SAN CARLOS DE PUNO
José
Luis Velásquez Garambel
n
reciente publicación de San Carlos de Puno – Glosario Carolino, del destacado
Dr. Emilio Vásquez, texto inédito, que lleva además el prólogo del Dr. Emilio
Romero [padre de los estudios económicos y geográficos del Perú], ambos
condiscípulos del maestro Encinas y ex alumnos del Colegio San Carlos, se
vislumbra la memoria del autor, quien como testigo excepcional reconstruye, con
un lenguaje ameno y lúcido, la memoria histórica de un periodo muy fecundo de
la inteligencia puneña, unificando los acontecimientos del colegio con los
hechos históricos de Puno.
El
Colegio de Ciencias y Artes de Puno fue creado por decreto del libertador Simón
Bolívar el 7 de agosto de 1825, como uno de los primeros bastiones educativos
de la joven república peruana (Bolívar, Decreto Nº 025/1825). Este acto
inaugura un espacio de poder discursivo: la educación se erige como tecnología
del poder moderno; tempranamente concebido de esa forma por Simón Rodríguez [a
la sazón maestro de Bolívar] visionario en el rol que debía cumplir la
educación en la liberación espiritual del ser humano. Es penosa la forma cómo
luego de la salida de Bolivar del Perú y la muerte del mismo Simón Rodríguez es
perseguido y vejado [en el fondo de intendencia del ARP existen documentos en
los cuales se le alude vendiendo velas en el pueblo de Taraco], auxiliado por
las familias indígenas y salvado de la muerte por inanición.
"Instruir
no es educar. Enseñar no es formar. La educación es un acto político."
Esta afirmación, que bien podría haber sido escrita por Paulo Freire, tiene eco
en el ideario fundacional de Simón Rodríguez, uno de los pensadores pedagógicos
más originales y radicales del continente latinoamericano.
Simón
Rodríguez concebía la educación no como instrucción utilitaria, sino como una
herramienta de transformación radical de las estructuras sociales. Para él, no
se trataba de adaptar al pueblo a un sistema impuesto, sino de formar
ciudadanos capaces de pensar y gobernarse por sí mismos. Su consigna más famosa
lo resume todo: “O inventamos o erramos”. En una América recién liberada de la
dominación española, Rodríguez veía la pedagogía como un arte de invención
social, no de repetición colonial.
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Emilio Vásquez Chamorro |
La
escuela, según Rodríguez, debía ser un espacio de igualdad real. Por eso
defendía la educación pública, gratuita, obligatoria y laica, Rodríguez era
enemigo de la tendencia dogmática con la cual la iglesia efectuaba su rol
evangelizador a través de la escuela. Décadas antes de que estos principios se
instituyeran en Europa. Su modelo educativo se basaba en la experiencia, el
trabajo manual y el conocimiento aplicado, rechazando el memorismo y el
elitismo escolástico heredado de la Colonia.
Cuando
Bolívar tenía 12 años, Rodríguez fue su maestro en Caracas. Pero no fue un
preceptor tradicional, sino un mentor que introdujo al joven Bolivar en las
ideas de la Ilustración europea: Rousseau, Locke, Montesquieu. No sólo lo
instruyó en las letras y la ciencia, sino que lo formó en la ética de la
emancipación y el pensamiento crítico.
La
influencia de Rodríguez en Bolívar fue decisiva. Ambos viajaron juntos a Europa
en 1799. Allí, presenciaron la transformación política del Viejo Mundo, y
Rodríguez profundizó en su lectura crítica del despotismo, el clero y las
desigualdades. Aunque sus caminos se separaron por años, Bolívar lo buscaría en
1824 para encomendarle el diseño del sistema educativo en el Perú y en el Alto
Perú, hoy Bolivia.
El
ideario pedagógico de Bolívar, expresado en textos como el Discurso de
Angostura (1819) y su propuesta constitucional para Bolivia (1826), es
inseparable de Rodríguez. Bolívar soñaba con una educación para una américa
latina “en la virtud de la libertad y las ciencias”, por ello que los nombres
de los colegios creados por él llevan los nombres de: “Ciencias, Ciencias y
Artes, Independencia Americana, etc”, y en esa visión, la educación era la garantía
de su sostenibilidad. “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”,
escribió Bolívar. Esta frase, frecuentemente citada, no es sino la proyección
de lo que su maestro Simón Rodríguez le había inculcado.
Rodríguez
diseñó para Bolívar un sistema educativo jerarquizado pero popular, que
comenzaba en escuelas de primeras letras, pasaba por escuelas técnicas y
culminaba en universidades formadoras de ciudadanos. Propuso además la
fundación de escuelas rurales, industrias escolares y bibliotecas públicas. En
su obra "Sociedades Americanas", defendió la idea que la educación
debe adecuarse a la realidad social americana, no imitar modelos europeos que
desconocen la historia y cultura del continente.
Uno
de los aportes más visionarios de Rodríguez fue su crítica al colonialismo
epistémico. Rechazó la copia mecánica de las instituciones europeas, e insistió
en la necesidad de crear formas propias de educar, legislar y gobernar. Esta
posición anticipa debates contemporáneos sobre la descolonización del saber.
En
“El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos
por un amigo de la causa social” (1830), Rodríguez defendió a Bolívar de sus
críticos tras su renuncia, y reivindicó el papel que la educación debía jugar
para consolidar los frutos de la independencia. No bastaba con derrotar a
España militarmente, había que vencerla cultural y mentalmente, mientras
propugnaba estas ideas Rodríguez era perseguido y denunciado constantemente en
el sur del Perú, específicamente en Puno.
Simón
Rodríguez fue incomprendido en su tiempo. Murió en la pobreza, errante por los
Andes, con una lucidez intacta. Sin embargo, su legado pedagógico ha resurgido
con fuerza en el pensamiento educativo latinoamericano del siglo XX y XXI.
Freire, Martí, Mariátegui, y más recientemente Boaventura de Sousa Santos, lo
reconocen como precursor de la pedagogía crítica y popular.
Su
papel en el proyecto bolivariano no fue el de un simple asesor: fue el
arquitecto intelectual de un modelo de sociedad donde la educación era el
cimiento de la república y la libertad. Don Simón no formó solo a Bolívar, sino
a generaciones enteras de soñadores que vieron en la escuela una trinchera
contra la opresión, una de esas trincheras es el colegio de Ciencias y Artes de
Puno, hoy San Carlos.
San
Carlos, durante los años convulsos, [el colegio] cambió de nombre —entre ellos
“Mineralógico de Socabaya” bajo Santa Cruz y su Confederación
Peruano-Boliviana— y se cerró y reabrió múltiples veces, reflejo de la lucha
por el dominio ideológico sobre la formación intelectual puneña, que por la
beligerancia del carácter fue siempre rebelde, anticlerical hasta el hartazgo y
sin embargo, en medio de esas luchas ideológicas la iglesia logró imponer el
nombre y hasta advocarlo a “San Carlos Borromeo”.
Desde
su apertura la iglesia trató de tener siempre el control, por ello desde el
estado central se impuso como su primer rector a Mariano Andía, un fraile
franciscano, que luego de sopesar con el carácter de los puneños dejó el
rectorado en manos de Francisco de Rivero, quien impartió pedagogía hostil a
los saberes clásicos: geometría, gramática, latín, mineralogía y matemáticas.
Arquitectura
Simbólica (1850 – 1900)
En
1851, bajo el mandato del prefecto Alejandro Deustua, se inauguró el actual
edificio en el hoy Parque Manuel Pino [en ese entonces plaza San Juan] —la
célebre “vieja casona”— con rasgos establecidos de simetría neoclásica, arco
rebajado, carpintería de madera tallada y claustro conventual, consolidando un
espacio disciplinario visible, manifiesto del poder estatal simbólico,
compartiendo sus claustros con la universidad de Puno, que pasaría luego a
llamarse Universidad de San Carlos.
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Un carolinooooo... |
Sin
embargo, las revueltas civiles y la Guerra del Pacífico forzaron varias
clausuras entre 1856 y 1883; durante la ocupación chilena, el colegio fue usado
como cuartel y sufrió saqueos, incluidos archivos documentales, destrucción e
incendios, período rico en el que los estudiantes de San Carlos se habían unido
[románticamente] a las montoneras y participaban en una suerte de guerrillas
contra los Chilenos, produciéndose un enfrentamiento en el Cerro Blanco, motivo
por el que hoy esa zona de la ciudad lleva el nombre de “Barrio Miraflores”, en
alusión al enfrentamiento limeño donde perecieron puneños insignes como el ya
citado Manuel Pino y un batallón de puneños, entre ellos también alumnos de San
Carlos, a quienes los estudiantes de cuarto año emularon en este enfrentamiento.
La
reapertura en 1888 fue testimonio de resistencia local: en 1895, el director
Alberto L. Gadea impulsó una reforma metodológica científica y la inclusión de
educación física, marcando transición hacia un modelo moderno de enseñanza,
impulsado por la “Sociedad liberal”, regentada por el masón Isaac Deza.
Modernidad
Educativa
El
siglo XX fue testigo del florecimiento institucional. En 1905 se fundó el Club
Deportivo Unión Carolina, entre cuyos fundadores aparecen Nicolas Oquendo
Álvarez, Carlos Belisario Oquendo, Adrián Cáceres Olazo, luego fusionado en
1922 como lo conocemos actualmente. En 1910, el historiador Horacio Urteaga
asumió la dirección e introdujo equipamiento científico y servicios urbanos
como observatorio meteorológico, agua potable y el [para entonces] reconocido
museo.
Múltiples
innovaciones culturales surgieron entre 1916 1925: Juegos florales, banda
sinfónica, revista “El Carolino” y el Himno Carolino, compuesto por Víctor
Villar Chamorro (letra) y Prudencio Soto López (música), con arreglo musical de
Carlos Rubina Burgos. La llegada formal de mujeres se hizo posible en los años
veinte, gracias al Dr. Humberto Luna, destacado maestro condiscípulo de José
Antonio Encinas, Telesforo Catacora y Moisés Yuychud, aunque luego fue
restringida y reabierta parcialmente en 1976.
En
1934, el director Neptalí Zavala del Valle acuñó el lema "Un Carolino, un
Caballero", frase central del ethos disciplinario y moral carolino.
Durante
el régimen de Manuel A. Odría en 1953, la institución fue reclasificada como
Gran Unidad Escolar y trasladada en 1957 a una ubicación en la Av. El Puerto,
separándola de la “Vieja Casona”. Este acto produjo lo que Foucault nombraría
una “heterotopía del encierro educativo”: el colegio pierde su centro
simbólico, dispersándose, sin embargo debe entenderse que tanto la GUE y muchas
de las instituciones nacieron en el seno de San Carlos.
En
1963 el presidente Fernando Belaunde Terry, tras la presión de exalumnos
carolinos, firmó el Decreto Supremo Nº 48 que restauró el colegio Nacional en
su sede original, nombrándolo “Glorioso Colegio Nacional de Varones San Carlos
de Puno”. El retorno efectivo ocurrió el 20 de mayo de 1964.
San
Carlos es más que un edificio o un colegio de los comunes; es una heterotopía
cultural, un registro de tensiones políticas, una forja de identidades
regionales y una cantera de intelectuales puneños. Su trayectoria de clausuras
y reaperturas revela cómo el poder estatal y la comunidad carolina dialogan
constantemente por el control simbólico del saber y la memoria.
En
su centuria bicentenaria, San Carlos sigue siendo un lugar de enunciación para
la provincia de Puno: un heraldo de la era bolivariana, faro de cultura y
resistencia frente al olvido institucional y frente al abuso del clero. Pese a
ser ex alumno de San Carlos mi relación en estos 30 últimos años ha sido de las
más ásperas para con sus antiguas autoridades educativas, dadas mis denuncias
por la forma cómo se ha echado a perder su patrimonio material y simbólico,
hecho que no lleva a menoscabo a mis queridos camaradas del colegio y de
promoción, con quienes aún mantengo estrecha comunicación, juntos recordamos
nuestras anécdotas, nuestras viejas disputas y alegrías.
El
IPC [Instituto Puneño de Cultura] desapareció en 1970, fue el sueño de
Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo, Emilio Romero, Ricardo Arbulú, Ernesto
More, Emilio Vásquez, debía, esta institución recuperar todo espectro de lo que
era Puno, recuperar textos, memorias, patrimonio de nuestra región. Al leer
Antología y Valoración de Gamaliel Churata, texto en homenaje póstumo impulsado
por don Alejandro Peralta y luego de la desaparición de éste y de la
publicación de Iniciación Poética de Alejandro Peralta, publicado por Emilio
Vásquez un 28 de julio de 1976 y que conmemora además la aparición de la Voz
del Obrero, también en un 28 de julio de 1914 y como obrero puneño lanzamos hoy
la edición limitada en 200 ejemplares el libro San Carlos de Puno-Glosas
Carolinas y le otorgamos nuevo aliento al IPC, que hoy vuelve con la energía y
entusiasmo de los puneños de siempre, con la fuerza del lago, paqarina sagrada.
Bibliografía
•
Ministerio de Cultura del Perú. (2007, abril 28). Resolución Directoral
Nacional Nº 392/INC sobre protección del Colegio Nacional San Carlos.
• Neira
Contreras, J. (2018). La historia no miente 1964 2014: Bodas de oro de
reapertura del Glorioso Colegio Nacional San Carlos. Puno: Autor.
• Pilco
Contreras, N. (2025). Historia del Colegio Nacional San Carlos. Puno.
• Romero
Padilla, E. (1928). Monografía del Departamento de Puno. Lima: SEP.
• Zavala
del Valle, N. (1934). “Un Carolino — un Caballero”: discurso inaugural. Revista
El Carolino.
• Taller
editorial de archivo municipal de Puno. (1925). Himno Carolino. Víctor Villar
Chamorro / Prudencio Soto López.
•
Velásquez Garambel, J.L y Calsin Hanco, René. (2005). Historia de un pasado
Carolino. Edición de Hernán Salas.
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