sábado, 29 de julio de 2023

REALIDAD PUNEÑA.TEMAS PARA INVESTIGACION SOCIAL

 “PUNO ES LA PRUEBA ÁCIDA DE LA REPÚBLICA"  ENTREVISTA A JOSÉ LUIS RÉNIQUE

Eduardo Ballón

J

osé Luis Rénique es una de las voces que más ha contribuido a la comprensión del estallido social que estamos viviendo. Su conocimiento profundo de la historia del sur andino del país y su lectura sobre radicalidad, violencia y revolución, aportan a una mirada indispensable de los distintos tiempos que convergen en la coyuntura actual. Algunos de sus varios libros —Imaginar la nación. Viajes en busca del verdadero Perú, La batalla por Puno. Conflicto agrario y nación en los Andes peruanos, La nación radical. De la utopía indigenista a la tragedia senderista, así como Los sueños de la sierra. Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú (1897-1931)— resultan imprescindibles para entender la magnitud de los desafíos y las heridas que tenemos al frente. Desde 1989, José Luis ha sido docente en Lehman College y en el Centro Graduado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en Estados Unidos.

Muchos de los intentos por explicar lo que estamos viviendo son cuestionados desde un lado del espectro como terrucos o caviares y desde el otro, también como caviares, reformistas o academicistas. Tu trabajo tiene como trasfondo una larga historia de reflexión sobre varios de los temas que nos agobian actualmente. No obstante tener más de cuarenta años fuera del país, sigues escribiendo en castellano. ¿Desde dónde hablas y qué buscas, que por lo que dices, tiene como sustento tu propia vida?

En los años ochenta, todos pensábamos en lo que vendría después del incendio que sucedía; cómo sería la integración del país a partir de la premisa, que creo que nos unía generacionalmente, de que el Perú era un proceso que estaba aún buscando sus rumbos. Nos llamaba la atención la intensidad de los movimientos sociales en general y los regionales en particular. Tú mismo editaste un libro 1 en el que planteabas que ahí había la posibilidad de una democracia emergente, subrayando que la visión desde el centro no era la única válida para mirar nuestro proceso político. Ese interés me hizo mirar el Cusco; independientemente que el trabajo me enseñó muchísimo y tuvo lectores, que es lo que siempre uno busca, tuve una frustración porque al fin de cuentas sentí que había recaído en un modelo de historia regional que no mordía el meollo del problema.

Un viejo compañero de universidad y militante del PUM [Partido Unificado Mariateguista] me propuso, entonces, ir a Puno, específicamente a Ayaviri, donde se estaba preparando una gran toma de tierras. El PUM era el partido más fuerte de la izquierda entonces, se había formado hacía poco y estaba muy activo en Puno, lo que me permitió un extraordinario acceso a la dinámica del movimiento. Lo que vi ahí, en 1987, fue una de las movilizaciones rurales más importantes que se habían producido en muchos años. Sentí que era testigo de un desenlace histórico, que había una especie de guión de larga duración, que había que reconstruir con el sonido de la guerra popular en los oídos y lo que pasaba en el mundo con la caída del socialismo. En mi caso, estaba más preocupado por lo que estaba sucediendo, ya no como preludio de nada, sino básicamente para averiguar de qué se trataba, para entender lo que era una lucha campesina. Me pregunté especialmente por la relación entre conflicto rural y construcción de la nación, tema muy importante en largos tramos en nuestra historia, viendo que ese momento ofrecía la oportunidad de revisarlo en un contexto de profunda duda ideológica, es decir, más allá del maoísmo, de las teorías, de la influencia de la revolución cubana.

¿De ahí el subtítulo del libro, Conflicto agrario y nación en los andes peruanos?

Efectivamente, tras entender lo que tenía ante mis ojos, vino un periodo de trabajo más largo de reconstrucción de la historia de Puno, no en términos de una historia regional, como me ocurrió en Cusco, sino en los términos que expresa el subtítulo del libro. El título, La batalla por Puno, fue una forma de señalar que Puno seguía siendo un campo de batalla a pesar de largos periodos de aparente calma y de que muchos peruanos, limeños en particular, habían incorporado a esta región en su imaginación como un lugar en donde no pasaba nada, aislado de la historia nacional.

Lo que buscaba en el libro era desmontar los prejuicios y los mitos, verificar algunas de las ideas que se habían avanzado para comprender ese proceso de incorporación de las regiones andinas del Perú al gran proceso nacional, en particular el sur andino. Ese era mi afán. El que hoy haya interés por discutir el caso de Puno tiene que ver con lo que estamos viviendo los últimos meses, con lo que Puno no ha enseñado. De todas las regiones de la sierra del Perú, es el lugar donde los grandes dilemas de esta confrontación con la sierra y donde la pregunta de cómo hacer para incorporar regiones remotas y rebeldes a un cierto patrón de construcción de la nación, sigue más vivo; es donde las luchas y movimientos sociales cobran un nivel de radicalidad y de demanda más intenso que en cualquier otra región. Puno sigue siendo para mí un lugar privilegiado para mirar el proceso de construcción nacional de un modo creativo, abierto a diferentes variantes. Un caso que me ha “vacunado” de caer en algunos planteamientos que han estado de moda en el Perú en los últimos años, como el republicanismo, que no era otra cosa que la reiteración de los enfoques liberales, centralistas, que han hegemonizado la discusión sobre el tema de la construcción nacional.

En Perú, la política frecuentemente ha tenido un carácter confrontacional, más explícito en la polarización que vivimos en los últimos años. Lo que vemos en Puno es parte de esa cultura política, ahora marcada a sangre y fuego. La masacre de enero en Juliaca, que a un sector de la sociedad peruana le cuesta aceptar como parte de la realidad, se suma a esta lista ya bastante larga. ¿Cómo poner estos hechos en una perspectiva histórica?

El problema clave es la heterogeneidad en los tiempos políticos del país y la poca voluntad para trabajar en ese sentido, es decir para tomar pulsos regionales, para entender a cabalidad con qué se cuenta y qué cosas se puede trabajar, qué palancas y qué elementos son los que movilizan la vida política de una región; y en qué sentido relacionarlos con otros pulsos regionales dentro de la misma región sur y con el resto del país. Es un reto muy grande. A algunas generaciones, las del 20 y el 70 en particular, les tocó vivir períodos de enorme agitación. De ahí que fueran momentos en que los grandes temas de la integración nacional pudieran analizarse y debatirse con particular claridad e intensidad. Si en los años 20 se escribieron textos fundamentales como Siete Ensayos, Perú: Problema y Posibilidad o Tempestad en los Andes, en nuestra época se lanzaron conceptos como la utopía andina, el protagonismo popular o la idea de la cuestión regional como espacio de de lucha en el marco de la construcción nacional, sin que necesariamente hiciéramos el trabajo necesario para entender la heterogeneidad de los tiempos.

Una mirada que me pareció sugerente, muy presente en tu reflexión, es la figura del mensajero, entendiendo por éste el canal entre el mundo indígena, campesino, más andino, y el mundo estatal, formal y más “intelectual”, limeño. Juan Bustamante sería, en la mirada que ofreces de los siglos XIX y XX, una primera figura en ese sentido. ¿Cómo miras a los mensajeros del último tiempo?

Los grandes periodos de movilización, aquellos donde surgen fenómenos como los mensajeros, no son momentos de abatimiento de las organizaciones del campo; son, por el contrario, momentos de definición frente a las haciendas, frente al latifundio. Son momentos en que las comunidades están fuertes y tienen la capacidad de plantearse su inserción en el sistema político nacional. Acudir a Juan Bustamante o a Teodomiro Gutiérrez Cueva, el célebre Rumimaqui, no es un acto de desesperación, es uno de reafirmación, de buscar ser reconocidos. Al respecto, el trabajo del historiador Nils Jacobsen es una importante contribución. Jacobsen muestra que cuando la nueva élite post independencia se da cuenta que la lana es el futuro del mercado y que llega el capital británico, tienen que encontrar un mecanismo que le permita competir, en los mejores términos posibles, con las comunidades, su mayor rival; él investiga las transferencias de tierra y presenta la complejidad del mundo social que se estaba generando, mostrando una economía campesina fuerte, comunidades que están buscando participar en un proceso político de una dimensión supra regional y que no es simplemente un movimiento de defensa. Ese mundo rural es el que, con las variaciones del tiempo, va a encontrar el investigador francés Francois Bourricaud en los años cincuenta, y que describe en otro libro fundamental, Cambios en Puno, que muestra que no es tan cierto el supuesto poder del hacendado. Que los terratenientes se mueren de miedo, más bien, de confrontar a sus colonos.

El movimiento campesino, en suma, había sido capaz de detener el crecimiento de las haciendas. Porque si bien son derrotados entre 1917 y 1923, han impedido que los hacendados completen el ciclo de desarrollo capitalista, que requería necesariamente una mano de obra estable o sea, “proletarizar” a sus colonos, que eran incorporados en la hacienda con enorme cuidado y con una serie de derechos y condiciones que llevaban a que, dentro de la hacienda, pudieran mantener su autonomía. Y esta autonomía se mantiene hasta los años sesenta, cuando llega la reforma agraria. Entonces, las comunidades entran al juego del estado pero mantienen sus organizaciones. Eventualmente, cuando sienten que las empresas asociativas creadas por la reforma agraria no responden a sus intereses se movilizan para desmantelarlas, generando el movimiento que me tocó ver el año 1987 y que es el ciclo de reconocimiento comunal más importante en la historia de Puno. Algunos años antes Bourricaud concluía que la comunidad es un ámbito en el que los campesinos pueden organizar sus vidas sin la presencia de un misti. Es decir, desinflando por completo la idea de la propiedad común y las formas colectivas de trabajo que nos llenaban los ojos a quienes leíamos las cronologías de los antropólogos de una o dos generaciones antes de la nuestra.

A partir de esa mirada, adquiere sentido particular una declaración tuya reciente, en la que dices que Puno es la prueba ácida de la república peruana. Desde esa mirada, ¿hasta qué punto los hechos de diciembre de alguna manera cuestionan, interpelan la ubicación de Puno en la República realmente existente?.

Se necesita reconstruir una secuencia desde el análisis electoral, que va a demostrar que, en Puno, para el movimiento social, el gran aprendizaje del periodo post 1987, fue descubrir la propia capacidad para elegir sus propias autoridades, inclusive, un presidente. Ese momento culminante de la historia de Puno, es respondido por las elites políticas nacionales de la manera más torpe, con el insulto y todo el circo que se monta sobre el supuesto fraude, que ocasiona una serie de miradas llenas de condescendencia que hieren profundamente la conciencia puneña. Se desconocen sus patrones de parentesco, se burlan de sus patronímicos, de sus estructuras familiares, de cómo son las votaciones en Puno; y eso es seguido por la muerte, que tiene, en la visión general de la historia de Puno, un sentido de escarmiento, antes que de contención.

Hablamos de los mensajeros antes; ellos no hubieran podido funcionar, y ahí están los testimonios de Juan Bustamante en su libro “Los indios del Perú”, sin los delegados de comunidades fuertes, que tenían más recursos que muchas haciendas. Los campesinos puneños competían en el mercado doméstico e internacional, vía Arequipa, con los propietarios; y hubo que gastar mucho dinero e invertir en muchos plumíferos para reclamar para los hacendados el rótulo de la parte civilizada de la región y presentar a los indios como el atraso, como residuos del Perú colonial que había que dejar atrás. Algo similar ocurre ahora con el preludio cívico a la masacre-escarmiento, buscando retroceder el reloj de la historia puneña a la barbarie, como una forma de demostrar el fraude y lo que pretendieron varios abogados y políticos limeños con conexiones internacionales. Cuando el fraude no se pudo demostrar, y ocurrió lo que ocurrió con la propia administración de Pedro Castillo, viene la sangre. Es decir, es Huancané 1923, es el asesinato de Juan Bustamante, es un verdadero retroceso del reloj de la historia en Puno. Eso es lo que debe estar al centro de nuestra reflexión. En Puno no hay una gran rebelión en cocción, lo que hay es una decisión colectiva de ser parte del sistema político del Perú. Y la sensación que hay es un sentimiento que se remonta a Guamán Poma de Ayala, al mensaje al rey que su Crónica del Buen Gobierno encierra: “te reconocemos como soberano, pero, nosotros podemos gobernar lo nuestro mejor que tus operadores”.

Eso significa que la república realmente existente los sanciona y les dice “no hay sitio para ustedes”.

 Crédito: SER.PE
Puno era la gran base del Tahuantinsuyo. En ese sentido hay que mirar con ojos críticos la lectura que hace Mariátegui del escenario altiplánico desde Lima. Otro texto fundamental, lectura obligatoria para entender Puno, es el libro de José Luis Ayala, “Yo fui canillita de José Carlos Mariátegui”; la biografía del campesino aymara Mariano Larico, texto que evidencia que, los mensajeros puneños, eran campesinos preparándose para participar en el sistema político; y esto es en la década del veinte, mostrando la red de amigos y de personas que llegan a Lima de su comunidad y su inserción en la capital enrolándose como trabajadores municipales. Puno hace tiempo se echó a andar en una estrategia que terminó en el voto por Castillo. Más allá de las lamentables características de su gobierno y de los detalles de la coyuntura política, valoremos el punto al que llegaba la historia de Puno con ese voto y cómo se trató a ese voto. Volviendo al tema de los tiempos, hay otros sectores de la sociedad peruana que entienden que el mejor tiempo es la estabilidad, y la gobernabilidad, para concretar un proyecto político cuanto antes, creyendo que la salvación está en el buen precio del cobre y todos esos discursos que oímos en el escenario político tan contradictorio que vivimos hoy.

Hablando del desplome de la representación, decías que las inquietudes políticas en Puno se expresan a través de dirigentes de base con un punto de vista radical sobre la relación con el Estado. ¿En qué consiste hoy día esa forma radical de concebir la relación con el Estado? ¿Cuáles son los elementos de esa radicalidad?

La radicalidad que veo en Puno es producto de la vida misma, de la manera de vivir; una radicalidad que te lleva a decir “ya no aguantamos más ninguneo, ahora nosotros podemos hacernos cargo de esto”. Es un clamor antiguo, de varias generaciones de dirigentes populares, y rurales en Puno: participar en procesos, para los cuales los “indios” como ellos no estaban calificados, sin renunciar a su identidad. Jacobsen lo encuentra en su andar por los archivos; un campesino comunero podía ser juez de paz sin renunciar a su identidad indígena; descubre a cientos de indios funcionando como garantes en contratos, lo que es un indicador bien concreto de la vida misma. Son personas que en el Perú oficial no eran considerados ciudadanos mientras en el mundo altiplánico son considerados como tales y pueden jugar papeles para los que supuestamente no están calificados.

Los líderes indígenas orquestaron, por ejemplo, a Juan Bustamante; los dirigentes comunales puneños eran lo suficientemente seguros de sí mismos a partir de la competencia que les era favorable en los mercados. Lo buscan porque saben que es una figura con acceso a Lima, pero ocurre el infortunio en que termina esa historia. Por algo los gamonales estaban, en ese momento precisamente, decidiendo que si no era con la violencia no podían parar a esa masa puneña. Ese es el otro componente que Jacobsen señala; a falta de una claridad ideológica prospectiva, la proclividad de los actores políticos a recurrir a elementos sociopolíticos que regresan el pasado con miras a garantizar cierta seguridad, a prevenirse de la violencia del otro y eventualmente a afirmar su propia violencia.

En varios de tus trabajos y en las conversaciones que hemos mantenido, subrayas la importancia fundamental que tiene el asunto agrario campesino en la movilización política en Puno. La democratización en el siglo XX, desde la perspectiva puneña, tuvo como eje acabar con el orden y al poder gamonal. ¿Hoy día cuál sería el espíritu de esa democratización?

Esa es la gran pregunta que he tratado de hilvanar, mi respuesta honesta es que no lo sé bien. Algunas de las lecturas que he hecho de los jóvenes investigadores, me llevan a creer que hay que responder esta pregunta para poder formular una visión político ideológica, atenta al tiempo puneño, que tiene que ir de la mano con lo que Mari Burneo llama la nueva ruralidad y que Ramón Pajuelo amplía al hacer un análisis del tema municipal que se deriva del tema descentralista. En esa dirección hay un tanteo que se resume en una forma de autogobierno que no puede darse en ninguna otra parte de la sierra del Perú. De ahí la mirada a Bolivia, el tema de la participación política de los puneños en otras partes del gran sur, la renovación de vínculos étnicos y el énfasis histórico, identitario, que no es de la misma naturaleza del que se da en movimientos políticos urbanos capitalinos. El mismo se maneja de forma particular, dando lugar a situaciones incomprensibles desde Lima. Si recordamos los sucesos de Ilave, vemos la combinación de una lucha que tiene una dimensión de construcción institucional relativa al tema de presupuesto y a jerarquías, que se termina definiendo en un plano étnico, con un tipo de despliegue de violencia que nos sacudió a todos y que está acompañada de una erupción regionalista, con un lenguaje que proviene de alguna época de la historia altiplánica, enarbolada por personajes que tienen una afiliación política con el Puno moderno y que terminan hablando como si fuesen líderes de los años 20.

Ese es el tiempo puneño que no logramos entender del todo. Puno es un laboratorio en donde muchos izquierdistas pueden expiar sus culpas y muchos conservadores pueden tener un aprendizaje de la complejidad del país, sobre todo ahora que las expectativas respecto a Puno ocupan primeras páginas de periódicos del mundo. Reitero que Puno es la prueba ácida de la República, y quienes siguen citando a Basadre sobre la promesa de la vida peruana, deben recordar que es una frase que tiene escrita ya casi un siglo y una promesa que se demora un siglo ya no es tan promesa.

Para cerrar, dos temas ásperos. Uno primero que tiene que ver con esta idea presente en tu trabajo sobre las distintas fronteras; la geográfica y Puno con el Perú, lo urbano y lo rural, lo quechua y lo aymara. El segundo, tiene que ver con un territorio que seguramente concentra, más que otros, aquello que Durand a inicios del siglo XXI constataba, de un capitalismo que en sentido estricto es la articulación de tres subsistemas, uno formal en donde se concentra el poder institucional, el capital, más transnacional y más grande, otro informal que es mayoritario y ha crecido muchísimo; y el ilegal, en donde cada uno de estos subsistemas ha generado sus propias burguesías y formas de articulación. Esta realidad, que ha sido sistemáticamente negada por la derecha y ha sido obviada de manera general en la reflexión, ha aparecido de manera muy contundente post pandemia y como discurso en la explosión social que seguimos viviendo. ¿Cómo manejar esas dimensiones para entender Puno?

Con el espíritu de agregar ingredientes a lo que mencionas, si vamos a hablar de fronteras urbanas, rurales, nacionales, geopolíticas, el dinamismo de la sociedad rural puneña ha atropellado todas las nociones de frontera que hemos manejado, ha producido la gran ciudad campesina peruana, Juliaca, y está produciendo dos y tres; llegará un momento en que Juliaca, Ilave y El Alto, sean un triángulo que quizá reconstruya el lugar de donde salió este pedazo de altiplano peruano, que es la gran región india de la era colonial articulada en torno a Potosí. No soy muy afecto al indigenismo a estas alturas de mi vida, pero ahí hay un componente milenarista que lleva a que haya una gran memoria que influye de alguna manera y le da forma a lo que pueda surgir en Puno en lo que se refiere a fronteras.

El dinamismo puneño es indiscutible. Toma una provincia, Carabaya, y mira los indicadores de la dinámica de distribución de la población, el papel de la migración campesina en la conformación de una burguesía industrial en Juliaca, la relación entre el altiplano próximo a Bolivia y el altiplano boliviano y argentino. Son cosas que crean un piso que, si agregas la eventual producción del litio y la que ya existe de oro, un par de carreteras estratégicas o un ferrocarril que vincule al altiplano, nuevamente, a un espacio mayor, tendríamos una especie de repetición del ciclo potosino que tendría como eje a Puno. En ese escenario, todos los que miraban sobre el hombro a la migración puneña, tendrían que callar porque Puno sería el eje del gran sur, con Juliaca como la gran ciudad india que termina marcando el paso del futuro del sur del Perú. Eso con respecto a las fronteras.

Pienso en el ciclo de gran crecimiento de la hacienda, 1860-1920, que en perspectiva termina siendo una victoria a posteriori de las comunidades. Pienso en ese momento 1962-1963, en que había grandes movilizaciones en La Convención, Cusco y una serie de provincias de los andes, mientras en Puno no pasaba nada. Y lo que acontece luego es el alzamiento de Juliaca por el “insulto” de Javier Alva Orlandini, cuando al salir del aeropuerto los juliaqueños lo esperaban y él no se detiene y se va directamente a Puno, encontrando, en su viaje de retorno, un levantamiento que le impide pasar y que termina hasta con muertos. Finalmente, si buscamos un movimiento social poderoso, hay uno en Puno que ganó expresión política en el FNTC, el Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos, que es otro de los capítulos de la historia política del Perú regional, ninguneado por lo que miran las cosas desde el centro, no habiendo un trabajo sólido sobre el FNTC y la manera en cómo ha influido en la política del sur del país.

Los tres subsistemas de nuestro recordado Paco Durand, son un buen marco para lo que acabo de decir y tiene que ver con el hecho de que el Altiplano es plano, es decir, la valoración de lo geográfico es fundamental para entender por qué Puno es lo que es y el papel que juega en la historia política de este país. Leyendo su historia, por contraste con las otras regiones de la sierra del Perú, y aquí en esta respuesta final, la geografía no se puede separar de la historia porque hay la necesidad de entender lo que significaron los Lupaca y los Pacajes para la historia de la mita minera de Potosí que sostenía la economía mundial, como eventualmente el litio y el oro puneño puedan sostener pedazos de la economía internacional en poco tiempo. El papel que tuvo el Altiplano, ese al que se le ha mirado tan por encima del hombro en un momento fundamental de la construcción de las sociedades hispanoamericanas, nos debería transmitir una dosis de modestia, de humildad, para preguntarnos si no estamos equivocándonos por todo lo alto al no aceptar que lo de Puno es algo que nuestras categorías y conceptos no alcanzan a mirar. Mira el poco tiempo que ha pasado desde la acusación de fraude y lo ridículo que se ve eso desde la perspectiva actual.

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1. Ballón, E. (1986) Movimientos sociales y democracia: la fundación de un nuevo orden. Desco. Antropologo, investigador de DESCO

Credito: Chambilla


viernes, 28 de julio de 2023

OPINION SOBRE SITUACION POLITICA ACTUAL EN EL PERU

AL PAIS ENTERO

Cesar Hildebrandt

Tomado de HILDEBRANDT EN SUS TRECE Nº 646 28JUL23

N

os ha llegado este texto cuya importancia no necesitamos subrayar. Nos parece que lo que teníamos que decir resulta irrelevante frente al contenido de las líneas que aquí presentamos.

“Todos esperamos el discurso de la señora presidenta.

Sabemos que vendrá cargado de esperanza, de espíritu de reconciliación y de propósito de enmienda.

También sabemos que estará lleno de anuncios importantes en tomo a la reactivación económica, el aliento a las pequeñas y medianas empresas, la preparación para afrontar el fenóme­no de El Niño, la recuperación de la seguridad ciudadana y el destrabe de grandes proyectos de inversión.

El país entero deberá reac­cionar positivamente ante las propuestas de la presidenta Dina Boluarte. Es hora de meter el hombro y olvidarnos de agravios, sucedidos o imaginados, para levantar este Perú convaleciente que tanto nos necesita.

Hace algunas horas el Con­greso, que es la representación popular de la democracia, dio un ejemplo histórico de gene­rosidad al lograr que una lista multipartidaria obtuviera el triunfo en elecciones abiertas y públicas.

Que el marxismo-leninis­mo de Perú Libre y el libe­ralismo de Fuerza Popular arríen banderas momentáneamente en aras del país es algo que deberíamos todos aplaudir. Que a la unión de esas fuerzas patrióticas se sumen Alianza para el Progreso y Avanza País no hace sino consolidar la idea de que los objetivos nacionales están por encima de lemas de campaña y sectarismos de comarca.

Que el radicalismo violentista censure a la nueva junta directiva del Congreso es una prueba más del acierto logrado después de conversaciones, acercamientos y consenso. ¿Qué otra cosa que el caos, la embestida anarcoide y la sangre derramada en nombre del orden público ganaríamos si acatáramos las consignas de los jacobinos?

Los radicales no aman al Perú. Ellos aman el poder y la tutela sobre el pueblo al que dicen encarnar. Creyeron que tendrían el manejo del país convirtiendo a la presidenta Boluarte en su títere, pero se encontraron ante la férrea voluntad de quien había entendido cuál debía ser su papel.

La prensa del resentimiento llama al Congreso “guarida de lobistas, delincuentes y charlatanes de provincia”. Imaginamos que con su nuevo presidente, experto en enfrentarse a la difa­mación y la calumnia, el Congreso encontrará la fórmula judicial para parar esa avalancha de denuestos.

En estos días de júbilo patriótico, de afirmación de valores y de fe en el destino del país, no queda sino esperar que los políticos se pongan a la altura de las circuns­tancias y continúen apostando por la colaboración fecunda entre el Poder Ejecutivo y el Congreso.

A esa alianza estratégica el fundamentalismo de izquierda la llama “una unión contra natura”. Cuánto quisieran esos caciques ligados al MOVADEF que congre­sistas y ministros estuvieran en guerra. La idea de que la presidenta Boluarte y el Congreso sigan una agenda común que protege la estabilidad económica y aleja el fantasma de una nueva Constitución aterroriza a quienes han hecho del odio un modo de vivir y pensar. Allá ellos.


Desde aquí sólo nos queda decirles: ni pasaron ni pasarán.

El pueblo quiere empleos dignos, crecimiento económico, restablecimiento del orden, progreso en la infraestructura y reorganización del sistema de la salud pública. El pueblo quiere atención, no discursos vanos y fóbicos que pretenden retrotraemos a los años 70 del siglo pasado, cuando la Unión Soviética todavía respiraba y a la China de Mao no se le había ocurrido intentar el capitalismo que la convirtió en gran poten­cia. En esos tiempos, en efecto, el socialismo era mirado como una opción válida. Esa fue la que, con muchos matices de diferencia, adoptaron el Chile de Allende y el Perú de Velasco, con los resultados históricos que todos conocemos. Hoy, cuando Cuba mendiga ayuda y Corea del Norte es una anomalía indescifrable, el socialismo es un di­funto que deambula en algunas nostalgias y discursos.

No es que la presiden­ta Boluarte haya tenido que dudar para adoptar la ruta que ha tomado. Es que ni siquiera había bifurcación de caminos o dilema y si ella no hubiese obedecido a su instinto de supervivencia, estaríamos, como con el golpista Pedro Castillo, al borde del abismo.

Saludamos al Congreso renovado, al Ejecutivo decidido a continuar por la senda de la sensatez y al Perú reunido en estas fechas de fervor patriótico.”

Firman


K. Fujimori

C. Acuña

H. de Soto

V. Cerrón

A. Otárola

  

miércoles, 26 de julio de 2023

PARA LA HISTORIA DEL PERIODISMO PUNEÑO

GAMALIEL CHURATA Y

WAYNA CHUKIWANKA

José Luis Ayala

Diario UNO 23JUL23

T

odavía no hay una biografía completa, versada, crítica y adecuadamente documentada a cerca de la importante labor como ideólogo, magistrado, abo­gado y político de Francis­co Chukiwanka Ayulo. Se trata de un personaje que durante toda su existen­cia, luchó para que se les reconociera a las grandes mayorías de peruanos, no solo la dignidad humana, sino sobre todo el derecho de acceso al poder, de par­te de las grandes mayorías quechuas y aymaras.

Francisco Chukiwanka Ayulo, coincidió con José Carlos Mariátegui y Gamaliel Churata, para que las haciendas fueran ad­judicadas a los trabajado­res convertidos en ciervos. Hasta que el general Juan Velasco Alvarado hizo po­sible la reforma agraria. Desde entonces, el Perú nunca más fue el mismo, tal como se ha podido com­probaren la última marcha "Toma de Lima”.

Uno de los hijos del Dr. Chukiwanka fue Wayna. Una vez que terminó la se­cundaria en el Colegio San Carlos de Puno, se matriculó en la Universidad San An­drés de La Paz (Bolivia). Sin embargo, se puso a trabajar como cambista de dinero boliviano en dólares. En po­cos meses de intensa labor acumuló una fortuna. Fue entonces que decidió incursionar en el periodismo pa­ceño, compró una moderna rotativa y fundó la Agencia Comercial ACPEN. Primero editó el "Expreso Matinal" y luego "Expreso Tarde".

Wayna acudió a Churata para que lo asesorara. Pero la economía boliviana experimentó una seria recesión, por lo que lo que la empresa quebró. Los acreedores en­juiciaron pidiendo el remate de sus bienes. Acosado por deudas y convencido que se trataba de una cuestión de honor, citó a quienes debía para "cancelar las deudas", a un desayuno. Los acreedores concurrieron a un lujo­so hotel de La Paz, el 16 de diciembre de 1939. Wayna Kapaj saludó y luego de media hora dijo: "Señores todo está cancelado. Veo que han traído la documentación in­herente". Los concurrentes alcanzaron las cuentas más intereses. Entonces Wayna Kapaj dijo: "Como no tengo dinero para pagarles, les pago con mi vida". Sacó un revólver de su cartapacio, abrió la boca y se disparó un tiro mortal.

De esa manera, Wayna Kapaj, no solo asumió una actitud honorable sino que además se suicidó para no manchar el apellido Chuki­wanka. La noticia sorpren­dió a los lectores de los "Ex­presos" y particularmente a Churata. Inmediatamente la derecha paceña inició una feroz campaña contra él debido a sus conviccio­nes de escritor y periodista de izquierda.

Xuliana López Céspedes, ha trabajado este tema y proporcionado un docu­mento fundamental que pone fin a una polémica que ha durado muchos años. Se decía que Churata había inducido a un grave error a Wayna, cuando la verdad es otra. Churata dirigía los diarios y Wayna tenía a su cargo la em­presa. Hubo una recesión en la economía boliviana. Entonces, los acreedores lo lincharon. Creyeron que la familia Chukiwanka paga­ría los subidos intereses que exigían los usureros.

Francisco Chukiwanka Ayulo (al centro) y familia. Huayna el segundo de la izquierda

El 18 de diciembre de 1940, en el diario LA CALLE Churata publicó una carta. "No solamente para exigir celeridad en el trámite judi­cial que investiga las causas el suicido de Wayna kapaj Chukiwanka, propietario y gerente de la agencia co­mercial ACPEN, sino para buscarle un compañero de infortunio. “LA NOCHE ha pu­blicado ayer -decía- una nota en la que, de manera concreta, insinúa la necesi­dad de precisar la responsa­bilidad que pudo caberme en la 'estafa' de cerca de doscientos mil bolivianos de los peniques que, por inexperiencia, Wayna kapaj Chukiwanka pagó con su vida hace un año". [1] Yo no me rehúso, por lo demás, en que algunos de estos que me creen real­mente responsable de la muerte de Wayna kapaj Chukiwanka y sus con­secuencias, acudan a los estratos judiciales y me demanden; me hallo listo y anheloso de responder el cargo que se quiera formular sobre mí. El padre de Waina Kapaj es uno de los semáforos de la conciencia ética del Perú y a raíz de esta tragedia se enlutó para siempre su corazón, me decía: ‘Mi Wayna lo quería a usted como aun padre, mi leal, mi único amigo’. Y Wayna, al despedirse en un almuerzo que ofreciera en el Sucre Palace Hotel, horas antes de su muerte, a amigos y amigas de su intimidad -me lo ha referido otro de los acreedores de ACPEN, el señor Heriberto Aliaga- expresó que deseaba brin­dar por su 'mejor amigo, su padre, amigo en todo momento, pero sobre todo amigo en la adversidad, por Churata".

Desde la adolescencia, Churata no pudo vivir tranquilo a causa de su innata rebeldía de escritor crítico y visión del mundo. Se trata de un tema que ha sido y es sistemáticamente sos­layado. La mayor cantidad de trabajos críticos se refieren de modo especial a su obra literaria. Sin embargo, José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, Gamaliel Churata, Carlos Oquendo de Amat, César Vallejo, Alberto Flores Galindo y Edmundo Guillén Guillén, resisten de pie un largo proceso de desideologización continua.

Ojalá que alguna vez tengamos acceso a los Ex­presos editados por Wayna Chukiwanka y textos de Churata. Se trata de una época clave para la política y economía boliviana y latinoamericana.

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[1].- Diario La calle (La Paz), 18 de diciembre de 1940. p.5. 

lunes, 24 de julio de 2023

RAZAS, ETNIAS EN EL PERU Y LATINOAMERICA

 POR QUÉ A MUCHOS PERUANOS LES CUESTA RECONOCERSE COMO CHOLOS

Pierina Pighi Bel

BBC Mundo

Un día de su infancia, en los años 80, el cronista peruano Marco Avilés (Autor del libro "De dónde venimos los cholos")  se sorprendió al encontrar a su hermana conversando con la empleada en la sala de su casa.

Es decir, conversaba con "la chola", pues las trabajadoras domésticas en su hogar eran por lo general jóvenes llegadas de la sierra, como ocurre en muchas ciudades de Perú.

El lugar de "las cholas" era la cocina, explica Avilés. Y en su casa de Lima no comían con sus jefes y dormían en un baño que nadie usaba.

¿Qué hacía entonces aquella hablando de igual a igual con su hermana?

El pequeño Marco se acercó entonces a la muchacha y la empujó varias veces, para que se fuera de la sala.

Más de 20 años después, el autor del libro "De dónde venimos los cholos" se reconoce como uno de ellos, pero en ese momento fue un cholo discriminando a otro.

BBC Mundo conversó con él sobre la realidad de este grupo de peruanos, mayoritario, pero marginado en las ciudades.

¿Está la discriminación en Perú tan interiorizada que se ejerce incluso entre "cholos"?

Perú está organizado de manera tal que la gente se educa en la discriminación. es algo que aprendes en la escuela, en las familias. Es algo "normal" y pasa en todos lados, incluyendo las provincias.

Mi papá, por ejemplo, era de la sierra, es decir cholo. Y para él los campesinos eran indios, "cholos" que no se podían sentar en la mesa a comer con el resto.

Si te educas un poco, si vas a la universidad, te das cuenta de que (la discriminación) no está bien y aprendes a callarla o a moderarla un poco. Pero igual está adentro, ¿no?

Que no se exprese no quiere decir que uno no lo sienta o piense...

Claro, quizás escuchamos menos (la expresión) "cholo de mierda". Y creo que sí ha bajado bastante la frecuencia con la que uno ve escenas de racismo y cuando ocurren, son cada vez más un escándalo. Si una marca de ropa, por ejemplo, lanza una publicidad con solo niñas gringas, rubias, la gente empieza a discutir.

Lo que me da gusto es que ahora se puede discutir, la gente está más sensible, las redes sociales han ayudado. Pero se ve la discriminación, los que somos cholos la percibimos en cómo te trata la gente, cómo te hablan.

Se sigue sintiendo. Pero no quiero decir que todos los peruanos sean en esencia discriminadores. Creo que eso no sería justo ni exacto.

O.K., pero antes de seguir, ¿cómo le explicarías a un extranjero qué es "cholo"?

Los cholos son personas de los Andes (pero también a sus descendientes y a los de la Selva), generalmente, que llegan a la ciudad y viven situaciones de discriminación, no se adaptan.

Es una categoría que engloba, en el Perú, a los mestizos, indígenas. Ves la choledad en las familias mestizas que migran a la costa y viven en barrios de la periferia.

Lo más cercano a cholos son los latinos en Estados Unidos, que no son totalmente aceptados. La discriminación que ejercemos en Perú es la misma o equivalente a la discriminación en EE.UU., que ciertos gringos ejercen con los latinos: gente que mira con desprecio, que no te quiere atender o que te preguntan si eres legal.

Lo universal de ser cholo es enfrentarse a la discriminación.

¿Has tenido alguno de esos problemas por ser cholo?

Ser cholo para mí no ha sido una barrera. Pero lo que he visto que es más difícil para un cholo es tener buena educación.

Los cholos son esencialmente más pobres que los blancos y reciben una educación deficiente, entonces no escalan socialmente. Ahí hay algo que no es necesariamente discriminación, sino desigualdad, falta de oportunidades.

Si hay "cholos" y "blancos", ¿de dónde vienen frases como "todos somos cholos"?

Los cholos son una gran cantidad de personas y eso ha hecho creer que somos todos. Pero no.

Algunos no tienen nada que ver con la historia de amor-odio español indígena. Por ejemplo los descendientes de chinos, japoneses, árabes, italianos no pueden decir "Oh, yo soy cholo". No tiene sentido.

¿Y por qué algunos de los que no son cholos no saben hasta ahora de dónde vienen estos? El título de tu libro suena como si les estuvieras dando una noticia a los peruanos...

Hemos vivido 20 años de guerra y antes de eso, hubo 12 años de dictadura militar. Recién estamos saliendo de esa oscuridad y empezando a darnos cuenta de qué maravilloso es Perú, de qué rica es la comida peruana.

Además, en los años 90 la gente no viajaba. Han empezado a viajar mucho más. Entonces la noticia de dónde venimos los cholos tiene sentido en ese contexto en que recién estamos empezando a conocer Lima y Perú.

Y "recién" algunos se están empezando a reconocer como cholos, incluyéndote...

Al final de mis 20 años, cuando empecé a viajar por Perú, empecé a escuchar huaynos (música de los Andes peruanos) y dije qué buena es esa música. Ahora también escucho chicha, cumbia, pero en los 80 no escuchaba esa vaina. Era música de cholos, de las empleadas domésticas. Éramos un país traumatizado.

Pero ahora yo puedo decir sin vergüenza "yo soy cholo". Ahora es más frecuente que la gente se reconozca como chola sin ningún problema. Pero creo que en los ochenta todavía no. No me hubiera atrevido.

Desde los 70 sonaba en Perú una canción que decía "Cholo soy y no me compadezcas". ¿Qué crees que ha cambiado desde entonces hasta ahora, que dices "soy cholo" y tu libro es uno de los más vendidos de la última Feria del Libro de Lima?

Muchas cosas. Para empezar, hay más cholos no solamente con plata, sino con educación. Hay más cholos visibles trabajando en empresas, en el gobierno. También ha terminado el terrorismo y se han revalorizado las provincias a través de la comida.

En los 80 estábamos en el sótano del mundo, Alan García era presidente, había colas, no había comida, el cólera, era horrible. Ha tenido que pasar todo eso y ya somos un país que ha aprendido a sentir un poco más de orgullo de sí mismo.

Ese orgullo está relacionado con el boom de la gastronomía. ¿Crees que se viene un boom de lo cholo, en el sentido de que la gente va a estar más orgullosa de sus orígenes?

Que haya un boom de lo cholo, no me imagino. Más que boom deberíamos empezar a ver cómo la política se va diversificando, cómo las gerencias de las empresas se van tiñendo de otros colores, más artistas -no solo andinos o cholos- sino también de la selva; que sea un país más tolerante y curioso con lo que tiene.

El resultado tendría que ser un país menos acomplejado.

¿Crees que el boom de la gastronomía ayuda a reducir la discriminación?

La filosofía que hay en la cocina peruana es deslumbrante. un plato está hecho de ingredientes que vienen de todo el país, un solo plato te traslada a distintos lugares.

El Gran Mercado de Mistura (feria gastronómica anual), por ejemplo, es un lugar a donde llega gente de todas las provincias de Perú para mostrar sus productos. Entonces la comida, la gastronomía se vuelve una oportunidad de conocer ese país que no hemos conocido durante tanto tiempo.


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 Diccionario "cholo"

La palabra "cholo" o "chola" es de uso extendido en Perú, por lo que ha generado numerosos derivados. BBC Mundo le pidió a Marco Avilés que definiera algunos de ellos:

  • Choledad: es ese sentimiento de ser cholo, que a veces es trágico y a veces es feliz, como de orgullo. Pero a veces puede ser una condena también, para la gente que no quiere ser chola. Su choledad es algo tan triste…
  • Pitucholo (combinación de "pituco", o persona de clase alta, con cholo): un cholo con plata.
  • Cholo power: cholo triunfador o guapo. Una chola muy guapa, un cholo que es modelo, exitoso.
  • Cholear: es insultar a alguien usando el color y lo cholo como arma.
  • Chollywood: es ese "Hollywood" formado por cholos.
  • Cholada: es algo que solamente pueden hacer los cholos. "Los cholos paran haciendo choladas". Se puede decir en tono despectivo, pero también un cholo puede decir "solamente hago choladas", riéndose de sí mismo. También decimos cholo, cholito con afecto. Lo bonito del lenguaje es que te permite usar las mismas palabras de distintas maneras, a veces para herir, a veces para querer y cholo es una de esas palabras mágicas que a veces hieren y a
    veces dan cariño
    .



domingo, 23 de julio de 2023

OPINION: FUERZAS POLTICAS EN EL PERU

 LA LLAMADA IZQUIERDA EN EL PERÚ

¿QUÉ ES? ¿QUÉ HA HECHO? EL FUTURO

 Por Jorge Rendón Vásquez

Definiciones aceptadas

Los términos derecha, centro e izquierda se han generalizado en el siglo XX, galopando sobre la división de la Asamblea Nacional francesa, luego 1789, entre quienes estaban por la revolución, que ocupaban las bancas de la izquierda, y quienes defendían al rey, que ocupaban las de la derecha. Pero, en el siglo XX, se les ha atribuido otras significaciones. A los partidarios de dejar la sociedad y el Estado como son, manteniendo los privilegios de las clases ricas, se les ha denominado en conjunto derecha; y, por el contrario, se ha designado como izquierda al conjunto de quienes quieren las reformas sociales que den como resultado una redistribución de la riqueza, por lo general moderada. En el fondo, los mentores de tales definiciones —ciertos intelectuales y el poder mediático europeo— se propusieron con ellas desterrar del vocabulario político los términos socialismo, comunismo y anarquismo que, de un modo u otro, suscitaban la idea de una revolución social.

 Esas definiciones en el Perú

En el Perú, solo a partir de las primeras elecciones municipales de la década del ochenta, el poder mediático poseído por la oligarquía comenzó a designar como de izquierda a las agrupaciones que se reunieron en la Izquierda Unida y llevaron a la alcaldía de Lima a Alfonso Barrantes Lingán. Pero con esa denominación, el poder mediático ha buscado insuflar en lo que se denomina la opinión pública desde las ideas de improvisación y desorden hasta las de terrorismo. Contrariamente, según ese poder, el término derecha sugiere el orden, la paz social, la experiencia y un conservadorismo decente. A quienes no están del todo en esta derecha, los coloca en un púdico centro, bastante aceptable para él. En definitiva, con la clasificación derecha, centro e izquierda queda erradicada de la nomenclatura política la realidad de una sociedad dividida en clases sociales antagónicas y la necesidad de un cambio social a favor de las clases subyugadas.

Siendo la razón de ser de las agrupaciones de derecha, centro e izquierda, aceptada legalmente, la posibilidad de llegar al control del Estado para sobreponerse desde allí a la sociedad civil se debería suponer que, por lo menos, sus dirigentes conocen bastante bien la composición de la sociedad, su estructura económica y sus superestructuras política, legal y cultural y que, por lo tanto, cuentan con planes de gobierno y proyectos de leyes que hagan posible sus propósitos. Como el manejo del Estado ha evolucionado hasta convertirse en una actividad de profesionales aplicada a sectores muy diversos y complejos, debería ser obvio que los dirigentes de las agrupaciones políticas o algunos de sus militantes tienen la aptitud, los conocimientos y el nivel para dirigir a esos profesionales.

En nuestro país, no es así. La experiencia demuestra que solo algunas agrupaciones de derecha y de centro tuvieron (y ¿tienen?) algunos de esos dirigentes, por su cercanía histórica con el Estado al que tradicionalmente han manejado como cosa propia en representación de la oligarquía dueña de la mayor parte del poder económico. Y no han necesitado planes ni proyectos de cambio, puesto que para ellos la sociedad, la economía y las leyes no deben cambiar; les conviene dejarlas como están y que evolucionen solas, ya que les permiten continuar usufructuando la riqueza creada por los trabajadores, como hace siglos desde la conquista hispánica, aunque con nuevas formas. Más aún, en nuestro país, al poder empresarial no le ha convenido fomentar la organización de partidos políticos dirigidos por miembros de sus familias y ha preferido alquilar o financiar partidos organizados por aventureros a los cuales les ha sido relativamente fácil obtener el voto de ciudadanos manipulados por su propaganda y el poder mediático.

Pero tampoco los partidos y movimientos de la llamada izquierda han tenido un cuerpo de proyectos para cambiar de alguna forma nuestra sociedad y darles a las clases dependientes un nivel de vida mayor, los servicios públicos que necesitan y la posibilidad de elevarse profesionalmente. No los han tenido porque, por lo general, sus dirigentes desconocen la realidad social, carecen de una ideología coherente con esta que les señale los caminos hacia los cambios que se requieren, e ignoran el manejo del Estado. En suma, nunca se formaron para intervenir de manera competente en el juego político. Excluyo de esta caracterización al grupo de militares y civiles reunidos en el movimiento velasquista que realizaron los cambios más trascendentales de nuestra historia en los planos de la economía y del Estado.

 Los fracasos de la llamada izquierda

La llamada izquierda accedió masivamente a intervenir en el Estado con las elecciones de 1978 para constituir la asamblea constituyente. Se presentó dividida en 7 agrupaciones que obtuvieron 35 representantes sobre 100, lo que era bastante. Sin embargo, en el curso de las sesiones, casi todos ellos no supieron de lo que se estaba tratando; y ello porque sus disquisiciones nada tenían que ver con nuestra realidad y mayormente con la
realidad de ese momento. De hecho, el contenido del proyecto de Constitución, cuyas líneas generales fueron propuestas por el gobierno militar, de conformidad con el Plan Inca, fue manejado casi totalmente por los representantes del Partido Popular Cristiano (25 representantes) con el acuerdo de algunos representantes del Partido Aprista que había obtenido 37 votos. Fue una excepción el capítulo sobre el trabajo que propusieron los representantes dirigentes de la CGTP y que fue aprobado casi totalmente por el voto de los representantes de la izquierda y del Partido Aprista que eran dirigentes sindicales.[1]

En las elecciones de 1980, los seis grupos de la izquierda obtuvieron el 14.2%; y en las de 1985, la Izquierda Unida, integrada por seis grupos, logró el 25%. Sin embargo, su actividad en el Congreso de la República fue nula.

En las elecciones de 1990, los grupos de izquierda, divididos en  una Izquierda Unida y otra Izquierda Socialista consiguieron en total 9 senadores y 19 diputados. Todos ellos aprobaron las disposiciones del Congreso de 1991 que autorizaron al presidente Fujimori a introducir el neoliberalismo en el Perú, reduciendo los derechos sociales que el gobierno de Juan Velasco Alvarado les había dado a los trabajadores, privatizando casi todas las empresas del Estado y otras medidas correlativas.

Luego, los grupos de izquierda se redujeron hasta desaparecer la mayor parte y los demás a subsistir como pequeñas sectas. En las elecciones de 2011, el Partido Nacionalista de Ollanta Humala concedió algunas candidaturas a uno o dos grupos de estas de las cuales salió un representante.

En las elecciones de 2016, algunos grupos de izquierda apoyaron la candidatura a la presidencia de la República de una exmilitante del Partido Nacionalista que fue sugerida y relievada por el poder mediático como una opción controlable para neutralizar a una masa votante disconforme con su situación que podía llegar al 30% o más.

Las elecciones de 2021 dieron un resultado sorpresivo. Perú Libre, un pequeño partido de profesionales provincianos autodeclarados de izquierda, ganó la presidencia de la República y colocó a 37 representantes en el Congreso de la República sobre un total de 130. Fue una hazaña histórica, puesto que, por primera vez en la historia del Perú republicano, un hombre del pueblo, meztizo y trabajador llegaba a la primera magistratura de la nación. Era evidente que la oligarquía blanca, su poder mediático y sus aliados en las agrupaciones políticas, incluidos muchos de la izquierda capitalina, a la que se ha denominado caviar, no podían admitirlo y comenzaron a actuar para sacar del poder a ese maestro de escuela. Y lo lograron finalmente con la cooperación aberrante de este al leer un comunicado en el que anunciaba que disolvería el Congreso. Aunque esta lectura no configura delito, puesto que no lo hizo ni podía hacerlo, ni hubo tampoco rebelión y ni siquiera una tentativa de esta, los grupos de derecha, centro e izquierda en el Congreso de la República convirtieron ese comunicado en una causa de vacancia de la presidencia de la República y dieron un golpe de Estado: no solo destituyeron ilegalmente a Pedro Castillo, sino que lo enviaron a prisión donde se halla ahora.

La victoria de Perú Libre, en 2021, fue seguida de su fracaso en términos reales. Ni el Presidente de la República al que habían postulado ni sus representantes en el Congreso demostraron estar capacitados para el ejercicio de las funciones de gobierno, ni para enfrentar la campaña que contra ellos emprendió la oligarquía blanca, los grupos de derecha y de centro que la representan en el Congreso de la República y sus aliados directos e indirectos en la izquierda. En lugar de mantenerse unidos, Perú Libre y Pedro Castillo se prestaron al juego del ataque demoledor de la derecha y el poder mediático y se separaron. Juntos por el Perú contribuyó a esta separación al condicionar su apoyo a Castillo a dejar de lado a Perú Libre. El presidente de la República se rodeó de personajes de confianza menos que mediocres que posibilitaron la infiltración de algunos que querían obtener algo. Y, tanto la presidencia de la República como los representantes al Congreso de Perú Libre cerraron las puertas a la cooperación de los intelectuales y otros profesionales que podían suministrar ideas y proyectos de cambio necesarios y factibles.

En suma, estamos ante otro fracaso histórico de la izquierda o de los grupos que si titulan tales: Pedro Castillo encerrado en una prisión; Dina Boluarte, candidata a la vicepresidencia de la República por Perú Libre, entronizada en la presidencia por la derecha; Perú Libre y Juntos por el Perú dándole a la derecha los votos en el Congreso para vacar a Castillo y aprobar proyectos de ley lesivos a quienes votaron por ellos. La deslealtad enarbolada como bandera política.

 Una mirada al futuro

Con este panorama de fondo, las multitudes provincianas que llegan a Lima a exigir que Dina Boluarte deje la presidencia, que haya elecciones inmediatas y que se convoque a una asamblea constituyente no encajan en las posibilidades legales y materiales para que suceda eso que piden. Si esas multitudes estuvieran inspiradas por una ideología y los correspondientes proyectos de reforma social, elaborados por intelectuales que conozcan a fondo la realidad social y sepan definirlos, el Perú estaría a las puertas de una revolución social. Pero no lo están. Si se supusiera que Dina Boluarte renunciara a la presidencia y hubiera elecciones ya ¿por quiénes votarían esas multitudes que protestan? Tendrían que votar por los partidos políticos inscritos, es decir por los mismos contra los cuales ellas protestan y por algunos otros resucitados por la oligarquía y el poder mediático, puesto que, excepto Perú Libre y Juntos por el Perú, las agrupaciones de la llamada izquierda carecen de inscripción y, por lo tanto, están fuera del juego. Es verosímil, además, que cada una de ellas nunca podría llegar a reunir las 28,000 firmas que se requieren para ser inscritas en el padrón de partidos políticos.

Con la exigencia de convocar a una asamblea constituyente sucede otro tanto. ¿Qué proyecto aprobarían los grupos de la llamada izquierda y algunos personajes espontáneos si fueran elegidos para integrarla? ¿Lo redactarían ellos o los representantes de la derecha y del centro? Si los sectores populares quieren una nueva constitución lo primero que deben hacer es encargar la redacción del proyecto a los profesionales que puedan hacerlo y tengan sus mismas inquietudes, y luchar por él.

En consecuencia es de prever que los grupos de la llamada izquierda continuarán su yerma vida como pequeños cenáculos o sectas o como ermitaños, rivalizando unos con otros, y odiándose por considerar a los otros apóstatas.

Ante esta perspectiva, parece obvio que las clases trabajadoras, los profesionales y los intelectuales, si quieren mejores servicios públicos, una redistribución equitativa de la riqueza social y las oportunidades de promoverse socialmente, tendrían que resetear su ámbito político, hallar una ideología de la que dimanen los proyectos de reforma que hagan posible esos cambios, organizarse con confianza y disciplina en un nuevo movimiento político y promover la formación de los cuadros que los dirijan.

(Comentos, 23/7/2023)



[1] Tuve a mi cargo la elaboración de este proyecto a pedido de los dirigentes de la CGTP.

ARTE FOTOGRAFICO EN BLANCO Y NEGRO

 

Montufar


Candia



Montufar 


Neira