Y EL FUEGO SAGRADO
Escribe: Rafo León | CARETAS Edición 2576, Lima, 7 de febrero de 2019
“¿Existirían la marinera y la
Candelaria sin la presencia de los jóvenes?”. ".... Las danzas que desfilan en la
Candelaria han ido surgiendo en tiempos, lugares y circunstancias diversas. La
saya y el caporal son altiplánicos, bolivianos y en su versión actual,
relativamente nuevos."
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pocos días de haber
cumplido ochenta años de edad, Alicia Maguiña presentó su libro titulado Mi
vida entre cantos. El lanzamiento de la publicación se dio en un local de la
Universidad San Martín de Porres, entidad responsable de la autobiografía.
Varios centenares de personas colmaron el evento, gentes de todas las edades,
proveniencias, trabajos y oficios, unidas por la admiración y el respeto a una
mujer cuya vida es casi el relato de un mito y su obra, un compendio de rigor y
calidad en cuanto a composición, interpretación e investigación de la música
popular peruana, en especial la criolla y la andina del valle del Mantaro.
Alicia expone en su libro varios de los principios que guían
la coherencia de su trabajo. Uno de ellos consiste en buscar las fuentes, a los
compositores e intérpretes originales, a los viejos, en el entendido de que
allí está el fermento del que ha salido lo que vino después.
Por los mismos días se realizaba en Trujillo el Festival de
la Marinera, sonora ocasión para que jóvenes emparejados y preparados
arduamente en academia desplieguen la danza ante un jurado y un público de
temer. Cada año las parejas demandan de mayor espacio para sus movimientos y
requiebros y estos van adquiriendo espectacularidad al acercarse más a una
acrobacia circense que a la danza de pañuelo que en versión fiel al original
hemos tenido la oportunidad de ver en los mocheros del valle o en Trujillo
mismo, al ‘Chino’ Calderón, a las hermanas Aon, a Guillermo Ganoza, a Beatriz
Doig, entre muchos de los grandes.
¿Distorsión o evolución? La marinera es para muchos de los
que hoy se presentan en Trujillo algo así como una carrera universitaria. Son
años de una demandante preparación que si culminan en algún reconocimiento en
el festival el hecho equivale a un cum laude académico. De ahí toca
instalar una academia o crear un grupo para espectáculos, y no solo para el
Perú; en cualquier otro lugar del mundo donde haya concentración de peruanos:
Milán, Tokio, Santiago, Paterson.
También en coincidencia con la presentación de Mi vida…,
sonaban los albazos que en Puno indican el inicio de la Candelaria, un
acontecimiento anual que se maneja como una empresa de las enormes. En el 2015
se calcula que la fiesta movió 85 millones de dólares durante una semana, entre
transporte, las centenares de bandas venidas de Bolivia, hospedaje,
alimentación, vestuario, máscaras, torres de cerveza.
En la Candelaria se ha instituido el concurso de trajes de
luces, año a año más vistoso y también más próximo a los desfiles del carnaval
de Río. Antes de este evento se realiza un tradicional concurso de danzas
rurales que fue el origen de todo, para el que llegan a la ciudad comuneros con
sus instrumentos, vestuario y pasos siempre ligados a alguna faena agrícola.
Sin embargo, el descomunal espacio que ocupa el concurso de luces ha opacado
por completo al certamen campesino.
Los vigilantes del folclore puneño se mueven incómodos en
sus bancas. A lo señalado hay que añadir que danzas como la saya y caporal sean
las que más comparsas conforman y más animan la fiesta. Las chinas con sus
falditas progresivamente más cortas y los muchachos y sus viriles saltos
aeróbicos inyectan a la fiesta una energía sin par, nada rural por cierto.
En los dos casos se ha perdido mucho, pero también se ha
ganado. Ese concepto de la marinera como profesión da un sentido distinto a una
práctica cultural popular con más de doscientos años de vida. Las danzas que
desfilan en la Candelaria han ido surgiendo en tiempos, lugares y
circunstancias diversas. La saya y el caporal son altiplánicos, bolivianos y en
su versión actual, relativamente nuevos.
Alicia Maguiña nos da una ruta para enfrentar a estos fenómenos no solamente como el despojo de cualidades primarias en nombre de lo comercial. Queda claro que todo lo que ingresa al mundo del pop tiene que ceñirse a reglas de mercado que tienden a homogenizar y estandarizar la cultura. Pero preguntémonos, ¿existirían la marinera y la Candelaria sin la presencia de los jóvenes que dan a estas fiestas su rostro actual? Probablemente no, porque lo que se guarda en los museos se queda en los museos.
Alicia Maguiña nos da una ruta para enfrentar a estos fenómenos no solamente como el despojo de cualidades primarias en nombre de lo comercial. Queda claro que todo lo que ingresa al mundo del pop tiene que ceñirse a reglas de mercado que tienden a homogenizar y estandarizar la cultura. Pero preguntémonos, ¿existirían la marinera y la Candelaria sin la presencia de los jóvenes que dan a estas fiestas su rostro actual? Probablemente no, porque lo que se guarda en los museos se queda en los museos.
Alicia sin decirlo nos deja un mensaje: que el pop haga lo
que tiene que hacer, que para eso siempre habrá una elite responsable de
guardar el arcano de lo originario y lo verdadero. Alicia Maguiña y su extremo
rigor es parte fundamental de esa elite no institucionalizada que tiene la
función de conservar el fuego sagrado.
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(SBL)
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