LEONEL VELARDE BARRIOS
Escribe: José Luis Ayala | LOS ANDES - 12 oct 2014
Ha muerto Leonel Velarde
Barrios a los ciento dos años, los medios controlados por el poder mediático,
la farándula y la cacosmia criolla limeña, no han dicho nada. Así es el Perú
oficial, plagado de funcionarios mediocres a cargo de la cultura, desconocen a
propósito o por ignorancia, los más altos valores de procedencia popular, pero
endiosan y rinden homenajes según la extracción de clase (ahora se dice
eufemísticamente segmento), argollas criollas y parentesco. Leonel Velarde
Barrios, nació en Ilo (Moquegua), el 30 de junio de 1912, se casó con Luisa
Perales Zúñiga (boliviana) siendo sus hijos Etna, Ilia, Alexis y Leonid.
Padre de Etna Velarde, quien
nació en Lima en 1943 y falleció en 20 de febrero de este año, se casó con
Jorge del Prado (Arequipa 14/08/1910 - Lima, el 13 de agosto de 1999), varias
veces secretario general del Partido Comunista Peruano. Etna y Jorge tuvieron
una hija llamada Carmen, pero falleció muy joven trágicamente en un accidente
de carretera, mientras viajaba para realizar acciones profesionales. De modo
que, se trata de una familia de artistas comprometidos con las causas populares
y constante lucha por los derechos humanos.
Leonel Velarde Barrios se
formó en la Academia de Dibujo y Pintura de la Municipalidad de Lima y en la
Escuela de Bellas Artes, dirigida por Daniel Hernández y después por José
Sabogal. Fue allí donde adquirió las técnicas y secretos para trabajar
escultura en piedra, por lo que pudo tallar con gran maestría el obelisco en
homenaje de José Domingo Choquehuanca, ubicado en la plaza de Azángaro (Puno).
Fueron sus discípulos Sabino Springett, Alejandro González, Cota Carballo,
Carmen Saco, René Berrocal y Julia Codesido.
Invitado por su amigo, el
escritor Lizandro Luna La Rosa, llegó a Azángaro para edificar ese hermoso
monumento en piedra, teniendo necesariamente que formar a un grupo de artesanos
lugareños para que le ayudaran a trabajar con cinceles y combas. Luego se le
encargó restaurar el frontis del templo Nuestra Señora de la Asunción,
construida y embellecida por el cacique Diego Chuquihuanca. Gracias a Augusto
Ramos Zambrano, ahora es posible tener una abundante información acerca de la
familia Choquehuanca, a través de su libro “J. D. Choquehuanca, cantor de
Bolívar. Los caciques Chuquihuanca y sus testamentos”.
Ignoro si Leonel Velarde
habría leído a Modesto Basadre, Francisco Mostajo y a José Domingo Choquehuanca
como a otros historiadores modernos, que se ocuparon de los Chuquihuanca, la
revolución de José Gabriel Túpac Amaru II y participación de Vilca Apasa. Lo
que sí es seguro, es que Leonardo Altuve Carrillo en 1991 publicó en la
Editorial Planeta (Buenos Aires) su libro: “Choquehuanca y su arenga Bolívar”.
Cuando Altuve Carrillo conoció el obelisco en Azángaro, dijo que nadie como
Velarde, pudo haber creado una sinfonía en piedra con presencia de pumas, que
el monumento se parecía a la arenga de Chuquihuanca a Bolívar, esculpido golpe
a golpe con genio, nervios y talento.
Velarde después remodeló la
plaza de Armas de Huancané por encargo del alcalde Luis Arenas Castillo,
dándole un estilo ornamental tiahanacota. También restauró el salón de actos de
la Municipalidad de Yunguyo y el templo de Paucarcolla. En Puno fue muy amigo
de Dante Nava, Simón Valencia y de Mateo Jaika, en cuya casa vivió una
temporada, tanto Luisa Perales Zúñiga como Emilia Pastén Oblitas, esposa de
Mateo Jayka (Víctor Enríquez Saavedra), ambas bolivianas, cultivaron una gran
amistad.
Fue durante ese periplo y
labor cultural de Leonel Velarde que llevó a su menor hija Etna Velarde a Puno,
marcando esa manera su visión del mundo e identidad andina. Etna solía decir
que nunca había visto en sus viajes por América y Europa, colores más vivos e
intensos que como en el cielo y las aguas del Titicaca, jamás como los
violentos e inmarcesibles celajes de los atardeceres en las pampas del
altiplano. Etna además escribía poesía y su hija Carmen ha dejado trabajos
inéditos de antropología, así como una colección de fotografías con marcado
talento y expresión de un arte que perpetúa lo instantáneo.
Es de esperar que ahora se
haga justicia al talento, memoria y obra de Leonel Velarde Barrios en Huancané,
pero especialmente en Azángaro, y que por menos una calle o un parque lleve su
nombre. Conversando con Augusto Ramos Zambrano y preguntado, por qué un hospital llevaba el
nombre de un galeno aldeano como anodino, respondió con ironía: “Es que sabía
bailar machu tusu y para eso se requiere un talento excepcional”. Nadie
como Ramos Zambrano para conocer la sociedad puneña del siglo XX y soportar
estoico, una vigilancia estricta como censurable a sus actividades políticas,
intelectuales y académicas.
Leonel Velarde Barrios
gracias a sus hijos publicó en el 2007, el texto: “Lo absurdo verídico”, un
conjunto de poemas en serio y en broma, pero que muestra su fina afición por la
literatura. Pocas personas asistieron a su entierro y fue inhumado en el más
profundo silencio. Ese mismo pago recibió Churata como expresión de un
encanallamiento del Perú hispano criollo con sus mejores hijos. Pero más allá
de la muerte física, las autoridades y el pueblo de Azángaro, deberían tomar la
iniciativa para reparar el olvido y más bien perennizar su nombre.
LA PARANOIA DE UN OFICIANTE DE POETA
Escribe: Hernán Cornejo-Roselló Dianderas LOS ANDES 19
oct 2014
Recibí en Moquegua, debido al
ostracismo que padezco y espero pronto concluya, un ejemplar del diario Los
Andes del día 12 de octubre donde en un artículo José Luis Ayala Olazaval
desliza su odio, ya no hacia mí sino hacia mi padre.
En el artículo escrito por el
poeta oficiante bajo el titular de: “Leonel Velarde Barrios”, escultor que
modeló el obelisco en memoria de mi antepasado directo José Domingo
Choquehuanca, la emprende contra la ejecutoria de mi señor padre y puneño
ilustre, Carlos Renato Cornejo-Roselló Vizcardo, fallecido hace 35 años a la
joven edad de 60 años, acusándolo de: “galeno aldeano y anodino”, escudándose
en la opinión cierta o incierta de otro fallecido: el abogado Ramos Zambrano,
que fue mi amigo y se reputaba de cazador mujeriego y le irritaba que hubieran
hombres más atractivos y exitosos que él, de allí su sarcasmo y malquerencia. A
Ramos Zambrano le regalé innumerable documentación y fotografías sobre mis
antepasados hacendados, magistrados y militares para que historiara la “Masacre
de Cuturi” o la vida de mi tío abuelo materno, Lisandro Luna La Rosa. Ese
historiador, solo conocía de rebeliones indígenas y poco o nada de desarrollo
económico y de propuestas de planificación estratégica a través de la Salud
Pública. Pero no nos distraigamos en pequeñas historias.
Más allá de la dislexia
creativa de nuestro monologante preciso que la obsesión de Ayala, “el mejor
poeta aimara”, según su amigo Ricardo González Vigil, es que no sabe cómo
enfriar el clavo urticante que le introduje revelando que era plagiómano
compulsivo y que toda o la gran mayoría de su producción tenía como primera
versión la inventiva y creatividad de otros autores. Por eso su odio hacia mí
se ha diversificado extendiéndose cobardemente hacia mi familia, modelando una paranoia
de la cual no me siento responsable ni íntimamente excitado. Toda enfermedad es
una penuria, así la padezca gente de mala ralea.
Este poeta me aludió sin
nombrarme, hace dos o tres años de que no lidiaba conmigo porque yo no era
escritor, lo hizo sin avivar hormonas varoniles para llamarme por mis apellidos
y nombres y enfrentarse directamente conmigo. No obstante, antes de ese impase,
conversó conmigo y se me ofreció: “Hernán, debes publicar tu producción, te
abro las puertas de la editorial de San Marcos o de la San Martín. Tu pluma
debe ser conocida”. Esto sucedió luego de casi dos décadas de distanciamiento
cuando aparentemente hicimos las paces luego de su disgusto contra mí a raíz de
una Carta Abierta que publicamos en la revista OIGA a finales de los 70 junto a
Iván Cuentas Aparicio, Ferdy Sotomayor Pinazzo, Oscar Gómez Zeballos y Miguel
Gutarra Rivadeneira. Como estudiante universitario y aprendiendo a amar a Puno,
rechazaba con disgusto la animadversión de Ayala hacia Puno, luego que llegó de
su “aprendizaje” en Francia. Él explicó después del affaire que antes de partir
lo habían choleado. Al “Cholo Ayala Literario” le disgustó que le dijeran cholo
de verdad. Esa es herida que aun no le cicatriza. Con ese caso surge su
paranoia inicial. Si a una persona que se reputa cholo le enrroncha que le
digan cholo, es un cholo de mentira, porque solo se considera “Cholo Ayala de
vitrina” y no “Cholo de rutina”. Explico que no escribo para ganarme la vida ni
hago de la escritura una escalera para ascender socialmente ni reclamo padrinos
para publicar lo que produzco. Escribo cuando hay que escribir algo para sentir
la vida y analizar el contexto; lo demás es aleatorio y no obsesivo. Si no
escribo, leo, y si no leo, agonizo.
Se ha hecho costumbre en este
escribiente cotidiano quejarse con autosuficiencia sobre Puno. Afirma a cada
nada que los puneños somos colonialistas porque celebramos el Día de Puno el 4
de Noviembre, que los puneños no recordamos a quienes deberíamos recordar
porque no erigimos un monumento a una celebridad encubierta y, somos peores si
no nos informamos oportunamente sobre qué sucesos y cuáles textos deberíamos
conocer para que nuestras entendederas sociales sean cultas y sintonicen con
las cuitas del poeta y militemos en las ondas puras de la realización de este
Ayala que ha devenido en “comisario cultural parcialmente letrado” que pretende
corregir nuestras imperfecciones individuales y colectivas y se impone surgir,
imprecando y recordarnos nuestros deberes y motejando nuestras deficiencias.
Para el caso, ya se ha vuelto
rutina que nuestro “universal” poeta, en toda cuanta gaceta hospeda su
facundia, se queje de lo mal que va Puno reproduciendo quejas y quejas,
protestas y pataletas señalando que los males de Puno surgen por nuestra incuria,
que la culpa de que Puno sea lo que es hoy, obedece al pensamiento procaz e
iletrado de su población. Y no le falta razón al menguante. Sin embargo, toda
la razón que le asiste al incansable escribiente, cansa porque ese es su único
sonsonete que ya reviste las características de monserga senil. ¿Para qué
escribe tanto, a quiénes se dirige fatigando papel y languideciendo esperanza?
¿Será por su inmoderado afán educativo de poeta emboinado? ¿Para tener una
legión de adoradores que lo adulen como sucede ahora? Lo cierto es que le gusta
la farándula del escribiente y que el populorum lo reconozca como intelectual
andino, anticolonialista y héroe indigenista. Un sobreviviente churatiano.
Pasumachu.
Parece que antes que
pedagogía lo suyo es pedantería. Ayala escribe día a día sin fatigarse y da
vida a su indesmayable voluntad de ser alguien para que lo reverencien en el
inmediato presente de hoy y, mañana luego del final de la tormenta cuando cruce
el ineludible umbral de su muerte, sea un cadáver con nombre de avenida, sea
polvo con sabor a paraninfo o “viva” su muerte como momia trashumante que
visita pueblo tras pueblo para no caer en el olvido.
Ayala quizá por su condición
de octogenario en espera, desde hace años escribe lo mismo por su obsesivo pensamiento
“libertario anticolonialista indigenista”. Adquirió la costumbre bryceana, pero
invertida, de no solo plagiar del adversario como lo hizo el autor de “Un mundo
para Julius” sino plagiarse a sí mismo. Luego de cerca de 80 años de vida Ayala
se parece tanto a Ayala que ya no es un creador sino un pleonasmo. Habla de
Puno, con descolonización. Habla de Churata, con descolonización. Habla de
contaminación, con descolonización. Habla del Huacsapata, con descolonización.
Habla de todo con descolonización, menos de sí mismo y de sus sutilezas
coloniales encubiertas por su descolocación autocrítica. Basta leer solo una
vez algún texto de Ayala Olazaval para predecir, sin mayores esfuerzos, los
siguientes, los consecuentes y las obsecuentes reiteraciones textuales de un
mismo Ayala que, parodiando a Jorge Luis Borges, es el mismo y sigue siendo el
mismo y no puede ser otro, sino el mismo, el pobrísimo Ayala.
Carlos Cornejo Rosello Vizcardo |
Pero vamos al grano. Su
ofensa es inexcusable. No repara el oficiante que si mi padre viviera ya lo hubiera
estampado contra algún muro recordándole que el crecimiento de la Salud Pública
en el Altiplano y la asunción de jerarquías de gestión con la introducción de
alternativas sociales que enriquecieron los aportes de ese gran médico que fue
Manuel Núñez Butrón, se originaron mediante su visión y acción de enfrentar el
enfoque biomédico hegemónico que lo enemistó con los médicos de Puno que se
enriquecían con la enfermedad de la población. Por su visión de estratega con
propuestas singulares e innovadoras en Atención Primaria de la Salud representó
al Perú en Alma Ata el año 1978 donde se planteó “Salud para todos en el año
2000”. El centralismo limeño, no lo quería porque fue salubrista auténtico que
asociaba producción y seguridad alimentaria con salud, educación con identidad
y propiedad de la tierra para alcanzar condiciones de vida digna para que la
población goce de seguridades sociales y económicas. Activó experiencias
integrales a través de los sectores públicos para que funcionaran de consuno
tanto Agricultura, como Educación junto a Salud conduciendo huertos escolares,
granjas y que, profesores, técnicos agrarios y personal de salud emprendieran
solidariamente la tarea de alimentar a niños y motivar a padres de familia. Fue
el primer germen de los Wawa wasis. Sus ideas de Desarrollo Humano no eran
digeridas en un Perú centralista que promovía que la salud fuera sacadera de
dinero, intervención quirúrgica y compra de medicamentos. La salud era
“consultorio médico”. Por eso se extraña su presencia que hubiera enfrentado el
desenfreno privatista de hoy. Él formuló y concretó por primera vez la atención
y participación de parteras empíricas campesinas, fortaleció el rol de
promotores de salud, y consiguió, como única vez en el Perú, que hubiera
atención descentralizada a través de una Oficina de la OPS, que funcionó en la
Región de Salud Sur Altiplánica, para ampliar la cobertura de servicios. En ese
escenario promover la danza, en los 10 años que lo hizo, porque después dejó la
posta o sus hijos y a la APAFIT, se orientaba a definir personalidad colectiva
e identidad a través del arte popular. Si los indígenas no se reconocían con
vitalidad en sus danzas y aceptaban que eran bellas no afirmaban sus esencias
culturales.
Por lo demás el oficiante de
poeta conoció a mi padre en vida y le tuvo miedo no solo por su estatura
física, sino por su temperamento y carácter fuerte que no podía hablar dos
minutos con un imbécil sin darle a entender que era un imbécil. Y este Ayala
“universal” y anti aldeano, que en la práctica es un seudónimo olvidado por
varios autores que no recuerdan sus heterónimos, sin justificación alguna
infiere que el hospital de Azángaro lleva el nombre de un anodino. Si tanto es
el odio que se le tiene a un pionero y critica que un nosocomio lleve su
nombre, afirmo que la grandeza del “Ccoro Cornejo” no se circunscribe a
remoquetes ni bautizos de obra pública. Es lamentable comprobar que las
personas que se reputan de ejemplo aleccionador, sean excrecencia y deterioro
moral de tiempo completo.
No sé si Ayala reaccione como
varón o decida ofenderme escudado tras algún anonimato lo que me tiene sin
cuidado dado que su práctica cotidiana es previsible, monocorde y de gran
opacidad, propia de un sujeto que vive embriagado con su ego y se posee a sí mismo.
Si mi reacción es fuerte, lo es porque respeto y admiro a mi padre y no como
Ayala, que por alcanzar honores de escritor, saqueó la obra de su padre
haciéndola pasar como suya, como fue el libro referente al prócer boliviano
Basilio Catacora.
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