viernes, 4 de agosto de 2023

OPINON: HILDEBRANDT SOBRE LA COYUNTURA PERUANA

 APLAUSOS QUE NO VALEN NADA

César Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE, Nº 647, 4AGO23

N

os trajinan. Nos quieren reducir a la categoría de víctimas aterrorizadas. Nos insultan.

Cómo no va a ser ofen­sivo que un congreso pla­gado de delincuentes de ambos géneros aplauda a rabiar a una presidenta sin re­medio y que la prensa tome eso como si fuera un plebiscito, una consagración, la ratificación de la legitimidad del gobierno. La embajadora de los Estados Unidos en Lima, que ha sido agente de la CIA y que quizá siga siéndolo, le susurra a la casa blanca que congratule a Boluarte y el de­crépito de Biden cumple el rito. El derechismo chavetero festeja el hecho como la aprobación de Washington al gobierno peruano, pero guarda silencio respecto de la carta que quince parlamentarios demó­cratas le enviaron al secretario de Estado denunciando la brutalidad del régimen de Otárola y Willax.

Todo da asco. Producen asco los militares que se prestaron a la parodia de disfrazar de asháninkas a unos pobres venezolanos desempleados en ese desfile que era pura apariencia. Porque la verdad es que el es­tado de la operatividad de nuestras fuerzas armadas pocas veces ha sido tan ruinoso.

Doble asco sus­cita la repartija de las comisiones en el congreso y a náusea sartreana induce la coartada que Perú Libre inventó para asociarse con el fujimorismo.

Escuchando los aplausos congresales al mortal discurso de Boluarte supe, de modo fulminante, que habíamos viajado otra vez por la máquina del tiempo y que el Perú era un país previo, que Odría estaba al mando, que Marianito Prado mataba a una ba­ñista en Ancón, que los rojos amenazaban el or­den y la civilización, que en el Club Nacional no entraban marrones y que ninguna marea cambia­ría la quietud de la orilla en este paraíso detenido. Hemos vuelto a la república que Gonzales Prada retrató. Pero esta es una versión barriobajera y abyecta de aquel país de encomenderos inmortales. El Perú actual no viene de la falsa aristocracia heredada, de las bibliotecas más o menos leídas, de la doctrina agustiniana y ni siquiera del ingenio azucarero o de los algodonales del sur chico. Viene del sicariato derechista. Viene del hampa. Viene de Los Niños y las fachadas de cartón.

Esta gente controla el congreso, el gobierno, el Ministerio Público, el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo, los medios de comunicación. Y ahora quiere apoderarse -y lo va a lograr si el pueblo la calle no lo impiden- del Jurado Nacional de Elecciones, la ONPE, el Reniec y la Junta Nacional de Justicia. Es el fujimorismo sin Fujimori. Es la Yakuza con otros nombres. Y qué nombres: César Acuña, Vladimir Cerrón, la macrobiótica de So­mos Perú, las hilachas de De Soto. El Perú ha recaído en esa enfermedad de transmi­sión oral que es el fujimorismo, pero actúa como si nada pasara.

Dina Boluarte no gobierna. Administra apenas una imagen formal -con banda, ruido de talones castrenses y todo lo de­más- detrás de la cual está la derecha más agresiva de los últimos tiempos.

Para este sector estos años han sido una maravilla: perdieron las elecciones con Keiko Fujimori pero las ganaron con Dina Boluarte; están pensando en la sucesión del 2026 y para eso están limpiando impune­mente el terreno; han impuesto el terruqueo como detención preventiva para todo el que asome la cabeza; tienen el control de la prensa concentrada, la radio y la televi­sión. Sí: es el Perú de los 50. Lo que falta es que Boluarte se disfrace de María Delgado de Odría y empiece a repartir cosas.

Sin embargo, recordemos: el Perú de los 50 parecía una llanura congelada, un atas­co del tiempo, la eternidad en pantuflas y con caspa. Pero tras ese presunto inmovilismo estaban los campesinos, los apristas todavía rebeldes, los jóvenes envalentona­dos, los socialistas exiliados. Y ese palacio de cristal se deshizo: la ira de los poetas se convirtió en movimiento de tierras, adoptó la cara de Hugo Blanco, la sombra de Lucho de la Puente. Después llegaron los militares revoltosos, la reforma agraria, la restaura­ción de Morales Bermúdez y el fracaso de Belaunde y Alan García. Al lado de estos dos últimos, estuvo Sendero Luminoso re­cordándonos que el infierno del totalitaris­mo puede tentar a muchos de los que viven en el limbo de la injusticia permanente.

La atmósfera de estos meses, el aire de estos días de autocomplacencia derechis­ta, me devuelve, repito, a los años de las dictaduras primordiales del siglo pasado. Por eso retorno a Manuel Scorza, el de “Las imprecaciones”, y recito:

“¡Hagan lo que quieran!

Enfanguen al puro,

enjoyen al ladrón,

coronen al asesino,

enmierden al héroe,

cáiganse de risa.

¡Está bien, pero no me compliquen!”

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