LA DERECHA Y LOS LIBROS
César
Hildebrandt
Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 655, 29SEP23
M |
e paso los días buscando un libro. Tiene pasta
negra, es grueso como un adobe, es el libro de memorias de Arthur Koestier. Y a
pesar de su volumen, del espesor intimidante de sus páginas, no lo encuentro.
Me obsesiono y una furia con zarpas me tienta a preguntarme por qué yo -maniaco
del orden, prusiano de las rutinas, creyente de que algo fuera de su sitio es
un desafío al cosmos- no sé dónde pongo los libros que más quiero.
Al final del segundo día de búsqueda, lo encuentro
en un estante que había revisado dos veces. Es como si hubiera tomado un
sedante, como si el mundo en ruinas, que era el mío hasta el momento del
hallazgo, se recompusiera.
Arthur Koestler me fascinó desde el día en que supe
de él gracias a un libro sobre la guerra civil española. Koestler, nacido en
Hungría en 1905, fue para mí el más ilustre excomunista que haya escrito sobre
su desilusión. Y sus memorias son, en muchos sentidos, las del siglo XX entero,
un mural homenaje a esas décadas de devoción por la utopía, la locura y la
crueldad.
Tomo el libro y empiezo a releerlo. La calma vuelve.
El placer de imaginar el rostro del padre de Koestler cuando decide fabricar el
primer “jabón radiactivo” de uso personal es el viejo goce de la lectura. ¿Ese
padre entre chiflado y genial fue decisivo para que Koestler se volviera, muy
pronto, el rebelde crónico que fue toda su vida? ¿O más importante fue esa
madre migrañosa y fantasmal que supo llevar con dignidad las peripecias de la
familia?
Las palabras nos abren mundos, nos sitúan en andenes
de estaciones que jamás veremos, nos mojan en aguaceros ajenos, nos rompen el
corazón como si fuéramos nosotros los desdichados de la narración. Gracias a
las palabras viajamos sin visa y conocemos a gente de hace siglos y devoramos
banquetes a los que no nos habrían invitado.
Pienso cuánto les debo a los libros y mi respuesta
es que todo. Lo poco que pude hacer, lo poquísimo que hice, no habría sido
posible sin ellos. El menú venenoso de mi país no pudo matarme porque supe,
desde el comienzo, cuál era el antídoto. Si aceptas que por tu sangre sólo
circule la prensa boba, la tele de la lobotomía, el debate de las miserias, la
radio de los maletines, entonces necesitarás la diálisis de una biblioteca.
Eso es algo que la derecha, analfabeta funcional,
jamás entenderá. Ella, cuando es ilustrada, procede de un recetario minúsculo.
Cree que en Hobbes está el Génesis, en Hayek el Éxodo y en Friedman el Nuevo
Testamento. Para ella, la zarza ardió en Chicago University y Dios creó no el
paraíso sino de frente la United Fruit.
Cuando es iletrada -me refiero al 99% de sus
miembros- la derecha aúlla sus simplezas: los caviares son los adversarios
ancestrales, el comunismo está al acecho, el fujimorismo es el orden encamado,
los pobres son sospechosos, la cholería no debe salir de la loseta asignada, el
mundo está bien tal como está.
La derecha no aspira a nada sino a darle coartadas a
la codicia. La derecha no sueña con un mundo mejor porque está convencida de
que el actual fue creado para ser disfrutado por los que se esforzaron. La
derecha es el absolutismo monárquico con elecciones aparentes cada cierto
tiempo. Elecciones que deben ser un homenaje a la continuidad, a la cacofonía
del sacro imperio del orden y el progreso.
Si lees, dudas. Si lees, los dogmas se desploman y
los grises bailan ante tus ojos. Los libros nutren la incertidumbre, que es el
comienzo de la honestidad.
Yo no sé cómo será el mundo al que aspiramos los
inconformes planetarios. Lo que sé es que este mundo actual es insoportable. La
tierra gime por él, la gente lo padece, los ricos lo quieren presentar como si
fuera la eternidad. Estamos ante un colapso civilizatorio y los grandes
privilegiados pretenden negarlo todo.
El capitalismo hizo mucho por el progreso de la
humanidad. Eso es cierto. Pero habría que estar loco para apostar por él en estas
circunstancias. Porque, dejémonos de cuentos, el capitalismo consiste también
en que cuando viene una plaga y la gente se muere con los pulmones deshechos,
los fabricantes de oxígeno decuplican el precio del producto. A eso se reduce
la manita académica del señor Smith. Un sistema tan perverso ha sido invencible
porque, sencillamente, interpreta la vileza de la que es capaz el ser humano.
Lo que pasa es que el finito planeta Tierra está harto de quienes lo perforan y
trajinan. La teoría del progreso resultó un fiasco. El capitalismo y su
darwinismo social tienen los años contados. Un nuevo y mundial contrato sobre
recursos y pertenencias está a la vuelta de la historia. O es eso o será el
suicidio de una especie que se creyó la mar de inteligente y que, sin embargo,
no supo cuáles eran sus límites.! <>
la "izquierdista" ahora derechista, calló en la Fiscalìas sobre los asesinatos en las protestas del sur
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