LOS MILLONES DE MESSI
Y EL DIOS TRUCHO
César Hildebrandt
Tomado
de HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 525, 5FEB21
E |
l señor
Lionel Messi ha ganado 550 millones 500 mil euros en los últimos cuatro años,
137 millones de euros por año.
Eso
significa que cada mes su amplísima faltriquera ha recibido la suma de
11'458,333 euros.
Lo que
quiere decir que la estrella del Barcelona engordó la billetera con 381,944
euros por día. Y eso implica que 15,914 euros fueron a parar a sus bolsillos cada
hora. Hablamos de 265 euros por minuto.
Traducido
a soles: el señor Messi ha ganado 2,475 millones de soles en los últimos cuatro
años, 51’562,500 soles por mes, 1’718,750 soles por día, 71,614 soles por hora.
Cada minuto de su vida, hiciera lo que hiciera, el fenomenal jugador obtuvo
1,194 soles.
La publicación del contrato entre Messi y el club Barcelona hecha por el diario “El Mundo”, de España, ha revelado esta obscena monstruosidad. Ella expresa el mundo que hemos hecho y es la metáfora dineraria de lo que hemos levantado como modo de vivir y entender las cosas.
Un jugador de fútbol gana en cuatro años lo que equivale al presupuesto de asistencia social de algunos países del tercer y cuarto mundo. Un maestro universitario necesitará cien años de vida laboral para alcanzar una décima parte de las sumas que le permiten a Messi ser uno de los deportistas más ricos del planeta.
El señor
Messi no es el responsable de lo que sucede. Como tampoco es culpable de que su
club, que intenta encamar el “patriotismo” separatista catalán, esté al borde
de la quiebra.
Messi no
hizo que el fútbol se convirtiera en una gran mafia de inflación, burbujas
insostenibles y nacionalismos baratos apenas encubiertos. Messi no hizo de la
FIFA esa Cosa Nostra que es ahora. Sólo ha puesto una cuota relevante en la
edificación de esta pocilga colosal.
El
fútbol degenerado que hoy padecemos fue levantado de a pocos y por muchos. Esa
chuecura es obra de clubes, dirigentes e hinchadas. Es emanación de los
inversionistas oscuros que compraron instituciones y mantuvieron intereses en
casas de apuestas.
Gracias
a la edad que tengo conocí el fútbol cuando era un deporte. Se jugaba, se
perdía, se ganaba, se aceptaba. Los partidos se disolvían en la memoria apenas
terminaban. Las adhesiones venían de familia y se limitaban a las fechas de los
partidos.
Nadie
podrá precisar cuándo se jodió el fútbol, pero hay teorías al respecto. Los
ortodoxos piensan que eso sucedió cuando llegó el profesionalismo demandante y
entonces los agentes y los pases empezaron a ser maniobras de bolsa y trucos de
encarecimiento. Otros dicen que fue Europa la gran corruptora, la que creó este
mercado de figuras y figurones que algunos se encargaban de sobreestimar y
revender por el triple del valor original. Hay quienes creen que fue el negocio
de la televisión el que pudrió lo que antes era un espectáculo de asistencias y
coloridos locales: esos miles de millones pagados en derechos de transmisión
permitieron que los clubes se hicieran grandes empresas, con todo lo que eso
significa en apalancamientos, contabilidades opacas y elusión tributaria. Y hay
quienes están convencidos de que el fútbol llegó a ser la infamia moral que es
porque cumplió un rol social que los Estados alentaron: desahogo de las
frustraciones, distracción conveniente respecto de los problemas verdaderos,
sustituto de las guerras, espejismo de la felicidad.
Yo tengo
mi modesta teoría. El fútbol jodiose el día en que Diego Armando Maradona se
jactó de haber metido un gol con la mano y la prensa argentina lo empezó a
llamar dios de tal manera que ese pobre hombre creyó tener comercio con los
ángeles.
Ese fue,
para mí, el día en que quedó claro que las reglas, el juego limpio, el honor y
la decencia quedaban desterrados del fútbol.
A partir
de allí, todo valió. Todo fue aceptable. Todo pareció normal. Los arbitrajes se
podían comprar o amedrentar. Las apuestas pesaban tanto que la Juventus hubo
de ser castigada con la baja de categoría por haber estado institucionalmente
comprometida en una mafia que jugaba con la predicción de los resultados, la
FIFA administraba el negocio como si de un casino se tratara: creando copas
estúpidas, apéndices inexplicables. Todo con tal de que la gallina pusiera huevos
de oro dignos de las plantillas hipertrofiadas que arrastraban los clubes. La
UEFA fue el mayor inventor de esta falsa abundancia.
Maradona
fue un gran jugador y una horrenda persona. Pero la prensa deportiva peruana,
colonizada desde hace mucho tiempo por la bonaerense, siempre lo tuvo entre
sus intocables. No importaba que se drogara, que lanzara balines a los
periodistas, que apareciera como un zombi deletreando idioteces. Seguía
teniendo “la mano de dios”, que también era la de la cocaína.
El señor
Jorge Barraza, colaborador asiduo de “El Comercio”, comparó hace poco a
Maradona con Leonardo da Vinci (30 de noviembre del 2020) y anunció que en el
aeropuerto de Ezeiza se erguiría una estatua del futbolista. Ella sería lo
primero que vieran los turistas que llegaran a Buenos Aires. Y añadió: “Desde
el día que cerró sus ojos para siempre, (Maradona) es nuestra más contundente
marca país”.
No
Hernández. No Cortázar. No Piazzolla. No Gardel. No Evita. No Lugones. No San
Martín. No el Papa. Sí “la mano de dios”. ■
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