viernes, 21 de junio de 2024

PUNO Y LOS GRAVES PROBLEMAS IRRESUELTOS

 LA LENTA AGONÍA DE LA 

BAHÍA DE PUNO

Augusto Dreyer Costa


Cuando se contempla o navega en el lago Titicaca no podemos dejar de preguntar cómo y cuándo surgió esa maravilla natural única en el planeta. La respuesta está en que hace millones de años, durante el Período Cuaternario, enormes movimientos en la corteza terrestre hicieron que las cordilleras occidental y oriental de los Andes se elevaran miles de metros formándose entre ambas la Meseta del Collao o Altiplano. Paulatinamente las depresiones en el altiplano se cubrieron de agua con el derretimiento de los glaciares y precipitaciones pluviales dando lugar a la formación del lago Titicaca. Inicialmente, el lago era mucho más extenso y posiblemente su nivel era de 60 a 100 metros más alto que el nivel actual.

Bahía interior de Puno
Si observamos un mapa del lago Titicaca, en la parte noroeste del mismo se aprecia a las penínsulas de Capachica y Chucuito abrazando y protegiendo la porción del lago conocida como la Bahía o Golfo de Puno. La mencionada bahía está unida al resto del lago a través del estrecho de Capachica y tiene aproximadamente 590 km cuadrados de extensión aunque al hablar de la Bahía de Puno, hay que incluir en ella a su zona de influencia climática y medioambiental en un radio de 30 km a la redonda. Dadas las características geográficas, climáticas y medioambientales la bahía es el hábitat natural de un gran número de especies vegetales y animales, peculiares a esa unidad geomorfológica y, sobre todo, es el entorno físico de grupos humanos de habla quechua, aymara, uro y puquina que se asentaron en el lugar en épocas prehispánicas. Desafortunadamente las lenguas uro y puquina desaparecieron durante el periodo republicano. Con la conquista y colonia llegan grupos de españoles que se asentaron allí y luego, durante la república, inmigrantes europeos se establecieron en la zona, adoptando el idioma español como medio común entre ellos.

Hace unos 60 años atrás, la bahía de Puno que conocí de niño y después de jóven, aún era una joya de la naturaleza que cobijaba una gran variedad de plantas, organismos vivos, peces y animales configurando un ecosistema especial y excepcional. Además en esa época habitaban las riberas y tierras colindantes grupos humanos de diversas extracciones lingüísticas y culturales que vivían de los frutos de esa naturaleza fértil y productiva. Los enormes totorales servían como complemento alimenticio y como medicina, de material de construcción para hacer balsas y cobertura de viviendas, también como forraje para animales. En esa época abundaba el carachi, un pez único en el planeta y de grandes propiedades nutritivas, ahora escaso por efecto de la contaminación. Recuerdo a las vacas en las orillas del lago metidas en el agua hasta la mitad del cuerpo, comiendo llachu, gordas por el abundante y nutritivo alimento.

Una característica especial del lago eran esas noches especiales en las que el croar de las ranas de la bahía se convertía en un concierto armonioso e intenso que podía ser escuchado a kilómetros a la redonda. Destaca la rana gigante del Titicaca, conocida como kelli o huankele (Telmatobius culeus), especie anfibia única en el planeta, que habita mayormente las profundidades de la bahía. Todas esas especies están amenazadas por la contaminación y envenenamiento de las aguas de la bahía.

La ciudad de Puno, del quechua Puñypampa “lugar de descanso”, tenía en ese entonces tan solo unos 20,000 habitantes, era un lugar apacible y tranquilo, de escasa actividad comercial, carente de industria pero con una numerosa burocracia administrativa propia de una capital de departamento. Era el puerto más importante del Titicaca tanto para vapores y barcos de carga y de pasajeros que hacían la travesía al puerto de Guaqui en Bolivia, así como también de botes de madera a vela construidos artesanalmente en la zona. El puerto de Puno también acogía las balsas de totora de diversos tamaños de acuerdo a su uso. Algunas de ellas llegaban a tener dimensiones bastante grandes, con una capacidad para 12 personas, además de la carga y bultos diversos.

La flora acuática de la bahía de Puno está representada principalmente por la totora, con la zona de totorales más importante de todo el lago Titicaca, chinquillachu, el huascacho, el llachu y otras plantas macrófilas que se desarrollan principalmente en las zonas ribereñas de la bahía.​ En la actualidad existe un crecimiento desmesurado de la llamada lenteja de agua y el fitoplancton debido a la contaminación de las aguas por las actividades perjudiciales del ser humano. La fauna más representativa de la bahía de Puno la constituyen las aves; destacan el tikicho, la choka, el zambullidor pimpollo y varias variedades de patos silvestres. También se puede observar a la gaviota andina, al maquerancho, a las bellas y elegantes parihuanas o flamencos, al lekecho, al totorero, al sietecolores de la totora, entre otras.

La ictiofauna, es decir los peces nativos de la bahía, está constituida generalmente por especies del género orestias como el carachi amarillo, el pequeño ispi, el carachi morado o enano, el gringuito, entre otras. Las especies introducidas que alcanzan aún mayor valor comercial son la trucha arcoíris y el pejerrey de lago, que son los principales causantes de la disminución poblacional de las especies nativas.

Aguas contaminadas
En la antigüedad las culturas andinas veneraban y agradecían a la Mama Cocha, la Madre de las Aguas, con ofrendas de oro, mollo, plata y coca los beneficios y bondades recibidos de ella. A diferencia de aquellas sabias culturas, los habitantes actuales la ultrajan y deshonran arrojando en ella inmundicias inimaginables y anegando sus aguas con sus excrementos y orina. Es alarmante, indignante y vergonzoso ver el estado de degradación medioambiental a la que ha llegado la bahía de Puno (y el lago Titicaca en general) por las actividades de los habitantes de la región. El deterioro empezó hace unos 40 años pero ha ido aumentando y acelerando su ritmo en los últimos 20 años, sin que nadie haga nada por detenerlo o revertirlo.

Es realmente estremecedor pensar que las aguas residuales y fecales de los 140,000 habitantes de la ciudad de Puno, más las de Juliaca de 280,000 habitantes que llegan a la bahía a través del río Coata y las de los otros pueblos que circundan la bahía, acaban en el lago sin tratamiento alguno, contaminando, corrompiendo y envenenando las aguas de la bahía de Puno y convirtiéndola en la cloaca más grande del mundo. Del mismo modo, que toneladas diarias de basura y desechos sólidos terminan en las riberas y en el fondo lacustre, causando enfermedades, dañando ecosistemas, destruyendo hábitats físicos, transportando contaminantes químicos y extinguiendo la vida acuática. La contaminación no sólo está afectando la flora y la fauna de la zona sino también la salud de los pobladores, sobre todo la de los niños, según lo evidencian irrefutables estudios científicos, sin mencionar los enormes daños que causa en la economía de la región.

Es sumamente preocupante que ni el Gobierno Regional, ni la Municipalidad Provincial de Puno, ni el Gobierno Nacional, tengan un mínimo interés en buscar soluciones reales y sostenibles a este urgente problema. Los sucesivos representantes al Congreso por Puno están sólo preocupados en lucrar del erario público pero la tragedia del lago los tiene sin cuidado. La planta depuradora de Puno declarada de “prioridad nacional” por el Congreso del Perú en 2015 quedó en papel mojado y jamás se materializó. El proyecto de construcción de 10 plantas de tratamiento de aguas residuales en Puno anunciado entre bombos y platillos en el 2017 (¡hace 7 años!) se atascó debido a la agobiante burocracia peruana y nunca se llegaron a ejecutar las obras prometidas. Hay que puntualizar que el Gobierno Regional de Puno, por su incompetencia, incapacidad e ineficacia administrativa y gestora, es el obstáculo más grande para la solución del apremiante y gravísimo problema medioambiental, humano y económico de Puno.

Mientras tanto el tiempo pasa y el destructivo proceso continúa devastando, destruyendo y asolando lo más bello y valioso que tenemos: la Bahía de Puno y el Lago Titicaca.

Copenhagen, junio 2024


HILDEBRANDT ANALIZA LA COYUNTURA POLITICA PERUANA

 FUJIMORI HA VUELTO

César Hildebrandt

En HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 691, 21JUN24

L

a lógica de la banda de los Fujimori es perfecta: si el país asiste en calma al gobierno de una mafia congresal con testaferría en Palacio, ¿por qué no habría de aceptar el regreso de la mafia pura y dura, la firme y sin intermediarios?

Por eso se ha inscrito Alberto Fujimori en la firma de su he­redera. Porque en este país sin reparos ser asesino y ladrón no te condena sino que hasta puede fortalecer tus aspiraciones.

Y habrá gente que recordará las lentejas, el puentecito, el helicóptero que llegaba de vez en cuando para la foto que Palacio repartía entre la prensa inventada o vendida.

Para esos peruanos urgidos y siempre sobrevivientes, la memoria crítica no rige. Y, a su manera, tienen razón.

Si no sé qué voy a comer mañana, ¿qué me puede im­portar la separación de poderes, la autonomía del Tribunal Constitucional, la independencia de la Fiscalía, la pulcritud de los organismos electorales?

Y ahora el hambre arrecia, sube a los cerros, baja de la neblina, crepita en las tripas.

Hay hambre y hay caos. Y no importa que en ambos tenga mucho que ver el modelo maldito que impuso el fujimorismo original o la decisión de la heredera de traerse abajo el gobierno de Kuczynskiy producir las sucesiones abortivas que padecemos.

Pero como hay hambre y hay caos, viene otra vez el cri­minal convicto, el fallido senador japonés, a decirnos que aquí está para servirnos, que él tiene la solución, que habrá mano dura y reglas inamovibles para las inversiones, que la solución está a la vuelta de la esquina. Como en 1990, con su tractor, su yuca, su honestidad-tecnología-trabajo.

Su hija, que preside de facto este gobierno de inmundicias vivientes, ha creado las condiciones para que los hambreados, los ignorantes y los sinvergüenzas esperen el regreso al poder del jefe mediato de los Colina.

Cree la banda de los Torres y las Moyano, con Keiko Fujimori a la cabeza, que la mentira volverá a derrotar a la verdad.

Ya hay una generación y media que no vivió la década de Alberto Fujimori. Ese dato de la demografía electoral es clave para los cálculos de Fuerza Popular.

La generación de los pulgares activos y el ensimismamiento hedonista ignora qué país fue el Perú

No sabe, por ejemplo, que la re­incorporación del Perú al círculo financiero internacional supuso, de hecho, la venta bajo sospecha de los activos públicos, la liquidación del movimiento sindical, la prescindencia de los partidos políticos, el uso sin ningún escrúpulo de los recursos del Estado al servicio del culto a la personalidad, y la mayor concentración del poder en las histori8a del siglo XX peruano.

Era el Perú “del chino”, el sueño opiáceo de un tirano del caribe: la prensa estaba bajo control, los jueces obedecían a quienes ofrecían más, la Fiscalía era una casa de citas, el congreso una mesa de partes y los militares robaban a su gusto mientras blin­daban al gobierno. Era un país de opereta tramado por alguien que venía del más feroz de los resentimientos.

Fujimori odiaba tanto al Perú que tuvo a Vladimiro Mon­tesinos como su secuaz consuetudinario. Montesinos era un tipo que, según diversos testimonios presenciales, lo primero que hizo al enterarse del suicidio de su padre fue preguntarse si ese suceso no lo per­judicaría. ¿Podrá la muerte de este hijo de puta perjudicar mi carrera?”: esa fue la pregunta de su duelo. Se la hacía un oficial del Ejército Perua­no que terminaría traicionando a su país y espiando para la CIA.

Cuando el shogunato hecho de adobe y mugre estaba cayendo, el presidente Fujimori hizo que un edecán suyo se disfrazara de fiscal para ingresar al departamento de la esposa de Montesinos. Así fue como sustrajo centenares de videos y otros testimonios que podían comprome­terlo. Con todo eso embalado en más de 40 maletas partió al falso viaje a Brunéi que terminaría en Tokio con su renuncia por fax y el asilo en su país ancestral.

Fujimori fue la depravación absoluta del poder y la polí­tica. Fue la síntesis de nuestro fracaso como nación, como república, como destino. Fujimori fue el cementerio de los sueños que se fijaron como meta construir un país templado en la ley y las instituciones.

Asesinados por los Colina

Y ahora vuelve, de manos de la hija que traicionó a su incapacitada madre y la sustituyó como primera dama mien­tras recibía 10,000 dólares mensuales de Montesinos. Vuelve Fujimori de la mano del partido que controla el Congreso de los delincuentes y avala a la pobre diabla que va a Palacio a simular que firma unos papeles.

Hay que odiar mucho al Perú para darle una nueva bienve­nida a Alberto Fujimori. Hay que despreciar profundamente al país de Grau y Vallejo para desear el retorno del hombre que tuvo que ser extraditado desde Chile.

Pinochet habría votado por él. Joaquín Ramírez también. Joy Way haría lo mismo. Martín Rivas espera, cédula en mano. Igual que Chlimper y Hermoza Ríos y el “Chino” Rodríguez Medrano y Blanca Nélida Colán y alias Kerosene. <>

miércoles, 19 de junio de 2024

EL AMPLIO GREMIO EMPRESARIAL FRENTE AL CONGRESO

 IRREFUTABLE: EMPRESARIOS DETESTAN AL ACTUAL CONGRESO DE LA REPUBLICA, PERO ESTE SIGUE PERPETRANDO MAL GOBIERNO, CONTRARIO A LOS INTERESES DE LA COLECTIVIDAD NACIONAL

Histórico. Repudio nunca antes visto


"EXPRESIÒN MÀS PRÌSTINA DE NUESTRA IDENTIDAD CULTURAL"

 DÍA DEL CAMPESINO

Jaime Urrutia



Director de La Revista Agraria*

A fines del Gobierno de Leguía, en 1930, la influencia de las ideas indigenistas posibilitó la creación del Dia del Indio, para, supuestamente, «rendir tributo a los pobladores de los andes». Pero en un país fragmentado socialmente, el término indio se había convertido casi en un insulto, re marcando la marginación y el desprecio a ese ilusorio «poblador de los Andes», a ese indio que se quería honrar. Cuatro décadas después, culminando un proceso de lucha por la tierra y por derechos ciudadanos, el Gobierno de Velasco eliminó la denominación de Día del Indio e instaló el Día del Campesino. Era el corolario, en junio de 1969, de una profunda reforma agraria que no solo reestructuró la propiedad de la tierra poseída por latifundios, sino que reconoció la carga despectiva del término indio, cambiando la denominación de comunidad indígena por la de comunidad campesina.

Ha pasado medio siglo desde entonces y la celebración del Día del Campesino ha ido disminuyendo en significación, a pesar de la importancia de los millones de personas campesinas que podemos considerar casi como sinónimo de pequeña agricultura o agricultura familiar. De hecho, según el censo nacional de hace un lustro, alrededor de seis millones de personas conforman la población rural de nuestro país, lo que representa el 20 % de la población total, cuya inmensa mayoría, también según datos oficiales, dispone de entre una y cinco hectáreas. Muchas veces, se afirma que estas familias generan una producción que solo alcanza para su autoconsumo y subsistencia, pero no debemos olvidar que el 56 % de los alimentos que conforman las mesas de todos los peruanos proviene de la agricultura familiar.

Adaptándose al reconocimiento, en 2011, de la agricultura familiar por las Naciones Unidas, y a la proclamación de 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar, en 2015 se aprobó la Ley sobre Agricultura Familiar y se diseñó la «Estrategia nacional de agricultura familiar 2015-2021», aprobada durante el Gobierno de Ollanta Humala, en la que se afirmaba que la agricultura familiar representaba el 97 % del total de las unidades agropecuarias, porcentaje que reunía al 83 % de los trabajadores agrícolas.

Esta propuesta no forma parte de la opción principal asumida por quienes inter vienen en la política agraria, alternativa que reafirma la continuidad de lo sucedido en el último medio siglo, es decir, ampliar los espacios de siembra con grandes irrigaciones costeras e incrementar la exportación frutícola, todo ello como complemento del otro eje de orientación económica: la extracción minera. Evidentemente, la opción por represas y frutales manifiesta, en su reverso, el desinterés por el apoyo y la mejora de la producción de las familias campesinas. Incluso, la norma que obliga a incluir productos de las familias campesinas en los programas sociales del Estado se enfrenta a mil argumentos burocráticos o argucias técnicas para no cumplirla. Pero cuando hablamos de campesinos en el Perú no estamos aludiendo exclusivamente a temas productivos. El mundo campesino es el principal reservorio de las culturas en nuestro país, y de las tradiciones que identifican y cohesionan a cada una de nuestras regiones. Confiando en un futuro mejor, celebremos entonces no solo a quienes nos dan de comer, sino también a quienes son la expresión más prístina de nuestra identidad cultural. <>

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* Tomado de LA REVISTA AGRARIA AÑO 26 Nº 206, p.3; publicada por Centro Peruano de Estudios Sociales (CEPES)



COSTUMBRES DE MI TIERRA

 FELIZ AÑO NUEVO ANDINO

Escribe: Milciades Ruiz

D

esde la conquista del Tahuantinsuyo por los españoles, nos han domesticado haciéndonos celebrar el año nuevo con la llegada del invierno europeo y no, con el nuestro. Con esta transculturización alienante, han desnaturalizado nuestras vidas, en discordancia con nuestra realidad y la verdad. Para las culturas andinas el ciclo anual se cierra con el solsticio de invierno que ocurre cada 21 de junio y empieza uno nuevo.

Los pueblos andinos desde la antigüedad, celebraban este acontecimiento con exactitud astronómica al término de las cosechas anuales, luego de tener la noche más larga del año. En la cultura originaria, el sol se retira y cambia todo, porque todo en la vida depende de este. La ciencia corroboró más tarde que, esta apreciación era científicamente correcta.

De allí, el reconocimiento de gratitud al sol en la celebración del año nuevo andino, esperando que vuelva trayendo la esencia de la vida vegetal, animal y humana. Se empieza un nuevo ciclo astronómico a la espera de las lluvias que llegarán en primavera, para dar vida a las plantas de las que depende la alimentación de todo ser vivo y, las cosechas cerrarán el ciclo anual, en el solsticio de invierno.

Esta es la razón por la cual el sol figura en todos los restos arqueológicos desde la prehistoria andina y, estaba en la vestimenta nativa hasta que, la dominación colonial lo prohibió tras la sublevación de Túpac Amaru II. No obstante, la concepción materialista andina se conserva, venciendo toda segregación cultural.

Me aúno a esta celebración, deseándoles un ¡Feliz Año Nuevo Andino! Puede llamarse “Machaq Mara” en las comunidades aimaras, “Inti Raymi” en las quechuas, We Tripantu en las mapuches, Huata Mosoj en las kolla, pero la cosmovisión es la misma. Claro, no existen los festejos oficiales ni los comercializados, ni se inculca en los estudiantes porque eso sería estimular a los acallados.

Bueno, pero ¿A qué viene todo esto? ¿Por qué saco a la luz lo que está sepultado en la consciencia nacional? Pues, porque propugno la recuperación de nuestra identidad nacional y es necesario voltear la mirada hacia nuestro pueblo para reactivar nuestro deber. Nos han acostumbrado a menospreciar lo nuestro, a subestimarnos, a reprimir nuestra rebeldía frente a la opresión total. Pero, tenemos que sacudirnos de la transculturización.

No es por odio ni resentimiento social, sino por equidad de justicia social. Muchas maldades de la dominación actual se derivan de la insólita segregación histórica que ha enterrado nuestra identidad. Nuestros ancestros fueron capaces de construir Machu Picchu, sin herramientas metálicas ni ruedas, lo que se considera una maravilla mundial, pero se castiga como una maldición a sus descendientes genéticos.

Según el último censo del 2017, solo el 40,5% de la población auto identificada como indígena u originaria de los Andes tuvo educación secundaria (2 millones 203 mil 472 personas), el 23,4% apenas educación primaria (1 millón 270 mil 695 personas), el 26,3% educación superior (1 millón 431 mil 125 personas); mientras que, el 9,4% no tenía ningún nivel de estudios (508 mil 193 personas. Es así como, la república maltrata a los descendientes originarios del Perú.

Pero no solo se maltrata en todo aspecto a los descendientes andinos, sino también a los selváticos y afroperuanos. Si revisamos la composición étnica de la población peruana encontraremos la paradoja con la composición étnica en los poderes del estado. El INEI, como resultado de la encuesta Nacional de Hogares 2017, obtuvo el siguiente cuadro ilustrativo:

 


Entonces, podríamos decir: Si los afroperuanos son más que los blancos, ¿Por qué no están en las cúpulas del poder judicial, electoral, legislativo, fuerzas armadas, cancillería y otros? ¿Son poderes racistas exclusivos y excluyentes? Cholos y peruanos ancestrales somos el 75% de nuestra sociedad, pero el sistema de dominación nos coloca en los peores lugares de vivienda, educación, trabajo, salud, etc. ¿Por qué?

Los Censos del 2017 revelaron que, 5 millones 771 mil 885 personas se auto identificaron como indígenas u originarias de los andes, que equivalen al 24,9% de la población censada de 12 y más años de edad del país. No tienen derecho ni al autogobierno de sus pueblos. ¿Deberían tener derecho de representación en el gobierno nacional?

De todos modos, no habrá feliz año nuevo para los desdichados andinos, mientras no adquieran capacidad de romper las ataduras estructurales que son la causa de su postergación. Quizá esto, sea un buen motivo para que los movimientos políticos populares enarbolen en sus programas de gobierno las banderas de la reivindicación de nuestra identidad.

Dejo el tema para la reflexión. Que siga el festejo, pero pensando en lograr liberación social, que es el mayor de los derechos humanos.

 junio- 2024.

martes, 18 de junio de 2024

DREYER: RECUERDOS DE PUNO

 EL MANTO

Augusto Dreyer Costa

El Manto era una pequeña finca a unos 5 km al Sur de Puno dedicada a la agricultura y cría de ganado lanar y vacuno. El nombre de El Manto tenía procedencia colonial y probablemente había sido puesto debido a su forma rectangular y por estar ubicada en las laderas del cerro Cancharani a manera de un gran manto extendido. Lo que más llamaba la atención cuando uno se acercaba a El Manto eran los tres enormes qolles (kiswaras) de inflorescencias perfumadas de color naranja-rojizo que dominaban el caserío de la finca. Esos tres imponentes qolles centenarios habían sido mudos testigos de las dichas y desdichas de las varias generaciones de personas que habían habitado en ese bello lugar.

La finca El Manto había sido heredada por mi madre por el lado paterno de su familia a principios del siglo XX. En ese momento mi madre era muy jóven y aprendió a manejar la propiedad con ayuda de su madre. El Manto tenía una extensión de 110 hectáreas y era una minúscula propiedad comparada con la mayoría de las fincas y latifundios agrícolas y ganaderos de la región de Puno, muchas con extensiones de miles de hectáreas, algunas con cientos de miles, que funcionaban bajo un régimen de explotación prácticamente semifeudal.

El Manto de esa época contaba con una docena de animales vacunos entre los que había un par de toros para el arado de las tierras cultivables, unas 220 ovejas de raza merino, algunos burros para las tareas de carga y un par de caballos. Habían tierras destinadas al cultivo de productos de la región, principalmente papas y cebollas; zonas de pasto para alimentar al ganado llamados “ahijaderos”; y los terrenos menos productivos que eran destinados para el pastoreo del ganado lanar. La abundancia de agua así como las fértiles tierras convertían a El Manto en una apreciada y valiosa finca, apta tanto para la siembra como también para la cría de ganado. Las papas negras de El Manto eran famosas en la ciudad de Puno.

El caserío de El Manto de forma rectangular, era bastante grande ya que abarcaba cerca de una hectárea de terreno: albergaba la vivienda de los propietarios, varios depósitos y galpones y algunas parcelas de cultivos de flores y cebollas. Su gran tamaño se debía a que en en la época colonial había sido un asiento minero que sirvió para explotar y procesar la plata que salía de las vetas del cerro Laykakota. Justamente a unos 500 metros al norte del caserío existía un socavón abandonado cuya entrada de piedra labrada mostraba en la dovela central o clave un escudo heráldico español. El socavón penetraba varios cientos de metros en la roca bifurcándose en túneles secundarios la mayoría derrumbados por la acción erosiva del tiempo.

En los años 1960 en el caserío todavía quedaban muchos restos del asiento minero colonial. Sólidas paredes y muretes construidos de piedra unida con mortero de cal y arena. Destacaban los restos de un trapiche o molino construido con piedras labradas y que en su época había servido para triturar el mineral salida de la mina. Cerca del trapiche se encontraba un gran caldero de hierro forjado semejante a un rudimentario submarino. En el caserío había varias ruedas de molino de piedra que habían servido para triturar los minerales en el trapiche y reusadas posteriormente como grandes y robustas mesas de piedra. En una especie de gruta, se encontraban abandonadas gran cantidad de piezas de hierro oxidadas de maquinarias, herramientas, ruedas, utilizadas antiguamente para extracción y procesamiento de la plata. Habían también pesadas botellas de hierro en donde se transportaba el valioso mercurio o azogue en esos tiempos.

La etapa de amalgamación del metal extraído y triturado se realizaban en las tres pozas que existían con ese fin en el caserío. Dos pozas redondas y una, la más grande, de forma rectangular habían sido construidas por los mineros españoles usando piedras labradas y mortero de cal y arena. En los años 60 el caserío del El Manto era visitado por familias y jóvenes de la ciudad de Puno y la poza rectangular era utilizada como piscina.

Durante el siglo XX hasta el año 1969 en que se decreta la Reforma Agraria en el Perú, en El Manto vivían y trabajaban cuatro familias que en esa época se denominaban “colonos”. En esa época era usual que campesinos indígenas que habitaban y laboraran en una finca a cambio de disponer de algunas parcelas de terreno para cultivo propio y de tener también un pequeño número de animales para su uso personal. Los colonos de El Manto moraban en cuatro diferentes sectores de la finca, cada familia en una casa de paredes de piedra y techos de paja con corrales de piedra para guardar su ganado propio. Los colonos no recibían sueldo o jornal alguno por su trabajo y subsistían con lo que producían sus parcelas y los animales que poseían. Los colonos vivían en estrechez económica, eran analfabetos y no había alternativa alguna para ellos ya que no tenían otro lugar a donde ir. Recién en los años '50 se crearon escuelas públicas rurales en el Departamento de Puno destinadas a los hijos de los campesinos y colonos sin medios económicos. En esas escuelas podían aprender a leer y escribir, instruirse y aprender algunas materias básicas para desenvolverse en el Perú con aires de cambio de la mitad del siglo XX.

En esas épocas, era costumbre que los propietarios de tierras hicieran un acuerdo verbal con los colonos para cultivar una parcela determinada bajo el sistema denominado en esa época de “al partir”. Es decir el propietario ponía la tierra y el colono ponía la semilla y las labores concernientes al labrado, siembra, aporque y cosecha, para finalmente repartirse a medias el producto salido de la tierra. Un sistema no muy justo para los campesinos indígenas pero que aceptaban dado que por les generaba algo más de alimentos o de dinero, si vendían el producto.

Las familias de colonos que vivían en El Manto eran las siguientes: La familia Chambilla con Esteban Chambilla como jefe de ese grupo familiar quechua que vivía en el sector Este de El Manto llamado Maquerancho. Ellos cuidaban principalmente el ganado vacuno y se ocupaban del ordeño de las vacas y la producción de leche. La familia Quispe Mamani era una familia mixta quechua/aymara. Los aymara Mamani eran muy buenos horticultores y cultivaban cebollas y también flores en la fértil tierra de El Manto. Tanto la familia Ticona como la familia Condori estaban sobre todo encargados del pastoreo de las ovejas.

Todos los miembros adultos de las familias trabajaban en la labores de labranza, siembra y aporque de las tierras de El Manto. La cosecha era una actividad en la que todos participaban incluidos los niños, ya que había una paga especial a cada uno con el producto cosechado. La paga era de uno a dos cuencos (chuas) de papas, un puñado de hojas de coca para hombres y mujeres adultos y algo de alcohol de 45 grados para los hombres. Además que durante la cosecha se hacía la tradicional huatia de papas (papa qhati) que se preparaba en el lugar y que se comía a mediodía en un ambiente de alegría y camaradería. En el horno hecho de pedazos de tierra calentado con leña por horas, se introducían las papas, queso y, a veces, carne de cordero cuando la cosecha era muy buena. Luego se destruía el horno y se esperaba hasta que las papas estuvieran bien cocidas. La huatia se acompañaba con “chaco”, una especie de arcilla alcalina muy buena para la digestión.

En El Manto también ocurrían desgracias, como la horrible muerte del joven hijo de uno de los colonos. El muchacho llevaba un toro a pastar y para controlarlo mejor amarró la soga del animal a su cintura, con la mala suerte que un grupo de perros atacó al toro quien salió espantado arrastrando consigo al joven por cientos de metros. Yo tenía aproximadamente 8 años y fue mi primer y traumático encuentro con la presencia de la muerte de un ser humano al ver el lacerado y destrozado cuerpo del pobre joven.

Al fallecimiento de mi madre en 1958, El Manto fue heredado por mi padre y sus dos hijos menores (mi hermana de 11 años y yo de 9). Mi padre era un artista alemán dedicado a la pintura y fotografía que no tenía idea de cómo conducir una propiedad rural. Sus visitas a El Manto eran para gozar del paisaje, pintar un poco, engreír a los perros, conversar con los colonos de todos los temas menos los relacionados con los cultivos o los animales. Mi padre tenía una especial relación con Esteban Chambilla , conocido por todos como Estico, con el que se juntaba para fumar cigarrillos y charlar con franqueza. La producción de la finca iba en caída libre pero a nadie le importaba mucho, todos estaban contentos. Esta es una anécdota que mi padre contaba sobre una de sus conversaciones con Estico: Patrón, dígame, ¿todos los alemanes son blancos como usted? A lo que mi padre respondió, la gran mayoría si. Dígame entonces, patrón, ¿quién trabaja en Alemania, quién hace las cosas?

Con el pasar de los años El Manto se fué reduciendo y fragmentando. El agua fue confiscada y llevada a Puno para aplacar la insaciable sed de una ciudad que crecía desmesuradamente. Con ello El Manto perdió su recurso más valioso. Sin riego, los pastizales para los animales se secaron y las fértiles tierras se volvieron estériles. Luego, en 1969, Velasco decretó la Reforma Agraria y la finca perdió mucho de su tamaño original.

Posteriormente llegaron las expropiaciones y el avance imparable del crecimiento urbano de Puno. Así la antes linda propiedad fue reduciéndose a una mínima extensión hasta terminar desapareciendo en medio de urbanizaciones, invasiones y precarias lotizaciones. Lo único que queda hoy en día del El Manto de antaño son los tres majestuosos qolles, los tres sobrevivientes de tantas vicisitudes y transformaciones todavía están de pié en el parque de la urbanización de Las Torres de San Carlos. Y los tres longevos qolles siguen, y seguirán, siendo testigos de las dichas y las desdichas de las efímeras vidas de los seres humanos que viven ahora en un irreconocible El Manto.

         

Copenhagen, 12 de junio de 2024.

domingo, 16 de junio de 2024

PUBLICACIONES CULTURALES PUNEÑAS

 CULTURALIA

UNA VOZ DESDE LA ALTITUD

José Luis Ayala.

DIARIO UNO. Domingo 16 de junio, año 2024.

L

a historia de las revistas literarias, han sido y seguirán siendo las voces del subconsciente colectivo del Perú de la altitud, cósmico y sideral. Todas están marcadas por la necesidad de tener un espacio, en la permanente reconstrucción del Perú. Es decir, intervenir en el diálogo dialéctico, en el que concurren quienes de alguna manera, participan en el desarrollo de la cultura y lo hacen teniendo su propia tribuna para participar, dialogar y discutir.

Fue a Francisco Igartua que le escuché decir: “El Perú es un gran cementerio de revistas, solo sobreviven las que se someten al poder económico de turno o las que critican con razón”. Y es vedad, hay revistas que han nacido y muerto en el primer número, hay otras que no han tenido una mediana existencia y otras una larga vida. Sin embargo, es el momento de preguntarse: ¿Qué no tenemos revistas de política, literatura y cultura? ¿Es cierto de que un pueblo que no lee es fácilmente dominado?

Una nación es fundamentalmente lo que lee. Aunque con el desarrollo de la cibernética ahora es posible leer no solo revistas sino una gran cantidad de libros, pero lo cierto es que el Perú carece de revistas culturales. Además, los diarios han reducido los espacios dedicados por ejemplo a la crítica literaria. Los escritores no tienen dónde publicar sus reflexiones acerca de lo que sucede en el Perú.

La revista Culturalia que dirige Justo Germán Gutiérrez Fernández, ha llegado al número 5. Se publica en Ayaviri (Puno). Hecho que significa un gran esfuerzo y a la vez, capacidad de sostener en un medio hostil, una revista que expresa y representa una voz que no debería desaparecer. Cuando muere una revista, un diario o un espacio cultural, también muere una parte del Perú.

Boris Espezúa Salmón, director de la Biblioteca Nacional del Perú, escribe a cerca de Feliciano Padilla Chalco y Walter Quispe Santos. “Feliciano -dice Espezúa- no se desvelaba por ser un escritor del canon ni de la oficialidad. Él se sentía bien con ser un escritor de las periferias, de la marginalidad, y saber muy bien que su defensa de lo andino era ruta inclaudicable por donde debía transitar, aunque no siempre comprendido, como Churata, Arguedas, Valcárcel y tantos otros defensores del universo andino, la partida de Feliciano nos sorprendió a todos.

Fue Carlos su hijo quien me avisó y consultó si deberíamos hacer un velatorio privado, dado el contexto del COVID, yo le dije que, a tu papá, le hubiera gustado ser velado y enterrado en forma más abierta donde concurriesen todos los que querían y valoraban, y así fue”. Sin embargo, hay que decirlo, Feliciano Padilla, murió justamente cuando había alcanzado la madurez de un escritor mayor y dotado. No obstante “Amarillito amarillando” y “Ezequiel. El profeta que incendió la pradera” quedarán como libros fundamentales de la literatura peruana del siglo XX.

José Luis Velásquez Garambel dice en torno a Walter Quispe Santos: “Antes de partir, tres o cuatro días antes recibí la última llamada y sus palabras me estremecieron: “Estoy mal, me operan el martes, la válvula para la hemodiálisis, está fallando, al gobierno no le conviene que siga viviendo, hay mucha gente que me odia, deben estar rezando para que me muera, solo te pido que cargues mi ataúd, así como amigo solo te pido que cargues mi cajón”. Walter Quispe Santos, lamentablemente no llegó a plasmar un libro trascendente de poesía, sus textos no tienen el valor literario para decir que “perdimos un gran poeta”. Murió cuando terminaba su período de aprendizaje. Dejemos que el tiempo se haga cargo de seleccionar a los más importantes poetas puneños.

Alberto Osorio Ticona, escribe un comentario literario en referencia a la novela Muchas veces dudé, cuyo autor es Luis Nieto Degrégori dice: “Sería una ficción distópica. Su imaginario diálogo con el rey de España, no es otra cosa que la materialización del deseo. Un buen recurso de ficción que ejerce Huamán Poma de Ayala, un remontar el espacio de lo imposible, el deseo realizado. Y otro narrador que pone a Huamán Poma de Ayala en lo alto de un cerro oteando el horizonte, abstraído, olvidado el tiempo tal vez pensando en la respuesta del rey, que iluso esperó hasta la ancianidad. Los gritos de sus familiares lo devuelven de esa abstracción, ya entrada la noche”. 1

Es encomiable el esfuerzo que hace el destacado poeta Darwin Bedoya, para presentar algunos poemas menores de Percy Zaga Bustinza y tratar de otorgarle una categoría literaria que los textos seleccionados no tienen. No se trata de la extensión de las metáforas, ritmo y metáforas, que den una visión del mundo. Percy Zaga Bustinza lamentablemente, no logró realizar una obra trascedente debido a que fue atrapado por la magia y poesía de Carlos Oquendo de Amat. Se perdió en medio de una bohemia provinciana intrascendente y un sindicalismo bien rentado, que no ha sido capaz de crear un proyecto educativo para transformar el Perú.

Pero la edición de Culturalia no debe morir. Ojalá que cada provincia tuviera una revista que nos permita conocer la nueva realidad del siglo XXI. Es necesario salvar al Perú del permanente embrutecimiento de los letales y mediocres medios de comunicación masiva.

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1- Culturalia. Año 6. Nro: 6. Octubre, 2023. Página 49. Ayaviri. Melgar, Puno.