LAGO TITICACA:
¿VERDE POR AZUL?
Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas | Cultural LOS ANDES 02 mar
2014
Foto reciente. Cortesía Guillermo Rubina |
Desde de la milenaria llegada a la meseta de los primeros hombres antepasados de uros, pucaras, aimaras, desde la expansión cultural tiahuanacota, desde la irrupción violenta de las hordas que subieron desde Atacama, desde que los j'akkes formaron los pueblos colla, lupaca, pacaje, omasuyo y otros; desde que los incas lo identificaron como su paccarina, el lugar donde emergieron al mundo, desde mucho antes de todos esos hitos históricos, el Lago Titicaca mostraba ya –hace millones de años– sus límpidas aguas predominantemente azules al cielo del continente.
Diego de Agüero, el primer europeo en llegar a estas
tierras, debió quedar absorto en aquel 1533, al contemplar desde las alturas de
Amantani la serena y azul inmensidad de la "gran laguna".
Muchos de los cronistas de la invasión española, viajeros, funcionarios
coloniales, personalidades y científicos venidos de todas partes, han descrito
en diferentes épocas y en muy diversas formas el singular paisaje lacustre. Son
muchos también los poetas, pintores y músicos que tuvieron en el lago azul su
fuente predilecta de inspiración. Basta examinar la abundante producción
intelectual y artística de los puneños para confirmarlo.
Puno, lago y azul, están indisolublemente unidos. Este color
ha llegado a ser componente principal de la simbología que se usa
–particularmente pero no exclusivamente en la capital del departamento– para
distinguir y expresar la identidad puneña. Escudos, banderas, uniformes
deportivos, insignias y en general, todo objeto o artefacto a través del cual
se busque afirmar tal identidad, usan obligadamente el azul.
Incluso, se advierte que ese subyacente propósito
identificatorio rebasa los lindes regionales puesto que, en ciudades del
entorno geográfico y aún en la capital de la República, instituciones
representativas conformadas por migrantes de Puno y sus provincias, equipos de
fútbol, básquet o vóley y otros deportes que esgrimen prosapia altiplánica,
establecimientos comerciales como tiendas y restaurantes de propiedad de
puneños o sus descendientes rinden, todos, pleitesía al color azul. Los
ejemplos abundan.
En Puno capital, parece haberse perdido correspondencia o
coherencia fáctica con el empleo alegórico y distintivo del azul, ya que éste
ha sido desplazado desde hace décadas por el color verde en gran parte de la
llamada “Bahía Interior”, sobre todo en la parte más cercana al casco urbano.
Todos, propios y extraños, podemos advertir fácilmente que una espesa capa
vegetal verde claro viene cubriendo la bahía y se expande y desenvuelve
agresivamente, al punto que mató ya a la que alguna vez fue una rica fauna y
flora lacustre. El azul disminuye cada vez más E} en la bahía mientras el verde
avanza alojando en su maloliente superficie, desperdicios, basura, desechos de
todo tipo.
¿Estará próximo, entonces, el cambio del azul por el
verde en la simbología distintiva puneña?
Resulta increíble que el gravísimo problema de la contaminación del
Titikaka, particularmente de la Bahía Interior de Puno, no haya sido acometido
con decisiones firmes e irreversibles por los gobiernos de distinto nivel y
época. Y resulta asimismo increíble que el pueblo puneño se haya acostumbrado a
la adopción de una actitud contemplativa y resignada frente al que debiera
haber generado cuando menos la protesta permanente de los indignados.
En efecto, la permanencia de dicho problema dice muy mal de
los puneños –entre los que, naturalmente, nos incluimos–, porque no han podido
concretar en los hechos una lucha política y una acción política dirigidas a
solucionar de una vez por todas el crimen ecológico que se perpetra
cotidianamente.
Pese a que en este tema se ha insumido toneladas de papel en
“estudios”, proyectos, ensayos, artículos, etc. y gastado mucha saliva en
foros, mesas redondas, conversatorios, conferencias, ruedas de prensa y eventos
similares, la situación problemática sigue inmodificada y progresivamente
agravada bajo el manto de las buenas –e hipócritas– intenciones.
Es indignante que se siga soslayando y postergando año tras
año, gobierno tras gobierno, una intervención oportuna y drástica en el asunto
de la contaminación lacustre, que se agrava día a día ante la mirada miope,
daltónica, tozuda e indolente de una tecnoburocracia regional que evidencia no
haberse planteado seriamente la necesidad de buscar y lograr soluciones
definitivas, reales, efectivas. No se hace nada significativo y la “mecida”
está institucionalizada.
¿Tendremos que terminar –los puneños, los peruanos, los
amantes de la vida natural– por admitir la pérdida irreparable del hermoso azul
del lago Titikaka?.
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