MAX CASTILLO
Christian Reynoso
Escritor
La
muestra Qusillo es el resultado de un
largo, consecuente y decidido trabajo artístico que ha madurado en los últimos
años en la paleta de Max Castillo (Puno, 1976), artista plástico egresado de la
Escuela
de Arte de la Universidad Nacional de Altiplano. Por eso, pese a haber
participado en numerosas exposiciones colectivas en Perú y en el extranjero
desde hace dos décadas, esta es recién su segunda exposición individual —la
primera fue en 2006— que, en esta oportunidad, se presenta bajo la curaduría de
la Casa Cultural Amaru, en Barranco, Lima. Marca con ello una nueva etapa en su
carrera.
Qusillo reúne una serie de cuadros
al óleo y en acrílico inspirados en el Kusillo, aquel personaje hombre/mono
carnavalesco y satírico que hace su aparición en las danzas del altiplano
peruano, cargado de malicia y humor, agilidad, desenfreno y libre virilidad en búsqueda
de goce. Pero la representación de Max Castillo no es sencillamente una
transcripción plástica del personaje; hay, más bien, un carácter que se centra
especialmente en la máscara y que explora lo que ella esconde en tanto nueva
construcción/ser que protege bajo su tejido. Así, el penacho, la nariz larga y
colorida ―símbolo del falo―, los ojos ―los mil ojos―, y los rictus que adopta nos
sugieren una nueva lectura: el imaginario del yo interior, la magia que
proviene del yo oculto bajo la máscara. Mientras que en otros cuadros el
Qusillo interactúa con personajes propios del espectro altiplánico como la
sirena, el jawar, el katari o dragón del lago, el Ekeko dios de la abundancia,
los sicuris, los danzantes, el diablo o anchancho tocador del pututo e incluso
la virgen Candelaria. Funciona, entonces, desde esta mirada, como bisagra entre
lo real social y lo mítico religioso.
En
cuanto al trabajo plástico, hay en esta serie de Max Castillo una especial
predominancia y fascinación por el color azul y sus diferentes gamas que
otorgan personalidad a la obra. El resto de la paleta juega con colores vivos
bajo un efecto luminoso. Los trazos a veces perceptibles y a veces difuminados se
complementan con pinceladas fuertes y texturas ricas que permiten palpar la
materia del color hecho forma. Los fondos transitan con soltura y seducción en diferentes
armonías de azules, verdes, amarillos y rojos. De manera que hay en su pintura
un figurativismo libre que corre junto con el pincel y el manejo y deslizamiento
de los colores que transmiten movimiento/música. Una pintura que no cansa sino
que gravita en el ojo del espectador y construye una narrativa que lejos de su
contexto natural ―el altiplano―, solo es perceptible a través del contagio del
color y la música que adquiere la forma, como ha podido hacerlo Max Castillo.
Ello
se constituye en una poética propia del pintor a partir de su interrelación con
los elementos y personajes de la cosmovisión andina. Castillo, es él mismo un
kusillo desacralizado que baila y chicotea cuando no pinta. Así, su arte se
nutre de la exploración íntima y se complementa con una visión plástica
contemporánea que se aleja de la foto postal y rompe con la
pintura tradicional de Puno, influenciada sobre todo por la huella del indigenismo.
Hay en sus cuadros el afán de mostrar una nueva lectura y forma de interpretar la
cultura de la tierra sur.
Lima,
junio 2018.
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