracaso de su vida
pública. De allí el tono melancólico de su mensaje. De allí, quizá, su tardía
apuesta por la clase media. Porque hay que decirlo: el PPC terminó siendo el
partido de esa clase dominante que cholea, saquea y llama a los militares
cuando las papas queman. Si Bedoya hubiese sido el representante de las clases
medias, entendidas como depositarías de valores, ilustración y movilidad
social, el Perú sería distinto. No fue así, fatalmente. Y hoy, en manos de
turbas y políticos enmugrados, convencidos de que somos el país cocinero más
emprendedor del planeta, vamos camino a ser Roma, la de Cuarón.
Mi
homenaje al personaje que es Luis Bedoya Reyes. Mi pena porque no pudo ser lo
que alguna vez se propuso. Su éxito nos habría hecho mucho bien. Su fracaso
es el nuestro. ■
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