EN EL PERÚ, A
5 300 MÉTROS,
LOS ASFIXIADOS
DEL ORO SUCIO
Por Marie-Laure
Theodule LE MONDE 11 de marzo de 2019
E
|
n La Rinconada, la ciudad más
alta y minera del mundo, se inició
un estudio científico para comprender los efectos
de la falta de oxígeno y las adaptaciones fisiológicas de los habitantes a las
condiciones de vida extremas.
"Acabamos de encontrar, aquí en La Rinconada, la ciudad
más alta del mundo a 5,300 metros sobre el nivel del mar, el 85% de hematocrito
en la sangre de un trabajador de la mina, ¡es increíble!.
"En Francia,
cualquier persona con ese ritmo ya habría muerto de un ataque cardíaco o de una
hemorragia cerebral", exclama Samuel Vergès, líder de la expedición
científica 5.300, instalado durante dos semanas en esta ciudad de
investigadores de oro, ubicado en la cordillera de los Andes peruanos, no lejos
de Bolivia.
El hematocrito es el volumen de glóbulos rojos como
porcentaje del volumen total de sangre. En el adulto, el valor
"normal" oscila alrededor del 40%, el resto está ocupado por glóbulos
blancos en cantidades muy pequeñas y por el plasma. "Cuando un ciclista profesional supera el 50% en el momento de una
carrera, se le impide salir porque puede ser peligroso para su salud, o es
porque está dopado", dice Samuel Vergès, que estudia durante más de
diez años, los efectos de la hipoxia, la falta de oxígeno, en el cuerpo dentro
del laboratorio HP2 "hipoxia y fisiopatologías" (universidad
Grenoble-Alps, Inserm).
Entonces, ¿cómo vive este minero de La Rinconada para vivir
con esa tasa? Esto es lo que los doce científicos de la Expedición 5.300, también
apoyados por muchos patrocinadores comerciales, vinieron a explorar en el
lugar. La población bastante homogénea de La Rinconada, en su mayoría quechua y
aymara que vive a gran altura, les permite estudiar este tema sin demasiados
sesgos.
En la Casa Azul, prestada por la Cooperativa Minera de San
Francisco, instalaron sus 600 kg de sofisticados equipos transportados desde
Francia para explorar los efectos de la grave falta de oxígeno, un 50% menos
que Del mar, que ruge a los 5.300 metros. La Rinconada desafía las certezas.
Como desafía las normas de seguridad, protección ambiental y legislación
laboral. Hasta ahora, se pensaba que era imposible vivir permanentemente más
allá de 5,000 metros con tan poco oxígeno. La Rinconada desafía esta certeza.
Como ella desafía las normas de seguridad, protección del medio ambiente y la
legislación laboral. Aquí reina la economía informal, con pequeñas minas
artesanales explotadas por 468 "socios", agrupadas en tres
cooperativas que venden su producción, a través de intermediarios, a grupos
suizos: el nombre de Metalor (comprado por el japonés Tanaka en 2016 Circula,
aunque el industrial muere, a modo de nota de prensa, para importar oro sucio
...
Leer también. Iván Hancco: "En La
Rinconada, la capacidad de la población desafía a la ciencia"
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EDITORIAL:
NO ESTAMOS HACIENDO LO SUFICIENTE
Ojo-Publico.com
La Amazonía se encuentra en peligro. Algunos discursos
políticos pretenden desconocer los impactos del cambio climático.
Hoy, que la Amazonia se encuentra amenazada con discursos
políticos que pretenden cuestionar las evidencias científicas del cambio
climático, Ojo-Publico.com y otros 26 medios de América Latina suscribimos esta
columna editorial renovando nuestro compromiso para profundizar en sus impactos
y desafíos.
Donde sea que miremos hoy en el mundo hay señales del
desastre ambiental. En la atmósfera: hemos depositado millones de toneladas de
CO2 que están generando un calentamiento de la temperatura promedio global y
que podría superar el umbral de los 2 grados a fines de este siglo. En los
océanos, ese exceso de dióxido de carbono, está incrementando la acidez de las
aguas y destruyendo los arrecifes de coral, poniendo en riesgo su
existencia. En estos mismos mares, flota para nuestra vergüenza una isla de
plástico tres veces el tamaño de Francia, y también de ellos la industria
pesquera extrae todos los días toneladas de especies marinas.
El impacto del hombre y la extracción de recursos continúa
en tierra. A los bosques los estamos destruyendo a un ritmo que al
hacerlo liberamos aún más CO2 a la atmósfera del planeta, alteramos los
patrones de lluvia, reducimos la biodiversidad, acorralamos a pueblos indígenas
que habitan esos territorios hace siglos, y al mismo tiempo, borramos para
siempre especies de plantas y animales que ni la ciencia ha tenido tiempo de
observar y conocer. En la Amazonía, las mafias criminales envenenan con
toneladas de mercurio los ríos para extraer el oro que termina alimentando las
refinerías de Europa, Asia y Estados Unidos.
Nuestra especie está destruyendo árboles y animales antes de
que siquiera podamos descubrirlos y maravillarnos ante ellos. Los insectos, el
principio de la cadena alimenticia de muchos seres vivos, están
esfumándose con consecuencias aterradoras.
Según la Agencia Internacional de Energía, desde 1990 el uso
de combustibles fósiles ha aumentado. Aunque la producción de petróleo
creció a un ritmo más lento entre 1990 y 2017, la producción de carbón se
duplicó en lo mismo periodo sobre todo en China. Incluso las inversiones en
energía limpia se han realizado con una racionalidad puramente económica y bajo
un manto de corrupción. Un estudio publicado el 2017 en la revista científica
Plos One , pronostica que la construcción de solo seis represas podrían cambiar
el ciclo de vida de la cuenca amazónica. Estamos provocando un apocalipsis del
que más temprano que tarde seremos víctimas.
El naturalista británico David Attenborough (Inglaterra,
1926) sintetiza este panorama de forma clara: ha dicho y repetido de la forma
más clara posible: "En este momento nos enfrentamos a un desastre hecho
por el hombre a escala global, nuestra mayor amenaza en miles de años es el
cambio climático. Si no actuamos, el colapso de nuestras civilizaciones y la
extinción de gran parte del mundo natural está en el horizonte”.
El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio
Climático (IPCC) publicado hace unos meses nos advierte que el desastre es
inminente si es que hoy no hacemos algo. El documento elaborado por el grupo de
científicos más importante del mundo tiene mensajes para todos, gobernantes y
hasta el último ciudadano de a pie: cada pequeño aumento de la temperatura
importa, cada año importa, cada decisión que tomemos tendrá consecuencias en el
futuro cercano. Tenemos menos de 10 años para detener la intensidad actual con
la que emitimos gases en la atmósfera. Ya no valen mucho más los diagnósticos.
Hasta de cifras e informes hemos está saturado el Planeta. Es tiempo de actuar
desde la evidencia.
Pero cada ser humano sobre el planeta tiene también una
responsabilidad. Mientras un joven holandés ideó un método para recolectar el
plástico del océano, decenas de ambientalistas y líderes indígenas dan su vida todos
los años por la protección de bosques y otros recursos naturales a lo largo y
ancho del mundo. Algunos empresarios renuevan la esperanza subvirtiendo la
forma tradicional de hacer negocios para integrar la naturaleza en sus cuentas
y balances. En laboratorios se reinventan las formas de producir energía, desde
la fusión nuclear que imita la potencia del sol, hasta paneles solares de
última generación, motores de hidrógeno. También vemos renacer costumbres
sencillas y pérdidas como el uso de fibras naturales para reemplazar materiales
no biodegradables.
El periodismo no es un oficio aislado a esta
responsabilidad. Los periodistas de todo el continente tenemos un compromiso
profundo para entender desde la ciencia que el planeta entero debe transitar
hacia un modelo de crecimiento y desarrollo diferente. Un cambio que sin duda
estará atravesado por conflictos, pero también de nuevas esperanzas y
oportunidades. Detrás de las migraciones masivas que todos los días aparecen en
nuestras páginas y pantallas, detrás de las protestas de los Chalecos amarillos
en París y el rimbombante negacionismo de algunos líderes globales parece estar
el mismo fenómeno: una sociedad global
acomodándose ante el más grande desafío
que ha encarado desde que los primeros hombres aparecieron en África hace
300.000 años.
El compromiso del periodismo con este momento es histórico.
Es necesario interpelarnos y preguntarnos si realmente estamos haciendo lo
suficiente. Como nunca antes en la historia, contamos con las mejores
herramientas para comunicar información a una escala global y a velocidades tan
rápidas como la de un haz de luz. Llegó la hora de actuar, y el periodismo debe
ser capaz de hacer viajar a esa velocidad las soluciones y acciones que se
necesitan para detener la catástrofe de la que ya estamos advertidos. El tiempo
se acaba.
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