EKEKO
Omar Aramayo
Publicado en
Facebook 27 de abril 2018
A
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lasitay, invita la mujer aymara sentada
de cuclillas desde hace no se sabe cuántos siglos.
Alasitay vuelve a repetir con su voz
envuelta en un suspiro, el viandante puede o no voltear.
Alasitay paisano alasitay werajhocha,
alasitay señorita, el camino polvoriento está regado por la voz de esta mujer o
varón que poco a poco se va convirtiendo en monolito, tras algún recodo de la
memoria.
Para consagrar la frase y la faena, el
pueblo aymara inventó las Alasitas. Para redimir y promocionar este trabajo que
vale mucho más que los cuatro reales de su diario, ha marcado un día, una
semana y hasta nueve días como ocurre en Puno, en el calendario de sus sueños.
Porque las Alasitas hacen soñar, hacen
soñar a chicos y grandes. Los niños llegan a esta feria de “juguetes” con la
esperanza de llevarse todo; pero como la feria es más grande y el bolsillo es
cada vez más chico, esto es imposible.
Los mayores van a la feria ritual a
llevarse en pequeño lo que quisieran tener en grande: un carro, una casa, ropas
de fiesta, ropas íntimas, títulos profesionales, zapatos, y cargan con unción,
con verdadera fe, lo que está al alcance de la mano.
Muchos compran un Ekeko, patrón de la
fiesta, rey inequívoco de los comerciantes, Dios de la alegría y heredero
legítimo de los dioses del antiguo Perú, para que sus deseos tengan un testigo,
un garante. Un hacedor.
Para ser rico o medianamente rico, o por
lo menos para satisfacer las necesidades principales, hay que hablar con él,
hay que conversar. Nunca estará más atento que en Alasitas, aquí es todo oídos,
un Dios muy gentil y cumplidor. Las muchachas solteras le piden marido y las
casadas que sus maridos sean eficientes.
Los Ekekos del antiguo Perú tenían unos
falos codiciables, siempre erectos, de buena presencia, con truco. Los actuales
han sido vestidos; muchas veces de gamuza, terciopelo o simplemente con un
poncho de alpaca o merino, con sombrero de paño, chalina y es rodeado con todo
lo que necesita una persona, una familia.
Es necesario "challarlo", brindarle con
cervecita o licor fino, sahumarlo y sobre todo hablarle bonito, el Ekeko es
poeta y cantor, le regalan libros de sabiduría, zampoñas y charangos.
Siempre con la boca abierta y los brazos
extendidos y una sonrisa ambigua de alegría e ironía; hablando, invoca a las
fuerzas de la naturaleza. Un buen Ekeko mira hacia arriba, al cosmos; si no es
así no lo compre, el artesano que lo fabricó es un impostor, no sabe nada. Es
un Dios sideral con los pies bien puestos en la tierra; no hay Ekeko al aire,
ni en broma, es un andarín, un andariego.
Su vista señala el nacimiento y la
desaparición de las constelaciones, pero también está que cuenta el dinero que
usted necesita; hace los cálculos con los ojos bien abiertos.
Debe llevar un zurriago terciado entre
pecho y espalda, representa al relámpago. A la luz de la creación, la fuerza
fugaz de las grandes creaciones de la humanidad. El relámpago, dios creador de
muchos pueblos, desde los griegos.
El aymara cuando migra lleva su Ekeko, y
todos los años le va poniendo un mazo de chancaca para que endulce el hogar;
sus quintales de chuño y de charqui, que son productos sin los cuales la
migración sería imposible. Se pueden conservar. Y le amontona casitas que le
permitan comprar casas en diferentes urbanizaciones o ciudades del país, que
luego alquila; le regala edificios como los de Gamarra en Lima y en otras
ciudades del Perú y de América.
Y le ponen un cigarrito cada martes y
cada viernes, que consume sin dejar caer la ceniza blanca, donde es posible
hacer una lectura del destino. El Ekeko ama la vida, la abundancia, pero
también a la fidelidad y la consecuencia.
Nadie puede permitirse ser ingrato con el
Ekeko; el culto es durante todo el año, pero en cierta fecha, la fiesta es a
todo dar, hay que regalarle.
Si el Ekeko se presenta en sueños, será
como su servidor y dueño de grandes riquezas, maravillas por conquistar. Le
anuncia la gran oportunidad de su vida, la oportunidad que usted no debe
desperdiciar de manera alguna, de otra manera será pobre toda su vida. Si le
parece que está triste o lo sueña así, es que le reclama atención.
Hace cincuenta años lo niños cortaban los
botones de los ternos de sus padres o de las blusas de mamá, era la moneda
oficial de las Alasitas, hoy solo es recuerdo. Es evidente que en aquella
época, en las zonas alejadas, había escasez de botones. Hace sesenta años se
fabricaban monedas de plomo, especial para esta fiesta. Y esa sí, que era una
moneda ritual. Por cierto que también es un recuerdo.
Hoy, la moneda oficial es el dólar, por
eso al Ekeko le prenden dólares en la solapa y en todo el cuerpo, como a recién
casado, como a alferado. Hoy se hace y se piensa en dólares. Desde Bolivia se
traen varios camiones repletos de moneda americana, ficticios, amuleto
imprescindible para tener dinero todo el año. Así la moneda universal del
siglo, es objeto de sahumadas y challas, por parte de augures aymaras quechuas
y kallawayas, sacerdotes de la fiesta.
El Ekeko siempre será contemporáneo, paso
a paso supera a los siglos, a los ciclos históricos. Si la felicidad, el bienestar
fueran ideales sinceros de la humanidad, como especie, el futuro de nuestras
creencias se cifraría en el Ekeko; él invoca a la felicidad, pero así mismo se
abre camino con sus pequeños pies que desafían al equilibrio, con el inmenso
peso que lleva sobre sus hombros. Porque para vivir hay que ser equilibrista.
El Ekeko es andarín, lo fue siempre desde
tiempos antiguos, ahora empieza a recorrer ese espacio perdido en el siglo XX;
y su fiesta comienza a celebrase donde alguna vez ya se había olvidado.
Se celebran ferias de Alasitas en Ilo,
Tacna, Moquegua, Arequipa, Lima y donde haya migración aymara.
El Ekeko no es peruano ni boliviano,
tiene un sustrato mucho más antiguo, la cultura aymara. Sus fuentes históricas
nos remiten a Tiwnaku y a Nazca. Es una reminiscencia de una vasta religión que
tuvo culto en el antiguo Perú.
Los orígenes precolombinos del Eqheqho
están ligados al relámpago, a la luz de la creación. Tunupa, el otro nombre del
Eqheqho, pecó con dos hermanas: Qhesintu y Umantu. Luego ellas se convirtieron
en los peces del Titicaca.
Es una fuente de inspiración para los
productores de bienes materiales, pero también para artistas de una talla
mundial como Gerardo Chávez que le ha dado una versión surrealista, igualmente
el poeta chileno Enrique Lhin que dejó un libro inconcluso “El Eqheqho”.
Edmundo Torres el mascarero Puneño, de
gran éxito en galerías y museos de España y Alemania, ha realizado mascaras del
pequeño hacedor de voluntades celestiales.
Debemos reconocer la obra miniaturista de
Yolanda Zirena, que con arte ha logrado vestir de novios a una pareja de
pulgas, felices bichos que ingresan a la eternidad de la belleza, vestidos como
la religión manda.
La obra de Yolanda ha sido relevada por
la prensa nacional, sin duda es una de las artistas que se distingue más allá
de nuestras expectativas.
El Ekeko, en el mes de mayo recoge sin
dudas ni murmuraciones los deseos que brotan de las necesidades más profundas
del pueblo altiplánico. Su culto alguna vez escondido y perseguido, renace con
frescura meridiana y permite que el pueblo, por lo menos durante unos días,
regrese a la ilusión de satisfacción diaria, que por lo general no le es
posible.
Esta feria es una vindicación del
comerciante anónimo, que viene y entrega su producción, que está más allá de lo
puramente mercantil, porque adquiere contornos religiosos y mágicos.
Una luz puramente humana, honda,
inextinguible. Sirve para volver al sueño estando despiertos; para ser niño
siempre; para ser familia siempre, el Ekeko une a las familias.
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